Resumen
Whitman comienza este poema indicando cuál será su tema: él mismo. Dice que se celebra a sí mismo y que todas sus partes son también las partes del lector. Tiene treinta y siete años, goza de perfecta salud y comienza su viaje, que es la vida misma, y espera “no dejar de hacerlo hasta que muera” (p. 43). Al iniciar el canto, el yo poético pone en suspenso todo lo aprendido, todas “las escuelas y los credos” (p. 43), con la esperanza de valerse por sí mismo, aunque también agradece a todo lo aprendido y promete no olvidarlo.
Whitman describe luego una casa llena de perfumes que respira con deleite, aunque no se deja intoxicar por ellos y prefiere ir al bosque y desnudarse, para poder escuchar toda la naturaleza a su alrededor y entrar en comunión con ella.
Acto seguido, afirma haber escuchado a los charlatanes “hablar sobre el principio y el fin” (p. 45), y él se niega a hablar sobre estos temas, puesto que no le incumben ni el pasado ni el futuro, sino el tiempo presente, al que llama el impulso (o el instinto, según las diversas traducciones al español) del mundo. Luego, el yo poético describe el encuentro entre su cuerpo y su alma, que conforman una unidad indisoluble, e invita a esta última a tirarse con él en la hierba y asentarse sobre su pecho para llenarlo de paz y alejarlo de todos los ruidos y las distracciones del mundo. Esta paz es la que une a Whitman con Dios y con toda la creación, y que hermana a todos los hombres y las mujeres.
Whitman luego relata una escena en la que un niño se le acerca y le pregunta “¿Qué es la hierba?” (p. 48) con un puñado en la mano. El poeta no tiene respuesta para darle al niño, pero luego indica que la hierba es “el emblema de mi alma tejida con verdes esperanzas” (p. 48) o “el pañuelo de Dios, cual regalo fragrante que me / arroja a propósito” (p. 48). El poeta ve brotar la hierba del pecho de los jóvenes y de las cabezas de ancianos y ancianas y recuerda a todos los que han muerto; cada brote de hierba es un memorial de quienes se han ido y la promesa de los que están por llegar. Así, Whitman termina indicando que los pequeños retoños de hierba son la prueba de que la muerte no existe “y si alguna vez existió, dejó paso a la vida” (p. 49).
En la sección siguiente, Whitman desarrolla una parábola: veintiocho jóvenes se bañan a la orilla del mar mientras una joven los observa, escondida tras las persianas de su casa a la orilla del agua. Ella siente que todos ellos le gustan, incluso el menos agraciado. La muchacha baja a la playa a bañarse con ellos, aunque los jóvenes no la ven. Una mano invisible les recorre los cuerpos, aunque ellos no se preguntan quién los está acariciando.
En las secciones siguientes, Whitman describe grupos de personas cuyas experiencias son observdas a través de su yo poético: un carnicero que afila su cuchillo y baila, un grupo de herreros que realiza su trabajo con precisión y un negro que trabaja en la construcción y que posee un cuerpo admirable, por el que Whitman dice amarlo. Luego, admite que está enamorado de todos los hombres que viven en las llanuras o que guían a los navíos en altamar. Tras igualarse a la simpleza de los animales, Whitman comienza una extensa sección en la que describe el trabajo de todas las personas de la tierra: el carpintero, el cazador de patos, los diáconos de la iglesia, los granjeros, el maquinista del ferrocarril y muchos otros. Junto a todos y a cada uno de ellos compone su “Canto a mí mismo” (p. 61).
Whitman se presenta como un sujeto ambiguo que todo lo abarca: “Soy de los viejos y jóvenes, de los necios y sabios (…) al mismo tiempo maternal y paternal (...) soy del Norte y del Sur (…) soy del color de todas las razas, de todas las condiciones, linajes y religiones” (p. 61); es de toda la tierra, aunque señala que estos pensamientos no son originales suyos, sino que han sido parte de la condición humana desde el inicio de los tiempos, y lo señala como “la hierba que crece donde hay agua y tierra (…) el aire común que envuelve el planeta” (p. 62). Así, Whitman se iguala a toda la creación e indica que cada elemento, por más mínimo que sea, encuentra su lugar adecuado y justo en el universo, y se regocija de que así sea.
