Resumen
Al comienzo de la historia, el Presidente está en su recinto y utiliza un espejo para mirar furtivamente hacia el pasillo. Observa un hueso que hay sobre la alfombra, que, se presume, es parte de los restos de comida que han dejado los dos indios que están allí. El Presidente se mira al espejo y siente impotencia. Los indios se quejan de la espera y critican a los blancos, a quienes acusan de ser como los niños. Llevan puesta una ropa que les ha entregado el Gobierno para que no anden desnudos, pero sin los pantalones ni las botas.
El Presidente considera su situación: se encuentra asediado. Maldice en voz baja y sale por la parte trasera del recinto, donde se encuentra con un hombre vestido con un capote, que le da otro a él. Para no hacer ruido, ambos bajan sin calzado por la escalera trasera y salen a la nieve, donde observan las numerosas tiendas que han montado los indios. Toman unos caballos y se van, ocultando sus rostros.
Llegan a la casa del Secretario, quien se encuentra con su propio secretario y un jinete. Cuando el Presidente le pregunta qué sucede, se queja del descontento que han manifestado los colonos y de sus demandas al Gobierno. El Presidente maldice y afirma que es trabajo del Secretario persuadir a los indios de que usen pantalones. El Secretario se enerva y empieza a enumerar todas las tareas de las que ya está ocupado. Comienza a burlarse del Presidente, llamándolo "Excelencia", aunque este, al principio, no es consciente de su actitud. El Secretario recuerda un incidente ocurrido anteriormente, que todos conocen, cuando un jefe indio de nombre Weddel o Vidal -no recuerda bien- le regaló al Presidente un extravagante traje para ridiculizarlo. Recién ahí el Presidente se da cuenta de que el Secretario se está burlando de él, y propone que se pongan a trabajar.
El Secretario cuenta la razón por la que Weddel/Vidal -nadie sabe bien cuál es el nombre- está allí encabezando la protesta de los indígenas, que reclaman la propiedad de una región de Mississippi al oeste del río. El secretario cuenta lo sucedido: un hombre blanco llegó a sus tierras y se quedó un mes, durante el cual regateó con Weddel/Vidal y terminó pagando lo que los indios supusieron que era un precio exorbitante por una pequeña parcela. Sin embargo, la tierra incluía el único acceso al vado para cruzar el río y el hombre blanco empezó a cobrar a los viajeros un peaje por usarlo. El sobrino de Weddel/Vidal retó al hombre blanco a una competencia de caballos, apostando el vado y el peaje. El caballo del indio perdió, pero alguien asesinó al hombre blanco esa misma noche. Ahora, Weddel/Vidal está allí con su sobrino para que este sea juzgado.
El Secretario dice que ya le ha comunicado a Weddel/Vidal que su sobrino no está acusado de ningún delito, pero el jefe indio insiste en que el Presidente realice una investigación. El Presidente sugiere realizar un juicio en ese mismo momento. Weddel/Vidal llega con su sobrino. El Presidente y el Secretario se sientan y fingen torpemente un falso juicio. Cuando el Presidente le pregunta a Weddel/Vidal cuál es su nombre correcto, el jefe le dice que no importa. El Presidente declara que el sobrino es inocente y que puede volver a casa. Sin embargo, Weddel/Vidal no acepta este veredicto, y le dice al Presidente que pensaba que el asunto se discutiría en la Casa Blanca. Luego, señala que, de todos modos, todavía no se van a retirar, porque aún están llegando más indios a Washington.
Cuando el Presidente y el Secretario se dan cuenta de que los indios planean quedarse, intentan convencer a Weddel/Vidal de que lo evite, con la excusa de que la Casa Blanca está siendo utilizada ahora por otros gobernantes más poderosos que estarán allí hasta la primavera. Pero Weddel/Vidal responde que esperarán. Esto asusta al Presidente y el Secretario, que finalmente llevan al jefe aborigen y a su sobrino a la casa de Gobierno. Allí se monta un gran espectáculo: se disparan cañones, y el Presidente lee sonetos de Petrarca en latín, presumiendo que son importantes palabras relacionadas con la justicia que los indios no pueden entender. El Presidente declara que el sobrino de Weddel/Vidal es libre, y le sugiere que vuelva a su casa. El jefe indio reprende a su sobrino y luego le dice al Secretario que ahora sí pueden hablar sobre la cuestión del vado.
