Resumen
Capítulo I
El capítulo comienza con una cita bíblica acerca del valor de la mujer prudente; a partir de esta lectura, Carmen comienza a hablarle a Mario. Le dice que él tuvo suerte al casarse con ella y le reclama que la haya abandonado. Le echa en cara una presunta infidelidad con Encarna, su cuñada, el día que ganó el cargo en la cátedra del instituto. Siente que sus sospechas están avaladas por el escándalo que hizo Encarna en el velorio (parecía ella, y no Carmen, la viuda). La acusa de prostituta y se pregunta por qué no trabaja como empleada de servicio, si tanto le hace falta el dinero.
Acto seguido, comienza a hablar de la falta de ayuda doméstica que sufre, de cómo se siente una esclava, y de las aspiraciones de las empleadas, que quieren ser señoras, una idea que a Mario le parece buena. Sostiene que las empleadas domésticas destrozan, con sus aspiraciones, la vida de las familias.
Carmen también recuerda a Elviro, hermano de Mario, tan diferente a él. Elviro era cariñoso con Encarna, aunque ella lo persiguiese a Mario. En relación con esto, Carmen le reclama a su difunto marido que solo tuviesen relaciones cuando ella estaba fértil. Le advierte que, a pesar de las pocas atenciones que recibió de Mario, Carmen sigue siendo bella, a tal punto que Eliseo San Juan, el de la tintorería, le dice piropos constantemente. Pero ella no le responde, porque tiene principios.
Capítulo II
Este capítulo comienza con una cita bíblica sobre los bienes materiales. A partir de ella, Carmen le reclama a Mario que no le comprara un Seiscientos (un auto). Alega que todas las mujeres, hasta las porteras, lo tienen, menos ella, y se siente humillada. Tampoco le compró en todos esos años los cubiertos de plata que ella necesitaba para responder como se debía a las invitaciones de los amigos. Su madre, por el contrario, antes pecaba por gastar de más que de menos.
A Carmen no le interesan los regalos baratos de Mario. Se queja de que gana poco y de cómo escribe, y le achaca que a nadie le interesan sus libros porque sus argumentos son muy aburridos: la paz, la guerra, la posibilidad de vivir sin pelear. Lo acusa de haberse rodeado de personas que lo arruinaron, y se burla de que considere la escritura como un trabajo.
Según Carmen, el padre de Mario tenía fama de roñoso, y por su origen él siempre tuvo gustos proletarios, hasta iba al instituto en bicicleta y se dejaba ver con el bedel, para horror de Carmen que había sido educada para otra cosa.
Capítulo III
“Prendiste en mi corazón” (C. III), así comienza la cita que lleva a Carmen a recordar que Mario le escribió un poema. Lo sabe porque se lo contó Elviro, pero ella cree que se los escribió a Encarna, porque él nunca se lo quiso mostrar. Por otro lado, Carmen recuerda que solía interrumpir las tertulias de Mario y sus colegas porque sospechaba que hablaban de mujeres; no les creía que estuvieran discutiendo sobre el poder del dinero, la maldad intrínseca del hombre y otros temas similares. En estas tertulias se juntaban los rebeldes, los que querían tener voz. Carmen se burlaba de ellos y se preguntaba para qué se quejaban si tenían todo. Sin embargo ve que hasta su hijo Mario se ha vuelto rebelde y se lamenta porque ya no cree poder “enderezarlo”. Para ella es la Universidad la que le mete “ideas raras” en la cabeza.
Carmen afirma que la guerra es un oficio de valientes, a pesar de que los jóvenes lo vean como un horror. España, en lugar de nuevos pensamientos llegados de afuera, necesita preservar los valores morales; si hasta el Papa los ha felicitado por su falta de divorcios y adulterios, aunque a ella no le hubiese faltado ocasión con Eliseo San Juan, que no deja de acosarla. Carmen solo se preocupa por guardar las apariencias, tal como le enseñaron en su casa. En cambio, a Mario no le importa hacer el ridículo o ir contra la corriente, como cuando en una reunión, bastante bebido, tiró botellas contra las farolas, o cuando rechazó un pacto con el gobierno, y eso le trajo varios perjuicios.
