Resumen
La historia comienza con el narrador y su hermano mayor, Pete, escuchando noticias sobre la Segunda Guerra Mundial a través de la radio de un vecino. Esa noche, los hermanos conversan, y Pete le explica al narrador sobre el bombardeo japonés en Pearl Harbor, pero luego deja de hablar y se duerme. Al otro día, Pete anuncia que tiene que ir a la guerra, sin dar explicaciones. El protagonista manifiesta que quiere ir con él, pero Pete le dice debe quedarse en el campo para ayudar a la familia. Cuando Pete se lo comunica a sus padres, la madre llora y dice que no entiende la decisión, pero aclara que no se lo impedirá. El padre dice que no ve ninguna buena razón para que vaya, pero tampoco se opone. Por la noche, Pete consuela a su madre, y luego conversa con su hermano sobre cómo se alistará al ejército cuando vaya a Memphis.
A la mañana siguiente, el narrador y su padre acompañan a Pete a tomar el autobús a Memphis. Luego, pasan el día cortando leña. Por la tarde, el narrador toma su resortera y un huevo de garza azul, los mete en una caja y la esconde en el granero. Tras la cena, con sus padres ya dormidos, se escabulle por la ventana, toma las cosas del granero y se va caminando hasta el pueblo de Jefferson.
Cuando llega, se encuentra con el señor Foote -a quien él llama “el de la Ley”- en una plaza y le cuenta su plan de ir a Memphis. El señor Foote lo lleva a la estación de autobuses, le dice que espere y va a buscar a una señora llamada Habersham para que lo ayude. Mientras tanto, el narrador trata de intercambiar su huevo de garza por un boleto, pero un hombre -que se entiende que trabaja en la empresa de autobuses- se niega. Luego, cuando intenta agarrar al niño, este saca su navaja y lo amenaza. Finalmente, el joven no ve escapatoria y se queda sentado en el banco.
Llegan la señora Habersham y una mujer más joven junto al señor Foote. Después de discutir la situación, la señora Habersham le paga el boleto de autobús y el señor Foote le compra un bocadillo. Ya en el autobús, el chico se muestra exhausto, pero no se permite dormir para no perderse nada de lo que ve por la ventana. Cuando llegan a Memphis, pide indicaciones, pregunta dónde se alista la gente en el ejército y logra dar con el lugar.
Al llegar, se encuentra con un soldado en una mesa, escribiendo, y algunos otros parados cerca. Pregunta por su hermano y le dice al soldado que él también se dirige a Pearl Harbor. Cuando el soldado quiere agarrarlo, el joven vuelve a sacar la navaja, lo ataca y le hace un corte en la mano. Otros soldados lo sujetan, hasta que entra un superior. Este último logra comunicarse mejor con el niño. Ordena al primer soldado que encuentre el nombre de Pete en los documentos y lo mandan a buscar. El protagonista se queda con ese oficial hasta que llega Pete, que le reprocha todo lo que ha hecho y le ordena que vuelva a casa. Le da un dólar para el autobús de regreso, lo besa y se va.
El oficial llama a la señora McKellogg, esposa de un comandante, quien lleva al niño a su casa y le ofrece de comer. Sin poder tragar, el niño cuenta su historia y dice que debe volver a su casa. Finalmente, regresa en un auto manejado por un soldado, observando por la ventana todo lo que había visto esa mañana en el autobús. En el viaje, rompe en llanto sin entender bien por qué.
Análisis
Este es uno de los cuentos enmarcados en la sección “El campo” de los Cuentos reunidos de Faulkner, y narra justamente el viaje de un niño campesino a la gran ciudad. A su vez, es otro de los relatos en los que Faulkner elige una perspectiva infantil para dar acceso a los hechos. Una vez más -como en “Incendiar establos”-, un niño debe tomar decisiones complejas; pero esta vez cuenta su aventura es en primera persona.
Debido a que el narrador protagonista es un niño, el autor aplica deliberadamente algunos recursos para moldear su capacidad narrativa. Por ejemplo, usa un vocabulario y una dicción bastante rudimentarios (algo que se percibe mucho mejor en el idioma original, que es el inglés) y también algunas oraciones o frases mal construidas o gramaticalmente incorrectas, para simular un monólogo interior. Esta técnica, en narrativa, se utiliza para ilustrar la forma en que se producen los pensamientos en la mente de un personaje, a través de recursos gramaticales y retóricos (como la repetición, la sintaxis extrañada, la falta de pausas y conectores, entre otros). Por ejemplo, durante el viaje en autobús a Memphis, el narrador cuenta:
Salimos de Jefferson y pasamos por campos y bosques y entramos en otro pueblo y salimos de él y volvimos a pasar por campos y bosques, y entramos en otro pueblo en donde había almacenes y desmotadoras de algodón y depósitos de agua, y recorrimos un buen trecho junto a las vías del tren y vi moverse el brazo de las señales para avisar al maquinista, y luego vi el tren y vi más pueblos, y a punto estaba de caerme rendido de sueño, pero no me quise arriesgar. Y al cabo empezó Memphis. A mí me pareció que Memphis durase muchas millas seguidas. Pasamos por un trecho de tiendas y pensé que sin duda tenía que ser allí y me pregunté si el autobús no iba a parar. Pero aquello no era todavía Memphis (p. 94).
