Resumen
Capítulo X
En Pilitz, toda la comunidad se prepara para las Fiestas mayores. Sara está muy próxima a dar a luz, y Jacob prepara la habitación con talismanes y escrituras para la llegada del bebé. La “muda”, sin embargo, “practicaba en secreto la magia de su pueblo” (p.180). Su embarazo presenta indicios de que tendrán un varón. La mujer de Gershon, Beile Pesje, le demuestra un gran desprecio a Sara, principalmente porque no cree que, de hecho, sea muda.
Una noche, poco antes de Yom Kippur, Sara entra en trabajo de parto. Jacob sale en busca de una comadrona y le indica a su mujer que, mientras tanto, recite un conjuro que le escribió especialmente. Las judías del pueblo no se muestran solidarias con el maestro, y solo al día siguiente una comadrona va a asistir a Sara.
Como el bebé demora en nacer, las vecinas emplean métodos mágicos para facilitar el parto. El más poderoso consiste en atar un cordel desde la casa de estudio hasta la mano de Sara, y hacer que ella tire hasta que se abra la puerta. Al ejecutar esta acción, no obstante, el cordel se rompe. Las mujeres interpretan este suceso como un presagio de que Sara morirá. Ella, desesperada, rompe el silencio y les grita: “lo único que deseáis es enterrarme y casar a Jacob con una de las vuestras” (p.189). Confundidas, sus oyentes piensan que Sara está pudiendo hablar porque fue poseída por un dibbuk, un espíritu maligno.
Cuando Jacob llega a la casa, una multitud se ha congregado a partir del rumor de la embarazada poseída. Sara confiesa que siempre pudo oír lo que decían de ella y les hace saber a las mujeres que las considera hipócritas. En un descuido, se refiere a sí misma como “Wanda”. También le dice a Jacob que él es la causa de su muerte: “he abandonado al Dios de mis padres y no sé si tu Dios me dejará entrar en el cielo” (p.192).
Gershon aparece en la puerta de la casa junto a un rabino para exorcizar el dibbuk de la embarazada. Antes de poder iniciar esta ceremonia, irrumpe Pilitzki y le hace muchas preguntas a Sara, quien admite haber fingido su mutismo. Por su manera de hablar polaco, queda en evidencia que es de las montañas. El administrador le aconseja a Jacob que se marche del pueblo lo antes posible.
Capítulo XI
Al día siguiente nace el bebé de Sara y Jacob, pero ella queda inconsciente después del parto. Solo a la madrugada, en la víspera de Yom Kippur, Sara despierta. Le dice a Jacob que sabe que morirá pronto; ve cerca suyo a su padre y a su abuela. Jacob, exhausto, se queda dormido, y, cuando despierta, Sara ya ha muerto. Siente que él la asesinó, porque “si no la hubiese tocado, si ella hubiera seguido en el pueblo, todavía estaría sana y llena de vida” (p.203). Nueve años después de haberla conocido, ahora le toca velar a Wanda.
Gershon convoca una reunión entre los ancianos del pueblo, donde Jacob cuenta su verdadera historia. Una vez que concluye su relato, Jacob abandona la asamblea mientras los hombres discuten sobre la sepultura de Sara y la circuncisión del bebé. Junto al cadáver de Sara, recuerda sus palabras y se da cuenta de “que Sara debía de poseer el don de la profecía” (p.208). Reza por los dos y duerme junto al cadáver.
Más tarde, dos soldados se presentan en la casa y toman prisionero a Jacob. Aunque lo encadenan y pretenden llevarlo a otra ciudad, Jacob consigue escapar y escabullirse por el bosque. En sueños, ve a “Sara-Wanda” (p.213), que le implora que se lleve al bebé al otro lado del río Vístula.
