La injusticia social
El tema principal de la obra es la injusticia social. Paco el del Molino es un hombre del pueblo con una sensibilidad especial en lo que respecta a la justicia. Desde pequeño demuestra su conciencia cuando desea que su perro le dé un lugar al gato para que viva tranquilo. La visita a las personas que viven en las cuevas se convierte en el motor que va a determinar su compromiso social. Cuando Paco ve que las personas que viven en las cuevas están privadas de todos los elementos más básicos para sobrevivir, se propone generar un cambio. Cuando chico, piensa en pedir al pueblo que visite y se acerque a esas personas para ofrecerles una mano. Ya de grande va a intentar buscar una solución para ese problema desde la política. Mientras otros hablan de mejoras para el pueblo, Paco “pensaba en las cuevas, a cuyos habitantes imaginaba siempre agonizando entre estertores, sin luz, ni fuego, ni agua. Ni siquiera aire para respirar” (p.101).
La injusticia social que toca más de cerca a Paco, tal y como aparece representado en la obra, tiene como origen una estructura social y económica heredada del medioevo. A pesar de que para el siglo XX, el derecho sobre las tierras por señorío había sido abolido nominalmente, el sistema de explotación agrícola seguía siendo esencialmente el mismo que antes. La mayoría de las tierras en España estaba concentrada en grandes latifundios que eran productivos mediante la contratación de jornaleros o por medio del arrendamiento de tierras. Ambas condiciones de trabajo resultaban en el enriquecimiento de los dueños de las tierras, mientras que quienes la trabajaban a menudo vivían en la pobreza.
Uno de los ejes del proyecto republicano era la reforma agraria que buscaba redistribuir las tierras de manera que no hubiera más latifundios. Era uno de los cambios que el pueblo español, con un 90% de población rural, más esperaba. En la novela, al pueblo llega la noticia de que en Madrid promulgan una ley que transfiere la tenencia de tierras de señorío a los municipios. Por ese motivo, los campesinos dejan de pagar arriendo al duque. Quien lidera esa decisión es Paco. En definitiva, su conciencia social y el deseo de mejorar las condiciones de los campesinos es lo que lo convierte en el enemigo más incómodo para los poderosos del pueblo y lo que lleva a que sea intensamente buscado por los señoritos.
La violencia
Este tema está desarrollado principalmente a partir de los forasteros que llegan al pueblo para restablecer los privilegios del duque. Su comportamiento deja a todo el pueblo consternado. Sender se vale del contraste ente el aspecto físico de los forasteros y lo que el pueblo primero espera de ellos y su comportamiento reprochable para generar un impacto mayor. A los ojos del pueblo, estos hombres parecen “tipos rasurados y finos como mujeres” (p.105), pero lo primero que hacen es dar una paliza al zapatero y matar a seis campesinos. La violencia en la novela escala a tal punto que los señoritos descargan sus ametralladoras contra las mujeres del carasol.
En el retrato que hace Sender de la España de los años treinta, la violencia viene exclusivamente del lado de la falange. De hecho, del lado del pueblo e incluso de los que participan del nuevo gobierno republicano, no hay muestras de violencia. La única agresión por parte de Paco es cuando intenta defenderse de los señoritos y dispara contra ellos cuando lo van a buscar a las cuevas. Lo primero que hace Paco cuando habla con el cura es preguntar por los hombres a los que disparó para cerciorarse de que ninguno ha muerto.
La inocencia y carácter pacífico de Paco, que recordemos es quien representa al pueblo español, se construye hábilmente a lo largo de todo el relato. De niño, Paco esconde el revólver que pasa de mano en mano entre los niños y le dice al cura que lo hizo para “evitar que lo usaran otros chicos peores que él” (p.33). Asimismo, cuando el alcalde impone un toque de queda, y Paco y sus amigos rompen esa disposición, los guardias pierden sus rifles porque Paco se los lleva para guardarlos durante esa noche. Cuando el cura le reprocha su insolencia y le advierte que como castigo pueden llegar a perder la guardia civil que mantiene el orden en el pueblo, Paco le contesta: “En lugar de traer guardia civil, se podían quitar las cuevas” (p.67).
Evidentemente esto responde a la perspectiva desde la cual Sender escribe la novela. Dorothy Wheatly incluye en su análisis de dos novelas del autor la visión de Sender. Según las propias palabras del autor, los republicanos eran personas de buena fe, limpieza moral y respeto a la ley, mientras que los nacionalistas son insolentes, cínicos y propensos a utilizar los mismos procedimientos que los gánsteres. Esta visión contrastante entre los dos bandos de la guerra civil sin duda aparece representada en la obra.
La religión
El pueblo español en esta época es esencialmente católico. En la obra se ve reflejada una religiosidad que, en gran parte, se limita al cumplimiento de algunos ritos y costumbres. Muchos de los personajes no son devotos, sino que cumplen con algunas tradiciones. Incluso el cura lleva adelante sus funciones con cierto automatismo. De todas maneras, la religión cumple una función importante en la vida del pueblo. Mosén Millán reflexiona sobre la centralidad de algunas celebraciones en la vida del pueblo cuando piensa en que: “Los lujos de los campesinos son para los actos sacramentales” (p.15).
