La carreta de la familia Snopes
En el primero de los cuentos, “Incendiar establos”, el narrador describe la imagen que se observa cuando el padre envía a Sarty a la carreta con su familia:
“La carreta estaba en medio de las acacias y las moreras, al otro lado de la calle. Sus dos hermanas, grandullonas, endomingadas, así como su madre y la hermana de su madre, con sus vestidos de percal y sus capotas para guarecerse del sol, esperaban sentadas en la carreta, entre los penosos residuos de la docena de mudanzas, o acaso más, que hasta el chiquillo recordaba; el fogón destartalado, las camas y las sillas medio rotas, el reloj con incrustaciones de madreperla, que no funcionaba, parado a unos catorce minutos después de las dos de un día y una época apagados, olvidados, que formó parte de la dote de su madre.” (p. 20).
La imagen que se propone es visual, a la manera de un cuadro, con la carreta ubicada en medio dos tipos de plantas. Cuando el padre ordena a Sarty que vuelva, a este se le presenta una escena bastante decadente y miserable sobre su realidad: las mujeres “endomingadas” esperando el resultado de la audiencia, la ropa barata, los bártulos de otras mudanzas, los muebles averiados y hasta un reloj que no funciona. De manera visual, la imagen -la carreta, la familia y sus pertenencias- transmite la sensación de precariedad y desamparo que también siente el protagonista.
La señorita Emily
La siguiente cita corresponde al momento en que el narrador de “Una rosa para Emily” presenta a la señorita Emily, cuando la visita una delegación del concejo municipal de Jefferson:
“Se pusieron en pie cuando entró ella, una mujer menuda, entrada en carnes, con una fina cadena de oro que descendía hasta su cintura y desaparecía por dentro del cinturón, apoyada en un bastón de ébano con empuñadura de oro, sin brillo. Su esqueleto era menudo y cenceño; tal vez por eso, lo que hubiera sido mera gordura en otra persona era en ella obesidad. Parecía hinchada, como un cuerpo que llevara mucho tiempo sumergido en agua estancada, y era de esa misma tonalidad pálida. Sus ojos, perdidos entre los gruesos pliegues del rostro, parecían dos pedazos de carbón apretados en un montón de masa de harina según fueron pasando de un rostro a otro, a la vez que los visitantes le comunicaban su recado.” (p. 118).
La imagen es completamente visual, a la manera de una fotografía, y sirve para dos cuestiones importantes. Por un lado, permite conocer al personaje principal del cuento en toda su complejidad, con rasgos que la establecen como una señora de la alta sociedad -la cadena de oro, el bastón-, y otros que la describen físicamente como una mujer avejentada y de presencia casi fantasmal. A su vez, el fragmento es una muestra del estilo descriptivo de Faulkner, principalmente por el modo de detenerse en la caracterización de ciertos personajes y la fijación especial en lo que sucede con los ojos.
Nancy haciendo la “colada”
En este fragmento del inicio de “Ese sol del atardecer” se describe a Nancy realizando una de las tareas habituales de las criadas negras:
“Nancy se colocaba el fardo sobre la cabeza, y sobre el fardo depositaba el sombrero de paja, negro, de marinero, que llevaba por igual en verano y en invierno. Era alta y tenía la cara en relieve, tristona, algo hundida en donde le faltaban los dientes. A veces hacíamos parte del camino por la senda, hasta el prado, con ella, y veíamos el fardo en perfecto equilibrio y el sombrero que no oscilaba siquiera cuando bajaba por la zanja del otro lado y se agachaba para salvar la cerca. Se ponía a gatas y pasaba por el boquete, rígida la cabeza, bien erguida, el fardo de la ropa quieto como una piedra o como un globo, y nada más salvar la cerca se ponía en pie y seguía su camino” (p. 262).
En primera instancia, puede decirse que se trata de una imagen visual, porque permite observar físicamente al personaje de Nancy, con sus rasgos particulares: el sombrero, su rostro, la falta de dientes. Luego, es también una imagen cinética, ya que describe al detalle algunos de los movimientos a través de los cuales Nancy realiza la “colada”, el lavado de ropa que, como criada de una familia de blancos, forma parte de sus tareas cotidianas. La imagen constituye, además, un buen acercamiento a la vida diaria del escenario histórico y geográfico en el que se enmarca relato.
Los aposentos del jefe aborigen
En “Hojas rojas”, Tres cesto y Louis Berry van a ver al jefe Mokketubbe para pedirle que lidere la caza del esclavo negro que ha escapado. Allí, se describe de manera extensa y al detalle el lugar al que ingresan:
“Pasaron por el hueco abierto en la pared de ladrillo y entraron en una amplia sala, forrada con troncos agrietados. En ella se encontraba la parte posterior del landó y el cuerpo desmantelado, de costado, la ventanilla recubierta por ramas finas de sauce, entre las cuales asomaban las cabezas, los ojos inmóviles y sin brillo, ofendidos, las crestas raídas de más aves de corral. El suelo era de arcilla apisonada; en un rincón descansaba un tosco arado y dos remos de canoa, tallados a mano. Del techo, suspendida por cuatro correas de pellejo de ciervo, colgaba la cama barnizada de oro que Issetibbeha se trajo de París. No tenía ni colchón ni muelles de somier, el bastidor tan sólo atravesado por un soporte de correas bien trenzadas” (p. 292-293).
La imagen que construye este pasaje es predominantemente visual, ya que tras el ingreso de los indígenas al recinto, lo que sigue es una enumeración de los elementos que hay allí y su disposición para la conformación de ese espacio. El valor de esta minuciosa descripción está en exponer el ridículo eclecticismo del lugar, que mezcla objetos y costumbres de culturas diferentes -la de los blancos europeos y los aborígenes norteamericanos- que han sido reunidos de manera incongruente, tal como pretende mostrar el cuento.
La misión aérea
Durante la misión aérea que realizan en “Viraje” el capitán Bogard, su compañero McGinnis y Hope, se produce la siguiente secuencia:
“Y cuando los reflectores los detectaron y Bogard hizo una señal al resto de los aparatos de la escuadrilla para descender en picado, con los dos motores rugiendo a toda velocidad y lanzándose de lleno hacia los proyectiles que estallaban en el cielo, atravesando las explosiones, ni siquiera entonces dejó de ver la cara del muchacho al resplandor de los reflectores, inclinado al máximo hacia un lado, destacándose como si fuera un rostro en el escenario, con una expresión de interés infantil, de deleite. (...) Y aún picó más el descenso del aparato y lo vio apuntar con la mira de lleno al blanco, la mano derecha alzada, esperando a bajarla a la vista de McGinnis. Bajó la mano; por encima del estruendo de los motores creyó oír el clic, el silbido de las bombas descargadas en el aire en el momento en que el aparato, libre del peso, trazó un repentino arco ascendente y salió por un instante de la luz de los reflectores.” (p. 433).
Este fragmento implica una larga descripción de las maniobras y movimientos que realizan el avión y sus tripulantes durante la misión, por lo que puede considerarse una imagen principalmente cinética. Sin embargo, también es visual y auditiva, si se la piensa como lo que intenta evocar: una escena de acción. Con estilo cinematográfico, Faulkner construye un momento de tensión y adrenalina que coloca a los lectores más cerca de percibir eso que están experimentando los personajes.