Resumen
Capítulo 7
La policía logra desalojar varios de los departamentos del edificio y alertar a todos los vecinos. Temen que los delincuentes tomen rehenes. El capítulo recorre todos los rumores de la noche; la información que recaba la policía sobre los maleantes; reflexiones del cronista, Emilio Renzi, refugiado en la ochava que da a la entrada del edificio sitiado; pensamientos de los policías. El Cuervo y los mellizos ya llevan varias horas dentro del departamento. Según Renzi, los pistoleros no quieren nada, solo resistir. No luchan para vencer, sino para no ser derrotados.
Los vecinos y la policía sospechan que los criminales tienen cámaras anti gas, porque les resulta inverosímil que soporten esa cantidad de bombas; en realidad, el Cuervo Mereles ha encendido los colchones en una fogata sobre la mesa de vidrio del living. De este modo, los gases lacrimógenos ascienden al techo por el calor, y ellos pueden arrastrarse por el departamento y respirar sin mayor dificultad. La gente, por su parte, cree que los gases, en lugar de quebrar la resistencia de los delincuentes, los enardecen.
Mientras tanto, Roque Pérez, telegrafista de la policía, se mantiene atento a las voces de los ladrones a través de los micrófonos instalados en el departamento. Poco y nada le llega, debido a la interferencia, pero intenta distinguir quién es quién, cuántos son y ver si eventualmente comienzan a desmoralizarse.
De repente, se escucha una voz por el portero eléctrico. Es el Nene, que llama al comisario Silva. Nuevamente lo invitan a subir, lo insultan, le ofrecen apostar el dinero en un golpe de dados. Pero en ningún momento hablan de entregarse; el Nene le dice a Silva que el dinero no importa, pero que va a costarles caro sacarlos del departamento. Luego, uno de los delincuentes va hasta la mitad de la escalera y dispara una ráfaga de metralleta. Es el Gaucho Dorda, que alcanza al jefe de la policía uruguaya y lo remata con un tiro en la cara.
Al rato, la gente comienza a ver desde la vereda una columna de humo blanco que se eleva desde la ventana del baño del departamento. Los delincuentes están quemando el dinero; billetes de mil pesos flotan encendidos en el aire, salen volando por la banderola. La multitud se indigna; si el dinero justifica las muertes y los delincuentes queman el dinero, entonces estos son inhumanos. La gente piensa en los carenciados, en los niños huérfanos, en los pobladores del campo uruguayo; dicen que quemar dinero inocente es un acto de canibalismo. Comprenden, los vecinos y la policía, que ese gesto es una declaración de guerra total. Piden para “los nihilistas”, como ahora los llaman a los delincuentes, el peor de los escarmientos.
Capítulo 8
Emilio Renzi se acerca al comisario Silva. Lo ve cansado, fastidioso. Renzi, a su vez, no le cae bien a Silva. Le parece un irrespetuoso que no comprende bien el peligro de la situación. Molesto por las preguntas del joven cronista, Silva le dice que esto es una guerra, y que para que no caigan más hombres hay que esperar. Sabe de lo que son capaces los delincuentes.
Roque Pérez sigue escuchando atento las conversaciones de los pistoleros. El Cuervo les habla a los mellizos de Arenas de Iwo Jima, la película bélica de Allan Dwan. Miran la tele, y el Nene ve en pantalla a Giselle, que está siendo entrevistada; ella le responde al periodista que de casualidad los conoció y que la violaron, pero, mirando a la cámara, dice que ella no los entregó a la policía, porque no hay nada peor que ser delator. El telegrafista escucha al Gaucho Dorda preocupado porque, en algún momento, dice, va a quedarse sin cocaína.
Mientras tanto, el Nene arma un cigarrillo de marihuana y canta “la cucaracha”, una canción popular. El Cuervo toma Florinol, una pastilla cada tanto, para calmarse. Afuera llovizna y cada vez hay más policías y periodistas. El Nene le habla a la pantalla del televisor, a Giselle, y piensa en Malito, en la posibilidad de que vuelva a rescatarlos. Recuerda que hay un reproductor Winco en el departamento, y el disco de los Head and Body, y va a buscarlo.
