Resumen
Poco antes del amanecer, algo muerde uno de los cebos que el esquife tiene detrás. Santiago rápidamente corta el sedal. Pierde mucha línea, pero piensa: “¿Quién reemplazará a este pez si engancho otro y se corta el sedal?” (p.78). El pez no parece cansarse, pero para alivio del gran esfuerzo que hace el viejo, nada a menos profundidad. “Seguiré contigo hasta la muerte” (p.79), le dice al pez, y supone que el pez también lo hará.
Un pajarito vuela y se posa en el esquife. Es una curruca. El viejo le habla, le dice que descanse. En ese momento, el marlín sorpresivamente pega un tirón que lastima la mano de Santiago. Sangra por donde lo cortó la línea. Se da cuenta el viejo de que tiene que mantener sus fuerzas, comer algo. Su mano izquierda sufre de un fuerte calambre. El atún que come revitalizará su mano, piensa. Siente deseos, a su vez, de alimentar al marlín.
Mientras espera que llegue el alivio para su mano, el viejo mira el vasto mar y piensa en su soledad. Un vuelo de patos lo quita de su idea, se dice que es imposible que un hombre esté completamente solo cuando está en el mar. De repente, el marlín salta, magnífico, en el aire. Santiago ve que es más grande que cualquier pez que jamás haya visto; es más largo que el esquife mismo. Deja correr la línea hasta que el ritmo vuelve a su estado anterior.
Santiago arma otro cebo para pescar algo para comer por la noche. Cree que puede continuar esta situación y tiene que tener fuerzas para enfrentarla. Reza, aunque no es religioso. A medida que anochece, su mente vuelve hacia el béisbol. Piensa que el gran Joe DiMaggio juega de un modo estupendo a pesar del dolor de un espolón en el talón. No sabe el viejo, realmente, qué es un espolón, pero piensa que debe ser muy doloroso. Se pregunta si el gran Joe DiMaggio le dedicaría tanto tiempo al marlín. Se dice que sí, seguramente, puesto que, además, su padre era pescador. El viejo recuerda también una pulseada que jugó en un bar, de joven, contra un negro de Cienfuegos. Ganó después de todo un día de enfrentarse a otro hombre muy fuerte. Fue apodado “Santiago el Campeón” (p.97).
Casi al anochecer, un dorado muerde el segundo cebo que Santiago ha dejado caer. El viejo lo arrastra con una mano y guarda la carne para el día siguiente. Se siente afortunado. Salen las estrellas. Las considera sus amigas, al igual que al gran marlín. Decide darse un descanso, lo que en realidad solo significa dejar que la línea atraviese su espalda en lugar de usar su propia fuerza para resistir a su oponente, y quizá cerrar los ojos un poco. Finalmente se enrosca la línea en la mano izquierda y la toma con la derecha; de este modo, la izquierda sostendrá al pez y la derecha le advertirá si la línea se tensa. De todos modos, no logra dormirse. TReme por lo que podría suceder si pierde un poco la cabeza y su mente se confunde. Decide comer. En la noche oscura y helada come la mitad de un filete de dorado crudo. Finalmente se duerme y sueña con marsopas, con su cabaña, y vuelve a soñar con los leones jugando en las costas africanas.
Análisis
Santiago siente una conexión íntima con el gran pez, como con el mar, las tortugas o las estrellas. Constantemente enfatiza su amor por el animal, su respeto y su sentimiento fraterno. La muerte del pez, como la posible muerte de Santiago, no se presentan como tragedias sin sentido. Si la muerte ha de llegar, que llegue de manos de un justo oponente. La muerte, en el caso de El viejo y el mar, viene acompañada de ideas alrededor del honor y también de la aceptación de las leyes de la naturaleza. La pesca toma las dimensiones de una cruzada trascendental en la que la demostración de fuerza no es lúdica; la pesca no es un trabajo ni un entretenimiento, sino un combate con uno mismo, necesario para constituir a un hombre.
La imaginación de Hemingway ha estado más de una vez capturada por eventos que tienen que ver con la demostración de fuerza: la pesca, la caza, el boxeo. La supervivencia no es suficiente; se persigue el éxito a través de las demostraciones de habilidad. El compromiso es hacer lo que uno sabe hacer con excelencia, con maestría. El recuerdo de Santiago de la pulseada en un bar cuando joven tiene que ver con la demostración de fuerza: allí, el viejo no solo fue fuerte y apodado “El Campeón”, sino que, sobre todo, fue persistente. Santiago dice que la pulseada duró veinticuatro horas. Esta persistencia es la que utiliza para esperar al marlín. Santiago lleva ya más de veinticuatro horas haciendo fuerza para no perder el pez, y se concentra en pensar que va a poder esperarlo todo lo que sea necesario. “Pez -dijo en voz alta-. Seguiré contigo hasta la muerte” (p.79).
El béisbol es un espacio que representa un mundo paralelo con el de Santiago. En ese paradigma, los hombres también se miden por un conjunto claro de estándares. Santiago prefiere este tipo de mundo, en el que Joe DiMaggio tiene una reputación basada en su promedio inigualable de bateo; él mismo podrá medir su reputación en base al tamaño del marlín con el que vuelva a casa si logra pescarlo: “debo tener confianza y ser digno del gran DiMaggio, que siempre lo hace todo bien, incluso con el espolón del pie” (p.95). Su identificación con el célebre bateador es constante: “¿Dedicaría el gran DiMaggio tanto tiempo a pescar un pez como voy a estar yo con este?” (p.96), se pregunta Santiago. Se responde, inmediatamente, que “seguro que sí, y aún más porque él es joven y fuerte. Además, su padre era pescador” (p.96). El linaje vinculado a la pesca acentúa la relación que establece el viejo con Joe DiMaggio. A través de la acción de la pesca o el béisbol se forja el carácter; el bateador es también la suma de sus gestos, sobre todo de su persistencia en el juego a pesar del espolón en el pie.
A pesar de que Hemingway haya negado muchas veces la dimensión simbólica del texto (la crítica inclusive ha llegado a decir que El viejo y el mar es una parábola cristiana), la novela sostiene sin esfuerzo una lectura en la cual el viejo se asemeja a los protagonistas de los relatos de mártires. Inclusive se ha llegado a vincular la figura de Santiago con la de Jesucristo. Haciendo la salvedad de que Hemingway renegaba de estas lecturas, no podemos obviarla. A medida que la lucha con el marlín se intensifica, Santiago trasciende a través del sufrimiento, la persistencia y el dolor físico su condición anterior de pescador derrotado. Aislado del resto de los hombres en su soledad en el esquife, herido en sus manos por los sedales, cansado hasta el delirio por el esfuerzo, el viejo traspasa las fronteras de la sociedad. Su excepcionalidad tiene que ver con su vínculo con la naturaleza y todos los seres vivos, con su perseverancia en la adversidad y, sobre todo, con esta determinación pacífica, inclusive en relación con la muerte.