Resumen
Continúa el diario del narrador. La entrada siguiente cuenta que ha visto el documental de Patricio Guzmán La batalla de Chile, y describe escenas que suceden en los campos de Maipú, en las que obreros y campesinos defienden tierras y discuten con un representante del gobierno de Salvador Allende. Repara entonces en la ironía de que, luego, esas tierras se convierten en las calles de fantasía, sin historia, del Chile de Pinochet. A su vez, el documental lo lleva a evocar una experiencia, ya durante la democracia, en que se proyectó en su colegio el documental. Esa vez, los representantes del centro de estudiantes insistieron sobre la importancia de conocer la historia que narra el documental por sobre cualquier otra materia que la escuela pueda enseñar, pero muchos alumnos se lo tomaron en chiste y los burlaron.
También recuerda que el colegio cambió mucho con el regreso de la democracia, a sus trece años. Empezó a conocer tardíamente a sus compañeros, algunos hijos de víctimas de la dictadura, otros hijos de victimarios, y recuerda que él se sentía distinto por no ser ni uno ni otro. Evoca también a un profesor que había sido torturado y tenía un primo desaparecido, que una vez tuvo un ataque de pánico en clase luego de escuchar los disparos de una persecución policial cerca de la escuela. Sus alumnos tuvieron que tirarle agua en la cara y recordarle que no habían vuelto los militares. Cuando él se acercó a preguntarle si estaba mejor, el profesor dijo que descreía de la democracia chilena y que para él Chile siempre iba a ser un campo de batalla. Entonces el profesor le preguntó si militaba, pero cuando él le contó que sus padres se habían mantenido al margen durante la dictadura, el profesor lo miró con curiosidad y con desprecio.
A continuación, el narrador relata un encuentro con su amigo, el poeta Rodrigo Olavarría, con quien dice que los une el amor al fracaso. Rodrigo es hijo de militantes del Partido Comunista y de chico trabajaba ayudando a sus padres a piratear el documental La batalla de Chile, tarea con la que buscaban financiar el Partido.
Otra noche el narrador se siente enfermo y acude a la guardia, donde lo atiende un médico que se apellida igual que él y que dice haber comprado todos los libros del protagonista, aunque no ha tenido tiempo de leerlos. Entusiasmado, el médico sugiere que deben ser familia y menciona familiares suyos de Italia buscando coincidencias. Sin embargo, el protagonista le dice con desprecio que la familia de él no parece descender de europeos, sino que debe provenir de algún hijo huérfano, de algún hijo de patrón no reconocido, ya que toda su rama familiar es morena, a diferencia del médico, que es blanco.
Continúa escribiendo su novela en una visita a la casa de sus padres, y cuenta cómo, para escribir el episodio en que su personaje sigue en micro a la supuesta novia de Raúl, se inspira en un viaje real que hizo a esa misma edad: una vez su padre no le dio permiso para salir y él respondió con enojo que prefería ser huérfano a tener que ser un niño que pidiera permiso para todo. A modo de represalia, sus padres le dieron la llave de la casa y le dijeron que desde ese momento él debía manejarse solo, como si fuera el hermano mayor, como un adulto. Contrariamente a lo esperado, comenzó a desesperarse cuando notó que sus padres no le prestaban atención ni se preocupaba por dónde estaba, hasta que un día decidió emprender un viaje lejos, se subió a un micro y viajó sin rumbo más de una hora. Cuando regresó, sus padres lo retaron y él se sintió feliz de recuperar su lugar original, y también comprendió que acababa de conocer un mundo nuevo, que no le gustaba.
En el camino a casa de sus padres, compara las calles actuales con sus recuerdos de infancia, y busca la casa de Claudia que en realidad fue, dice, la casa de su amiga Carla Andreu. En casa de sus padres nota cambios importantes, como un mueble nuevo para libros, y se sorprende, porque sus padres no solían leer. Al visitar su antigua habitación, ve los álbumes familiares junto con todos los libros que ha escrito, y admite que, a pesar de haberse ido hace tantos años de esa casa, aún siente una emoción particular al ir. Esa noche se queda a dormir allí, y de madrugada mantiene una conversación con su madre, en la que ella le confiesa que suele preguntarse cómo hubiera sido la vida si él no se hubiera ido tan pronto de la casa, para concluir que sería peor, pues antes de que él se fuera, ella y su padre peleaban mucho más que ahora. Luego ella le pregunta si le gusta la escritora Carla Guelfenbein, porque a ella sí, ya que se siente identificada con sus personajes, a lo que él responde, sorprendido, que es raro que se identifique con personajes que son de otra clase social y que enfrentan conflictos muy distintos a los de ella. Su madre responde, enojada, que las clases sociales han cambiado mucho y que ella ha podido igualmente identificarse con esos problemas.