Whitman se pregunta por qué debería adherir a las viejas costumbres y no inaugurar su propio tiempo y su propia conducta, más allá de toda institución. Descreyendo de todo lo aprendido y heredado, afirma que nada es tan verdadero como sus propios huesos; él existe tal cual es, sin preguntarse por su identidad, sin querer conocerse a fondo, pero aceptando cada uno de sus apetitos: “Existo como soy, y con eso basta” (p. 65). Tampoco siente que tenga que explicar sus inconsistencias, puesto que si se contradice es porque en su personalidad total abarca y contiene multitudes, y por eso mismo, necesariamente alberga contradicciones. El mundo comprendido desde la dualidad está contenido en su persona; por eso, todo el placer y todo el dolor se encuentran en su ser, a la vez, al igual que la salud y la enfermedad, y por eso acepta ser tanto el poeta de la bondad como el de la perversidad.
El yo poético de Whitman no juzga, solo se limita a contemplar y nutrirse del mundo; se deja llevar por lo que es, sin cuestionarlo o rechazarlo. Se considera “tormentoso, carnal y sensitivo” (p. 69).
En las secciones siguientes, Whitman dedica sus versos a la democracia y a lo que considera que es su base: el amor entre pares. El yo poético exalta la unión sexual entre camaradas y declara al cuerpo como una religión y un objeto de culto. El Yo siempre es la base de todos los motivos y la fuerza que los equilibra, y su yo poético se convierte en la fuerza que canaliza toda la experiencia del mundo sensible. Entre estas experiencias, la principal y la que moviliza a todo el resto es la experiencia de los cuerpos enlazados en el acto sexual. Whitman elogia su deseo y lo considera un ímpetu que lo empuja a vivir y a amar a todos sus semejantes.
En las secciones siguientes, el yo poético coloca al ser humano en el centro de la creación, pero indica, al mismo tiempo, que la naturaleza es más efectiva que cualquier discurso humano, ya sea religioso, filosófico o científico. La exaltación del hombre es, en su canto, la exaltación de todos los actores sociales de los Estados Unidos, y la nación misma, personificada. Así, dedica extensos versos a la enumeración de las formas de vida de los norteamericanos, sus ritos, sus ceremonias, sus empleos y sus formas de relacionarse con la naturaleza. Todas estas experiencias humanas se suman para constituir el gran Yo que es la personalidad del poeta. De esta manera, su poema se perfila como la memoria absoluta del mundo y su escritura rescata la experiencia de todos los hombres y los iguala en importancia.
Al finalizar su canto, Whitman vuelve a interpelar al lector y lo invita a caminar junto a él y a participar de la experiencia universal que ha sabido capturar en sus hojas de hierba.
Análisis
"Canto a mí mismo” es el poema más famoso de Walt Whitman. Se publicó por primera vez en 1855, dentro del libro titulado Hojas de hierba, que contenía doce poemas sin títulos, y que recién a partir de la edición de 1881 fue conocido con el nombre que mantiene hasta la actualidad. En cierto sentido, el nombre adoptado para el poema equivoca su verdadera intención, puesto que “mí mismo” (“myself”, en idioma original) hace referencia a la personalidad del autor, y éste ha escrito, en verdad, un poema no sobre su figura, sino sobre la construcción de una figura representativa que al lograr una unión particular con lo que se ha dado en llamar su alma transpersonal ha conseguido lograr todas las potencialidades latentes en cada hombre y en cada mujer. Esa construcción es lo que llamamos el yo poético de Walt Whitman. Hasta tal punto queda claro que ese “a mí mismo” no hace referencia al Walter Whitman en su dimensión personal, que en la primera edición no aparecen datos sobre el trasfondo de su vida en ninguna esfera, ni familiar ni social, sino que es, simplemente, “Walt Whitman, un americano, uno de los salvajes, un universo” (la traducción es personal): así aparecía este verso en la página 10 de la primera edición: “Walt Whitman, an American, one of the roughs, a kosmos” (Whitman, 1855:48). Con el paso del tiempo, el propio autor modificó el verso hasta la versión actual, en la que puede leerse su procedencia: “Soy Walt Whitman, un universo, el hijo de Manhattan” (p. 69). Presentado así, desde su primer proyecto se comprende que su intención es hablar para todos los americanos y para toda la humanidad. De hecho, el nombre del autor, Walter Whitman, aparece en la primera edición solo en la información de derechos de autor. Al cambiar su nombre, aunque sea de forma leve (Walter por Walt), Whitman está creando una figura que, como su yo poético, será el héroe en sus poemas, y el nudo condensado de significaciones del texto. Este héroe, “Walt Whitman” o “Yo” (“I”) es una figura idealizada y representativa del norteamericano de la clase obrera. Se trata de un personaje tosco, barbudo y bronceado por el sol que no posee ninguna característica particular o rasgo definitorio, pero que ha conocido, a través de una visión, las potencialidades todas del norteamericano.
