Resumen
Capítulo IX
“El reino de los cielos es semejante a un rey”, dice el subrayado de Mario en la Biblia. Carmen dice que Mario no era monárquico, y eso le trajo problemas con Josechu Prados, de quien se distanció por no acceder a firmar un acta que acreditaba un recuento de votos poco claro en un asunto público. Por no pactar, a Mario le niegan el acceso a una casa más grande para vivir con su familia numerosa. Carmen le recrimina su falta de viveza, porque según ella para vivir en el mundo hay que ser un poco más flexible.
Según Carmen, para Mario, República y Monarquía no son conceptos ni buenos ni malos en sí mismos, porque lo que importa es lo que hay debajo de esas ideas, las personas de cada sector.
Carmen le reprocha a Mario no haberla cuidado ni valorado como se merecía, a pesar de que ella siempre tuvo otras opciones además de él, antes y después de casarse.
Además, no le cree que haya llegado virgen al matrimonio y recuerda con amargura la noche de bodas, en la que Mario se dio vuelta en la cama y no tuvieron relaciones. A ella le da tanta vergüenza que no se lo ha contado ni a Valen, y jamás se lo va a perdonar a Mario.
Carmen le recrimina a Mario haberle estado enviando dinero a Encarna, su cuñada, durante 15 años.
Capítulo X
El fragmento bíblico que da inicio al capítulo habla sobre los niños. Carmen cuenta que, en un momento, le gustaba Paco. A Transi, la amiga de Carmen, también le gustaba Paco, aunque ella era muy especial, muy moderna. A veces incluso le daba besos en la boca a Menchu.
Paco Álvarez, Paquito, cuando era joven hablaba mal, porque era “artesano” (Transi le decía "el obrero"), un bruto sin educación. Sin embargo, veinte años más tarde, al reencontrarse con Menchu, a ella le parece que ha cambiado; finalmente, se convirtió en un verdadero caballero.
Además, Carmen agrega que Paco se volvió atractivo como un actor de cine. Tras haber estado en la guerra, había vuelto a Madrid y había mejorado mucho su condición económica. Y dos semanas antes de la muerte de Mario, la había levantado en la parada del autobús y llevado en su auto, el Tiburón.
Capítulo XI
El fragmento subrayado por Mario en la Biblia describe la belleza de la amada, lo que lleva a Carmen a hablar de la relación de novios que tuvieron. Para ella el noviazgo y las frases formales como “te quiero” o “quiero que seas la madre de mis hijos” son muy importantes, pero no era así para Mario.
Carmen le reprocha a Mario el hecho de que, en la calle, él no saludaba a los conocidos pero sí a los barrenderos, y a ella eso le daba muchísima vergüenza. También recuerda que, de joven, Mario le daba muchísima pena, con su traje viejo y los zapatos roídos pero, de alguna manera, se enamoró de él. Carmen no lo culpa por haber sido así, porque dice que su propia familia era mezquina y lo educó de esos modos. Opone esta conducta a la de su madre, a la que describe como una reina.
Luego, Carmen le reclama a Mario el hecho de no haber aceptado la propuesta de Zolórzano, que le había ofrecido un puesto político, por creer que querían comprar su silencio. Por el contrario, Higinio Oyarzún sí supo aprovechar las oportunidades.
En cuanto a sus hijos, Carmen lamenta que Mario (h) tenga las mismas ideas de su padre, pero amenaza con obligarlo a pensar como ella mientras viva bajo su techo. Y también se propone casar bien a su hija, Carmen. Confía en que podrá lograrlo porque ser una autoridad fuerte es la única forma de garantizar el orden.
Capítulo XII
La cita bíblica inicial critica al orgulloso y al ignorante. Luego, Carmen cuenta que Valen, su amiga desde la adolescencia, se codea con escritores, pero se ríe de ellos. Organizó una cena espléndida, con langostas y caviar, y allí estaban Higinio y Solórzano. Higinio, un hombre correcto, vivo, adulador, culto, logró colarse en la alta sociedad en poco tiempo, y hay quien lo acusa de advenedizo. Para Carmen, en la vida cuentan más los amigos que los títulos, y vuelve a reclamarle a Mario que por no firmar un par de actas, no les dieron una casa más grande.
