Resumen
El capítulo retoma el diario del narrador y protagonista escritor del segundo capítulo, la tarde que Eme acepta leer el manuscrito pero en mitad de la lectura dice que necesita irse a su casa. Luego elabora una reflexión sobre lo difícil pero a la vez necesario que es escribir un relato genuino sobre algo, sobre alguien, incluso sobre uno mismo. Enseguida recuerda que cuando era chico su padre solía cuidar su auto Peugeot 404 con tanto amor como si se tratara de una persona, y él solía ayudarlo. Pero una vez lo chocó un camión, el auto quedó destrozado y su padre estuvo a punto de morir. Desde entonces, siempre mostraba la marca del cinturón de seguridad que le había quedado en el pecho, como una señal de que hay que ser prudente y respetar las normas. El narrador recuerda el disgusto que le generaba ver esa herida.
Un mediodía se junta a almorzar con Eme, pero ella evade el momento de hablar sobre el manuscrito que él le ha dado a leer. Cuando le pregunta, ella le dice que está bien, que es una novela, como sacándose el tema de encima. Él quiere insistir pero luego de distraerse con una conocida con la que se encuentra, Eme se disculpa y le dice que tiene que irse. Él se vuelve a su casa fastidiado.
Una entrada posterior del diario recupera sucesos de la infancia, cuando se cortaba la luz en su casa y su madre contaba siempre el mismo chiste para que él y su hermana no tuvieran miedo, aunque él entiende ahora que eran sus padres los que tenían miedo. Enseguida piensa que es de eso de lo que quiere hablar en su libro, de esa clase de recuerdos. Una mañana lo llama su amigo Pablo para leerle una cita de Tim O’Brien que define a la memoria como aquello donde permanecen fragmentos extraños sin principio ni fin. Esto lleva al narrador a reflexionar sobre su propia escritura: entiende que al escribir se suele mentir mucho, limpiando erróneamente todo el ruido con el que nos llegan los recuerdos, como si solo de esa forma se avanzara hacia algún lado. Piensa entonces que tal vez haya que plasmar directamente ese desorden.
En los días posteriores continúa con dificultades para escribir, especialmente prosa, de modo que ensaya unos versos endecasílabos sobre la escritura. Enseguida anota en su diario un sueño en el que él está muy borracho y su amiga escritora Alejandra Costamagna lo quiere llevar a su casa y le empieza a aconsejar que deje de soñar y se despierte. Cuando lo hace, llama a su amiga para contarle del sueño y ella le pregunta cómo van las cosas con Eme. Él le dice que no sabe.
En otra entrada, llega el día de las elecciones y la perspectiva de ver a sus padres festejando el triunfo de Piñera lo desalienta, así que les miente y les dice que no irá a votar. Vota con muy poca fe, sabiendo que Sebastián Piñera ganará, y siente horror de ver cómo la sociedad ha perdido la memoria, pues le entregará plácidamente el país a alguien como Piñera y el Opus Dei. Luego de votar, llama a su amigo Diego y caminan hacia el Templo, donde él cuenta las banderas de países. Con Diego hablan de la idea chilena de villa, de cómo representa el sueño de una clase media pero sin ritos y sin arraigos. Por la tarde, en la casa de la madre de Diego, ven que los resultados de las elecciones auguran una segunda vuelta, pero con amplia ventaja de Piñera.
A continuación, el narrador y Eme cenan en un restorán y ella empieza una charla sobre su relación, en la que dice que ante las ganas que tienen de estar juntos, han estado fingiendo que son distintos a cuando se separaron. Pero en realidad siguen siendo los mismos, es decir, no han cambiado lo suficiente como para que lo suyo funcione. De pronto, Eme comienza a hablar sobre la novela de él y le dice que quizás debería agradecerle, pero en verdad no quiere que nadie cuente su propia historia. Acto seguido, le propone acabar con la relación. Unos días después, Eme le envía una caja con sus cosas, entre ellas, muchos libros que él le prestó. Entonces, en la medida en que escribe, nota que ha empezado a hablar en pasado de ella, comprendiendo que ya no es parte de su vida.
Luego retoma la reflexión sobre su novela y las dificultades que tiene para escribir, y menciona algunos cambios en los procedimientos, en la focalización, en el rol del narrador. Alejándose de la novela, ensaya unos versos y comprende que se trata de eso, de recordar las imágenes con plenitud, genuinas, sin arreglos, sin excusas.
