Resumen
La historia comienza con un niño de doce años está en un campamento de caza junto al señor Ernest -su tutor- y otros hombres: Roth Edmonds, Willy Legate y Walter Ewell. El chico les que cuenta que vio un ciervo al que han estado intentando cazar año tras año, pero los adultos lo ignoran. En cambio, conversan entre ellos acerca de que el niño debería estar en la escuela y no en ese lugar. Luego, se van a la cama.
Bien temprano en la mañana, se levantan para comenzar la caza. Un hombre al que llaman Tío Ike, el más experimentado del campamento, asigna los puestos. El narrador se sube al caballo del señor Ernest, cuyo nombre de pila es Dan. Luego, sueltan los perros de caza, que van liderados por uno llamado Eagle. Los perros encuentran el rastro del ciervo cerca del pantano. Después de seguir a los perros un rato, tío Ike informa que el ciervo escapó, por lo que el narrador y el señor Ernest siguen camino al sur, hacia otro campamento llamado Hog Bayou.
Oyen ladrar a los perros y luego escuchan unos disparos, que, se supone, son de los cazadores del otro campamento. El narrador se siente frustrado porque está convencido de que el ciervo les pertenece. Sin embargo, cuando se encuentran con los otros cazadores, se dan cuenta de que no lo han matado. Entonces, el señor Ernest y el narrador se adentran en un terreno que no habían explorado antes, siguiendo los ladridos de los perros.
En un momento, el señor Ernest hace saltar a su caballo en la parte más angosta del pantano, para pasar al otro lado. En la mitad del salto, una liana colgante se enrosca alrededor del cuerno de la silla de montar y los atrapa en el aire, haciéndolos caer de nuevo a la orilla. Después de levantarse y limpiarse en el río, el señor Ernest le reprocha al narrador que debería estar más atento. Luego, improvisan un agarre para la silla de montar y siguen su camino. Escuchan otros disparos y se dan cuenta de que deben estar cerca del campamento de Hollyknowe, a veintiocho millas del suyo, que se llama Van Dorn. Se cruzan con otros cazadores, que tampoco han podido matar al ciervo. El señor Ernest concluye que el animal debe estar regresando al cañaveral del pantano y se dirigen hacia allí.
Finalmente, encuentran al ciervo y el narrador lo describe como un animal muy grande. El señor Ernest le ordena al chico que se baje del caballo e inspeccione cómo se encuentra Eagle, el perro que localizó al ciervo y ahora está echado en el suelo. Mientras lo hace, el narrador escucha un sonido y deduce que es Ernest vaciando los cartuchos de su escopeta, pero en ese momento no sabe bien por qué lo hace. Se acercan más al ciervo y el señor Ernest gatilla el arma, pero no sale ninguna bala.
El narrador le asegura a Ernest que no les dirá a los demás que se olvidó de cargar su pistola, aunque sabe que eso no fue lo que sucedió. Emprenden el regreso, utilizando una caja de cerillas para leer la brújula en la oscuridad. El señor Ernest le dice al chico que suba al caballo y, en ese momento, el narrador cuenta cómo el viejo lo adoptó después de que sus padres lo abandonaran. Finalmente, llegan a un lugar donde los recoge un bote y los lleva de vuelta al campamento.
Por la mañana, el resto del grupo de caza regresa al condado de Yoknapatawpha, donde viven. El narrador rememora cómo ha sido su vida desde que el señor Ernest lo encontró solo en su casa tras ser abandonado por sus padres. Reflexiona y comprende el modo en que viven: los once meses y medio de trabajo que tienen cada año en la granja son solo el complemento de las dos semanas en las que se dedican a cazar.
Entonces, el señor Ernest le informa que tendrá que ir a la escuela. El niño protesta, arguyendo que quiere ser granjero y cazador igual que él, pero el viejo le responde que eso ya no alcanza, que es necesario prepararse. El narrador se queja y le dice a Ernest que sabe que dejó escapar al ciervo a propósito. Luego, afirma que lo atraparán la próxima temporada de caza. Al final, el señor Ernest responde con un "quizá", y afirma que esa es la mejor palabra del idioma, porque permite a la humanidad seguir adelante.
Análisis
En este relato, que también está ambientado en el condado de Yoknapatawpha, Faulkner vuelve a utilizar el recurso de la perspectiva infantil, ya que quien cuenta la historia es un narrador protagonista de doce años. Nuevamente, el autor apela a un manejo singular y deliberado del lenguaje para construir ese punto de vista, algo que puede apreciarse mucho mejor en el idioma original, ya que, en ocasiones, el niño usa ciertas palabras del modo en que le suenan fonéticamente, y emplea mal los tiempos verbales en pasado.
Más allá del valor agregado del inglés, la forma en que Faulkner hace hablar y pensar a su narrador -también en la traducción- lo vuelve inevitablemente un niño. De hecho, una de las cuestiones principales de la historia tiene que ver con el proceso de maduración del personaje, que ha tenido una infancia difícil y vive rodeado de adultos. Al principio, los hombres del campamento de caza sugieren que debería ir a la escuela y, en el final, es el señor Ernest -su tutor- quien le anuncia que debe hacerlo. Para estos adultos, la escuela es un símbolo del crecimiento y el progreso.