Como al pasar, Carmen le cuenta a Mario que Paco la volvió a llevar en auto; esta fue la segunda vez en siete días.
Carmen comenta de manera despectiva que los dos hermanos de Mario son comunistas, y se escandaliza porque la paran en la calle a preguntarle si Mario se hizo comunista también. Ella no quiere librepensadores en la familia, por eso cuando Mario decía que Borja sería el hijo intelectual, Carmen se espantaba, porque por nada del mundo quisiera tener un hijo intelectual.
Finalmente, la mujer opina sobre la situación de la Iglesia: cree que a Juan XXIII el título de Papa le queda grande, y que con el asunto de dar lugar a los pobres se metió en un callejón sin salida.
Análisis
En estos capítulos, los reclamos de Carmen continúan poniendo de manifiesto varios de los temas fundamentales de la novela. En primer lugar, una de las quejas más frecuentes de la mujer se relaciona con la falta de valoración y reconocimiento que ella siente en el matrimonio. Ella siente que podría haberle sido infiel a Mario porque todavía tiene pretendientes y se lo recuerda permanentemente: “Te digo mi verdad, pero el que no lo reconozcas es lo que peor llevo, que en veintitrés años de matrimonio que se dice pronto, no hayas tenido una sola palabra de gratitud, porque había otros hombres, Mario, y tú lo sabes, que no me faltó dónde elegir…” (C. IX).
Este reproche manifiesta dos ejes estructurales de la novela. Por un lado, revela la incomprensión y el silencio que reinaba en el matrimonio de Carmen y Mario. La ausencia total de gratitud y reconocimiento que siente la mujer es, en parte, causa de esa falta de palabras cariñosas de su marido. En este sentido, Mario es, ante todo, silencio. La novela subraya más aún este rasgo del personaje desde la situación en la que el hombre se encuentra: al estar muerto, no tiene voz alguna en la narración, más que mediante las interpelaciones de su mujer. De alguna manera, el título de la novela, Cinco horas con Mario, es una ironía: estos capítulos son, en realidad, cinco horas con Carmen, ya que la voz del difunto no aparece sino a través de los reclamos que hace su mujer.
Además, la queja de Carmen sobre su vínculo con Mario exhibe el tratamiento que solían recibir las mujeres en la España de Franco. Si bien ella adhiere a las ideas de su padre y considera que la mujer no debe estudiar, al mismo tiempo reniega de las consecuencias que tienen esas ideas en la vida real de las mujeres. En tiempos de Franco, las mujeres casadas pasaban de la tutela del padre a la del esposo; ni siquiera podían disponer de su dinero, eran totalmente dependientes de sus esposos, y no podían divorciarse, no solo porque no existía esta posibilidad, sino porque no hubiesen podido sostenerse económicamente. De las mujeres se esperaba que fuesen madres, encerradas en las labores domésticas, carentes de las libertades de las que gozan los hombres: “eso es lo que explotáis los hombres; la bendición, un seguro de fidelidad, como yo digo, habéis comprado una fregona, una mujer que de dos os saca cuatro, ¿qué más vais a pedir? Así es muy cómodo, que, mientras, vosotros, ¡hala!, todo el monte es orégano, lo que os da la gana” (C.IX). El refrán “todo el monte es orégano” remite a que la situación para los hombres es sencilla, ya que la explotación de las mujeres les otorga la facilidad a ellos de hacer de su vida lo que quieran.
