Resumen
El protagonista comienza a espiar a Raúl, esperando que haga algo anormal e imaginando escenarios peligrosos que nunca suceden. Cada jueves se reúne con Claudia y se esconden en el Templo de Maipú para que él le cuente las novedades. En una de esas oportunidades, él le pregunta si esa misión secreta se debe a que Raúl es democratacristiano y, como ella se burla de esa idea, él le pregunta si entonces es comunista. Ella se pone muy seria y amenaza con suspender los encuentros, pero luego le dice que se limite a espiar y no haga más preguntas.
Entonces el narrador afirma que de chico pensaba que un comunista era alguien que leía el diario y recibía en silencio burlas de los demás, pues recuerda que esa era la conducta de su abuelo, el padre de su padre, al que este una vez, en una reunión familiar, había llamado violentamente “viejo comunista” (37). Toda la familia luego se había echado a reír, salvo su abuelo, que se había quedado muy serio. En la misma línea, el narrador recuerda que, al retomar las clases luego del terremoto, la señorita Carmen (con la que no se llevaba bien porque se había sentido humillada la vez que él le señaló un error de ortografía), es reemplazada por el profesor Morales, con quien adquiere la confianza suficiente para preguntarle si ser comunista es malo. El profesor le pregunta con desconfianza si se lo pregunta por creer que él mismo es comunista, pero luego de que el niño le dice que sabe que no es comunista, y le cuenta que en cambio su abuelo paterno sí lo era, el profesor se relaja. Sin embargo, le dice que en ese momento que están viviendo no es aconsejable hablar sobre esos temas, aunque llegará el día en que podrán hacerlo libremente, y el niño entiende que eso será cuando termine la dictadura.
Una tarde, el niño escucha unas voces a través de la pared de su casa y nota que Raúl está acompañado por un hombre, de modo que al día siguiente se hace el enfermo para quedarse en casa espiando. Cuando ve salir a Raúl, tira una pelota a su jardín y toca el timbre para pedirla, pero nadie lo atiende. Sin embargo, más tarde ve salir al hombre de la casa de Raúl y da la vuelta manzana para cruzárselo en la calle y finge estar perdido. El hombre lo acompaña a su casa y él aprovecha para preguntarle si conoce a Raúl, a lo que el hombre responde que es su primo y que él está en Santiago para hacerse cargo de unos trámites. Luego de dejarlo en su casa, el hombre se va nervioso.
Claudia se muestra impasible con la novedad de ese primo y de los otros cinco hombres que visitan a Raúl durante esos meses, pero cuando oye la noticia de que Raúl ha alojado durante dos noches a una mujer, por fin se sorprende y enoja. Él le dice que debe ser una novia y ella le pide que averigüe todo lo posible sobre esa mujer. En ese encuentro, en el Templo de Maipú, ella le muestra las distintas banderas de América que flanquean a la Virgen del Carmen. Le dice que para ella la más bonita es la de Argentina y le pide a él su opinión. El niño casi defiende la de Estados Unidos, pero justo antes Claudia afirma que esa es la bandera más horrible y él, por complacerla, afirma lo mismo.
Unas semanas después vuelve a ver a la mujer y nota que se trata de una chica de unos dieciocho años, con lo cual es improbable que sea novia de Raúl. Intrigado, la sigue y se sube al mismo micro que toma ella, a pesar de que nunca ha viajado solo en micro, salvo para ir a la escuela. El viaje dura más de una hora y media y él comprende que nunca ha estado tan lejos de su casa. Cuando la mujer se levanta para bajarse, él se decide a bajarse detrás de ella en la misma parada, pero de pronto nota que, mientras la sigue por calles desconocidas, ella empieza a darse vuelta a cada rato y a sonreírle, como si estuviera jugando con él. Entonces ella entra en un almacén y él se sube a un árbol para que ella crea que se ha ido. Cuando la ve salir, la persigue hasta que la ve entrar en una casa de rejas verdes y fachada azul. Anota la dirección en su cuaderno y vuelve a tomar el micro de regreso. Al llegar a su casa, pasada la una de la madrugada, se encuentra con sus padres desesperados, que han llamado a la policía. Él dice haberse quedado dormido en una plaza, y sus padres le creen, pero lo obligan luego a ir a un médico del sueño.
El protagonista acude a la cita con Claudia contento con las novedades que ha recogido, pero ella llega acompañada de un chico, al que presenta como Esteban, y aquel se enoja, porque imagina que es el novio de Claudia y lo ofende que el secreto que ellos dos compartían ahora pueda compartirse con alguien más. A partir de entonces falta a los siguientes encuentros, hasta que recibe una carta de ella citándolo en su casa. Allí lo reciben Magalí y Claudia, que se muestran muy contentas, y entonces su amiga le dice que las cosas están cambiando y que ya no hace falta que se escondan ni que él siga espiando a su tío. Él siente desconcierto y no comprende qué es lo que está cambiando. Vuelve a visitarla un par de veces más, pero como siempre se encuentra con Esteban, a quien detesta, deja de ir. Una mañana ve que Raúl está cargando su auto de cajas y cuando le pregunta qué está haciendo, él da a entender que se está yendo. Corre entonces a la casa de Claudia para informarle de la partida de su tío y para pedirle disculpas, pero al llegar a su barrio una vecina le cuenta que Claudia y Magalí se mudaron hace unos días, auqnue no sabe a dónde.
