Cinco horas con Mario

Cinco horas con Mario Resumen y Análisis Capítulos V-VIII

Resumen

Capítulo V

En la cita bíblica con la que comienza el capítulo, Dios hace cesar las guerras, lo que lleva a Carmen a reflexionar sobre la guerra civil, que ella recuerda como un período de gran diversión en el que todo el mundo estaba de vacaciones, la calle llena de chicos, y a ella no la asustaban los bombardeos. A Mario, en cambio, esa supuesta “cruzada” le parecía una tragedia.

Carmen le recrimina que él hablase de la muerte con los niños como si fuese algo natural, cuando para ella era necesario temer al infierno para que hubiese orden. Carmen se queja del Concilio, que se centra en una iglesia para los pobres, pero no piensa en el resto de los practicantes.

En cuanto a Menchu, la hija mayor, Carmen no quiere que estudie, para que no se convierta en un “marimacho”. Después de todo, una muchacha de buena familia solo debe saber sonreír y seducir, y estas cosas no las enseña ni el mejor de los docentes. Así, a Carmen solo le preocupa casarla cuando se saque el luto.

Mario, en cambio, quiere que Menchu estudie como hacen las chicas en otros países, y su esposa le cuestiona que solo mire con admiración lo que viene de afuera. Tampoco está de acuerdo con él en que los pobres estudien, porque si se los saca de donde están se echan a perder. Finalmente, le echa en cara que siempre haya tenido gustos proletarios.

Capítulo VI

La cita bíblica con la que comienza el capítulo describe la caridad y la necesidad de ayudar al prójimo. Para Carmen, las diferencias sociales son necesarias. Ella suele ir a los suburbios a repartir limosnas, y critica a Cáritas porque esta institución reparte las donaciones a todos por igual, incluidos vagos y protestantes, y no a quien se lo merece. A ella le gusta tener un trato directo con los pobres y que le agradezcan. Mario, en cambio, quiere igualdad social, pero esas ideas, según su esposa, se las ha metido Don Nicolás, el socialista dueño del diario donde Mario escribía.

En un momento, Carmen comenta que Mario ha sufrido una depresión provocada por exceso de control emotivo e insatisfacción, que le fue diagnosticada por Luis, un médico amigo. Sin embargo, para Carmen, Mario no tenía motivos para estar deprimido, porque él controlaba todo lo de la casa.

La mujer agrega que lo único en lo que ella impuso su voluntad fue en la elección de los nombres de los hijos, porque los que Mario le propuso le parecían muy proletarios. Para ella, el Concilio debería ocuparse de temas importantes, como los nombres del santoral, en lugar de decir que los judíos o los protestantes son buenos.

Finalmente, Carmen comenta que Higinio Oyarzun, un amigo monárquico y afín a sus ideas, le comentó que Mario se juntaba a rezar con protestantes, pero su mujer no cree que esto sea cierto.

Capítulo VII

La cita de la Biblia que abre este capítulo habla sobre la paz, lo que permite que Carmen cuente que la pasó muy bien durante la guerra. En los bombardeos se tenían que esconder en refugios, y una de las que estaba allí era Espe, una rebelde a la que habían pelado por “roja” (comunista). Don Ramón, el padre de Carmen, se burlaba de ella e ironizaba sobre su respeto a Dios.

Carmen cuenta que Juan Ignacio Cuevas, hermano de Transi, un chico con un retraso mental, fue llevado a la fuerza a combatir. Nunca más lo vieron: solo llegó a dejar anotado en un papel lleno de errores que se lo estaban llevando.

La mujer menciona que la familia de Mario le provoca rechazo: el padre, prestamista; los hermanos, Elviro y José María, republicanos. Según Oyarzun, a José María lo habían visto en abril de 1931 dando vivas a la República, agitando la bandera tricolor, y por eso lo ficharon y finalmente, lo mataron. En el bando contrario, su padre, don Ramón, llevaba corbata negra de luto, porque veneraba a la monarquía.

Para Carmen, la República es ordinaria; unos reyes con hijos rubios se ven mejor. Además, dice que el luto hay que llevarlo para mantener las apariencias, para que lo vean los demás. Por eso le molesta tanto que Mario no llevase luto por su padre, y que su propio hijo se pusiera un suéter de color en el velorio.

Capítulo VIII

La cita bíblica del comienzo del capítulo alude a la protección y liberación de los esclavos, y Carmen comienza a hablar sobre los empleados de la casa.

Comenta que Doro, la empleada, es muy básica; para Carmen ya no hay empleadas como las de antes para ayudar en las casas. Nadie las obliga a trabajar en el servicio: la culpa la tienen ellas porque no se molestaron en aprender a leer.