Es interesante destacar que los reclamos de Carmen no se vinculan únicamente con la falta de cariño romántico, sino también con la ausencia de placer sexual. Así, su enojo más grande con Mario es por no haber tenido sexo con ella la noche de bodas, algo que la llena de vergüenza: “Lo de la noche de bodas, Mario, te pongas como te pongas, es algo que no olvidaré por mil años que viva” (C.IX). Para Carmen, esta es una más de las manifestaciones de desprecio de su marido, incapaz de reconocer la calidad humana de la mujer que tenía al lado.
Contra lo que manda el “deber ser” de la mujer en el franquismo, el sexo es un tema central en la vida de Carmen. En varias ocasiones se describe a sí misma como una mujer deseable que pudo haber tenido aventuras, y si no las tuvo fue porque no quiso. Incluso describe una situación en la que Transi, su amiga, le da unos besos apasionados, que a ella le parecen “raros”. En este contexto, Carmen menciona a Paco, un personaje que irá ganando más notoriedad a medida que avanza la narración. El hombre, dueño de un auto modelo Tiburón, aparece como un candidato tentador para la mujer. Si bien Paco posee un origen de bajos recursos, gracias al esfuerzo y el progreso económico se convirtió en “Otro hombre, eso, lo que se dice otro hombre” (C. XII). Esta voluntad de ascenso social, representada en autos lujosos, lo consolida como el perfecto opuesto de Mario, que fue incapaz de darle el gusto de comprarle un coche austero. En este sentido, el auto, en el imaginario de Carmen, aparece ligado a sus necesidades insatisfechas: Paco tiene para ella lo que Mario nunca pudo darle.
Esta oposición entre ellos se subraya más cuando Carmen menciona que Mario rechazó un puesto político en el Ayuntamiento. Mientras que Paco fue capaz de superar sus limitaciones materiales y progresar, los valores de Mario lo condenaron a una vida austera. En palabras de Carmen, todo esto es un “disparate, cuando lo que te vienen a ofrecer es una tribuna, adoquín, un cargo de responsabilidad…” (C. XI). El uso de “adoquín” como insulto metaforiza la terquedad de Mario, que jamás deja de lado sus principios.
Entre otras de las ironías de la novela, es paradójico que Carmen considere que la obstinación de su marido es un defecto, cuando ella se dedica a imponer modelos rígidos e inflexibles a sus hijos. En este sentido, Carmen no logra escapar a las ideas impuestas durante tantos años por el sistema en general y por sus padres, a los que casi idolatra, en particular. Por eso, se muestra autoritaria con sus propios hijos y su posibilidad de pensar de manera diferente de la de ella. Así, Carmen repite, escandalizada, que la rebeldía de su hijo Mario lo llevó a no usar luto por su padre, ya que el muchacho considera que estas prácticas “son convencionalismos estúpidos” (C. XII). La mujer condena las palabras de su hijo, sin entender que, en las nuevas generaciones, ciertas costumbres no tienen el mismo significado que para sus padres.
Esta mirada retrógrada de Carmen se reitera a la hora de pensar en el destino de Menchu, su hija. La madre destaca como un rasgo positivo la docilidad de la muchacha, que “desde chiquitina no se compra un alfiler sin consultarme” (C. XII). Para Carmen, esta sumisión de Menchu la conducirá al objetivo deseado para toda mujer: poder casarse con un buen hombre.
Es particular al respecto que este autoritarismo de Carmen aparece repudiado por el difunto: “Tú dirás, ya lo sé, que estrangulo su personalidad, que me pones mala, grandísimo alcornoque” (p. XII). En este sentido, la novela deja ver, una vez más, las diferencias irreconciliables entre ambos protagonistas; la opresión que ejerce Carmen sobre sus hijos es fuertemente criticada por Mario. Así, a través de las palabras de la narradora, los lectores podemos reconstruir ciertos aspectos de la personalidad del difunto. Si bien la mirada de Carmen es ofensiva con Mario, al que llama “grandísimo alcornoque”, es imposible no sentir empatía con él ya que, efectivamente, la mujer asfixia a sus hijos y les impide desarrollarse libremente.