Resumen
Capítulo XVII
La cita bíblica que abre este capítulo habla de las mujeres insensatas. Carmen cuenta que Paco la buscó por segunda vez en la parada del ómnibus y se fueron a dar un paseo. A él no le importan las habladurías. Cambió de actitud, habla despacio y tiene unos increíbles ojos verdes. La seduce al decirle que está igual de joven que hace veinte años. Le pregunta si sabe manejar y ella le dice que no tiene auto. Carmen siente una vergüenza espantosa, porque para ella un auto es un artículo de primera necesidad; si hasta don Nicolás tiene un Milquinentos, y justamente en eso Mario no lo imita.
Carmen le reprocha a Mario no haberla dejado casarse con vestido blanco. Para la mujer, el vestido de novia debe ser blanco para aclarar que la novia es virgen, ya que la pureza es lo más preciado en una dama. La mujer que no es virgen no debería casarse de blanco, porque así se distinguen unas de otras. Pero a Mario no le interesan esas cosas: lo que importa es el sacramento, no la fiesta. Carmen recuerda su luna de miel en Madrid y dice que sentía vergüenza de Mario, que estaba tan sorprendido en la gran ciudad que parecía un pueblerino. Sin embargo, una de las peores cosas de su marido fue cuando comenzó a ayudar a presos políticos.
Capítulo XVIII
Mario ha subrayado en la Biblia un fragmento acerca del duelo, y Carmen le reclama que no haya llorado la muerte de su propia madre o llevado luto. Para la mujer, el luto es para recordarte que tienes que estar triste, pero también para que lo vean los demás. Carmen aclara que ella sí lloró la muerte de su propia madre, pero Mario no la supo consolar.
En cuanto al sexo, la mujer le reprocha a Mario que él jamás estuvo a la altura, se preocupaba más por los pobres y por los locos del manicomio que por complacerla. Además, Carmen le recrimina que no haya aceptado un puesto político que le habían ofrecido en el Ayuntamiento.
Carmen critica a su cuñada Encarna, quien ha pasado temporadas en su casa, invitada por Mario. Según la narradora, Encarna come por tres, es un marimacho y solo cuidó a su suegro enfermo para dejarla a Carmen en evidencia. Desde el punto de vista de los gastos, tener a Encarna en la casa equivale a comprar un coche Seiscientos.
Capítulo XIX
Carmen le recrimina a Mario su visión de Cristo; mientras que para él Jesús no era como lo pensaba la Iglesia, ella sostiene que Cristo no volvería a defender a vagos, locos, pobres y antimonárquicos, como lo hacía Mario.
La narradora comenta que una vez su marido dio una charla sobre la caridad como él la entendía. Esto generó un revuelo, porque el público prefería entender la caridad como beneficencia antes que como una forma de mejorar realmente la vida de los pobres.
Carmen recuerda que, una vez, un alumno del instituto se quejó de que Mario, su profesor, había dicho que la Iglesia debería haber apoyado la Revolución Francesa. Esto terminó en una sanción a Mario. Este episodio escandaliza a Carmen, que piensa que su marido debería haberse callado la boca. Para la mujer, Mario no fue siempre así, sino que fue don Nicolás, el dueño de El Correo, el que le llenó la cabeza de estas ideas.
Estos episodios de Mario le hacían gracia a Valen, la amiga de Carmen, que pensaba que el hombre estaba medio loco. Para la mujer, los personajes como Mario, tan dedicados en cambiar el mundo, al final se suicidan o se mueren de un infarto. Según Carmen, su marido no tenía razones para morir, porque a él no le faltaba nada.
Carmen se siente una tonta por no haberse dado cuenta de qué tipo de persona era Mario, que ya desde pequeño se dedicaba a la lectura.
Capítulo XX
La cita bíblica que inaugura el capítulo castiga la fornicación y las groserías. Según Carmen, los hombres siempre estaban detrás de ella. Por ejemplo, Eliseo San Juan, que le dice que está muy buena, y Galli, que, ante la indiferencia de Carmen, acabó acostándose con la hermana. Carmen tiene principios, pero Julia no los tuvo, y por su accionar trajo la vergüenza a la familia y debió vivir sola en Madrid siete años, sin que su madre ni Carmen le hablaran. De Galli no se supo más nada.
Carmen repite la anécdota del hermano con discapacidad de Transi, al que se llevaron a la guerra. También recuerda que Transi le daba a ella besos raros.
Análisis
A medida que avanza la novela, se ve la reiteración de ciertas historias que ya han sido mencionadas en capítulos anteriores por Carmen. Esta repetición les permite a los lectores entender que, detrás de los reclamos de la mujer a su difunto marido, se encuentran algunas obsesiones fundamentales.
Entre esos temas recurrentes, aparece la virginidad. El discurso de Carmen, producto de la educación española franquista, ve que la idea de llegar virgen al matrimonio es una línea divisoria tajante entre las mujeres decentes y las que no lo son. Esa exigencia moral era válida solo para las mujeres: en los hombres era muy bien visto que hubiesen experimentado con varias mujeres antes de casarse. Por esta doble moral, Carmen sufre una lucha interna: por un lado, se le exige ser recatada y pura pero, por el otro, tiene un deseo sexual insatisfecho. Esto es un reclamo bastante frecuente en la novela: la idea de que Mario no pudo comprender que el sexo puede ser una manifestación de amor: “Lo que quiero hacerte ver, Mario, es que entre hombre y mujer hay un instinto, y las chicas con principios, las honradas, las que somos como se debe de ser, gozamos excitándole en los hombres pero sin llegar a mayores, mientras que las fulanas se van a la cama con el primero que pillan. Esa es la diferencia, botarate...” (C. XX).
