La novela comienza con una esquela funeraria en la que se informa sobre la muerte de Mario Diez, de manera repentina, a los 49 años. El narrador nos sitúa en la casa de la familia Diez, en donde velan a Mario. Su mujer, Carmen, está al lado del cuerpo de su marido, y todos los familiares y amigos del difunto se acercan para despedirse de Mario. Luego de que se haya ido el último, Carmen queda a solas con su marido, y comienza a recordar su vida en común durante los más de veinte años juntos que compartieron.
A lo largo de veintisiete capítulos, Carmen interpela y le reprocha a su marido no haberla hecho feliz. Esta conversación con su marido muerto es considerado un "monodiálogo", ya que la mujer busca respuestas de Mario, pero el hombre, evidentemente, no puede contestarle. En este monodiálogo, Carmen se revela como una mujer dedicada exclusivamente al hogar y al cuidado de los hijos. Cuenta con pocos estudios, lo que contrasta con Mario, que era un catedrático, escritor e intelectual. Al repasar su vida junto a su marido, Carmen está llena de frustraciones. Para la mujer, su marido no la valoraba como ella se merecía, ya que no le demostraba afecto y se negó a comprarle un coche aun cuando podía hacerlo. También le reprocha a su marido algunas ideas que considera nocivas para la crianza de sus hijos: la angustia de Mario por los pobres y los sectores menos favorecidos le parece inentendible a Carmen, que sostiene que pobres hubo y habrá siempre. Tampoco comprende que su marido sufra una profunda depresión; de hecho, cree que el diagnóstico es un invento de los médicos.
Además, está convencida de que Mario le fue infiel con su cuñada, Encarna. Por todo esto, Carmen se lamenta por no haber tomado otras decisiones en su vida y afirma que los hombres la siguen pretendiendo como cuando era joven. En un momento, le comenta a su marido que Paco, un amigo de la juventud, la invitó a pasear en su lujoso coche y la besó apasionadamente. Aunque Carmen queda hipnotizada por ese encuentro, le jura a Mario que no pasó nada más. Le suplica de rodillas que la perdone.
La interrumpe su hijo Mario, preguntándole por qué está hablando sola. Ya es de mañana. La mujer, entristecida, le comenta que no puede imaginarse un mundo sin su marido. Comienza a sonar el timbre repetidas veces: son los amigos y familiares que vienen a despedir a Mario. Finalmente, llega la gente de la casa de sepelios y se lleva el féretro. Carmen no llora y abraza a su amiga Valen antes de ver a su marido partir.