Sin embargo, la experiencia que vive el protagonista el día de cacería que narra el cuento -y que puede considerarse ilustrativo de su vida cotidiana- también constituye un aprendizaje. En la siguiente cita, que también permite reconocer la perspectiva infantil antes señalada, el chico, con las limitaciones acordes a su edad, esboza la siguiente reflexión sobre el rol que desempeñan humanos y animales en el mundo:
(...) lo que los tres habíamos estado haciendo aquella mañana no era una representación teatral organizada por mera diversión, sino que era en serio, y todos, los tres, seguíamos siendo lo que antes éramos: el viejo ciervo que necesitaba correr, no porque tuviera miedo sino porque correr era lo que mejor sabía hacer y de lo que se sentía más orgulloso; Eagle y los demás perros que trataban de darle caza, no porque le odiaran o le temieran sino porque era lo que mejor sabían hacer y de lo que se sentían más orgullosos; y yo y el señor Ernest y Dan, que le perseguíamos no porque deseáramos su carne, que de todos modos sería demasiado dura, o su cabeza para colgarla en la pared, sino porque así podríamos volver a casa y trabajar duro durante once meses en la cosecha, de forma que nos ganáramos el derecho a volver de caza el próximo noviembre, los tres volviendo a casa, separados y apacibles, hasta el año siguiente, la ocasión siguiente (p. 264).
Al igual que en “Dos soldados”, “Carrera en la mañana” adopta, por momentos, el tono y el estilo de la novela de formación, en el sentido en que los lectores acompañan el proceso de maduración del personaje principal. El protagonista demuestra entender cada vez mejor el mundo de la caza y la agricultura, e incluso expresa su deseo de ser como el señor Ernest cuando sea adulto. No obstante, su tutor parece considerar que ese tipo de vida no es la deseable para un niño y le dice que eso no es suficiente: “Tienes que ser algo en la vida (...). Uno debe dedicarse al oficio de la humanidad” (p. 268).
Otro rasgo que evidencia el punto de vista infantil del narrador es que personifica a los animales de la historia, sobre todo al ciervo: “Podía casi ver cómo se detenía tras un arbusto, escrutando hacia afuera y diciendo: «¿Qué es esto? ¿Qué es esto? ¿Es que está el maldito país entero lleno de gente esta mañana?» Y luego mirando hacia atrás sobre su hombro, en dirección adonde el viejo Eagle y los demás perros venían aullando en su persecución, mientras decidía de cuánto tiempo disponía para decidir el paso siguiente” (p. 261). El uso de la personificación, además, le permite al lector comprender el respeto que siente el señor Ernest por el ciervo, y por qué no puede matarlo cuando finalmente dan con él.
El narrador también personifica al perro llamado Eagle, cuya experiencia como cazador parece producirle al chico la sensación de que es un adulto más: “Eagle se limitó a alzar la cabeza hacia atrás y a decir: «Ahí va»” (p. 260); “si Eagle tomara un trago de whisky podría atrapar a aquel ciervo” (p. 261); “el viejo Eagle estaría demasiado agotado para decir: «Ahí va»” (p. 263). Al final, cuando vuelven al pantano, Eagle está de pie, exhausto, y el narrador señala que “esperaba solo a que nos alejáramos de su vergüenza; sus ojos, cuando pasamos, decían claramente, como si hablara: «Lo siento, muchachos, pero esto es todo»” (p. 264).
Al igual que en otros cuentos narrados desde la perspectiva de un niño, Faulkner apela en "Carrera en la mañana" a la utilización de una buena cantidad de símiles para delimitar el modo infantil de ver la realidad que tiene el narrador. Vale la pena destacar algunos de estos símiles, sobre todo los que comparan aspectos del ciervo y de la naturaleza con ciertos elementos asociados a la vida cotidiana del chico. Al comienzo, el narrador compara la cornamenta del ciervo con una silla mecedora, para luego describir sus sensaciones al momento de iniciar la cacería: “(...) al fin llegué a sentirme por dentro ligero y fuerte como un globo, lleno de aquel aire ligero y fuerte y frío, de forma que tuve la impresión de que no podía sentir siquiera el lomo del caballo sobre el que iba a horcajadas” (p. 259). Cuando los hombres del campamento de Hog Bayou buscan rastros de la sangre del ciervo, comenta que "si buscaban con ahínco suficiente, en los tallos y las hojas habrían de florecer manchas de sangre como moras o bayas de espino" (p. 261). Después, mientras intentan cruzar el pantano de un salto, dice que la liana que los engancha se tensa “como en el vértice de las gomas tensadas de un enorme tirachinas” (p. 262).
Un último aspecto para destacar de este relato es cómo trata el tema de la caza desde su aspecto ritual, casi espiritual. Así lo demuestra el hecho de que el señor Ernest elija no matar al ciervo para poder repetir la experiencia, una decisión que hasta el propio narrador, pese a su corta edad, demuestra entender. Esa decisión de Ernest da cuenta que es la duración de la cacería, y no el botín de caza, lo que realmente importa para estos personajes, ya que es la que da sentido al resto de los días del año.