Al día siguiente, su hermana lo lleva de regreso en auto y le pregunta por su novela. Él le cuenta que trata sobre Maipú, el terremoto de 1985 y la infancia y, ante su pregunta, él le confiesa que ella no aparece en su libro porque prefiere protegerla, porque es mejor no ser personaje de nadie. Ella se ofende y le pregunta si sus padres aparecen y él responde que sí, que hay personajes parecidos a ellos, pero se defiende argumentando que solo es ficción, aunque piensa para sí, y no se anima a decirle, que si a sus padres los retrata y decide no protegerlos es porque, de alguna manera, entiende que les toca comparecer ante esa historia.
El capítulo se cierra con una reflexión del narrador en la que dice que pensaba que no tenía verdaderos recuerdos de infancia, pero ahora se da cuenta de que plasmar esa historia es más arduo de lo que creía.
Análisis
La primera entrada de esta parte del capítulo hace alusión a la película La batalla de Chile, del cineasta Patricio Guzmán. Es muy común en las entradas del diario del narrador que incluya referencias a libros o películas que funcionan como material de inspiración para su práctica de escritura. La película de Guzmán, particularmente, es una trilogía que retrata los sucesos vividos en Chile entre 1972 y 1973, la insurrección burguesa y militar frente al triunfo electoral de Salvador Allende, el apoyo popular que el presidente recibió y la gestación del golpe militar que lo derrocó en 1973, dando lugar a la dictadura de Pinochet. Por esta razón, su referencia en Formas de volver a casa dialoga con la propuesta que hace la novela por retratar a la generación de quienes eran niños durante la dictadura chilena. El posicionamiento ideológico del narrador-escritor es claro cuando, a modo de crítica, señala que aquellas tierras trabajadas y defendidas por los campesinos durante el mandato de Allende se convierten luego, en la dictadura, en calles de fantasía, en calles sin historia, “donde vivimos las familias nuevas, sin historia, del Chile de Pinochet” (67). Así, él inscribe a su propia familia dentro de clima social negacionista que se vivía durante la dictadura. Será esa la crítica que más adelante, en el capítulo 4, le haga a sus padres.
Del mismo modo, la alusión a la película lo retrotrae a una escena en el colegio, apenas terminada la dictadura, en la que se representa cierto clima de decepción democrática. Los alumnos se burlan de los dirigentes estudiantiles cuando estos intentan concientizarlos sobre la necesidad de estudiar y comprender la historia. Igualmente, esa decepción parece trasladarse a los adultos, como es el caso del profesor que fue torturado durante la dictadura. Luego de su ataque de pánico, que pone de manifiesto las secuelas irreversibles que dejó la violencia de esos años en las víctimas, el profesor le transmite al narrador su escepticismo respecto de la nueva democracia chilena. Consagra esa idea con la metáfora que asocia a Chile a un campo de batalla: “No creo en esta democracia, me dijo, Chile es y seguirá siendo un campo de batalla” (68).
Pero además, la escena con el profesor es significativa para el narrador porque este se siente fuera de los grandes sucesos vividos durante la dictadura. Cuando el profesor le pregunta si milita, él le dice que no y le confiesa que sus padres durante la dictadura permanecieron al margen. La reacción de aquel es de curiosidad pero también de desprecio, y eso hace mella en el narrador. En efecto, en adelante mencionará varias veces su sensación recurrente de sentirse ajeno a esa historia, por no haber participado activamente ni tampoco haber sido víctima. Esto queda aún más acentuado cuando se reúne con su amigo Rodrigo y menciona su historia de vida: de chico colaboraba con la militancia clandestina de sus padres en el Partido Comunista, ayudándolos a conseguir fondos para el partido con copias pirateadas de La batalla de Chile. Esa experiencia de infancia clandestina contrasta notablemente con la infancia del narrador, y hacia el final de la novela encontrará la manera de reprochárselo a sus padres.