Después de algunos días, Jacob encuentra una cabaña donde un barquero, Waclaw, le da agua y pan, y lo aloja allí. Durante la mañana siguiente, ve en una balsa a un hombre vistiendo un chal litúrgico. Conversa con él, quien resulta ser un emisario de Jerusalén. Le aconseja salvar a su hijo y educarlo en la fe judía.
Capítulo XII
El emisario considera que Jacob debe esperar un tiempo antes de volver a Pilitz, pero él no puede esperar. Al llegar a su antigua casa, nota señales de que le han robado dinero y varios objetos. En el cementerio comprueba que le dieron sepultura a Sara a cierta distancia de las demás tumbas, dado que no le correspondía ser enterrada entre judíos.
Finalmente, Jacob se dirige a la casa del matrimonio que cuida al bebé. Les ofrece el dinero que le dio el emisario por los gastos de la criatura, y la mujer, piadosa, le da una botella de leche que se saca del pecho.
Jacob se aventura al bosque con su bebé. Después de un tiempo, se detiene y lo alimenta. Es feliz por primera vez en semanas. “En ese instante Jacob supo el nombre que debía poner a su hijo: Benjamín” (p.233), que es el nombre que el Jacob bíblico le pone a su hijo con Raquel. Piensa en las analogías entre su vida y la de este personaje.
Análisis
El nacimiento del bebé de Sara y Jacob sucede en Yom Kippur, el Día de la Expiación en la religión judía, el último día de arrepentimiento. Con este suceso llega, justamente, el momento en el que Jacob toma dimensión de todo lo que le exigió a Wanda: "Él había arrebatado aquella mujer a los gentiles, la había despojado de padre, de madre, de hermanos y toda familia. La había privado hasta del habla, ¿y qué le había dado a cambio? Sólo a sí mismo. La había expuesto a peligros de los que sólo un milagro conseguiría salvarla. Por primera vez comprendió la prueba a que la había sometido" (p.186-187). En este pasaje, el personaje se da cuenta del tenor de la transformación que supuso para su mujer insertarse en Pilitz. A la luz de estas observaciones, su resistencia acaso le resulte menos descabellada.
El episodio del método mágico para facilitar el parto incluye el símbolo del cordel. El ejercicio de tirar del cordel supone una tensión equiparable a los esfuerzos de Sara. Vivir en Pilitz fingiendo ser muda y escuchando los agravios de las otras mujeres fue progresivamente más insostenible para ella. La rotura del cordel simboliza el fin de esa tensión: Sara comienza a rebelarse ante las mujeres que especulan con su muerte. Sara no solo habla, sino que da a conocer sus verdaderos pensamientos sobre la sociedad en la que vive: “Vosotros os llamáis judíos, pero no obedecéis la Torá. Rezáis y hacéis reverencias, pero murmuráis de todo el mundo y os negáis mutuamente un mendrugo” (p.191). En este sentido, la rotura significa el fin de las apariencias. Sara se agota de reproducir la hipocresía que ve a su alrededor y lo manifiesta señalando ese defecto en los demás.
El cordel roto es interpretado también en el interior de la ficción. La comadrona no tarda en decir: “me parece que de este horno no va a salir pan” (p.188). En la primera sección de esta guía, mencionamos que Wanda utiliza una metáfora muy similar para referirse a la falta de correspondencia por parte de Jacob: “A menudo se repetía que de aquella masa no iba a salir pan” (p.23). En sus dos usos, esta metáfora captura lo dificultoso de cada proceso, que, sin embargo, en ambos casos da sus resultados.
Sara vuelve a hablar y la única explicación verosímil para quienes las acompañan es que está poseída por un dibbuk. Un dibbuk es un personaje folklórico judío, también presente en la primera novela de Singer, Satán en Goray, que alude al alma errante de un muerto. Son almas que escaparon a la Gehena, el infierno. Nuevamente, Sara, entonces, es portavoz de lo sobrenatural, pero, en este caso, del lado opuesto de lo milagroso. Queda claro que la asimilación del personaje a la sociedad de Pilitz es imposible.