Carmen cuenta que Valen, su amiga del alma, es muy linda. A Vicente, su esposo, le costó conquistarla porque ella estaba saliendo con un italiano, pero lo logró.

Carmen rememora la llegada de los italianos a España durante la guerra civil y lo describe como un revuelo: Mussolini había elegido a los más altos para causar más impacto y hacer propaganda. Las mujeres italianas, por el contrario, parecían unas prostitutas, tan liberales, según Carmen. Uno de los soldados, Galli Costantino, se fue a alojar en su casa en 1937. Era todo un galán: bigote, ojos claros, uniforme y medallas ganadas en Abisinia (contra los negros). Tenía dos hijos y las llevaba a Carmen y a su hermana Julia a tomar helados en un Fiat descapotable.

Esta anécdota hace que le reclame nuevamente a Mario por el coche que nunca tuvieron.

Análisis

En estos capítulos, Carmen pone en palabras uno de los temas predominantes en la novela: la experiencia de la guerra.

Durante la juventud de Carmen y Mario, España estaba dividida por una guerra civil desatada entre los sectores republicanos que apoyaban al Gobierno y la facción denominada “nacional”, liderada por Francisco Franco. Al terminar esta guerra, Franco comenzó un gobierno dictatorial que duraría hasta su muerte en 1975.

Esta etapa, condenada por los intelectuales de la época, es vivida por Carmen como un divertimento. Esta mirada banalizadora del proceso bélico nos revela una faceta superficial de la mujer y hasta un poco perversa, ya que confiesa haber pasado “unos años estupendos, los mejores de mi vida, no me digas, que todo el mundo como de vacaciones, la calle llena de chicos, y aquel barullo. Ni los bombardeos me importaban, ya ves, ni me daban miedo ni nada” (C. V). Comparar la experiencia de la guerra con una vida “como de vacaciones” exhibe una postura cuestionable, que da a entender la poca empatía de Carmen con aquellos sectores que fueron brutalmente reprimidos y asesinados.

La incapacidad de Carmen de comprender el mal y el sufrimiento de los demás es una característica que también aparece en la apreciación que hace de la depresión que atormentaba a Mario. Así, no duda en decirle a los amigos de su marido que “Mario no tiene motivos para estar deprimido; come bien y me ocupo de él más de lo que puedo" (C.VI). En esta afirmación, el egoísmo de la mujer no le permite entender que la depresión de Mario no tiene que ver con ella, sino consigo mismo. Al respecto, es particular el análisis de Carmen sobre el malestar de su marido; para ella, la depresión responde a una necesidad de Mario de llamar la atención. “Las personas que piensan mucho, Mario, son infantiles” (C. VI), declara la mujer. Así, en vez de darle a esta enfermedad la importancia que se merece, menosprecia el sufrimiento de su marido.

En estos capítulos, la religión se consolida como uno de los ejes fundamentales de la novela. Por una parte, es necesario destacar que todos los apartados comienzan con una cita bíblica subrayada por Mario. A partir de esta selección, Carmen comienza una interpretación libre, motivada por la temática de cada cita. Por otra parte, la narradora menciona también “el Concilio”. Entre 1962 y 1965 se realizó el Concilio Vaticano II, un encuentro de obispos representantes de todos los países para tratar temas de actualidad, problemáticas mundiales y revisar la función de la Iglesia católica en el mundo. El resultado fue una marcada apertura a otras religiones y la reivindicación de los derechos de los más pobres, que llevó al catolicismo español a dividirse entre ortodoxos y afines a las ideas del Concilio.

Esta dicotomía atraviesa también a Carmen y Mario. Por un lado, la mujer repudia esta modernización de la Iglesia católica. Esto se ve en el desprecio de Carmen por los pobres; para ella es necesaria esa división tajante entre las clases para poder garantizar el orden social. Así, repudia a Cáritas, la rama asistencialista de la Iglesia, que busca ayudar a los menos beneficiados:“¡Cáritas, para que te enteres!, que tira las cosas a voleo, sin mirar antes quién lo merece, que lo mismo te ponen la mano los vagos que los protestantes, lo mismo, un desbarajuste, que eso es lo que no puede ser, estoy cansada de decirlo" (C.VI). Esto deja en primer plano la mirada suspicaz de la mujer, que sospecha de la naturaleza de aquellos que piden asistencia social a Cáritas. Según su perspectiva, “los vagos” y “los protestantes” no merecen la ayuda de la Iglesia. Además, esta crítica también revela que lo que la mujer no puede tolerar es no ser ella quien seleccione a quién se debe ayudar y a quién no. Carmen es jueza absoluta de las acciones de los demás, hasta el punto de dictaminar quién merece asistencia.

