Cuando Edna llega a la casa de los Ratignolle, Monsieur Ratignolle la está esperando en la farmacia, encantada de verla. Él le dice que el Doctor Mandelet está muy retrasado y que debe ser sustituido. Edna lo considera innecesario, pero no lo excluye. Ella va al interior de la casa y se despide de su querido amigo. Ella se ve mal, con el cabello desparramado y caído y gotas de sudor sobre su frente. Adela susurra en los oídos de Edna que piense en los niños.
El Doctor Mandelet camina con Edna en el aire frio de la noche, diciéndole que ella no debería haber estado allí - fue cruel. Edna se encoge de hombros frente a sus comentarios hablando de los niños y pensando con anticipación en todo lo demás respecto a ella. Él le pregunta sobre Leonce y su viaje pendiente al extranjero. Edna le informa que ella no va con él y que no será forzada a hacer nada que ella no quiere hacer. Ella piensa que a nadie, excepto a los niños, se les debe hacer algo que ellos no desean. Él le aconseja, pero entiende, y le da las buenas noches.
Cuando Edna regresa a su casa el palomar, su esperanza y la excitación de estar con Robert, despertada a través de un beso, embarga todo su ser. Su deseo por Robert le producía un conflicto con las palabras finales de Adela de recordar a los hijos. A ella no le preocupa y sólo quiere estar con su amor. Sin embargo, cuando ella entra en la sala, no encuentra a Robert por ninguna parte. El ha dejado una nota que se leía: "Te amo. Adiós - porque Te amo" Capítulo 38, pág. 148. Edna se siente desvanecer, se tira en el sofá, y se sienta allí en completo silencio por el resto de la noche completamente anonadada y con un terrible dolor.
Víctor Lebrun efectúa una reparación en una esquina de la galería con un martillo y clavos, junto a Mariequita, hablando en forma muy persistente de la magnífica cena organizada por la Sra. Pontellier. Edna cree que él está enamorado de ella, y sabe que ella puede estar con cualquier hombre que elija. Ella le hace una broma y pasea alrededor de la esquina esperando descansar.
Mientras espera por la cena, Edna decide mojar sus pies en el agua en la playa y se apresura a buscar toallas con Víctor. Ella no piensa en nada, ningún pensamiento que pudiera apoderarse de su mente, como si sucedió la noche que Robert la abandonó en el sofá. En su cabeza, ella reflexiona sobre su vida. Sabe que puede tener a Arobin hoy y mañana a otra persona. A ella le importa poco eso. Leonce le importa poco. Sus hijos sí le importan y de pronto recuerda lo que Adela quiso decir cuando habló de sacrificarse por sus hijos. Ella nunca podría hacerlo. Ella sólo quiere estar con Robert y nada más importa en este momento. Sólo piensa en él mientras camina hacia el océano, olvidándose de Raúl y Etienne.
"El agua del Golfo se extendía ante ella, brillando con la inmensa luz del sol. La voz del mar es seductora, nunca cesa, susurrando, clamando, murmurando, invitando al alma a vagar en abismos de soledad. A lo largo de toda la playa blanca, arriba y abajo, no había cosa viva a la vista. Un pájaro con un ala rota batía el aire por encima, tambaleándose, aleteando, girando en círculos, herida, cayendo en el agua". Capítulo 39, pág. 151-152
Seguimiento del Tema: Agua/Playa 7
Ella ve su viejo traje de baño colgado, desteñido, en el colgador. En lugar de vestirse, se quita la ropa y se para frente al mar, desnuda como un bebe cuando despierta y abre sus ojos a un mundo nuevo. Ella camina hacia las olas, a pesar de la fría humedad que hace tiritar su delicada piel. Ella continúa nadando y adentrándose más en el océano y recuerda hace mucho tiempo cuando tenía miedo de las aguas profundas. Ella no tiene miedo y continúa yendo más y más lejos. Aunque su cuerpo está comenzando a cansarse y ponerse exhausto, le vienen a la mente pensamientos de Leonce y sus hijos. Mademoiselle Reisz habla de artistas pretenciosos, preguntándose si ella es una de ellos. Ella escuchó a Robert leer su nota diciendo "Adiós - porque te amo". Ella piensa que él nunca entendió sus sentimientos, que nadie podría comprenderla, tal vez con la excepción del Doctor Mandelet. Sin embargo, es demasiado tarde para indagar, pues ella está demasiado lejos de la costa y agotada.
"Ella miró en la distancia, y sintió por un instante el viejo terror, luego se hundió de nuevo. Edna escuchó la voz de su padre y de su hermana Margaret. Oyó el ladrido de un perro viejo que estaba encadenado a un sicómoro. El azuzar con las espuelas del oficial de caballería cambió mientras atravesaba el porche. Allí estaba el zumbido de las abejas, y el olor almizclado de clavelinas llenó el aire". Capítulo 39, pág. 153
Seguimiento del Tema: Agua/Playa 8