Sara no solo denuncia la hipocresía del pueblo, sino que también demuestra una distancia inaudita con respecto a Jacob. En ese momento de explosión, Sara lo culpabiliza por todo lo que tuvo que cambiar por él, tal como él reflexiona al comienzo del capítulo. Una de las frases más duras que Sara le dirige,“no sé si tu Dios me dejará entrar en el cielo” (p.192), indica que ella nunca pudo entregarse a la fe judía, a pesar de las muchas lecciones que Jacob le dio.
Luego de la muerte de Sara, Jacob reflexiona sobre sus capacidades y se da cuenta de que ella era profeta. Así, después de muerta, finalmente se le confiere a Sara el título que honestamente merece. Su inocencia vuelve a quedar reflejada con el símil que la equipara con los animales a propósito de su sepultura: “La enterrarán como a un animal, fuera del recinto” (p.213). La ubicación de su entierro es crucial para el final de la novela, como analizaremos en la sección siguiente.
El don de la profecía de Sara reaparece en el sueño de Jacob la noche que escapa de sus secuestradores:
Otra vez estaba con ella, pero ahora era Wanda y era Sara; Sara-Wanda, la llamaba, asombrado por la combinación de los dos nombres. Qué extraño, también Josefov y la aldea de las montañas se habían convertido en un solo lugar. Wanda era su esposa, y él estaba en la biblioteca de su suegro cuando ella le llevaba la fruta del Sabbat. Las matanzas y los años de esclavitud no eran más que un sueño; pero cuando se lo decía a Wanda, ésta palidecía y los ojos se le llenaban de lágrimas.
—No, Jacob; todo ocurrió.
Al oírla hablar, supo que estaba muerta.
—¿Qué debo hacer ahora?
—No temas, Jacob, esclavo mío.
—¿Adónde debo ir?
—Llévate al niño.
(p. 213)
Este sueño se le presenta confuso a Jacob porque se mezclan en él cosas que solo existen separadas en la vida real. En primer lugar, Sara-Wanda aparece como una única entidad, reconciliando las dos identidades de un único personaje, identidades que, a la vez, son las que le dan nombre a las dos partes principales de El esclavo. Esta síntesis refleja el cambio de actitud de Jacob que mencionábamos previamente, en tanto reconoce la vida espiritual de su mujer, que es previa a su instrucción en la religión judía.
En segundo lugar, la fusión de los espacios (Josefov, las montañas, la biblioteca de su primer suegro) con la constante presencia de Sara-Wanda la dota a ella misma de un carácter omnipresente y universal en su vida. Toda su vida parece estar contenida en esa unificación de los lugares que fueron importantes para Jacob.
Por último, Sara-Wanda es el personaje que, paradójicamente, lo devuelve a la realidad y le indica con claridad que debe ir a buscar a su hijo. Es indispensable tener en cuenta que, en esta interacción verbal, Sara-Wanda se dirige a él como “esclavo mío”, convalidando el tipo de esclavitud sentimental —y, por extensión, más profunda y duradera— que atraviesa Jacob en El esclavo.
El final de la segunda parte repite el símil del comienzo: “El paisaje era tan yermo como el primer día de la Creación” (p.214-215). Jacob, al igual que el día en el que conversa por primera vez con Wanda en la novela, se enfrenta a un territorio vacío en el que debe lidiar con un nuevo comienzo. El claro del bosque, presente en la imagen que compone el narrador, refuerza todavía más este sentido. Jacob nombra a su hijo Benjamín, haciendo explícita la alegoría bíblica. Él, como el Jacob de la Biblia, perdió a su mujer; ella tampoco fue enterrada en un cementerio y le dejó un hijo. Para el protagonista de El esclavo, estas son razones suficientes para que su hijo se llame como el bebé de Jacob y Raquel en la Biblia, Benjamín, “un hijo del dolor” (p.233).