Se limitó a zamparse la cena junto al fuego y casi se había adormilado ante la escudilla de peltre cuando su padre lo llamó y una vez más hubo de seguir la espalda envarada, la cojera implacable y envarada, y subir por la cuesta y llegar al camino que iluminaban las estrellas, donde al darse la vuelta vio la silueta de su padre recortada sobre las estrellas, sin rostro, sin profundidad, una silueta negra, plana, sin sangre en las venas, como si estuviese recortada en hojalata en los pliegues de hierro de la levita que no se había hecho para él, áspera la voz como la hojalata y sin calor ninguno, como la hojalata.
Este pasaje muestra, por un lado, el modo en que el pequeño protagonista, Sarty Snopes, percibe a su padre: se trata de alguien que le resulta indescifrable a la vez que imponente y temible, incluso inhumano. La oscuridad de la escena potencia la postura y el modo de andar de Abner, así como su silueta negra y fría “como la hojalata”. A su vez, la cita da muestras del estilo descriptivo -con uso de símiles y metáforas- que adopta Faulkner en ciertos momentos, cuando detiene la narración para pintar a fondo una imagen; en este caso, la de un personaje.
—¿Que si es seguro? ¿Y eso qué más dará? ¿O es que pensáis dejar que esos hijos de negra se salgan con la suya como si tal cosa, y así hasta el día en que uno lo haga de verdad?
Esta cita es parte de la discusión que se produce al inicio del cuento en la barbería, en torno al rumor sobre el presunto ataque de Will Mayes a la señorita Minnie Cooper. Allí, McLendon hace esta pregunta frente al escepticismo que muestran algunos de los hombres en la barbería, después de que se sugiriera mantener la calma y averiguar si el rumor es cierto. Su argumento, aunque absurdo, se impone con vehemencia y apunta a caldear los ánimos de los hombres. Está claro que solo quiere actuar violentamente, con causa o sin ella, contra cualquiera que considere inferior o que no esté de acuerdo con él. Esta tendencia de McLendon, aquí direccionada contra los negros, se ejemplifica nuevamente, más tarde, cuando golpea a su mujer.
—O sea, que yo no pueo pasá por la cocina del blanco, pero el blanco pué pasá por mi cocina cuando le pete de la gana —dijo Jesús—. El blanco pué vení a mi casa y no se lo pueo yo impedí. Cuando al blanco le dé la gana de vení a mi casa, ni casa tengo yo. No se lo pueo yo impedí, y él me pué echar a patadas. Él sí que pué.
El desvarío de Jesús mientras está en la cocina de los Compson revela la ira que siente hacia los hombres blancos. Él y Nancy acaban de tener una conversación, delante de los niños de la casa, sobre cómo y por qué ella está embarazada de otro hombre, un blanco. Cuando Jesús hace un comentario violento, Nancy le pregunta -de manera sarcástica y en forma de advertencia- si quiere que el señor Compson lo vea haraganeando en su cocina y hablándoles así a los niños. Su respuesta demuestra la extrema frustración y el resentimiento que tiene por sentirse un ciudadano de segunda clase, incluso en el lugar donde habita.
Por otra parte, la cita sirve para remarcar la maestría de Faulkner a la hora de manipular el lenguaje para dar identidad a los negros a través de su forma de hablar.
—Son como los caballos y los perros.
—No son nada en este mundo si el mundo es sensato, que lo es. No se contentan sino con sudar. Son peores que los blancos.
—No es como si el Hombre mismo tuviera que buscarles trabajo que hacer.
—Tú lo has dicho. No es la manera buena. Antaño las cosas se hacían de la manera buena. Pero ahora no.
—Tampoco tú te acuerdas de cómo era antaño.
—He oído a los que sí. Y he probado esta manera. No se hizo el hombre para sudar.
—Cierto. Ya ves cómo tienen las carnes.
—Sí. Negras las tienen. También tiene un regusto amargo.
—¿Tú la has comido?
—Una vez. Yo era joven. Y con mejor diente que ahora. Ahora en mí todo es distinto.
—Sí. Ahora valen demasiado para comérselos.
—La carne tiene un regusto amargo que tira para atrás.
—De todos modos, ahora valen demasiado para comérselos. Los blancos hasta dan caballos en pago por ellos.
Este diálogo, que se da entre los dos aborígenes que buscan al esclavo fugitivo, exhibe la concepción sobre los negros que tienen estos personajes. Influidos por su contacto directo con el hombre blanco europeo, los miembros de la tribu de “Hojas rojas” han desarrollado una profunda desestimación de los negros. En su cosmovisión, que incluye la posibilidad del canibalismo, los negros ni siquiera son buenos como alimento; solo sirven “para sudar”. Sin embargo, el intercambio también expone el interés que tienen los indios en el valor de cambio de los esclavos negros, una idea que se ha instalado con el paso del tiempo y el desarrollo histórico de la tribu, temas de los que también se conversa en el diálogo.
Tú a los blancos no los entiendes. Son como niños: hay que manejarlos con cuidado, nunca se sabe qué van a hacer después.
Estas palabras las pronuncia al comienzo del relato uno de los dos indios que están en el pasillo de la casa de gobierno, fuera del recinto del Presidente. Son irónicas, ya que, en realidad, representan las ideas de los blancos sobre los pueblos originarios. La cita ejemplifica el estilo sarcástico y humorístico que, por momentos, utiliza Faulkner, y que tiene especial incidencia en “¡He ahí…!”.
—Desde luego —dijo el Presidente casi con brusquedad, de modo que volvieron a mirarlo. Tenía la pluma en alto sobre el papel—. ¿Cómo es el nombre exactamente? ¿Weddel o Vidal?
