Los ojos (Motivo)
Entre las muchas descripciones de personajes que hay en los relatos seleccionados, se reitera un elemento que Faulkner destaca deliberadamente: los ojos.
Lo interesante es que el uso que hace Faulkner de los ojos no se limita a la adjetivación. Los ojos no son solo un rasgo físico, sino también un modo que tienen los personajes de comunicar lo que les está sucediendo, tanto frente al mundo que los rodea en la ficción como ante los lectores. Faulkner hace hincapié en si están abiertos o cerrados, en cómo se mueven, hacia dónde apuntan y qué volumen o coloración tienen.
La fijación del autor con los ojos de sus personajes se hace también evidente cuando los utiliza en procedimientos como el símil (“Eran como los ojos de los gatos”, "Ese sol del atardecer", p. 268), la sinécdoque (“Nos miraban sus ojos”, "Ese sol del atardecer", p. 270) y la personificación (“los ojos y el hedor de los negros oscilaron y se movieron un trecho hacia ellos”, "Hojas rojas", p. 285).
El rostro (Motivo)
Otro elemento que Faulkner subraya cuando describe personajes es el rostro. El autor lo menciona en momentos específicamente descriptivos -donde constituye un rasgo distintivo-, y también en situaciones en los que pretende que el rostro sea el elemento que transmita el estado de ánimo o la forma de ser de un personaje.
Los modos en que apela al rostro varían desde el mero calificativo (“ensanchado y amarillento”, "Hojas rojas", p. 293; “blando, mansurrón, inescrutable”, "He ahí", p. 351; “luminoso”, "Viraje", p. 445; “inmóvil”, "Hubo una reina", p. 636) hasta el uso de símiles: “el rostro como una bandera tensada” ("Una rosa para Emily", p. 123); “el rostro ancho y del color del polvo, de una serenidad algo desdibujada, como efigies talladas en un muro de Sumatra, o de Java” ("Hojas rojas", p. 283); “Su rostro era como una máscara desgastada” ("Victoria en el monte", p. 650).
En la narrativa de Faulkner, las descripciones de los rostros son mucho más que caracterizaciones: constituyen un motivo central y una marca del estilo del autor.
Las hojas rojas (Símbolo)
En “Hojas rojas” no hay ninguna explicación concreta para el título, ni tampoco alguna mención directa sobre a qué refiere. Lo único que se dice al respecto, en el momento en que se narra cómo Issetibbeha aprendió a mascar tabaco gracias a un blanco, es una nota al pie que señala la existencia de un arbusto local que en otoño tiene las hojas rojas.
Así, se abre la posibilidad de pensar el significado del título como un símbolo de la decadencia de una tribu amerindia tras adoptar costumbres blancas, algo que está implícito en la trama del cuento. De esta manera, las hojas rojas pueden interpretarse como hojas en estado de descomposición y a punto de caer, al igual que sucede con los indígenas -muchas veces denominados despectivamente como “rojos”- tras la forzada adopción de ciertas prácticas que les eran ajenas.
El niño con estigmas (Alegoría)
En el trayecto que realiza el protagonista de “Allén” por esa especie de mundo imaginario o “más allá”, después de su muerte, se cruza con una madre que está junto a un niño pequeño. Este se encuentra a los pies de ella, rodeado de figuras de soldados romanos descuartizados, y tiene cicatrices en los arcos de los pies y las palmas de las manos como las que caracterizan a los estigmas.
Si se tiene en cuenta el debate interno que se le plantea al juez al momento de su muerte y, con ello, el carácter filosófico y reflexivo que presenta este cuento, puede comprenderse la escena del niño como una alegoría del cristianismo sobre el suplicio y la crucifixión de Jesús de Nazaret a manos de los romanos. Para alimentar aún más la alegoría del padecimiento de Cristo, el niño llora constantemente. Además, se desquita derribando a los soldaditos romanos mientras su madre intenta consolarlo de diversas maneras. La mujer, que recuerda a la imagen de la Virgen María, le da una figura de Poncio Pilatos, el hombre que, según la historia cristiana, fue uno de los responsables de la crucifixión.
En la mente del juez, ese niño representa a Cristo y su doctrina, algo que en su vida ha despreciado, pero que ahora, sin respuestas definitivas al momento de su muerte, reaparece como posible fuente de explicaciones.
La escuela (Símbolo)
En “Carrera en la mañana”, el protagonista es un niño de doce años que fue abandonado por sus padres y adoptado por el señor Ernest, un hombre que se hizo cargo de él y de su crianza. Su vida con Ernest está dedicada a la agricultura, durante la mayor parte del año, y a la caza.
Al inicio del cuento, cuando están en el campamento de caza junto al resto de los hombres, estos discuten acerca de que el chico debería ir a la escuela, y sobre el alcance de sus conocimientos. El tema vuelve a surgir en el final, cuando el señor Ernest le anuncia al niño que va a ir a la escuela porque tiene que ser “algo en la vida” (p. 268). El chico replica que él se quiere dedicar al campo y la caza, pero Ernest asegura que “no es suficiente (...). Uno debe dedicarse al oficio de la humanidad” (p. 268).
En este contexto, la escuela funciona como símbolo del progreso y la civilidad. Los personajes adultos la entienden como un lugar que ofrece herramientas para acceder a mejores posibilidades, por lo que asumen que el chico debe asistir para poder tener un futuro más auspicioso que el de ellos. A la vez, ese razonamiento implica que estos hombres conciben la escuela como espacio del conocimiento realmente valioso (“Uno debe saber por qué [algo] está bien y por qué está mal, y ser capaz de decírselo a la gente”, p. 268), desvinculado de la producción y la técnica, áreas a las que pertenecen las actividades con las que están familiarizados: la agricultura y la caza.