Pasa el tiempo y llega el otoño. El Presidente está tranquilo en su oficina, hasta que recibe una carta de Weddel/Vidal y se alarma tras leerla. La carta cuenta que otro hombre blanco llegó a territorio indio, compró la parcela con la entrada al vado del río y estaba cobrando peaje a los viajeros. El sobrino del jefe volvió a plantear un reto, esta vez una carrera de natación, y el hombre blanco murió ahogado. Weddel/Vidal agrega en la carta que volverá a ir a Washington con su sobrino.
Esto resulta inaceptable para el Presidente, que llama inmediatamente al Secretario de Guerra para dictarle un decreto. Allí, se establece que Weddel/Vidal y sus descendientes son propietarios a perpetuidad de las tierras al oeste del río, siempre que no vuelvan a cruzar al lado este. Luego, el Presidente envía al Secretario de Guerra a cabalgar para detener el avance de los indios a Washington, y le dice que, si se niegan a parar, les disparen a todos sus animales, porque sabe que no seguirán caminando.
Análisis
“¡He ahí…!” es uno de los relatos de la selección en los que predomina el tono humorístico y sarcástico. Su particularidad es que ese tono se desarrolla principalmente a través de diálogos, con un narrador que se dedica a contextualizarlos y hacer acotaciones. El narrador sirve también para rememorar algunos hechos del pasado e, incluso, hacia el final, hacer un salto hacia el futuro, pero la intensidad del relato se concentra en los intercambios que tienen los personajes.
En este cuento, Faulkner reproduce parte del conflicto racial y territorial entre blancos y aborígenes en el sur de Estados Unidos, pero de un modo mordaz y no tan dramático. Valiéndose principalmente del discurso directo, el autor expone muchos de los preconceptos y suspicacias derivados del encuentro de estas culturas. En este sentido, el diálogo entre los indios que están en el pasillo durante la primera escena es elocuente, ya que exhibe varios de los prejuicios históricos que los blancos han tenido respecto de los miembros de pueblos originarios. Así se ve en este primer fragmento, donde se considera a los aborígenes como perezosos y ladrones.
—Ese gallo de poca cosa ha servido por aquí.
—Muy cierto. Con todo, ¿quién sabe? Además, no pude dejarlo allá en casa, con esos malditos indios perezosos. A la vuelta no encontraría ni una pluma. Eso lo sabes ya. Pero es un engorro tener que andar con esta jaula de acá para allá y llevarla a cuestas a todas horas” (p. 341).
Luego, la conversación se centra en las costumbres de los blancos:
—Es que todo esto es un engorro, si quieres que te diga lo que pienso.
—Tú lo has dicho. Pasarnos la noche entera aquí sentados delante de esta puerta, sin un arma ni nada. Supón que los malos quisieran entrar en plena noche: ¿qué podríamos hacer nosotros? Eso, claro, si es que alguien quisiera entrar. Porque yo no.
—Nadie quiere. Es un honor.
—¿Honor de quién? ¿Tuyo? ¿Mío? ¿De Frank Weddel?
—Honor del hombre blanco. Tú a los blancos no los entiendes. Son como niños: hay que manejarlos con cuidado, nunca se sabe qué van a hacer después. (…) Pero es que los blancos son así: no hay quien entienda sus gustos. Mientras tengamos que estar aquí, tendremos que actuar como creen los blancos que tienen que actuar los indios (p. 341-342).
Lo singular de este diálogo inicial, además visibilizar la reticencia a lo diferente que existe en todo encuentro de culturas, es que está protagonizado por los propios indios, pero sus palabras, en realidad, parecen representar algunos de los prejuicios y actitudes habituales de los blancos para con ellos: la estigmatización, la infantilización, la subestimación y el paternalismo, entre otros.