Capítulo IV
Mario marcó en la Biblia un fragmento sobre los más necesitados, y Carmen comenta que él nunca fue cariñoso con ella, a diferencia de los viejos Gabriel y Evaristo, que eran pintores. Una vez, las llevaron a ella y a Transi, muy jovencitas, a su estudio y allí les mostraron cuadros de mujeres desnudas. Obviamente, ellas se escandalizaron, pero ellos insistieron en que querían hacerles a ellas unos retratos similares a esos cuadros.
Carmen comenta que la familia de Mario es poca cosa para ella, especialmente su padre, que es prestamista. José María, el hermano mayor, era muy atractivo. De joven la ponía a ella muy nerviosa, tanto que lo veía y se escapaba corriendo. Por el contrario, Mario era como un espantapájaros, con anteojos. Charo, la hermana, no vale nada: es desprolija y tiene voz finita, y la moda es tenerla ronca.
La familia de ella, por el contrario, es de clase alta. Su madre era toda una señora, que recibía espléndidamente visitas en su casa antes de la guerra, y aun muerta parecía una actriz de cine. Ella le permitió casarse con Mario y no se espantó cuando Carmen le dijo que el padre de Mario era prestamista. Sin embargo, al padre de Carmen, Don Ramón, no le gustaban las ideas políticas de la familia de Mario.
Análisis
Con el capítulo I se inicia un extenso discurso de Carmen que terminará en el capítulo XXVII. Ya desde el prólogo se anticipa el estilo que se mantiene en todos estos apartados: la voz de Carmen está compuesta, principalmente, por una sucesión de ideas disparadas por una cita bíblica. A partir de la mención de los fragmentos subrayados por Mario, la protagonista incorpora sus reflexiones, que suelen ser inconexas, repetitivas, obsesivas.
Si bien para algunos críticos la novela se compone de un largo monólogo, en realidad, es un diálogo con Mario, pero sin incluir la respuesta del difunto ya que le habla en presente durante toda la noche, aunque no pueda contestarle. Por esa razón se puede hablar de un “monodiálogo”. Sin embargo, es interesante destacar que no es Carmen quien inicia la conversación, sino que las citas bíblicas subrayadas por Mario dan comienzo a cada capítulo.
Sin embargo, este “monodiálogo” incorpora también palabras de otros. Carmen utiliza el estilo directo, que reproduce las palabras tal como lo dicen los personajes: “Ya ves Elíseo San Juan, qué persecución la de este hombre, «qué buena estás, qué buena estás, cada día estás más buena»” (C.III). Así, con este recurso, introduce la voz de otros personajes de su vida.
La inclusión de otras voces dentro del discurso de Carmen se da en el marco de que gran parte de su “monodiálogo” está atravesado por los recuerdos de los 23 años de casados. Por esto, se afirma que Cinco horas con Mario es una novela a dos tiempos. Por un lado, el tiempo del relato va desde el velorio de Mario el 24 de marzo de 1966 hasta la conducción del cuerpo para su entierro, a las 10 de la mañana del día siguiente, unas 12 horas en total (3 del prólogo, 5 del monólogo y 4 del epílogo). Por el otro, el tiempo evocado por Carmen en esa noche abarca sus 23 años de casados, más el noviazgo y algunos recuerdos de la infancia de Carmen.
Esta misma dualidad se traslada al espacio. Por una parte, el velorio del prólogo transcurre en la casa de Mario, en una ciudad provincial y, dentro de esa casa, el parlamento de Carmen se da en el marco del escritorio de Mario. Este espacio es el lugar del difunto, al cual Carmen no ha tenido acceso jamás. Por otra parte, los espacios que evoca Carmen en este monodiálogo son diversos: hay referencias a lugares de la ciudad de los protagonistas, junto con menciones de Madrid y hasta de Italia.
Si bien Carmen es la única interlocutora de estos capítulos, los intereses y la voz de Mario aparecen a través de la selección de versículos de la Biblia y de los temas de sus libros. Así, cada capítulo comienza con un fragmento previamente subrayado por Mario al que Carmen reacciona.
La incorporación del discurso bíblico permite destacar la importancia de la religión en el contexto de escritura de la novela. En este sentido, que estos apartados comiencen con citas bíblicas subrayadas por Mario no es casual. En este momento histórico, España, de larga tradición católica, se veía sacudida por el intento de renovación de la Iglesia, promovida por el Papa Juan XXIII (y finalizada por Pablo VI, su sucesor) a través del Concilio Vaticano II que se realizó entre 1962 y 1965. Esta renovación buscaba modernizar la disciplina eclesiástica a partir de mejorar la relación con otras religiones y de darle importancia a la igualdad social.
