Resumen
Capítulo XXV
Carmen prefiere que su hija no estudie. Su generación de amigas ya no elige chicos con carrera, sino con dinero. Julia, la hermana de Carmen, que quería dedicarse a la música, al tener un hijo soltera debió conformarse con manejar una casa de huéspedes para estudiantes. Una vez llegó un estudiante negro, y su padre le recomendó cobrarle 30 dólares más, porque sería un asco lavarle la ropa. Mario le mandó una carta al padre de Carmen quejándose por su trato al estudiante negro. Carmen piensa que su marido se metió únicamente en este lío porque no le perdonaba a su suegro que no le gustaran sus libros. Para el padre de Carmen, la tarea social de Mario era el recurso de los que no saben escribir.
Por ser tan discutidor, a pesar de ser funcionario público y de familia numerosa, a Mario no le dieron el piso que necesitaba para mudarse. Carmen hubiese podido usar sus influencias pero él no quiso. Al final, no es más que un inútil con un título.
Capítulo XXVI
Carmen recuerda las palabras de Mario, cuando dijo en una entrevista que en España ya no se leía. Para la mujer, la realidad es que no lo leen a él porque es muy aburrido, no como lo que escribe su padre. Ella cree que Mario no tiene talento, y que los protagonistas de sus historias no tienen gracia, ya que o son pobres o son tontos.
Carmen se aprendió unos fragmentos de memoria con Valen y se moría de risa de él, pero Esther les decía que eran unas analfabetas. Esther admira la escritura de Mario, y le insistió a Carmen con que no lo animara a buscar otro trabajo. Sin embargo, la protagonista le respondió que si el talento no servía para ganar dinero, entonces era inútil. Carmen cree que Esther está enamorada de Mario y que hubiesen hecho buena pareja, a pesar de que él es tan poca cosa que no le puede gustar a nadie.
Carmen recuerda cuando una grafóloga del diario analizó la letra de Mario y dijo que era perseverante, idealista y poco práctico. Carmen adapta estas palabras para descalificarlo: en vez de perseverante, Mario es testarudo; iluso y no idealista; y holgazán en vez de poco práctico.
Capítulo XXVII
La cita bíblica que abre este capítulo insiste en que debemos despojarnos de los errores del pasado y transformarnos en nuevas personas. Carmen paseó con Paco en el Tiburón, iban a 120 km/h, se cruzaron con Higinio Oyarzun, y Carmen cree que la vio. Paco le pregunta por Transi, por cómo estuvo durante estos años. Le mostró las cicatrices del pecho, producto de la guerra civil, y la besó. Ella estaba como hipnotizada y no reaccionó, se excusa con Mario diciendo que estaba como anestesiada. Le jura a su marido que finalmente no pasó nada más que un abrazo y un beso. Le ruega a Mario que le crea, que no quiere ser una “cualquiera”, como su hermana Julia.
Final
Ya es de día, entra a la habitación Mario hijo. Carmen, de rodillas, le dice que ha estado rezando. Parece que ha envejecido durante la noche, se le nota en la papada y los párpados caídos. El barrio se despierta. Ella llora sobre el suéter azul de su hijo. Hablan sobre el mundo cambiante, las posturas rígidas, las diferencias de criterios. Mientras que para Carmen el mundo cambia para peor, para su hijo las nuevas ideas pueden ser mejores que las ideas heredadas. Llegan a la casa los amigos y conocidos: Valen, Higinio Oyarzun, entre otros. También llegan los empleados de la funeraria, retiran el cuerpo de Mario y se genera entre los asistentes al entierro una discusión acerca de si Mario fue un hombre íntegro o no, que es acallada por Vicente, el marido de Valen. Carmen se acomoda el suéter y se deja abrazar por su amiga
Análisis
En estos capítulos, culminan, finalmente, las cinco horas con Mario que dan título a la novela. Al igual que en el comienzo del libro, en estas últimas páginas vuelve a aparecer una sección narrada en tercera persona y que carece de referencia o número de capítulo. Para facilitar el análisis y el uso de la guía, le otorgamos a esta última sección el nombre de "Final". Como mencionábamos, en este "Final", Carmen abandona la narración y retoma esta tarea el narrador omnisciente que había aparecido ya al comienzo. Resulta evidente que la función de esta voz ficcional es enmarcar el “monodiálogo” de Carmen en el contexto del velorio de Mario. Es oportuno mencionar que también este narrador reaparece cuando la protagonista deja de estar a solas con su marido; una vez que Mario hijo interrumpe en la habitación de Carmen, se termina también el monodiálogo de la protagonista.