Por su parte, la actitud del Presidente para con los indios es directamente racista: no los ve como individuos, sino como una gran masa problemática. Esta opinión queda demostrada en su observación sobre los dos indios que están en su pasillo:
No reconoció sus rostros, si bien conocía el Rostro, puesto que lo había contemplado de día y había soñado con él de noche durante tres semanas ya. Era un rostro achatado, oscuro, tirando a plano, mongoloide: secreto, decoroso, impenetrable, grave. Lo había visto repetido hasta la saciedad, hasta que dejó de contar, de calcular incluso cuántos eran; también entonces, aun cuando vio a los dos hombres acuclillados, aunque oyó las dos voces hablando quedas, le pareció que en algún momento de idiotez, a fuerza de insomnio atenuado, de esfuerzo, estaba mirando a un solo hombre que se viese en un espejo (pp. 340-341).
El uso de la palabra "Rostro", en mayúscula, profundiza el enfoque racista y despersonalizante del Presidente, ya que hace una generalización de los rasgos que él considera que comparten todos los indios; es como si todos fueran uno solo, repetido. Por el contrario, el Presidente observa su propia cara en el espejo y queda impresionado por su individualidad: ve "el rostro del luchador taimado y corajudo que había sido, del experto punto menos que infalible a la hora de anticiparse a los demás, de controlar al hombre y sus fechorías, en ese momento inscrito en el aturdimiento desamparado de un niño" (p. 340).
El espejo le sirve a Faulkner para reflejar las dos realidades que confrontan, al tiempo que permite pensar en su funcionamiento como mecanismo identitario del hombre blanco, que solo puede reconocer y respetar aquello que se le parece. Sin embargo, a medida que la trama avanza, se advierte que ese hombre blanco -llevado al paroxismo mediante la figura del Presidente- ha sido reducido al desasosiego y la impotencia por otro líder "taimado y corajudo" (p. 340): Weddel/Vidal.
Por otro lado, es interesante reparar en que el único personaje que recibe un nombre -ambiguo- es el jefe de los chickasaw, Weddel/Vidal. En cambio, el Presidente y el Secretario permanecen sin nombre, lo que puede interpretarse como una crítica de Faulkner a la forma impersonal y apática del gobierno de los blancos. El hecho de que el Presidente y el Secretario tropiecen continuamente con el nombre de Weddel/Vidal refuerza la idea de que no pueden comprender su identidad y, por lo tanto, tampoco pueden construir un diálogo profundo entre los indios y los colonos blancos. En cambio, Weddel/Vidal muestra una actitud que, aunque firme y concluyente, es conciliadora y busca tender puentes con los otros para lograr lo que pretende: reclamar tierras que pertenecen a los aborígenes. Lo más importante es que sus acciones van esa misma dirección: convencido de su objetivo, el jefe conduce a su pueblo por miles de kilómetros hasta Washington para tener una audiencia personal con el Presidente.
Aunque la historia en general tiene un tono humorístico, la reacción del Presidente a la carta final de Weddel/Vidal comporta mayor gravedad, ya que demuestra toda la impotencia y prepotencia del máximo representante de los blancos. El narrador subraya que el Presidente abandona su investidura política y diplomática para situarse en su rol de General y soldado, por lo que convoca al Secretario de Guerra para redactar un decreto. Así, su enfoque ya no es receptivo, y parece poner fin a la posibilidad de coexistir con los indios cuando decide otorgarles a perpetuidad la propiedad de todas las tierras alrededor del vado, siempre que no vuelvan a cruzar a la orilla oriental del río.
Cabe mencionar que “¡He ahí…!” supone la continuidad de las temáticas históricas desarrolladas por Faulkner en su novela de estructura teatral Réquiem para una mujer (Requiem for a Nun, 1950), donde denuncia la actitud separatista del gobierno estadounidense para con sus pueblos nativos. El cuento se inspira en las visitas reales de dos de los jefes de la nación amerindia choctaw -Pushmataha y Greenwood Leflore- a los presidentes James Monroe y Andrew Jackson, respectivamente. Aunque no tiene nombre, se deduce que el personaje del Presidente se basa en Andrew Jackson, que ocupó el cargo entre 1829 y 1837, y era famoso por rechazar y combatir a los pueblos originarios.
El título de la historia -“¡He ahí…!”("Lo!", en inglés) parece derivar de la frase "Lo the poor Indian!" (“¡He ahí el pobre indio!), del poema “Ensayo sobre el hombre” (1733), de Alexander Pope.