Esta mirada despreciativa sobre los sectores más marginales se repite también en los comentarios racistas que hace Carmen: “Hasta los negros de África quieren darnos lecciones cuando no son más que caníbales” (C.VI). Para un lector actual, estas apreciaciones se vuelven, por momentos, casi intolerables. Sin embargo, estos comentarios de Carmen representan parte de los pensamientos predominantes en la España gobernada por Francisco Franco.

En este sentido, la mujer encarna el pensamiento ultraconservador del franquismo. Si bien esta simpatía no es expresada explícitamente en la novela, se ve en la adhesión de Carmen a las perspectivas ideológicas del régimen. Por una parte, la crítica a la apertura de la Iglesia tras el Concilio, el cuestionamiento sobre los pobres y la imposibilidad de dialogar que tiene la mujer con personas de otros estratos sociales o religiones exhibe el pensamiento ultraconservador de la época.

Esta idiosincrasia también se ve en las diferentes tareas y asignaciones asociadas a los géneros. Carmen cuestiona que su hija estudie, ya que considera que nada puede mejorar en su vida con esta tarea. Así, interpela a Mario con sus preguntas: “¿Qué saca en limpio con ello, dime? Hacerse un marimacho, ni más ni menos, que una chica universitaria es una chica sin femineidad, no le des más vueltas, que para mí una chica que estudia es una chica sin sexy, no es lo suyo, vaya, convén­cete” (C.V). Según su mirada, estudiar implica perder la esencia femenina y esto no seduce a los hombres. Esta perspectiva de Carmen coincide con la ideología franquista, en la que las niñas solo debían aspirar a casarse bien y tener muchos hijos; tomar la alternativa de los estudios implicaba alejarse de este mandato asignado a las mujeres.

Estos posicionamientos de Carmen contrastan fuertemente con las ideas sostenidas por Mario. A través de los sucesivos reproches e interpelaciones, la narradora incorpora la mirada de su difunto marido que, obviamente, no tiene posibilidad alguna de responder.

Las divisiones tajantes entre ambos atraviesan toda la novela. En primer lugar, Mario no comparte la apreciación de la guerra civil que sostenía Carmen. Por el contrario, para el hombre, esto fue una catástrofe. “La ropa te traía sin cuidado, el coche no digamos, las fiestas otro tanto, la guerra, que fue una Cruzada, que todo el mundo lo dice, te parecía una tragedia” (C.V). En cierto sentido, esto se legitima también al entender el origen social del hombre, ya que proviene de una familia republicana. Esto escandaliza a Carmen, que le recrimina a Mario que su hermano José María fue visto “en abril del 31 dar vivas a la República, agitando la bandera tricolor como un loco, Mario, que eso es todavía peor.” (C. VII). Sin embargo, lo verdaderamente grave para Carmen no fue el hecho en sí sino que hubo “testigos” (C. VII) de estos actos. Una vez más, la importancia está puesta en la imagen que se les ofrece a los demás, en la apariencia que se le da al resto de la comunidad.

El valor que Carmen le otorga a la superficialidad atraviesa también la dimensión de la política. La mujer prefiere el sistema monárquíco antes que el repúblicano porque “date cuenta, un rey en un palacio y una reina guapa y unos príncipes rubios y las carrozas, y la etiqueta y el protocolo y todo eso” (C. VII) se ve mejor que cualquier otro sistema. En su visión frívola del mundo, lo importante es mostrarse y parecer bellos antes que realmente serlo.

Otro elemento que separa a Carmen y Mario es la religión. La mujer, católica ortodoxa, acusa a su marido de protestante por dedicarse a rezar con unos practicantes de esta religión. Por supuesto, esto escandaliza a Carmen, que dice “Antes prefiero, fíjate bien, que piensen que son hijos naturales, que con gusto tragaré ese cáliz, que decirles que su padre era un renegado” (C. VI). La novela muestra la incomprensión de Carmen frente a las decisiones de su esposo y su mirada juzgadora sobre las acciones de los demás.

Las diferencias del matrimonio encarnan, de alguna manera, las dos Españas que coexisten en el contexto de escritura del franquismo. Por una parte, Carmen simboliza esa creencia en las viejas estructuras, retrógradas y conservadoras, defensoras de una sociedad ordenada en clases sociales opuestas e irreconciliables. Por otra parte, Mario encarna la renovación social que atraviesa la España de la década del sesenta. Su adhesión al Concilio Vaticano II, su simpatía con el sistema republicano y su empatía con los sectores menos favorecidos representan la mirada más moderna y progresista de la época.

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