A lo largo de toda su “conversación” con Mario, la mujer repite obsesiones, reproches y anécdotas sobre el vínculo con su marido. Uno de los tópicos más habituales es la falta de bienestar económico que atormenta a Carmen. La mujer recuerda que su marido tuvo la posibilidad de adquirir un departamento más grande, pero se negó a pedir una recomendación de un superior. Así, Carmen responsabiliza a Mario de la decadencia y la falta de progreso material que tanto la angustia: “que son muchos hijos y muchas teclas, que una casa no marcha sola, y si a mí me vieses cruzada de brazos, todavía, pero tú dirás, si no paro ni de día ni de noche, que no tengo un minuto ni para respirar...” (C. XXV). En vez de respetar la austeridad de Mario, la mujer ve sus virtudes como defectos. Es ejemplar al respecto el episodio en el que una grafóloga estudia la letra de Mario y dictamina que es perseverante, idealista y poco práctico. Carmen corrige a la especialista y le dice: “tú pon testarudo, donde dice «perseverante», iluso donde dice «idealista» y holgazán donde pone «poco práctico» y tendrás tu ficha completa” (C. XXVI). Mientras que ser perseverante, idealista y poco práctico pueden tener un sentido positivo, la interpretación que hace Carmen transforma estos rasgos en algo negativo.
La noción de que Mario es un “holgazán” se relaciona con su profesión. Tal como se mencionó en apartados anteriores, para Carmen la escritura de Mario no vale nada: “¿me quieres decir quién iba a leer tus cosas, y perdona mi franqueza, si tus protagonistas cuando no son pobres son tontos?” (C. XXVI). En esta apreciación, se ve que para Mario el arte es una manifestación personal con una función fuertemente social, que busca movilizar al lector sobre el mundo en el que vive. Sin embargo, según Carmen “"si el talento no sirve para ganar dinero ya no es talento…” (C. XXVI). Esta crítica concibe que la escritura debe estar sujeta a las leyes del mercado y, en este marco, ser vendido significa ser bueno. En este comentario, la mujer busca que Mario altere su escritura para transformarse en un escritor “vendible”. Sin embargo, esto compromete la integridad artística de su marido; algo que él no está dispuesto a hacer.
Una vez más, Carmen opone el fracaso de Mario con los éxitos de su propio padre como escritor. Así, vemos que las opiniones que tiene la mujer nacen, justamente, de las apreciaciones que tiene su papá sobre la escritura de Mario. “Recuerda a papá, y papá en estas cosas es alguien, vamos, me parece a mí, pues ya le oíste, que no es que vacilase, «si escribe para distraerse, pase, pero si busca la gloria o el dinero que tire por otro camino»” (C. XXVI). En este sentido, la novela subraya la importancia que tienen para Carmen los discursos heredados. La protagonista parece incapaz de pensar por sí misma y se dedica a afirmar y reproducir ideas de sus padres. Esto simboliza uno de los temas fundamentales del texto: la tensión entre las dos visiones imperantes en España al momento en que se sucede la trama. Carmen representa las estructuras antiguas y clasistas, las ideas viejas de los padres, que chocan con otras maneras de pensar la sociedad. Así, es incapaz de entender que la literatura pueda denunciar las injusticias de la sociedad, tal como lo hace Mario con sus libros. En parte, esta incapacidad de Carmen se debe a que la mujer piensa que el mundo funciona perfectamente tal y como está, con sus jerarquías sociales y raciales. En palabras de la mujer: “Los negros con los negros y los blancos con los blancos, cada uno en su casita y todos contentos” (C. XXV). Este comentario aparece a raíz del episodio que tuvo el padre de Carmen con un pensionista. Como el inquilino era negro, el hombre quería cobrarle el doble de la tarifa habitual. Esta actitud racista es condenada por Mario, que le escribe una carta a su suegro quejándose de esta medida. Por supuesto, Carmen sostiene las ideas de su padre: “Yo estoy con papá, Mario, completamente de acuerdo” (C. XXV). Una vez más, los prejuicios de la mujer se oponen a la mirada comprensiva y más actual de su marido.