Asimismo, los curas son bien considerados y para ellos están reservados los lugares más distinguidos. Por ejemplo, en el bautismo de Paco, a Mosén Millán lo invitan a sentarse en una de las cabeceras de la mesa y al padre de Paco en la otra. Además, el pueblo no es indiferente a lo que los curas tienen para decir. En un principio, Paco siempre busca la guía de Mosén Millán, pero a medida que madura y se ve más y más defraudado por la indolencia del cura, Paco se aleja de la Iglesia. Para el pueblo los curas son un referente, por ejemplo, cuando cae el rey se dice que: “fue mucha gente a misa esperando la reacción de Mosén Millán, pero el cura no hizo la menor alusión” (p.90). La Iglesia no acompañó los pedidos del pueblo y, consecuentemente, el pueblo se alejó de la Iglesia: “En vista de esto, el domingo siguiente estuvo el templo vacío” (p.90).
En la novela, Sender insiste en la idea de que las personas solo se acercan a la Iglesia cuando son chicos. El carácter de espectáculo de algunas de las celebraciones asombra a los chicos, pero, a medida que la persona madura, se aleja de la Iglesia. El comentario detrás parece ser que, en la medida en que el pueblo español “madure” políticamente, se irá alejando progresivamente de la Iglesia.
El retrato que hace Sender de la religiosidad de los pueblos rurales de España no se limita a la religión católica, sino que también muestra como hay un sincretismo entre lo más ortodoxo y las costumbres “paganas” o folclóricas. Jerónima es el personaje que mejor encarna este sincretismo porque combina sus supersticiones con aspectos religiosos. Por ejemplo, cree que el dolor de muelas se cura con piedras que se recogen mientras se escucha el tañer de las campanas de la iglesia.
La culpa
La trama de la novela aborda un periodo de tiempo limitado en el que vemos al sacerdote Mosén Millán sentado, con los ojos cerrados, recordando la vida de Paco el del Molino. Esos recuerdos se ven interrumpidos por el monaguillo o el mismo cura que parece ansioso por saber si alguien ha venido a la misa en memoria de Paco. La insistente necesidad del cura de comprobar si alguien ha venido revela sus sospechas: nadie vendrá porque saben qué papel tuvo él mismo en la muerte de Paco. El elemento central de este plano es el examen de conciencia de Mosén Millán.
Al cura no se le hace fácil lidiar con la culpa de haber participado de la muerte de Paco. Los ojos cerrados simbolizan su negación ante la realidad, incluso ante la conciencia de su traición. Cuando llegan los enemigos de Paco para participar de la misa, el cura no abre los ojos y evita comunicarse con ellos, pero, más importante aún es que rechaza el pago de la misa. Esto nos da el indicio de que Mosén Millán busca expiar alguna culpa celebrando una misa que nadie pidió. Asimismo, Mosén Millán está atento al romance que canta el monaguillo para evitar escuchar los versos que aluden a la participación del cura. Le pide al monaguillo que se retire para ir a ver si alguien está viniendo a la iglesia para evitar escuchar la continuación del romance.
Si bien la culpa que siente es innegable, a lo largo del relato Mosén Millán va a intentar justificar sus acciones mientras realiza su examen de conciencia. Por ejemplo, cuando recuerda el día en que reveló el escondite de Paco, se justifica a sí mismo así: “Lo quería mucho, pero sus afectos no eran por el hombre en sí mismo, sino por Dios. Era el suyo un cariño por encima de la muerte y la vida. No podía mentir” (p.116). Los lectores acceden allí, mediante la focalización de narrador desde la perspectiva del cura, a las excusas de Mosén Millán para su traición. No obstante, sabemos que el centurión amenaza al cura con un arma y es eso lo que lo lleva a traicionar a Paco.
Finalmente, conviene detenerse en el reloj y el pañuelo que los señoritos entregan a Mosén Millán luego de fusilar a Paco. El cura todavía tiene esos objetos de Paco guardados en la sacristía porque no ha podido enfrentar a la familia para devolvérselos.
La memoria
La memoria individual y la memoria colectiva son temas que se abordan en la obra de distintas maneras. En primer lugar, la memoria individual, es decir, los recuerdo que el cura atesora sobre la vida de Paco, es central en la obra. No solo interesa como tema, sino que es lo que le da su estructura a la obra. Ahora bien, la memoria como tema está ligada a la culpa. Mosén Millán había aconsejado al pueblo olvidar, según le recuerda don Valeriano: "Mosén Millán, el último domingo dijo usted en el púlpito que había que olvidar" (p.60). Lo que sucede es que eso que el cura le propone al pueblo es lo que él mismo no puede hacer. A lo largo de la obra, hay por lo menos veinte repeticiones del verbo "recordar" en el que el cura es el sujeto. Toda la trama del presente se centra en los recuerdos que Mosén Millán va hilando mientras espera para celebrar una misa en recuerdo de Paco.