Afuera, la policía va evacuando uno a uno a los vecinos que quedaban en el edificio. Cada vecino tiene su versión de lo que sucede en el departamento, incluso uno llega a decir que los criminales están muertos, porque hace rato no se los escucha. Pero inmediatamente el tiroteo se reanuda. Con los departamentos de alrededor evacuados, la policía tiene más y nuevos ángulos de tiro. A pesar de que Dorda ha logrado matar a un policía y herir a otro, la situación de los ladrones es crítica. A las diez de la mañana, la policía decide iniciar un boquete en el departamento de arriba para inyectar monóxido de carbono e intoxicar a los maleantes.
Pasado el mediodía, la policía ha logrado abrir el pequeño boquete en el techo del departamento donde están los mellizos y el Cuervo. Aun así, los jóvenes sitiados matan a otros dos policías. Mereles y el Nene, heridos, siguen disparando como pueden. Dorda es el único que se mantiene entero. Pero Mereles se levanta para contrarrestar el fuego de un tirador que se encuentra en frente y, antes de que logre disparar, recibe una ráfaga de ametralladora y muere en el acto.
La policía, sin pausa, tira una granada al departamento que obliga al Nene a correr hacia el living. Ahí lo alcanza una ráfaga de metralleta a él también. Cae tendido, boca arriba, mientras el Gaucho Dorda se arrastra hacia él. Dorda intenta no llorar mientras Brignone muere en sus brazos, como un Cristo. El Nene le entrega una medalla de la Virgen de Luján y le dice “No aflojés, Marquitos”. Luego se alza y le dice algo al oído que nadie puede oír. El Gaucho lo besa.
Los policías se asoman por el boquete abierto en el departamento lindero, pero los recibe una ráfaga de ametralladora de Dorda, que los arenga a acercarse a buscarlo.
Análisis
El capítulo 7, que le da su título a la novela, relata un momento bisagra en el desarrollo de la trama. A partir de aquí sabemos que ya no hay salida para los mellizos y el Cuervo Mereles, y que ellos lo saben también y han asumido ese destino. Además, la quema del dinero marca una distancia con la gente apostada abajo: si hasta ahí los delincuentes podían despertar cierta simpatía, esta posibilidad ha quedado completamente sepultada. La indignación del público es total: “Si la plata es lo único que justificaba las muertes y si lo que han hecho, lo han hecho por plata y ahora la queman, quiere decir que no tienen moral, ni motivos, que actúan y matan gratuitamente, por el gusto del mal, por pura maldad, son asesinos de nacimiento, criminales insensibles, inhumanos” (p.172). Se pide con furia el peor de los castigos para los pistoleros.
Los puntos de vista con respecto a la quema del dinero se superponen en el texto. Si, hasta ahora, diversas voces tejían el relato alternándose, incluso de párrafo a párrafo, ahora directamente forman, entre todas, una sola maraña de juicios sobre el hecho: en primer lugar, la destrucción del dinero se relata con la pretendida objetividad de un informe policial: “duró exactamente quince interminables minutos, que es el tiempo en que tarda en quemarse esa cantidad astronómica de dinero”. Este tipo de reflexiones nos ligan a la figura de Emilio Renzi, quien, sabemos, está redactando las crónicas de este caso. Por otra parte, hay una mirada poética sobre la plata quemada; metáforas como “mariposas de luz”, “pájaros de fuego” o “ceremonia trágica” dan cuenta de una intención estética. En tercer lugar, se relata el hecho desde una suerte de ironía filosófica, al traer a colación la idea de la quema como sacrificio a los dioses. “Quemar dinero inocente es un acto de canibalismo” (p.173) dice un periodista, entendiendo el acto como una declaración de guerra. Aparece también el criterio sociopolítico en esta “declaración de guerra a toda la sociedad” (p.173), una sociedad que tiene al dinero como máxima entidad reguladora. Por último, pero no por ello menos presente, hay una insistencia en la condena ética: “con salvar a uno solo de los niños huérfanos hubieran justificado sus vidas” (p.172), “Si hubieran donado ese dinero, si lo hubieran tirado por la ventana hacia la gente amontonada en la calle” (p.173).