Es interesante cómo la religión aparece como justificación de estas actitudes. Así como Mario subraya las citas que le parecen más memorables de la Biblia, Carmen hace su propia interpretación del discurso religioso para sostener sus argumentos: “papá bien claro lo dijo, «todos somos hijos de Dios», pero eso es en cuanto a las almas, en orden a la salvación eterna, ¿comprendes?, pero no hay ley divina que te obligue a aceptar un huésped de otro color, pues sólo faltaría” (C.XXV). Para Carmen, la frase “todos somos hijos de Dios” se limita únicamente a lo espiritual y no tiene relación con el aspecto físico de los hombres. La novela muestra hasta qué punto la vaguedad del discurso religioso permite que existan perspectivas contradictorias en su mismo seno. Mientras que la frase permite pensar que todos los hombres somos iguales ante Dios, Carmen la utiliza para legitimar su racismo.
En este final cobra mayor importancia el encuentro entre Carmen y Paco. Ya en apartados anteriores los lectores sabíamos que ella se encontraba deslumbrada por el hombre y que, además, se habían besado en el coche a la vista de todos. Lo que es diferente en este desenlace es la angustia que genera este episodio en Carmen. “Te lo pido de rodillas si quieres, no tengo nada de qué avergonzarme, ¡te lo juro, Mario, te lo juro! ¡¡te lo juro, mírame!! ¡¡que me muera si no es verdad!” (C. XXVII), le suplica la mujer a su marido.
En una novela marcada por el desprecio, los reclamos, la falta de comprensión y entendimiento, este es el único momento en el que a Carmen le importan el juicio y la opinión de Mario. Es interesante subrayar que estas son las últimas palabras del monodiálogo de Carmen, antes de que la interrumpa hablando sola su hijo Mario. Este desenlace contrasta con el discurso sostenido por la protagonista durante veintisiete capítulos. En este sentido, el ruego de Carmen puede entenderse como la angustia del final, antes de la despedida definitiva de su marido. También es posible entender que esta crisis nerviosa de la mujer se debe a la culpa que siente por su encuentro con Paco; al fin y al cabo, está frente a su marido contándole que le fue infiel. “Mario, te lo juro, ¡mírame o me vuelvo loca ¡¡Anda, por favor...!!” (C XXVII), concluye la narradora.
Luego de estas palabras finales de Carmen, termina su monodiálogo y reaparece el narrador omnisciente en tercera persona. Mario, el hijo de la mujer y el difunto, consuela a su madre:
—El mundo cambia, mamá, es natural.
—A peor, hijo, siempre a peor.
—¿Por qué a peor? Sencillamente nos hemos dado cuenta de que lo que uno viene pensando desde hace siglos, las ideas heredadas, no son necesariamente las mejores. Es más, a veces no son ni tan siquiera buenas, mamá.”
(Final)
Esta conversación representa el encuentro entre las dos Españas que podemos reconocer en la novela. Carmen le teme a lo nuevo, a los cambios; ella prefiere sostener las ideas viejas y arcaicas antes que aceptar que el mundo se transforma. Por otra parte, su hijo encarna el espíritu de renovación: le muestra a Carmen que sostener ideas y perspectivas a lo largo de los siglos no significa que sea, de por sí, algo bueno. En las palabras de Mario (h) se ve que las nuevas generaciones están dispuestas a resignificar la herencia de sus padres y convertirla en algo diferente y mejor.
En una novela cargada de reproches, miserias, prejuicios y lamentos, este final ofrece una luz de esperanza, a tono con los reclamos de la España de los años sesenta. Luego de treinta años de dictadura, la juventud comienza a cuestionar el peso de las tradiciones y de las ideas conservadoras de la sociedad franquista. Para lograrlo, es necesario despojarse de hipocresías y falsas nostalgias, en donde el pasado es mejor. “Todos somos buenos y malos, mamá” (Final), le dice Mario (h) a su mamá. Para el muchacho, hay que dejar de sostener la división en “buenos” y “malos” y aceptar que el ser humano pertenece necesariamente a ambos grupos. Así, la construcción de una sociedad más honesta vendrá, necesariamente, del reconocimiento de los privilegios y errores.