La memoria colectiva también desafía la sugerencia que hizo el cura desde el púlpito. El pueblo no solo no olvida a Paco, sino que lo recuerda como héroe a través del romance. Al tratarse de una composición popular anónima, el romance refuerza la importancia que ha tomado Paco para las personas del pueblo. Además, los recursos propios del romance como el uso del presente para actualizar el pasado muestran con más claridad que el pueblo no va a seguir el consejo de Mosén Millán, sino que va a mantener viva la memoria de Paco. Asimismo, el romance también mantiene vivo el recuerdo de la participación de Mosén Millán en la muerte de Paco. El único personaje en el romance, aparte de Paco, a quien nombran es precisamente al cura.
La memoria colectiva es esencial para un pueblo porque le permite identificar dónde están sus aliados y dónde sus enemigos. La memoria individual, en cambio, es lo que hace a cada individuo responsable de sus propios actos, ya que la memoria los hace volver una y otra vez y, de esta forma, no se puede escapar de ellos.
El heroísmo
Paco el del Molino es un héroe popular y en su destino trágico está representado el destino trágico del campesinado español. En donde mejor observamos su heroicidad es en lo que el pueblo piensa de él. Tanto a través del romance como de lo que se dice en el carasol, ya que ambos son manifestaciones de la conciencia colectiva, vemos que Paco va a tomando proporciones cada vez mayores. El proceso que observamos en Paco es el mismo que en otros héroes literarios que tienen un antecedente histórico: la vida de estos personajes históricos se convierten en materia de ficción y se operan cambios en el relato. El héroe popular viene a reunir los atributos que permiten que sea un modelo para esa sociedad.
La dimensión trágica de la vida de Paco está reforzada por el entrelazamiento de los relatos de su vida y su muerte. El cura se centra en los hitos de la vida de Paco, pero su muerte está presente desde el inicio, no se retarda para el lector la noticia de su final. Por su parte, el monaguillo se centra en su muerte. Al entrelazar ambas tramas, parecería que la muerte de Paco ilumina aspectos de su vida. El resultado de esto es que el lector percibe con más claridad la inevitabilidad del destino de Paco.
El hecho central en la vida del héroe y el llamado del que ya no va a poder liberarse hasta su muerte es la visita a las cuevas para la extremaunción. A partir de ese momento, mejorar la vida de esas personas será el único propósito del héroe. En ese momento, que se vuelve eje en su vida, ya está contenido su destino trágico. Mosén Millán le advierte que no sacará nada al involucrarse en ese asunto. No obstante, Paco se precipita hacia su final trágico porque está completamente comprometido con su causa. De hecho, cuando ocupa un lugar en el municipio se dice esto sobre el compromiso de Paco: "había tomado muy en serio el problema, y las reuniones del municipio no trataban de otra cosa" (p.92).
El compromiso social
Los coprotagonistas de esta obra representan miradas opuestas sobre el mundo. Si bien Paco crece cerca de Mosén Millán y de la Iglesia, pronto se diferencia del modo de pensar del cura. Uno de los aspectos en los que su visión contrasta es en el modo en que interpretan la miseria y la injusticia y la posición que adoptan frente a ellas: el cura acepta eso como voluntad de Dios, mientras que Paco sueña con que haya un cambio.
Mosén Millán es un hombre que acepta la realidad tal como es. En su automatismo, no se cuestiona las circunstancias que lo rodean, sino que aconseja a Paco que simplemente se resigne. Ahora bien, su resignación no tiene como único origen el automatismo en el que ha caído, sino también la indolencia por el sufrimiento de otros. A Mosén Millán el sistema tal cual está planteado lo beneficia: en el pueblo ocupa un lugar prestigioso, lo invitan a las fiestas, le ofrecen el lugar de honor, los pobres le piden misas y lo invitan, los ricos le dan donaciones para su iglesia. Más allá de la apatía que domina su carácter, algo que expresa al principio de la obra cuando dice que “la sal ha perdido su sabor” (p.13), Mosén Millán es cómplice del sistema porque le otorga privilegios.
Paco el del Molino también se encuentra en una situación de privilegio relativo a la situación de otros campesinos. Su familia tiene algunos bienes a su nombre y viven en condiciones dignas. Sin embargo, a diferencia del cura, Paco no es indolente ante el sufrimiento de otros. Desde chico, cuando asiste al cura en la extremaunción de un hombre que vive en las cuevas, Paco se plantea la inquietud de cómo cambiar la vida de estas personas. Esa intención que nace del desconcierto de Paco ante lo que ve en las cuevas no cambia a lo largo de la historia. Mientras más comprende lo injusto del sistema, más se involucra para hacer una diferencia.