Esta oposición entre mujeres “honradas” y “fulanas” atraviesa la novela. Si Carmen pertenece, orgullosamente, al primer grupo, su hermana Julia y su cuñada Encarna son representantes de las “fulanas”. Por una parte, Julia tuvo la enorme desgracia de quedar embarazada del soldado italiano al que acogieron en su casa. Así, la muchacha debió pagar con la soledad esta deshonra; ni su madre ni la propia Carmen le hablaron por siete años. Sin embargo, para la narradora la más perjudicada no fue su hermana Julia, madre soltera intentando sobrevivir sola en Madrid, sino su madre, por la vergüenza que le provocó el embarazo de su hija soltera. Es interesante notar que Carmen destaca “la libertad” de su hermana, sola en una ciudad grande, con un hijo pequeño. En cierto sentido, esto se opone a la vida rutinaria y doméstica que lleva la protagonista, ocupada con las tareas de cuidado y de crianza de sus hijos.
Por otra parte, desde el capítulo inicial y en repetidas ocasiones, Carmen considera a Encarna no como su concuñada sino como la supuesta amante de Mario. “A mí no hay quien me saque de la cabeza que Encarna estaba por ti” (C. XVIII) afirma Carmen, aunque, sin embargo, esta sospecha jamás se confirma. En parte, esta rivalidad entre las mujeres hace que Carmen la describa de manera cruel: Encarna es un “marimacho”, a la que no le interesan las apariencias ni los protocolos.
Si bien Encarna y Julia son unas “fulanas”, también Carmen tiene sus deseos y necesidades sexuales. Así, el reclamo permanente a Mario se debe también a la importancia que la mujer le da a su aspecto físico. Ella se siente aún atractiva, habla del éxito que tiene y ha tenido con los hombres; así, el único que no parece haberla valorado es Mario. Es ejemplar al respecto la anécdota sobre el vestido de novia. Este traje blanco representa la virginidad de la mujer al momento de contraer matrimonio. Sin embargo, Carmen no pudo usarlo ya que Mario le negó esta posibilidad; hasta el presente, la mujer sigue dolida porque “la pureza es la prenda más preciada y nunca está de más proclamarlo” (C.XX). La idea de “proclamar la pureza” a través del vestido blanco de novia muestra, una vez más, la importancia que Carmen le otorga a las apariencias. Para ella, no importa tanto el rito del matrimonio como la posibilidad de lucir sus virtudes frente a los demás.
Este tema reaparece en las discusiones sobre el duelo y el luto. Para Carmen, el duelo no es un camino de sanación tras el dolor sino una nueva ocasión de aparentar. En palabras de la mujer, este proceso es “para que lo vean los demás, que los demás sepan, con sólo mirarte, que has tenido una desgracia muy grande en la familia...” (C. XVIII). Por eso le molesta tanto que su hijo no se ponga luto en el velorio de su padre y que Mario no haya procesado la muerte de su madre como Carmen la de la suya; la preocupación está puesta en lo que piensa el resto del pueblo.
Estas valoraciones de Carmen indican que si el luto no se ve, entonces no existe. En cierto sentido, esto es lo que le impide comprender la depresión de Mario. No ve que él “tenga razones” para deprimirse; entonces, minimiza su enfermedad, como si se tratase de una manía para llamar la atención.
Esta superficialidad de Carmen a la hora de entender los sufrimientos de los demás se ve en las descripciones que hace la narradora sobre la guerra civil. Cuando habla de este período, Carmen la describe como una fiesta. Su padre, incluso, se ríe en la cara de una amiga comunista, y minimizando el enfrentamiento bélico y sus consecuencias. “Yo lo pasé bien bien en la guerra, digáis lo que digáis, si era como una fiesta, hijo, yo me acuerdo en el refugio, menuda juerga, (...) lo pasé de fábula, Mario, para qué te voy a contar, toda la ciudad llena de gente, menudo barullo, que todavía no sé, te lo digo sinceramente, cómo no te planté entonces, recién novios, que cada vez que venías del frente” (C. XX). Esta falta total de empatía y comprensión se subraya aún más en el episodio del hermano de Transi. El muchacho, que padecía una discapacidad mental, fue convocado para ir al frente y nunca más regresó. Este hecho conmocionó a la familia de Transi, pero Carmen le respondió: “‘Mejor muerto’” (C. XX). La crueldad y liviandad de estas palabras muestra la falta de humanidad de la narradora, capaz de decirle algo tan despiadado a un ser querido.
Por supuesto, Mario tampoco es comprendido por su mujer. Una vez más, los reproches de Carmen revelan hasta qué punto el matrimonio está construido sobre una falta total de comunicación y entendimiento mutuo. El episodio de la denuncia es ejemplar al respecto: Carmen defiende los argumentos del estudiante antes que las ideas de su marido. “¿Tú crees que un cristiano puede decir a boca llena, en plena clase, que era una lástima que la Iglesia no apoyase la Revolución Francesa?” (C. XIX), le reprocha la mujer a Mario. En vez de hacer un esfuerzo por entender la perspectiva de su esposo, lo condena por atrevido.