Análisis
En esta parte del capítulo se desarrolla la aventura de espionaje del personaje, narrada desde el presente de enunciación de ese mismo personaje en su adultez. A pedido de Claudia, el niño empieza a seguir a Raúl y a anotar todas las novedades que recoge. En esta tarea también aparece sugerido el escenario de la dictadura, pues si bien desde el entendimiento del niño eso no termina de explicitarse, el lector puede reponerlo y, por ejemplo, sospechar que Raúl debe estar involucrado con la militancia y, por lo tanto, debe ser víctima de la persecución ideológica que el régimen de Pinochet desplegaba sobre la militancia de izquierda. El narrador adulto se encarga de reforzar esa sospecha al evocar la escena en que le pregunta a Claudia, con inocencia infantil, si el secreto de Raúl es que es comunista.
Así, emerge nuevamente la brecha entre los saberes del narrador adulto y las impresiones de la infancia, cuando recuerda la idea ambigua e imprecisa que tiene de chico respecto de los comunistas. Esta idea es una inferencia que hace a partir de una escena familiar en que su padre, despectivamente, trata a su abuelo de comunista. Enmarcado por el silencio y la falta de explicaciones de sus padres, el niño concluye que un comunista es un viejo que lee el diario, como su abuelo hacía. La reflexión resulta simpática pero permite también dar cuenta de la evolución que se produce entre el niño, que no comprendía aquello que vivía, y el adulto quien, al revisar su pasado, puede otorgar sentido a aquello que entonces no sabía interpretar.
De inmediato, el narrador liga ese recuerdo a la charla con su profesor Morales, en que el tema del comunismo vuelve a surgir. La diferencia generacional supone también una diferencia de percepción: mientras que el chico le pregunta sin reparos si ser comunista es malo, el profesor se alarma y se siente interrogado, dado el contexto, en el que ser comunista era un peligro que podía significar el secuestro, la tortura, la muerte o la desaparición de personas. Salvando esa distancia generacional, el profesor comprende que su alumno ignora ese riesgo y le aconseja no hablar de esos temas en ese momento. Así, no solo en la casa, sino también en la escuela, los adultos optan por el silencio. Sin embargo, el profesor abre un resquicio de esperanza, al decir que ya vendrán tiempos mejores, en que se podrá hablar de las cosas sin miedo.
Otro suceso que también llama la atención del lector y abona la hipótesis de que Raúl lleva adelante prácticas perseguidas por el régimen militar es el hecho de que hospede gente en su casa, tan solo por un par de días. Este rasgo llama la atención del niño pero no la de Claudia, que claramente entiende más que el chico y evade sus preguntas, diciendo que se trata de familiares lejanos. La escena en la que el niño persigue a uno de los hombres que aloja Raúl acentúa aún más esa impresión: el hombre parece querer pasar desapercibido, por lo que no atiende el timbre cuando el niño toca, y se muestra muy nervioso cuando él lo aborda en la calle. Un lector atento, al hilar estos sucesos en el contexto de la dictadura, puede interpretar a los huéspedes anónimos de Raúl como otros posibles perseguidos políticos que se refugian temporariamente en esa casa.
En el marco de ese espionaje, que acata como un modo de ganarse la amistad de Claudia, el niño lleva adelante la persecución de una mujer, la supuesta novia de Raúl. Así, la persecución como práctica violenta de la dictadura es replicada, en forma de juego inocente, por un niño que, falto de explicaciones, es incapaz de entender los verdaderos peligros que corre. Por eso, cuando nota que el chico la sigue, la mujer se da vuelta cada tanto, como jugando con él. Por otro lado, para perseguir a la mujer, el niño se sube a un micro y por primera vez hace un viaje largo solo, sin la custodia de sus padres, que marcará un antes y un después en su vida. Se introduce así otro motivo recurrente en la novela: el viaje. Tanto el viaje como el camino que ese viaje asume marcan el aprendizaje del narrador-protagonista: el niño sale de su lugar de confort, su casa, y emprende un trayecto sin adultos, desobedeciendo el mandato de los padres y en pos de un interés propio, ayudar a su amiga. De este modo, si el primer capítulo de Formas de volver a casa se abre con un primer regreso a casa solo, accidental, se cierra con otro regreso, que otra vez marca un crecimiento: en ese trayecto, el personaje comprende que hay búsquedas que pueden emprenderse por fuera de la órbita y del entendimiento de los padres. Por eso, al volver a su casa, decide inventar una excusa para su ausencia. Esta revelación es el germen del distanciamiento que el personaje irá experimentando respecto de sus padres, al forjar una subjetividad propia y una manera de pensar la realidad chilena distinta a la que ellos transmiten.
Además, en su rol de perseguidor, el niño encarna la búsqueda de respuestas, una inquietud que sostiene hasta su adultez y caracteriza su actitud en toda la novela. Esta noción de aprendizaje ligada al viaje como búsqueda y al camino es anticipada en uno de los dos epígrafes que abren la novela: "Ahora sé caminar; no podré aprender nunca más". Esta cita corresponde a Walter Benjamin, significativamente a su libro de memorias de infancia. En ella la caminata -y, por consiguiente, el camino, el recorrido que esa caminata supone- implica un aprendizaje que una vez que acontece es irreversible. De la misma manera, los numerosos viajes que el narrador emprenda en la novela implicarán aprendizajes que dejarán huellas y modificarán su identidad para siempre.
El juego de espionaje se cierra abruptamente, sin embargo, cuando irrumpe la realidad histórica. Aparentemente, la situación ha mejorado: “muy lentamente las cosas están cambiando” dice Claudia, enigmática. El secreto aún se mantiene pero ya no incluye al protagonista. El lector intuye en la alegría de Claudia y Magalí que los riesgos que corre Raúl han mermado. El relato de la infancia, impulsado por el terremoto, se cierra con la salida de Claudia de su vida, cuando se va de Maipú.