El narrador tiene, entonces, la vivacidad y capacidad de asombro de un niño, pero también sus limitaciones para el discernimiento y la comprensión de ciertas cuestiones. Lo mismo sucede cuando su hermano le dice que debe ir a la guerra. El narrador no entiende exactamente los motivos -y eso hace que los lectores empaticen con él-, pero no lo cuestiona porque confía en su hermano mayor: “si Pete tiene que ir a ésta, pues será que tiene que ir. Pero a mí que no me pidan que entienda el porqué” (p. 87).
Incluso antes de que Pete demuestre que se siente molesto, el narrador brinda algunas pistas sobre las sensaciones de su hermano en relación con la guerra. Para ello, y al igual que en gran parte de sus relatos, Faulkner apela al uso del símil. Así se ve en el siguiente fragmento, cuando los hermanos están en su habitación: “Se quedaba tumbado y tan quieto como si estuviera emboscado, y cuando yo lo tocaba, en el costado o en la pierna, lo encontraba tan duro y tan quieto como el hierro” (p. 85). Es recién después de estos indicios que da el narrador que Pete confirma: “—Me tengo que marchar —dijo—. Es que no voy a permitir yo que nadie trate de esa forma a los Estados Unidos” (p. 86).
Otra cuestión que aparece en este cuento es lo rural, ya que gran parte de la acción transcurre en la casa familiar del narrador, que está en una comunidad rural -presumiblemente, Frenchman's Bend, sitio ficcional usado por Faulkner en muchas de sus historias- ubicada a unos kilómetros del pequeño pueblo de Jefferson, otra locación recurrente en la ficción faulkneriana. Allí, la familia se dedica a la faena y el trabajo con leña. Además, los objetos que elige el protagonista para su huida a la ciudad -la resortera y el huevo de garza azul- ratifican su condición de campesino, al igual que su rusticidad en la forma de expresarse y su desconfianza para con los desconocidos, principalmente cuando acude a lugares más poblados.
El relato también abre la posibilidad de interpretarse como el repentino tránsito del protagonista hacia la madurez, al estilo de las novelas de formación o de aprendizaje, que son aquellas en las que se retrata la transición de un personaje de la niñez a la vida adulta. Si bien el cuento no puede considerarse dentro de ese subgénero literario, plantea una trama con rasgos similares: el protagonista abandona su lugar seguro y se embarca en una aventura hacia la gran ciudad. En su viaje, conoce personas diversas, vive experiencias intensas para su corta eda y debe tomar decisiones por sí mismo. Finalmente, como parte de su proceso de maduración, asume que debe separarse de su hermano mayor y volver a su hogar.
Por otro lado, es interesante recalcar lo súbito de la transformación que atraviesa el protagonista de "Dos soldados", algo que se representa a través de la velocidad con la que se mueven, según la percepción del personaje, los vehículos que aparecen en la historia. Por ejemplo, el narrador describe de esta manera la partida del autobús que se lleva a Pete: “(...) cogió velocidad, las dos lucecitas rojas de detrás que nunca parecía que se fueran a empequeñecer más, que parecían correr juntas hasta que muy pronto se tocasen y fueran una sola luz. Pero no se llegaron a juntar, y desapareció el autobús y allí mismo podría haberme echado a llorar, a pesar de que ya tenía casi nueve años y todo” (pp. 89-90). Esta cuestión reaparece en el coche que lo lleva de vuelta a casa, cuando el narrador empieza a llorar sin saber por qué y concluye: “Íbamos muy deprisa” (p. 100). Puede pensarse, entonces, que la velocidad de los vehículos simboliza lo vertiginoso de los cambios que le ocurren al protagonista, que en ambos casos describe el advenimiento del llanto como forma de vehiculizar la incertidumbre y la congoja que lo afectan.
Para terminar, es interesante observar que, en correspondencia con lo que ha hecho en muchos de sus otros relatos, Faulkner también propone en “Dos soldados” la creación de un vínculo entre ciertas situaciones que, en la primera impresión, parecen estar muy distantes entre sí: en este caso, el alistamiento de un joven en el ejército en una pequeña comunidad del sur de Estados Unidos y la trascendencia de este hecho en su seno familiar, y un evento histórico y de relevancia mundial, como el bombardeo japonés en Pearl Harbor.