En la novela, Carmen cuestiona estas nuevas ideas que atraviesan a la sociedad española; sus críticas ponen en evidencia las dos Españas que coexisten en la novela. El pasado de la guerra civil y el comienzo de la dictadura de Francisco Franco es, según la mirada de Carmen, un momento idílico para la sociedad hispánica. “No nos ha ido tan mal me parece a mí, que no hay país en el mundo que nos llegue a los talones, ya le oyes a papá, «máquinas, no; pero valores espirituales y decencia para exportar»” (C. III). Este anclaje con el pasado se ve en que ella habla por boca de su padre y reproduce sus ideas automáticamente y repetitivamente, sin criticarlas ni ponerlas en duda.
Esta fijación con un pasado fuerte e implacable contrasta con el presente de enunciación de la narradora. Para Carmen, las nuevas generaciones carecen de esa rectitud y firmeza de la España franquista y se encuentran influenciados por discursos conflictivos: “No nos engañemos, Mario, pero la mayor parte de los chicos son hoy medio rojos, que yo no sé lo que les pasa, tienen la cabeza loca, llena de ideas estrambóticas sobre la libertad y el diálogo y esas cosas de que hablan ellos” (C. III).
Estas ideas revolucionarias llegaron hasta el seno de la familia Díez, ya que Mario, el hijo del difunto y Carmen, defiende la idea de un estado laico. En este sentido, la novela muestra que no hay institución alguna que pueda estar a salvo de estas nuevas perspectivas. A pesar del autoritarismo de Carmen, capaz de afirmar que “con los niños hay que ser inflexibles, que aunque de momento les duela” (C.III), sus hijos resultaron críticos y cuestionadores del orden establecido.
Así como Carmen puede parecer nostálgica al añorar el pasado dorado de una España en orden y armonía, también es posible leer este lamento como la manifestación de una mujer profundamente arrepentida de sus decisiones. En este punto, Carmen contrasta permanentemente la tarea de Mario como escritor con la de su padre, el “Ilustrísimo” Ramón Sotillo. Así, la desvalorización del marido es permanente. Carmen le reprocha la temática de sus libros: “Vamos a ver, tú piensa con la cabeza, ¿quién iba a leer ese rollo de «El Castillo de Arena» donde no hablas más que de filosofías?” (C. II). El problema fundamental de no ser leído es, esencialmente, no ser comprado; en este sentido, Carmen se lamenta que la escritura de su marido no genere ingresos económicos suficientes como para sostener las finanzas familiares. Es interesante subrayar que la crítica de Carmen no es por la calidad literaria de su marido, sino que no se dedica a géneros rentables, que pudieran llegar a ser un éxito.
Estas limitaciones económicas obsesionan a Carmen y se simbolizan en la mención recurrente que hace del coche Seiscientos: “Me será muy difícil perdonarte, cariño, por mil años que viva, el que me quitases el capricho de un coche. Comprendo que a poco de casarnos eso era un lujo, pero hoy un Seiscientos lo tiene todo el mundo, Mario, hasta las porteras si me apuras, que a la vista está” (C.II). En esta cita, se ve que el auto representa un bienestar económico y social, un estándar de vida de comodidad que le fue negado por decisión unilateral de Mario.
También hay que tener en cuenta que el coche representa una apariencia de buen pasar económico. Una vez más, la novela muestra la importancia puesta en la superficialidad: Carmen no puede tolerar que “hasta las porteras” cuenten con este auto porque no concibe tener menos que una empleada poco calificada. Así, el malestar de la mujer empeora: su enojo no es únicamente por no tener el coche sino porque hasta las mujeres de las clases más inferiores cuentan con este objeto. En esta apreciación de Carmen se ve una característica fundamental de la mujer: una mirada peyorativa y clasista sobre las clases bajas.
Esto reaparece en las críticas que le hace a su difunto marido. “¿tú crees que está ni medio bien que un catedrático se deje ver en público con un bedel?” (C.II) le reprocha a Mario. Así, para la mujer, la oposición entre profesor universitario y empleado de la institución es irreconciliable y no puede, de ninguna manera, convivir. Para Carmen, las clases sociales deben mantenerse inmutables, respetando las categorías asignadas a cada uno de sus integrantes.