En otra entrada, el narrador cuenta que visita la casa de sus padres. En el trayecto que lo lleva allí, memoria y ficción se entrecruzan nuevamente, cuando dice: “Quería ver la casa de Claudia, que en realidad fue, durante un tiempo, la casa de mi amiga Carla Andreu” (76). Plasma de esa manera la mezcla de vivencias concretas e invención que su novela conlleva. Por otro lado, este viaje a Maipú representa otro regreso a casa, pero esta vez desde la perspectiva del adulto. Él señala que, si bien suele preferir ver a sus padres en el centro y no en Maipú, su visita a la casa familiar tiene el objetivo de “refrescar algunos detalles del relato” (74). De hecho, cuenta que aprovecha la estadía para seguir escribiendo. Así, la novela que escribe sobre su pasado se convierte también, metafóricamente, en otra de las formas posibles de volver a casa: volver a la casa familiar para volver a ese pasado.
La escena que le toca escribir, justamente, es otro regreso a casa: la del viaje luego de perseguir a la mujer en el micro. Cuenta el narrador que, al escribir eso, estaba “pensando en un viaje real, más o menos a esa edad” (74). Otra vez, entonces, el mecanismo autoficcional se hace patente. El viaje real de su infancia asume la forma de un acto rebelde y está estrechamente relacionado con el vínculo con sus padres y con la diferencia generacional. De hecho, el castigo que sus padres le dan (mostrarse indiferentes y tratarlo como si fuera el hermano mayor) es una reacción al capricho del niño de querer dejar de ser tratado como tal. Sin embargo, pronto él siente la necesidad de volver a recibir ese trato cuidadoso de sus padres, con lo que planea un viaje lejos, que los preocupa mucho: “Era lo que yo quería. Estaba feliz de recuperar a mis padres. Y también había descubierto un mundo nuevo. Un mundo que no me gustaba, pero era nuevo” (75). El diario del narrador retoma el motivo del viaje, que ya estaba presente en la novela que él escribe. Este viaje supone un aprendizaje y deja una huella en la identidad del protagonista.
Por otra parte, es significativa la charla que el protagonista tiene con su madre durante su estadía. El diálogo difiere notablemente de aquel que abre la novela, cuando ella lo reta por haberse perdido y le aconseja sobre qué camino debe tomar. Este, en cambio, es un diálogo entre adultos y el vínculo madre-hijo ya no es tan asimétrico como en la infancia. Entre otras cosas, ella le comenta que está leyendo a una autora que le gusta mucho y él no puede evitar responderle con sorna, sorprendiéndose de que su madre pueda identificarse con problemáticas que pertenecen a otra clase social. Evidentemente, en este punto el narrador atribuye a su madre los mismos prejuicios del pasado, aquellos que, según retrata el capítulo 1, explicaban por qué los adultos de Maipú negaban los peligros de la dictadura ("jugaban a pensar que el descontento era cosa de pobres y el poder asunto de ricos", 23). El narrador desliza así una crítica velada a su madre, reprochándole su mirada clasista, y sin embargo se lleva una sorpresa cuando ella contradice esa mirada y le dice que las clases ya no son lo que eran y que las cosas han cambiado.
También es significativo el diálogo del narrador con su hermana, cuando ella le pregunta por su novela. Recuperando la idea de la escritura como una forma de exponerse, el narrador le explica que ella no aparece retratada en su novela porque él entiende que ser personaje es perder toda protección, “es mejor no ser personaje de nadie” (82). Sin embargo, él mismo se sorprende al entender que no tuvo ese mismo reparo a la hora de retratar a sus padres, y concluye: “supongo que les toca, simplemente, comparecer”. Como si se tratara de un ajuste de cuentas, el narrador entiende que su novela es el lugar donde iluminar aquello que permanecía oculto: no solo las escenas de los niños, supuestos personajes secundarios, sino también las acciones de sus padres, los silencios, las versiones que transmitieron a sus hijos como si fueran la única verdad. Por eso es que les toca comparecer, es decir, presentarse a donde se los convoca para dar respuestas y explicaciones. Además, esta charla con la hermana permite conocer que el tema de su novela, para él, es el terremoto de 1985, la necesidad de poner en palabras esa experiencia y la marca que dejó en la infancia. Esta idea será retomada al final de la novela.