“El hombre ha nacido libre y por todas partes se encuentra encadenado. Alguno que se cree el dueño de los demás no es menos esclavo que ellos” (Metáfora, p.42).
La cadena a la que refiere esta famosa frase de El contrato social no es una cadena física, sino metafísica y espiritual. Metafóricamente, representa la condición del ser humano adaptado a la vida social. Hay una libertad natural que el ser humano pierde al adaptarse a la vida social, como si la sociedad encadenara una parte de su ser. Por eso, las cadenas sociales se aplican a todos los hombres y mujeres que viven en sociedad, y en cualquier estrato socioeconómico.
“La familia es, por lo tanto, si se quiere, el primer modelo de las sociedades políticas: el jefe es la imagen del padre, el pueblo es la imagen de los hijos, y habiendo nacido todos iguales y libres, no enajenan su libertad, sino por su utilidad” (Símil, p.43)
Este símil ilustra el orden social a partir de la comparación con el orden familiar. Todos los hijos de una familia determinada se consideran iguales, es decir, son legítimos portadores de los mismos derechos: lo que uno merece, lo merecen también los otros. Esta igualdad se compara con aquella que cada ciudadano posee en el contexto de un cuerpo político. En este símil, el Estado es como la familia y el, gobernate, como el padre. La diferencia radica en que el orden familiar es el único que, para Rousseau, se da en el estado de naturaleza, por una cuestión de necesidad básica para subsistir. En el momento en que el hijo puede independizarse del padre y volver a tener su libertad natural, lo único que mantiene a la familia como unidad básica del orden social es la convención. De la misma manera, lo que mantiene unido al pueblo con la autoridad política es la convención del contrato social.
“Inmediatamente, en lugar de la persona particular de cada contratante, este acto de asociación produce un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea y por este mismo acto ese cuerpo adquiere su unidad, su yo común, su vida y su voluntad” (Metáfora, pp.55-56)
Esta metáfora refiere al momento en que un cuerpo político "cobra vida". La vida como fenómeno biológico pertenece al ser humano de carne y hueso, que es cada miembro o ciudadano que forma el colectivo. Aquí, lo que Rousseau construye es la idea de una "persona pública" (p.56) compuesta por todos esos miembros y que tiene vida propia. De esta forma, el cuerpo político adquiere un "yo" que es común a todos.
"Así como la Naturaleza da a cada hombre un poder absoluto sobre todos sus miembros, el pacto social le da al cuerpo político un poder absoluto sobre todos los suyos; y es ese mismo poder el que, dirigido por una voluntad general, lleva, como ya he dicho, el nombre de soberanía” (Símil, p.73)
Rousseau extiende la metáfora de la sociedad como organismo vivo con este símil en el que compara la entidad colectiva unida por el contrato social con un ser humano que tiene control sobre los miembros de su cuerpo. De esta manera, define el concepto de soberanía como una relación de poder, en la que las personas individuales se someten a la voluntad general, de la que forman parte como miembros del cuerpo político.
“La fuerza pública necesita, por lo tanto, un agente propio que la reúna y la ponga en acción según las orientaciones de la voluntad general, que sirva para la comunicación del Estado y del soberano, que haga en cierto modo en la persona pública lo que en el hombre hace la unión del alma con el cuerpo” (Símil, p.106).
Rousseau explica la función que cumple la fuerza pública en la relación entre el Estado y el Soberano con otro símil vinculado con el ser humano, en este caso, en la relación del alma con el cuerpo. Así, sostiene que el Estado vendría a ser la parte física, el cuerpo, y que el soberano es el espíritu o el alma del cuerpo político. Por lo tanto, la fuerza pública vendría a ser aquello que une ambas partes en un mismo ser.