La siguiente y última entrada llega luego de varios meses sin escribir en el diario, y narra el terremoto de 2010. El narrador cuenta que estaba escuchando música cuando empezó el terremoto y pensó con extraña calma que era el fin del mundo. Cuando termina, se acerca a sus vecinos a preguntarles cómo están; ellos le preguntan cómo están ellos, en plural, como si aún viviera con Eme, y él, sin corregirles, responde: “estamos bien”. Entiende que ahora él es el vecino solo, es Raúl y es Roberto. Piensa entonces con horror que su novela quizás termine con su casa de Maipú destruida y eso lo lleva a pensar en el terremoto de 1985. Comprende que la necesidad de empezar a escribir sobre eso surgió de entender que esa fue la primera vez que pensó en la muerte; que, hasta entonces, la muerte había permanecido como algo invisible para los niños, que corrían sin preocupaciones por las calles de fantasía y que estaban a salvo de la historia.
Luego de escuchar los saldos del terremoto en la radio, el narrador recorre la ciudad y llega a la casa de Eme, donde llega a escuchar su voz y la de sus amigas, comprendiendo que está a salvo, y se va. Piensa en partir hacia Maipú de inmediato, pero logra comunicarse por teléfono con su madre, que le dice que están bien ellos también, y le pide que no vaya a verlos porque es peligroso el trayecto. Sin embargo, él decide ir al día siguiente. Por la noche escribe sobre el dolor de los muertos del terremoto y de los muertos de ayer y de mañana, y sobre ese oficio suyo de escribir, de pasarse la vida observando. Mientras ve pasar los autos por la ventana, recuerda todos los autos que tuvo su padre a lo largo de su vida y piensa con melancolía en la cantidad de niños que viajan en ellos, niños que, como él, recordarán en el futuro el antiguo auto en que viajaban con sus padres.
Análisis
Este capítulo se diferencia de los anteriores porque presenta un título que ya no remite, como aquellos, a categorías de la literatura, por lo que funciona como una especie de epílogo en el que se cierran muchos ejes abiertos y el narrador consolida su aprendizaje: el capítulo se titula “Estamos bien”, aludiendo a ese estado de conformidad.
Gran parte del capítulo se dedica a reflexiones metadiscursivas en las que el narrador piensa en la novela que está escribiendo y, sobre todo, en la dificultad que insume el trabajo de memoria y recuperación del pasado. Reconoce la tensión irresoluble entre la extraña pretensión de escribir un relato genuino sobre sí mismo y la necesidad que siente de hacerlo. En el transcurso de esas reflexiones, echa mano de recuerdos de infancia que le traen imágenes reveladoras, material que lo interpela para su escritura: “De eso quiero hablar. De esa clase de recuerdos” (150).
La escritura del diario deja en evidencia las dificultades que se presentan a la hora de emprender el relato de la memoria: implica un trabajo de reconstrucción, fragmentario, que constantemente exhibe el juego entre el pasado y el presente. De esa manera, mientras escribe, mira por la ventana los autos pasar y recuerda su primer trabajo al irse de la casa de sus padres, que consistía en contar autos. Esa anécdota lo lleva al recuerdo de cómo su padre arreglaba con pasión su Peugeot 404 y, de inmediato, al recuerdo de su accidente y de la marca que le quedó en el pecho. La superposición de recuerdos es aleatoria, genuina, y el diario permite registrar ese desorden sin mayores pretensiones. La dificultad está, en cambio, al momento de darle forma de novela a esa sucesión desordenada de anécdotas.
En ese sentido, es valiosa la cita que le lee uno de sus amigos, Pablo: “Lo que se adhiere a la memoria son esos pequeños fragmentos extraños que no tienen principio ni fin” (150). En esa cita del escritor estadounidense Tim O’Brien, el narrador encuentra una respuesta a sus preocupaciones: comprende gracias a ella que los recuerdos llegan desordenados, que lo que más se recuerda es el ruido de las de imágenes del pasado y que, al intentar escribirlas, esto es, al intentar expresarlas en un discurso lineal, se acostumbra a limpiar ese ruido. “Por eso mentimos tanto, al final” (151), piensa, desalentado. Deduce entonces que sería mejor describir esos ruidos, las manchas de la memoria, como una manera de aceptar la brecha insalvable que hay entre la experiencia del pasado y su recuperación en el presente.
Por eso es que en su diario cuenta que le cuesta escribir en prosa, y opta por ensayar algunos versos: ellos le permiten “recordar las imágenes en plenitud, sin composiciones de lugar, sin mayores escenarios” (161), es decir, plasmar el ruido en lugar de borrarlo.