En “Canto a mí mismo”, el yo poético nos hablará sin seguir una estructura lírica determinada, sino avanzando por medio de imágenes, en una sucesión donde una sugerirá otra que a su vez sugerirá determinado estado de ánimo o de pensamiento, en un tren de asociación pura, logrando así que el lector perciba parte del caos propio de lo cotidiano que el poeta organiza, como veremos, para manifestar el orden trascendental de todas las cosas. Sin embargo, el crítico Malcolm Cowley logra distinguir nueve secuencias dentro de largo poema, a saber:
Una primera secuencia (del canto 1 al 4), donde el poeta se presenta como un hombre que adora su cuerpo y ama su alma, aclarando que ésta no debe ser confundida con su personalidad.
En la segunda secuencia (canto 5) se aborda la unión del poeta y su alma en un estado de éxtasis que lo sume en un sentimiento de amor fraternal con Dios y con toda la humanidad.
En la tercera secuencia (cantos 6-19), mediante la imagen del pasto se simboliza el milagro que representan las cosas comunes y la divinidad manifestada en cada persona ordinaria. A lo largo de la secuencia, Whitman observa las ocupaciones de los seres comunes, y se cuenta él como parte de sus vidas. La clave de en este caso se encuentra en el verso “I observe” que transforma al poeta en una suerte de profeta que se dedica a andar y percibir.
En la cuarta secuencia (cantos 20-25), se venera al poeta como ser inmortal, a través del cual pueden conocerse a todos los hombres. Es el poeta del cuerpo y del alma, de los elementos, tanto de la virtud como del vicio, y muchas otras voces hablan a través de sus labios, incluyendo a esclavos y prostitutas, como veremos más adelante.
En la quinta (cantos 26-29) Whitman declara su estado contemplativo al decir “ahora no haré sino escuchar / para enriquecer este canto con lo que oiga, para dejar que los sonidos contribuyan a él” (p. 73) y se produce en él un éxtasis de ser que luego, al sentir con el tacto, se transforma en un éxtasis de unión sexual.
La sexta secuencia (30-38), sobre la que volveremos luego debido a su importancia, aborda su relación particular con cada cosa y cada persona.
La séptima secuencia (39-41) introduce un concepto asociado al “superhombre”: todos los hombres son divinos y serán, eventualmente, dioses.
En la octava secuencia (45-50), el poeta alza la voz entre la multitud y ofrece hechos para ilustrar su doctrina.
Finalmente, la novena secuencia (51-52) es una despedida que hace Whitman antes de retirarse y esperar por su futura encarnación, mientras invita a los otros a que se le unan.
Esta somera secuenciación del poema nos permite ya una primera aproximación a la construcción del yo poético, la imagen que Whitman construye para ordenar la estructura simbólica de su poema y poder ordenar y equilibrar los diferentes discursos que vuelca a sus versos. El yo poético es una fuerza unificante, una voz totalizadora que el autor crea para poder expresar de forma orgánica ideas, reflexiones, experiencias y observaciones muy diversas. Así, en “Canto a mí mismo”, Walt Whitman se presenta como el vehículo estructurante del poema, como la fuerza que armoniza los variados discursos que se vuelcan al poema aun cuando son, en muchos casos, contradictorios entre sí. Para ello se propone la figura del poeta como una totalidad que reconoce en cada cosa sencilla la proporción indicada, sin intentar moralizar, sino siendo un conocedor del alma que debe indicarnos el camino entre la realidad y el espíritu de los hombres. Whitman subsume la totalidad a la figura del hombre, y luego de presentarse él y dar a conocer su unión fraternal con toda la humanidad, representa una serie de imágenes diversas que reconstruyen situaciones cotidianas de la realidad que se suceden unas a otras en asociación libre, creando una sensación de caos propia del mundo empírico, pero que se ordenan perfectamente siguiendo el afán totalizante del héroe poeta. Para comprender esta concatenación de imágenes de la experiencia humana, es posible citar un ejemplo, entre los muchos que abundan en el poema:
El pequeño duerme en su cuna, / levanto el tul y le miro largamente, ahuyentando en silencio las moscas con la mano.
El muchacho y su ruborizada compañera se pierden en la espesura de la colina, / desde la cima les espío.
El suicida yace sobre el piso ensangrentado de la alcoba, / observo su cadáver, sus cabellos salpicados de sangre y el lugar / donde cayó la pistola.
