Si bien el punto de vista predominante en la narración es el de Jacob, el personaje de Wanda es central en El esclavo. Esta centralidad queda reflejada en que sus transformaciones son las que le dan nombre a las primeras partes de la novela. A su vez, en los dos pueblos en los que vive con Jacob despierta el interés de la gente que la rodea. En Pilitz, ese interés se debe a su mutismo y a su falso milagro. En su pueblo de origen, sin embargo, se distingue por sus rasgos citadinos:
En comparación con aquellos salvajes, Wanda, la hija viuda de Jan Bzik, parecía una señorita de ciudad. Vestía falda, blusa y delantal, y se cubría la cabeza con un pañuelo. Además, hablaba de forma inteligible. Un rayo había matado a Staj, su marido, y desde entonces la cortejaban todos los solteros y viudos del pueblo, cuyas proposiciones no cesaba de rechazar. A sus veinticinco años, era más alta que la mayoría de las mujeres. Rubia y de ojos azules, su tez era clara y poseía unas facciones armoniosas. Llevaba el cabello recogido en una trenza que le rodeaba la cabeza igual que una corona de trigo. Cuando sonreía, se formaban unos hoyuelos en sus mejillas, y sus dientes eran tan fuertes que podían partir las cáscaras más duras (p.18).
Es curioso cómo sus rasgos "civilizados" son al mismo tiempo una razón de marginalidad para Wanda y un factor que causa fascinación entre los hombres del pueblo. A pesar de ser llamada "la señorita", Wanda igualmente presenta características explícitamente ligadas a la masculinidad: "Era tan fuerte como un hombre" (p.26); "Ella poseía el cerebro de un hombre" (p.33). La autonomía que demuestra frente a todas las otras mujeres que aparecen en El esclavo parece explicarse, en algunas ocasiones, por la inteligencia y la fuerza que el narrador asocia al estereotipo del varón. Las mujeres de Pilitz, de hecho, se asombran de que Sara construya un hogar en el pueblo a la par de Jacob.
Las mujeres que habitan en cada uno de los pueblos son descritas de manera generalmente unívoca: mientras que las del pueblo de Wanda son salvajes y paganas, las de Pilitz son hipócritas e interesadas. Un conjunto de mujeres, sin embargo, aparece por fuera de estas representaciones. Se trata de las judías que regresan a Josefov después de haber sido esclavizadas durante la matanza de Jmelnitski:
Lo que causaba mayor sensación, sin embargo, era el caso de las mujeres judías que, tras ser obligadas a contraer matrimonio con cosacos, huían de la estepa y regresaban a su patria. Una de ellas, Tirza Tamma, llegada a Josefov poco antes de Jacob, había olvidado el yiddish. Su primer marido aún vivía, pues durante la matanza había conseguido escapar a los bosques, donde había subsistido a base de raíces. Pero no reconoció a Tirza Tamma; de hecho, negaba que fuese ella. La mujer había mostrado en la casa de baños las señales que la identificaban, un lunar pardo en el pecho y otro en la espalda. No obstante, su petición de que obligaran a su marido a divorciarse de su segunda esposa le fue denegada. Al escuchar del tribunal que su marido no se divorciaría de su segunda mujer sino de ella, Tirza Tamma insultó a la comunidad en lengua cosaca y trató de entrar en su antigua casa por la fuerza a fin de hacerse cargo de su gobierno. Otra mujer estaba poseída por un dibbuk. Había una muchacha que ladraba como un perro. Una novia, cuyo marido había sido asesinado el día de la boda, sufría una melancolía profunda y pasaba las noches en el cementerio, vestida con su traje nupcial (pp.96-97).
En este pasaje se puede leer que las mujeres tienen problemas específicos para reinsertarse en la sociedad de Josefov después de la matanza. Sus maridos las niegan, son tomadas por cuerpos poseídos y vagan por el cementerio llorando a sus muertos. Es notable que no figuran en El esclavo situaciones similares en el caso de los varones judíos que regresan al pueblo, ni siquiera en el de Jacob. Teniendo en cuenta que, más adelante, los habitantes de Pilitz argumentarán que Sara fue poseída por un dibbuk cuando comienza a hablar, se puede afirmar que existe cierto estigma en estas sociedades sobre el comportamiento de las mujeres. Si una se desvía de una manera de ser establecida, rápidamente surge un señalamiento popular que la convierte en una suerte de monstruo. Para las mujeres de Pilitz, de hecho, el mutismo de Sara es interpretado como un factor de tranquilidad: "Bueno, no faltará quien afirme que una mujer muda es una bendición. Donde no hay lengua, no hay tormento" (p.132). Esta opinión deja ver un prejuicio sobre lo que las mujeres tienen para decir, que es coherente con la posibilidad de señalamiento que comentamos.
La mujer que acude a recibir la bendición de Sara, en la segunda parte, es una joven judía que fue secuestrada por los cosacos. Durante ese período, fue violada por su secuestrador y lo sirvió como esclava. En medio de la narración de su experiencia, se pregunta: “Si yo hubiese sido un hombre, habría podido hacer algo, pero ¿de qué sirve una mujer?” (p.175). Esta apreciación sintetiza, de alguna manera, las observaciones que reunimos hasta aquí. Las mujeres en El esclavo, en su mayoría, son ciudadanas de segunda categoría. No sienten tener los mismos derechos que los varones, aun si se exponen a los mismos peligros y viven en el mismo suelo. Podríamos argumentar, entonces, que los pasajes citados apuntan a reproducir una visión cercana a la misoginia, que no resulta tan sorprendente teniendo en cuenta que la novela se sitúa en el siglo XVII.
Como coda, sin embargo, cabe mencionar un aspecto de la vida del autor, Isaac Bashevis Singer. En el año 2014 se estrena un documental llamado The Muses of Bashevis Singer, escrito y dirigido por Shaul Betser y Asaf Galay, cuyo tráiler se puede encontrar en la sección "Vínculos relacionados" de esta guía. Tal como se comenta en otras secciones, Singer publica toda su obra en yiddish, usualmente por entregas, y, una vez terminada cada novela, se ocupa él mismo de traducirla al inglés. Para este trabajo acostumbra a contratar a mujeres jóvenes que lo asisten. The Muses of Bashevis Singer recopila los testimonios de estas traductoras que, más de veinte años después de la muerte del autor, se atreven a contar las situaciones de insinuación y acoso que atravesaron con Singer.