Resumen
Capítulo XXI
La cita de la Biblia que abre este capítulo destaca la felicidad que da el trabajo y la familia. Carmen se pregunta qué pensaría su madre muerta si la viese fregando todo el día para ella, su marido y sus cinco hijos y sin más ayuda que una empleada. El problema es que el servicio doméstico escasea y está carísimo por culpa de estas nuevas ideas que incitan a los pobres a estudiar y superarse. Lo peor es que Menchu a veces debe lavar los platos y que Valen ha visto al propio Mario haciendo las compras del hogar, una verdadera vergüenza.
Carmen recuerda el horror que sentía al ver a Mario en la playa, tan blanco y con anteojos, leyendo. Lo acusa de no intelectual, de medias tintas, de andar en bicicleta y de tener gustos proletarios que le vienen de crianza. Le reclama su falta de dinero y ambición para darle a ella una vida mejor.
Según Carmen, la pobreza es falta de voluntad, y las chicas pobres no se ponen a servir porque todas quieren ser señoritas, fuman, usan pantalones, se pintan las uñas. Carmen añora los viejos tiempos en los que todo era distinto, había solidaridad y cada uno estaba en su clase social, sin aspirar a más.
Carmen cree que el periódico El Correo es en parte responsable de estos cambios perjudiciales para la sociedad y recuerda un episodio puntual. Cuando en un artículo escrito por Mario le cambiaron “guerra civil” por “Cruzada”, él enloqueció, pero su mujer no entiende por qué, si apenas son unas palabras.
La narradora concluye con que, al final, estudiar no sirve, bastan unas relaciones y un poquito de viveza, por eso a Mario no le ha ido bien. De hecho, Paco no necesitó estudiar y pudo progresar muchísimo. Carmen agrega que cuando la fue a buscar en su auto, la besó y ella no pudo ni reaccionar.
Capítulo XXII
La cita bíblica que abre este capítulo aconseja al hombre preservarse de la tentación de las mujeres ajenas. Carmen no le cree a Mario que haya sido fiel, ni que se haya casado virgen, aunque él insistiera en que solo fue por timidez, no por virtud.
En el embarazo de Álvaro, el tercer hijo, Carmen tuvo pérdidas. El chico es algo especial, Mario lo nota, pero ella no cree que realmente tenga un problema. El hijo mayor, en cambio, lee demasiado y Carmen va a cortarle el dinero para libros. Le da rabia que siempre haya habido dinero para libros pero no para un coche Seiscientos. Carmen considera que sus ideas son tan valiosas como las de Mario, y que sus hijos, mientras vivan bajo su techo, deberán pensar como ella. Aránzazu, la hija menor, es tan menudita que Carmen tiene miedo de que salga como Charo, la hermana de Mario, marimacho y sin gracia.
Capítulo XXIII
Carmen sostiene que la literatura debe transmitir historias con sentimientos, más que pensamientos profundos, por eso los libros de Mario son tan aburridos y tienen tan poco éxito. Varias veces le propuso a Mario que cuente la historia de Maximino Conde, un viudo que se enamora de su hijastra, una historia con matices y hasta enseñanza moral, pero Mario no le hizo caso.
Luego Carmen retoma el tema de la supuesta caída de Mario de la bicicleta en el parque, que en realidad fue una golpiza por parte de la policía. Mario fue a buscar un certificado médico para hacer la contradenuncia, y un médico le certificó que lo suyo fue un hematoma producido por los nudillos de una mano. Para Carmen, él, aún golpeado, debería haberse callado y aceptado. La culpa es de él por vestirse mal, fuera de su clase, y andar en bicicleta.
Capítulo XXIV
Mario cayó en una depresión que le provocó angustia, miedo al propio suicidio, vértigo, no podía ir a dar clases e, incluso, le negaba el sexo a su mujer. Luis, el mismo médico que le ha hecho el certificado de defunción, es quien lo diagnosticó. Mario incluso dejó plantada a Valen, que los había invitado a cenar ya dos veces. Carmen cree que él exageraba: así como ella con sus jaquecas siempre siguió adelante, él bien podía soportar un poco de tristeza.
Carmen cree que en realidad Mario es un vago porque es escritor. Para la mujer, escribir no es trabajar, y hubiera sido mucho mejor que su marido se hubiera dedicado a cualquier otra cosa. Lo acusa de ser demasiado sensible y lo compara con sus hermanos. Recuerda que cuando a José María lo iban a fusilar, no estaba muerto de miedo sino que murió con dignidad.
Análisis
En estos capítulos, Carmen reitera y repite anécdotas contadas anteriormente. En algunos casos, agrega nuevos datos que permiten que los lectores conozcamos las historias completas y, así, podamos elaborar nuevas interpretaciones de los hechos.
Uno de los temas fundamentales que aparecen en estos apartados es el que se refiere a las tareas diferentes y desiguales asignadas a hombres y mujeres. En capítulos anteriores Carmen insiste en que las mujeres no deben estudiar y tienen que abocarse únicamente a la vida de familia. Así, los mandatos asignados al sexo femenino se relacionan con las labores domésticas y el cuidado de los hijos. Por otra parte, también los hombres deben responder a estereotipos de género: son aquellos que deben sostener económicamente el hogar. Para Carmen, Mario es una vergüenza porque justamente se comprometió a tener una familia sin contar con los recursos suficientes: “me doy cuenta de lo poco que siempre he significado para ti, porque si sólo disponías de un duro, ¿a qué comprometerte con una chica? ¿Es que hay derecho a eso? Un hombre enamorado, en esa circunstancia, roba, mata o hace algo, Mario, todo menos tener a una chica bien en ese plan” (C. XXI). Es interesante subrayar que Carmen ve que la insatisfacción de sus deseos materiales es causa de que Mario no la quiere o no le da la importancia que ella cree merecer; en vez de entender que la profesión de su marido no está tan bien paga, le echa la culpa por no cambiar de trabajo.