Volvió a oírse la voz plácida, sin inflexiones.
—Weddel o Vidal. ¿Qué más da qué nombre quiera darnos el Jefe Blanco? Nosotros somos indios: ayer recordados, mañana olvidados.
La cita es parte del diálogo entre el Presidente y Francis Weddel, el jefe indio que ha llegado a Washington. El fragmento es elocuente porque revela la forma de proceder de ambos líderes. En primera instancia, el Presidente habla con cierta brusquedad y continúa confundiendo el nombre de Weddel, demostrando así su desinterés y fastidio frente al conflicto, además de su falta de respeto y consideración por el representante de los pueblos originarios.
Por su parte, en la segunda mitad de la cita, Weddel mantiene la compostura y trata de mostrarse más íntegro que su adversario, priorizando el objetivo que tiene en su visita: ser tenido en cuenta y conseguir una resolución del conflicto que favorezca a su pueblo. Por eso, utiliza el sarcasmo para desestimar las dudas sobre su nombre y menospreciar él mismo a su propia raza, logrando, en realidad, evidenciar el desprecio que los blancos tienen por los aborígenes.
Recuerdo la noche del Armisticio, en el 18, dando vueltas por todo Amiens con un asco de prisionero que nos habíamos llevado por la mañana en un Albatross, procurando que la policía militar franchute no le echara el guante. Era un buen tipo, y los condenados soldaditos de infantería se habían empeñado en meterlo a toda costa en una pocilga donde estaban los del Servicio de Suministros y los cocineros borrachos como cubas y demás ralea. Me dio pena el muy hijoputa, tan lejos de su casa, hecho puré y todo eso. Ya te digo si era joven.
La cita resulta ejemplificadora del estilo que tiene el narrador de “Honor”. Buck Monaghan es un ex-combatiente que no ha tenido educación; que, según sus propias palabras, no ha “aprendido a hacer nada” (p. 487), y que “andaba dando tumbos” (p. 488). En este sentido, el fragmento exhibe, por un lado, la forma narrativa del recuerdo: Buck rememora repentinamente un hecho ocurrido la noche del Armisticio; por el otro, da muestras del tipo de vocabulario rústico que tiene el narrador, que usa palabras y expresiones como “buen tipo”, “pocilga”, “borrachos como cubas”, “ralea”, “hijoputa”.
En la tarde dilatada, la casa enorme, cuadrada, así como los terrenos circundantes, eran pura somnolencia, letargo apacible, tal como lo habían sido durante casi un siglo, desde el día en que John Sartoris llegó procedente de Carolina y la construyó. Y murió en ella, y en ella murió su hijo Bayard, y John, el hijo de Bayard, y Bayard, el hijo de John, de ella salieron para recibir sepultura, aun cuando el último Bayard no muriese allí.
Con este pasaje comienza la historia de “Hubo una reina”, cuyo título y desarrollo se relacionan con la nostalgia y el paso del tiempo. En primer lugar, la cita establece el tono letárgico que tendrá la historia sobre la muerte de Virginia Sartoris, la última representante de una época dorada de la familia. El carácter “enorme” y longevo de la casa, así como el uso de figuras como la anáfora (repetición de una conjunción; "y", en este caso) y el polisíndeton (repetición de palabras) en la parte final de la frase anticipan el componente de historia y tradición que atraviesa todo el relato, vehiculizado por la crónica de Virginia, su familia y el lugar donde viven.
Si es que salgo de estos montes —dijo en voz baja, inmóvil, boca arriba, junto al negro que roncaba—. Me llegó a preocupar. Supuse que se había agotado, que había perdido el privilegio de tener miedo, pero no ha sido así. Y ahora soy feliz. Moderadamente feliz.
El comandante Weddel se dice esta frase a sí mismo mientras yace en el desván del granero, reflexionando. Después de cuatro años en la guerra, Weddel se siente aliviado al reconocer cualquier emoción en su interior. Cuando Vatch se muestra enojado con él y lo desprecia, dice que lo entiende, pero que es difícil sentirse así durante cuatro años. Incluso, señala que hasta le es complicado sentir algo. Sin embargo, en el momento en que reflexiona, Weddel teme por su vida, ya que está claro que Vatch pretende matarlo, y el padre se lo ha advertido, pero el miedo lo excita, lo hace sentir vivo.
De esta forma, la cita evidencia el interés de Faulkner por reponer el tópico de la guerra y, sobre todo, sus consecuencias en los seres humanos que la experimentan.
De todos modos, existe cierta consistencia integral que, sea buena o mala, un hombre siempre tendrá que atesorar, porque sólo esa consistencia le permitirá morir un día. Así pues, lo que he sido soy; lo que soy seré hasta que llegue el instante en que no sea. Y entonces nunca habré sido. ¿Cómo era aquello? Non fui. Sum. Fui. Non sum.
La cita, que corresponde al momento en que el juez conversa con Ingersoll, muestra el estilo reflexivo que tiene el narrador de “Allén”, a la vez que permite identificar la cuestión filosófica que atraviesa al cuento. El juez ha estado buscando una especie de verdad última y, en ese espacio "más allá" que transita después de su muerte, se siente frustrado por la incapacidad de Ingersoll -un personaje al que admira- para proporcionársela. Es entonces que se da cuenta de que la respuesta que busca quizás no exista de forma concreta, y que solo puede venir de sí mismo, de la experiencia de la vida. La frase en latín que recuerda significa "Yo no era. Soy. Yo era. No soy", lo que subraya el carácter existencial del texto.