Resumen
A la madrugada siguiente, el viejo camina hasta la casa de Manolín y lo despierta. Los dos van a la cabaña de Santiago, llevan los aparejos al bote del viejo y toman un café. Luego, se desean buena suerte y se despiden.
El viejo rema lejos de la orilla, hacia las aguas profundas. Considera a los peces voladores que saltan sus amigos, y reflexiona sobre los simpáticos pájaros que tratan de atraparlos. Ama el mar; piensa en él como si se tratara de una mujer. Con precisión deja caer los sedales con los cebos evitando que la corriente los desvíe.
Mientras el sol se asoma, se aleja más y más de la costa. Observa a su alrededor: un ave marina que vuela en círculos le indica dónde puede haber peces, los peces voladores perseguidos por dorados; ve el sargazo, un alga marina que colorea la superficie del mar. Usa como guía al ave marina y pronto una de sus líneas de pesca se tensa. Piensa que si saca un atún será un buen cebo.
Santiago habla consigo mismo, se pregunta cuándo habrá desarrollado este hábito. Hablar poco es valorado en el mar, así que se siente a gusto pudiendo hablar en voz alta cuando está solo. Cree que, de escucharlo, otros pescadores pensarían que está loco. Recuerda sus tiempos en un barco de pesca de tortugas y reflexiona sobre esta actividad. Por un lado, el hombre es despiadado con las tortugas. Por el otro, ellas son alimento. Luego, se da cuenta de que ha navegado tanto que casi no ve la orilla.
Una de las varas que sostiene un sedal se tensa bruscamente. Santiago se da cuenta de que el pez que muerde el anzuelo es de un tamaño considerable, y está seguro de que es un marlín. El pez juega con el cebo hasta que lo muerde por completo y se engancha definitivamente al anzuelo. El marlín arrastra poco a poco el esquife. Santiago ya no ve tierra alrededor.
Durante todo el día el pez conduce la pequeña embarcación. Santiago sostiene el sedal con una mano, y con la otra lo ata a su espalda. De este modo, está listo para aflojarlo de ser necesario, pues si no lo hace podría tensarse demasiado y romperse. Necesita que el pez se canse. Una y otra vez el viejo piensa en Manolín: desearía que el chico estuviera con él.
Análisis
Santiago es un pescador arcaico pero experto. En este segundo día en el que se lanza al mar, somos testigos de los motivos por los cuales Manolín lo idolatra: la sabiduría del viejo es inconmensurable. Es un marinero excepcional, conoce los movimientos y el lenguaje de la naturaleza y tiene la templanza suficiente para la pesca tradicional. De estos asuntos cabe detenerse en su vínculo con la naturaleza. Santiago es un observador agudo: la fosforescencia de las algas del Golfo le dan la pauta de dónde está la “gran poza” (p.52) donde se congregan toda clase de peces; sabe que en los huecos más profundos de ese remolino que se forma en el agua se encuentran los camarones y los pececillos; sabe cuál es el horario en que salen a la superficie, en la que los peces más grandes se alimentan de ellos; el tamiz rojo del plancton en otra zona, así como el intento de pesca de un ave que vuela en círculos, le dan la pauta de que también allí hay peces; sabe cuánto pesa aproximadamente un pez con solo mirarlo. La naturaleza exhibe un lenguaje y Santiago sabe interpretarlo.
Visto así, el mar no representa para él un elemento al cual dominar, sino un libro más que leer y con el cual interactuar. Llama al mar “la mar, que es como lo llama la gente que lo ama” (p.53). Profundiza esta idea:
Algunos pescadores más jóvenes, los que utilizaban bolsas para los pedales y tenían botes a motor, comprados cuando los hígados de tiburón se pagaban a buen precio, lo llamaban el mar, en masculino. Y hablaban de él como un rival, o un lugar, o incluso un enemigo. Pero el viejo siempre se refería a él en femenino y como algo que concedía o rehusaba grandes favores y que si hacía cosas malvadas y violentas era porque no podía evitarlo (p.54).
La naturaleza es amada y respetada por el viejo, y, a pesar de que la pesca es un modo de medir su fuerza con la de la naturaleza, esta nunca es un enemigo. La naturaleza rige las leyes del oficio; a través de la resistencia de la pesca uno mide en esa tensión su valor individual.