El bullicio de la calle, las llantas de los carros, el pisar de las botas, / las charlas de los que pasean…
(p. 51)
Para lograr el orden de los materiales que componen sus cantos, Whitman no se limita a representar una imagen concreta y pura de la realidad, sino que decide atravesar esas imágenes con su propio ser y ordenarlas en función de su esencia; es decir, antes que representar la realidad, Whitman se identifica con la realidad.
Según la doctrina whitmaniana todo emana de un "alma universal" y, por ende, su propia alma es de la misma esencia, y así él puede identificarse con cada objeto o con cada persona, esté viva o muerta, sea heroica o criminal. Asimismo, en las secciones 8-15, Whitman observa y relata la vida de otras personas, mientras que a partir de la sección 16 pasa a identificarse con ellas y a encarnar esas vidas, como puede observarse en este pasaje, en el que el yo poético ha logrado una identificación total con todos los hombres: “Soy granjero, artesano, artista, caballero, cuáquero y marino; / presidiario, rufián, vividor, abogado, médico, sacerdote” (p. 62).
El alma universal es la esencia del yo poético, igual en importancia y en alcance trascendental a todas las profesiones y todos los hombres, desde los más ilustres hasta los más ruines. Así, el orden que estructura todas las imágenes que componen su canto es, ni más ni menos, que ese “Yo” poético al que le dedica el poema.
El poder de la identificación con todos los órdenes del universo funciona entonces como la fuerza generadora y estructurante del poema, y en ello radica la originalidad que su época le atribuyó, y el fuerte impacto que “Canto a mí mismo” generó en el panorama literario mundial después de su publicación.
La función totalizante del yo poético aproxima la obra de Whitman, como se ha dicho en secciones anteriores, a la poesía épica clásica. Este vínculo se ve también en un procedimiento literario muy utilizado en la épica, el catálogo: un dispositivo que se utiliza como un inventario retórico y al que Whitman recurre para nombrar una variedad de profesiones y personas que conoce en su viaje por los Estados Unidos. Luego, mediante el proceso de identificación que hemos analizado, Whitman absorbe en la definición de su Yo a todas esas personas y profesiones.
Como hemos dicho, está claro que el Yo de Whitman es mucho más que su ser particular. Sin embargo, en su poema, Whitman utiliza el símbolo de su cuerpo desnudo en medio de la naturaleza para indicar su propia fusión con el mundo que lo rodea. Ese Yo, que es toda América, naturaleza y hombres incluidos, exalta su propio cuerpo y su propia individualidad, que se explora en función de sus apetitos y deseos. Esto pone en evidencia que la idea del individuo no escapa al poeta, sino que la utiliza como punto de partida. Luego, es el amor lo que une su individualidad a la del resto del mundo.
En la sexta parte de “Canto a mí mismo”, Whitman utiliza la metáfora de la hierba para tratar de explicar otro aspecto de su yo poético: el yo democrático. Ante la pregunta del niño, “¿Qué es la hierba?” (p. 48), Whitman reconoce que no lo sabe y comienza a reflexionar en torno a esa idea y llega a la conclusión de que, si bien no puede explicarla, la hierba brota por igual en todas las tierras, se entrega de la misma forma a todos los hombres y todos pueden hacer uso de ella. De esta forma, la hierba se convierte en una metáfora de la democracia, que es la fuerza capaz de equilibrar lo individual con lo colectivo, y este es el alegato político más importante del poema: la fuerza unificadora de la democracia hace de los Estados Unidos una tierra de un potencial infinito, porque en ella puede lograrse la hermandad de todos los hombres por medio del amor recíproco.
Por eso mismo, Whitman cierra “Canto a mí mismo” tratando de nombrar a esta gran colectividad democrática, pero lo encuentra imposible. Incapaz de abarcar el todo, se detiene y reconoce ante el lector que su canto puede ser contradictorio, y que su yo democrático puede estar lleno de inconsistencias. Whitman entiende muy bien que la democracia de Estados Unidos es imperfecta, llena de injusticia, egoísta y socavada por la tiranía del individuo. Por eso, en las secciones siguientes se mueve desde el yo colectivo a la esencia del yo individual: sus apetitos y sus deseos. Es a través del vínculo sexual con el resto de la humanidad que Whitman puede conectar la individualidad con el sentido colectivo, y es esta idea la que puede convertirlo en un subversivo para las instituciones morales de su época. En conclusión, es la comunión del poeta con toda la existencia, lograda a través del amor y del vínculo sexual, el método para equilibrar los discursos más variados y transmitir una sensación de totalidad absoluta en la que el poeta se proyecta, desde su cuerpo material, hacia todo el universo para colmarlo y asimilarlo a su persona.