El rol de Eme en su escritura tiene una importancia determinante y lo desalienta notablemente que ella no lea su manuscrito. Cuando lo hace, sin embargo, toma distancia de lo leído diciéndole que es una novela, señalando con ello que lo narrado allí tiene más de ficción que de realidad, y desentendiéndose entonces de su veracidad. Más adelante, nos enteraremos de que la historia que él cuenta es la de Eme, con lo cual se entienden mejor las coincidencias visibles entre ella y Claudia. La escena final entre el narrador y Eme marca un nuevo paralelismo entre novela y diario: al igual que en la escena entre el narrador y Claudia del capítulo 3, Eme habla de la importancia de poder contar la propia historia. Por eso señala su disconformidad con la novela de él: “Has contado mi historia, me dijo, y debería agradecértelo, pero pienso que no, que preferiría que esa historia no la contara nadie” (159). Así como Claudia ha hecho un largo recorrido hasta poder decir “yo”, Eme pide que su historia no sea hablada por otros.
Más allá de la ruptura con Eme, que implica el cierre de un ciclo, como sucedía en la novela de Claudia, el capítulo también retrata en tiempo real las entradas del diario sobre las elecciones de 2009 en Chile, en las que triunfa por primera vez Sebastián Piñera. Hay un claro posicionamiento del narrador en contra de ese candidato, razón por la cual también le cuesta vincularse con sus padres, porque sabe que lo apoyan. En su diario, expresa la amargura que estas elecciones le traen, haciendo una lectura histórica de ellas: “Me parece horrible. Ya se ve que perdimos la memoria. Entregaremos plácida, cándidamente el país a Piñera y al Opus Dei y a los Legionarios de Cristo” (156). Para él, el triunfo de Piñera deja en evidencia que la sociedad chilena no ha aprendido de su pasado oscuro (de ese retratado en el primer capítulo), por eso la sensación de haber perdido la memoria, en un claro gesto que pone al narrador en línea con la decepción del profesor de Historia: Chile sigue siendo un campo de batalla.
De esto se deriva que la memoria en la novela es abordada tanto en su dimensión individual como en la social. La tarea del narrador propone, por un lado, la construcción de su memoria individual pero, a su vez, la memoria es defendida como un valor social necesario, que permite el conocimiento de la historia y un compromiso con el devenir, para que los errores del pasado no vuelvan a repetirse. Ese parece ser el compromiso del narrador con su generación, al interpelarla en su experiencia común con ella.
La novela se cierra con un nuevo terremoto, el del 27 de febrero de 2010. De hecho, luego de meses sin escribir, el narrador retoma la escritura de su diario para retratar los sucesos de ese día. Es significativo que la novela se abra y se cierre un terremoto. Podría decirse que el terremoto simboliza en ambos casos un suceso determinante en la vida del narrador, que le inspira distintas reflexiones y actitudes hacia su entorno. A raíz del terremoto de 2010, entiende que su motivación por escribir sobre el de 1985 surgió de que esa fue la primera vez en que concibió la muerte como una posibilidad: “La muerte era entonces invisible para los niños como yo, que salíamos, que corríamos sin miedo por esos pasajes de fantasía, a salvo de la historia. La noche del terremoto fue la primera vez que pensé que todo podía venirse abajo. Ahora creo que es bueno saberlo. Que es necesario recordarlo a cada instante” (163).
El terremoto rompió de alguna manera su inocencia y evidenció la fragilidad de su vida, sometida no solo a la catástrofe natural sino a las contingencias de la historia. La novela del narrador-escritor, al situar su origen en ese terremoto, señala la importancia de enfrentar los desafíos de la historia, en lugar de estar a salvo de ella.
El terremoto de 2010 también señala un momento significativo en la vida del narrador, que cierra de alguna manera el proyecto de búsqueda abierto por la novela. Luego de la catástrofe, sus vecinos se acercan a preguntarle cómo está y él descubre que ahora es un vecino que vive solo, como lo era Raúl. Libre de los prejuicios del pasado, se identifica con aquello que de niño le resultaba una excentricidad. Luego, camina por las calles de su barrio y ve la destrucción que el terremoto ha dejado: la gente afuera de sus casas, los niños durmiendo en la vereda. Sin embargo, hay un clima de solidaridad y comunión en las personas. En ese clima sensible, el narrador llama a sus padres para ver cómo están y les propone viajar a Maipú. Su madre nuevamente lo aconseja al respecto, para que no se ponga en peligro, pero él piensa para sí que al día siguiente viajará a verlos. Otra vez asistimos a un regreso a casa, pero ahora se da motivado por un gesto de afecto y preocupación. El terremoto rearma las prioridades y el protagonista logra superar los desacuerdos con sus padres y anteponer el deseo de cuidarlos, esta vez él a ellos.
En este giro en el vínculo con sus padres, la novela se cierra con una imagen nostálgica que da cuenta del paso del tiempo y del ciclo de la vida. Al ver pasar los autos por la calle, nota que todos los coches que su padre usó alguna vez ya no circulan por las calles. Enseguida piensa en los niños del futuro que, como él, recordarán de adultos los paseos en auto con sus padres. Mediante ese registro afectivo, el narrador parece permitirse una reconciliación con sus padres y con su pasado.