En la novela, la crítica y el menosprecio del trabajo intelectual de Mario es una constante en Carmen. En primer lugar, considera que escribir no es trabajar: “No te enfades, Mario, pero para mí lo que a ti te asustaba era trabajar, porque no me vengas ahora con que escribir es trabajar (…) que tú con tal de justificarte eres capaz de negar la luz del día, que escribir y tocar el violín es todo uno” (C. XXIV). Luego, Carmen indica que cualquier otro trabajo hubiera sido mejor: “o un negocio, o la construcción…” (C. XXIV). En esta apreciación, se puede ver que, para la mujer, toda alternativa hubiera sido más productiva que la tarea de escribir.
Esta mirada es compartida también por el padre de Carmen, que critica severamente la escritura de Mario. Según la mujer, “lo que tú no le perdonas a papá es que no le gustasen tus libros, que fuese sincero, que hay que ver lo mal que te sentó que te dijera que lo social o eso es el recurso de los que no saben escribir” (C. XXIII). Esta afirmación revela dos cosas. Por un lado, la idea de que la escritura que denuncia las injusticias de la sociedad no tiene valor alguno. Esta valoración no es inocente, sino que defiende la imagen de que el buen escritor es aquel que se mantiene ajeno a su realidad, sin importarle los conflictos sociales. Por otro lado, tampoco es casualidad que Carmen recuerde estos comentarios de su padre. Una vez más, la mujer coincide con los criterios de su familia antes que con los valores de su marido. Así, Carmen reproduce discursos heredados y antiguos en vez de elaborar una opinión propia.
Este desprecio de Carmen muestra la incomprensión profunda que tiene sobre las actividades de Mario. Esta falta de entendimiento se extiende también al cuadro depresivo de su marido, al que concibe como un cobarde. En este sentido, la narradora compara a Mario con José María, su hermano: “José María, lo mires por donde lo mires, un tipo de cuidado. Es como lo de que dijo, cuando le iban a fusilar, figúrate, que no era la primera vez que un justo moría por los demás…” (C.XXIV). Este dato aporta un nuevo sentido en la novela. En capítulos anteriores, Carmen sugería que este personaje era un militante activo por la República española. Ahora, agrega que había sido fusilado. En este sentido, es posible entender que José María murió durante la guerra civil por ser un militante republicano. Una vez más, la guerra aparece aún de las maneras más sutiles; en este caso, como causante de la muerte de su cuñado.
Además, Carmen también compara a Mario con Paco. Mientras que el marido de la narradora representa los deseos materiales y sexuales insatisfechos, Paco es la promesa de un mundo mejor. “Una vida de cine, vamos, viajes a Madrid, al extranjero, y a los mejores hoteles, por supuesto, que él me lo decía el otro día, que por bien que marche el Tiburón, hay veces que no basta, y a cada dos por tres, el avión, a París, Londres o Barcelona, ya se sabe, lo que son los negocios, donde sea” (C. XXI) dice Carmen. Así, frente a la rutina, la austeridad y los valores de Mario, Paco encarna el ascenso social, el placer y la posibilidad de disfrutar que tanto desea Carmen. Pero, sin embargo, este hombre también encarna el deseo sexual, tan descuidado por Mario. En la novela, esto se ve cuando Paco besa a Carmen en su coche. “Cuando me besó, ni eso, todo se me borró, como sin conocimiento, te lo juro, que sólo podía oler, que olía a esa mezcla tan varonil de tabaco rubio y colonia de fricción” (C.XXI) describe la narradora. Este hecho genera contradicciones en Carmen. Por un lado, según sus valores, besarse con un hombre estando casada es moralmente cuestionable, ya que le debe fidelidad a su marido. Pero, por otro lado, no duda en contarle a Mario que quedó “medio hipnotizada” (C.XXI) luego de su encuentro con Paco. En este sentido, el beso representa un momento de liberación para Carmen, en el que se permite, finalmente, perder el control.
En la novela, este momento de descontrol contrasta con la rigidez y los valores retrógrados que Carmen dice defender. Es ejemplar al respecto la discusión que mantiene con Mario sobre la importancia de la autoridad. Mientras que el marido piensa que su mujer asfixia a sus hijos al impedirles pensar libremente, Carmen asegura “que mientras viva bajo mi techo, los que de mí dependan han de pensar como yo mande.” (C.XXII). En esta afirmación, se ve la defensa ciega que tiene la mujer de la idea de jerarquías sociales; para ella, los hijos deben compartir las ideas de sus padres porque de ellos dependen.
Esta idea de subordinación y cumplimiento ciego de las normas de los demás se ve también en sus opiniones sobre el conflicto entre Mario y el guardia. Si en los capítulos anteriores la narradora desconfía del testimonio de su marido, ahora suma una información fundamental para entender el episodio. Cuenta que el médico aseguró que las heridas de Mario eran producto de un “‘hematoma producido por los nudillos de una mano’” (C. XXIII). Sin embargo, ni siquiera con esta información Carmen cambia de opinión. Continúa culpando a su marido por el escándalo: “si un guardia o media docena de guardias te ven con tu sombrero, con una ropa decente, bien presentado, ni se les ocurre, fíjate, ni te dan el alto, estoy segurísima, que a la legua verían que eras una persona influyente y un hombre de bien” (C. XXIII). En esta apreciación, se ve que para Carmen la violencia policial está justificada si el perjudicado pertenece a una clase social inferior. Así, Mario es responsable por no parecer “un hombre de bien”: su traje y su bicicleta lo asemejan a “un peón” (C. XXIII).