Aunque Carmen se considera a sí misma una católica ejemplar, sus acciones van en contra de los principios cristianos.
A lo largo de la novela, Carmen defiende la importancia de la religión católica y de la Iglesia en la vida cotidiana de los españoles. Se describe como la mujer más sufrida, generosa y comprensiva de las situaciones de los demás. Sin embargo, todas las acciones de Carmen van en contra de estos valores caritativos y humanos; la mujer es intolerante con todo aquel diferente a ella, prejuiciosa y racista. Así, es irónico que Carmen se considere un modelo de conducta católico cuando sus acciones indican exactamente lo contrario.
El nivel de comunicación que tenía Carmen con Mario cuando él estaba vivo era prácticamente el mismo que el que tiene ahora que está muerto.
Si bien el título de la novela es Cinco horas con Mario, el texto se compone casi en su totalidad del monólogo (o "monodiálogo") de Carmen con el cuerpo de su difunto esposo. En este sentido, el hecho de que Mario no pueda responder no parece representar para Carmen un obstáculo en la comunicación; por el contrario, le permite desplegar todos sus reclamos sin la más mínima interrupción. Por otro lado, a partir de lo narrado por Carmen, entendemos que la relación siempre fue así: fría, distante, y determinada por la falta de comunicación. Esta falta de comunicación y reciprocidad entre ellos siempre fue tal que para Carmen es indistinto pasar cinco horas con su marido o con el cuerpo sin vida de su marido: irónicamente los problemas de comunicación entre ellos son tan profundos que el hecho de que Mario esté vivo o muerto no altera demasiado la relación.
Aunque Carmen solo se fija en las apariencias, no se cuidó de pasear con Paco a la vista de todos.
En la novela, Carmen repite de manera obsesiva la importancia que tienen las apariencias en su vida; para la mujer, el aspecto determina el trato que cada uno se merece. En este sentido, es irónico que haya paseado en el coche con Paco frente a la vista de todo el pueblo. Para una mujer casada, estar a solas con otro hombre podría traerle problemas; sin embargo, irónicamente esto no parece preocupar a Carmen cuando se trata de sentirse deseada.
Cuanto más se esfuerza Carmen en evitar que sus hijos no se parezcan a Mario, más rasgos de su padre ellos muestran.
A lo largo de la novela, Carmen repite de manera obsesiva la importancia que tiene el respeto a la autoridad para formar ciudadanos responsables. Así, no duda en imponerles sus criterios y principios a sus hijos para evitar que tengan ideas más progresistas o empáticas como las de su padre. Sin embargo, es irónico que, finalmente, algunos de sus hijos se parecen mucho más a Mario que a ella. Mientras que Borja festeja la muerte de su padre como una excusa para no ir al colegio, Mario (h) se niega a ir al velorio porque considera que es una convención antigua que no tiene que ver con sus deseos. Así, se ve que a pesar de los esfuerzos y el autoritarismo de Carmen, sus hijos poseen el espíritu crítico e inconformista que tenía su padre.