Su forma tradicional de pescar, a diferencia de la que en la cita anterior menciona, esa pesca de los jóvenes con motores, es una manifestación de estas creencias y sentimientos con respecto a la naturaleza. La pesca en el esquife, el medirse cuerpo a cuerpo con un pez del tamaño de un marlín, tiene que ver con este respeto y este amor por el mar y la naturaleza en general, y, sobre todo, con sentirse parte de ella. Veremos más adelante varias escenas en las cuales Santiago se identifica con el pez que intenta matar. Por lo pronto, vale detenerse en lo que dice con respecto a las tortugas. Por un lado, los hombres se muestran despiadados con ellas. Por el otro, se reconoce como un depredador de las tortugas cuando relata cómo se comía sus huevos para tener fuerzas. Justifica estas acciones identificándose con esos animales: “Yo también tengo un corazón, y mis pies y mis manos son como los suyos” (p.62). Su condición animal es la que justifica el comerse los huevos. De este modo, se inserta dentro de la cadena alimenticia de la naturaleza.
Santiago ejerce una precisión inigualable a la hora de pescar. Mantiene sus líneas perfectamente rectas en profundidad en lugar de dejarlas a la deriva, flotando, como hacen otros pescadores, lo que significa que siempre sabe exactamente qué tan hundidas se encuentran. La concentración de Santiago, su fuerza y su determinación ante los obstáculos, la maestría con la que ejecuta cada tarea y la imagen que proyecta de él Manolín lo delinean como un héroe.
Dos aspectos muy sobresalientes hacen que el viejo se ajuste al prototipo de héroe: en primer lugar, su particular determinación por conocer las reglas que rigen el universo. Medita sobre las estrellas, los peces, la relación entre la suerte y el esfuerzo, el comportamiento del mal. Por otra parte, como tantos otros héroes, es víctima de su propio orgullo, que lo lleva literalmente más allá de sus posibilidades concretas. Como en cualquier epopeya clásica, la lucha más importante que se libra en El viejo y el mar es moral. Ahondaremos más sobre este asunto cuando alcancemos los resultados de su aventura.
Ahora bien, no debemos creer, pensando en el primer aspecto antes mencionado, que las meditaciones del viejo son metafísicas o abstractas. Como vimos en la primera parte, la literatura de Hemingway no es ornamentada o pretenciosa, o siquiera introspectiva. La defensa del realismo se sostiene en el hecho de que a través de las acciones materiales, cotidianas y prosaicas, y de la materialidad del entorno, es que el hombre se manifiesta. Como dijimos, él es la suma de sus gestos. La inmediatez de los gestos le gana en la literatura de Hemingway al carácter inalcanzable de las reflexiones metafísicas.
La pregunta de muchos críticos gira en torno a si es efectivamente realista la construcción del personaje de Santiago. Para algunos, todo indica que es un arquetipo poco verosímil de bondad y pureza en un vínculo de hermandad profunda con la naturaleza, muy propia del romanticismo. Ante esos cuestionamientos, Hemingway simplemente mencionó el hecho de que tuvo la suerte de conocer a un gran hombre y un gran chico, cosa que los escritores modernos muchas veces olvidan que existe. Ese hombre era Gregorio Fuentes, el capitán de su barco Pilar.
La suerte es uno de los grandes temas del texto, pero siempre viene aparejada de la persistencia y la determinación. El viejo no niega que está en una mala racha, que hay en sus derrotas cotidianas en el mar algunas razones que no puede explicarse. No niega estar salao, como dicen los padres de Manolín. Sin embargo, no deja jamás de trabajar duro por intentar llevar un pez a casa. La suerte va y viene, pero su maestría en la pesca, su amor por el oficio, su respeto por la naturaleza y su tenacidad no descansan: “Lo que ocurre es que la suerte me ha dado la espalda. Pero ¿quién sabe? Tal vez hoy. Cada día es un nuevo día. Es mejor tener suerte. Pero prefiero ser meticuloso. Es mejor que la suerte te sorprenda cuando estás preparado” (p.57). El valor está puesto en el trabajo duro, en el coraje y la perseverancia. Dirá más adelante: “Sigue navegando y acepta las cosas tal como vengan” (p.134).