Resumen
Rousseau pasa a describir diferentes formas de gobierno: el democrático, el aristocrático y el monárquico. La democracia es el gobierno más difícil de preservar, y pocos Estados reúnen las condiciones necesarias para sostenerla. En primer lugar, el Estado debe ser muy pequeño para que sea fácil celebrar asambleas públicas. En segundo lugar, para evitar debates reñidos y agilizar los asuntos públicos, el pueblo debe tener actitudes y hábitos morales similares. En tercer lugar, todos deben similar cantidad de riqueza, porque la desigualdad económica crea diferencias de poder que no pueden existir en una democracia. Por último, no debe haber lujo, porque el lujo corrompe la moralidad pública, haciendo de los ricos, vanidosos, y de los pobres, codiciosos. El gobierno democrático es también el más propenso a tener guerras civiles y conflictos internos. Por esta y otras razones, Rousseau cree que la democracia es difícil para el hombre común, y que solo los dioses podrían gobernarse democráticamente.
A continuación, Rousseau centra su atención en la aristocracia, el gobierno de unos pocos. Hay tres tipos de aristocracias: la natural, la hereditaria y la electiva. La primera, que se basa en la fuerza natural, solo es apropiada para los pueblos simples. La segunda es la peor de las tres, porque fomenta la injusticia y permite gobernar a personas no calificadas. Eliminadas así las dos primeras, Rousseau prefiere una aristocracia electiva. Esta forma de gobierno tiene varias ventajas sobre la democracia pura. Las asambleas se celebran con mayor comodidad, y los asuntos públicos se llevan a cabo más fácilmente. Una aristocracia electiva también inspira más respeto en el extranjero y gestiona mejor la política exterior. Sin embargo, esta forma de gobierno tiene sus desventajas. En una aristocracia, el pueblo debe estar más dispuesto a tolerar la desigualdad económica, pero es un mal necesario para garantizar que gobiernen los más capacitados para hacerlo.
En una monarquía, un individuo representa todo el Estado y controla toda su fuerza. La monarquía es la forma de gobierno más poderosa, pero, también, en la que la voluntad privada tiene mayor injerencia en las cuestiones del Estado. En la mayoría de los casos, el rey fomenta una situación de debilidad y de miseria en el pueblo para que sea incapaz de resistirse a él. Los gobiernos monárquicos tienen muchos defectos y son los más propensos a la corrupción. Como el rey determina quiénes son nombrados para la magistratura, es más fácil que personas no aptas ocupen altos cargos. Rousseau afirma que la desventaja más obvia de una monarquía es cómo trata la sucesión del poder. Este proceso puede ocurrir por dos métodos: por elección o por herencia. El primer método causa agitación pública durante el período de interregno y fomenta la corrupción en el proceso de votación. El segundo permite que gobiernen personas incapacitadas solo por derecho de sangre.
Análisis
Aunque el soberano puede elegir cualquier forma de gobierno, Rousseau da a entender cuál es preferible a las demás. La separación entre el poder legislativo y el ejecutivo lleva a que la democracia sea una opción poco viable. Esto es así, desde la perspectiva de Rousseau, porque cuando el pueblo examina determinados actos, la legislación se ve corrompida por los intereses privados de individuos particulares. En el otro extremo, en un gobierno monárquico, los intereses del rey se imponen sobre los de su pueblo. El monarca mantiene una vida de lujo y le es más ventajoso fomentar que sus súbditos sean pobres y le teman a que lo respeten y lo amen. También nombra a personas no aptas para ocupar cargos altos por favoritismo personal. Todo esto conlleva que no se legisle a favor de la voluntad general.
Por lo tanto, la mejor opción, para Rousseau, es una aristocracia electiva. La aristocracia hereditaria violaría los términos del contrato social porque el soberano no puede promulgar leyes que afecten solo a individuos concretos. Nombrar a una sola familia o clase para gobernar el Estado destruiría la igualdad entre los ciudadanos, condición necesaria para un sistema de gobierno legítimo. Además, una aristocracia hereditaria no redundaría en beneficio del Estado, porque elegiría a los dirigentes sin tener en cuenta su talento o inteligencia. Por el contrario, una aristocracia electiva elige a las mejores personas para gobernar y evita los inconvenientes que conlleva una democracia o una monarquía. Los asuntos públicos se llevan a cabo con mayor eficacia porque es más fácil que unas pocas personas tomen una decisión a que lo haga una multitud. Entre la aristocracia y la monarquía, es más probable que la primera gobierne de acuerdo con la voluntad general.
Aunque Rousseau afirma que una aristocracia hereditaria es la peor forma de gobierno, también cuestiona la monarquía, en la cual, la voluntad del gobernante está más distanciada de la voluntad general. En una monarquía, los intereses particulares del gobernante se oponen diametralmente a los intereses públicos, y el rey solo puede aumentar su poder y riqueza empobreciendo y subyugando más al pueblo. Rousseau permite que cualquier gobierno que promueva el interés común sea legítimo, pero aclara que es casi imposible que esto ocurra en una monarquía. En varias partes de El contrato social, Rousseau equipara la monarquía con el despotismo; aquí sostiene, por ejemplo, que “los mejores reyes desean poder ser malos si les place, sin dejar de ser los amos”, y que “su interés personal es, en primer lugar, que el pueblo sea débil, miserable y que nunca pueda resistirlos” (p.124).