La indignación por el derroche de dinero, que, en teoría, era el motivo por el cual luchaban los delincuentes, deja al público estupefacto. Si el dinero no es el móvil, entonces sus motivaciones no pueden ser otra cosa que el mal; los delincuentes son malvados, “Hay que ponerlos contra la pared y colgarlos”, “Hay que dejarlos morir lentamente achicharrados” (p.173). El mayor estallido de violencia de la sociedad hacia los pistoleros no lo provocan los asesinatos o el robo del banco, sino la quema del dinero. ¿Qué pasa cuando el dinero, que produce la ley, regula los vínculos, organiza las relaciones sociales, genera los tratados sobre la moral y las buenas costumbres, se quema? Los mellizos y el Cuervo Mereles interrumpen con la quema las normas y creencias que hacen posible el funcionamiento de la maquinaria social. Si la motivación no es el dinero, este es un acto criminal que abre un vacío de sentido para esta sociedad violenta que tiene en el dinero su valor primordial.
A su vez, a los delincuentes, cuando queman el dinero, la prensa los llama nihilistas. El nihilismo es una doctrina filosófica que niega el sentido último de las cosas, a la vez que, en su sentido positivo, abraza el absurdo de la condición existencial. El apodo impuesto irónicamente por la prensa se refiere más bien a un carácter amoral de estos hombres. Se refiere a que estas personas no reconocen o respetan los cimientos que sostienen el orden social.
No obstante, si hacemos foco sobre el término nihilismo, podemos encontrar que no está tan alejado de la realidad de los pistoleros. Si la quema del dinero es un acto nihilista y, por ello, abraza el absurdo de las cosas, es posible interpretarlo como un gesto de rebeldía y libertad, más que de negación de sentido. Es aquí donde se alcanza el punto crítico: los delincuentes son todos locos amorales según la prensa, la policía y el público. Pero, según el texto, tampoco el público, la prensa y la policía son monumentos morales. Al fin y al cabo, son las instituciones (reformatorios, prisiones, bancos, aparatos judicial y policial) las que han arrojado a los mellizos y al Cuervo a posiciones antagónicas dentro de la sociedad. Estas instituciones son las expresiones de una sociedad regulada por el dinero, y ellos están desafiándola. En ese desafío se vislumbra una motivación posible y el nihilismo se matiza.
Finalmente, en relación a Plata quemada como relato trágico, cabe recordar que Renzi definió la hybris también como un desafío a los dioses. El dinero, como vimos, es el principio fundamental que rige los vínculos sociales y regula las voluntades a su alrededor, y, por otra parte, los héroes desafían a los dioses en la tragedia. La quema del dinero puede leerse entonces como el desafío máximo a ese dios que es el dinero.
Como siempre, Plata quemada arma este coro de voces y puntos de vista. A esta lectura de la destrucción del botín como declaración de guerra, el texto opone otra lectura del hecho en palabras de un filósofo en la prensa: en su nota, el filósofo menciona que la quema del dinero es, contrariamente a la lectura trágica, un sacrificio a los dioses, una ofrenda. Argumenta que, si el dinero es el valor absoluto de nuestra sociedad, sacrificarlo es un gesto de extrema devoción. Cabe decir que encontramos cierta ironía en esta mención al discurso del filósofo, ya que todo el texto apunta en dirección contraria. De algún modo, podría leerse aquí que el análisis del filósofo, que debería ser el más agudo, se encuentra completamente aislado de la realidad.
Los mellizos y el Cuervo, luego de este gesto que sorprende y escandaliza al público, pierden toda la curiosidad y simpatía que habían despertado hasta esas horas (recordemos a la vecina que, como mencionamos, se lamentaba por cómo cazaban a los criminales). La destrucción del dinero moviliza. La policía, al ver la quema del botín, y ante semejante desafío, redobla su vehemencia en el ataque contra los criminales.
Este momento en que las voces de los espectadores en la vereda, la prensa y la policía se superponen es característico de la tragedia griega. Este “coro” (ese conjunto de voces que narra la historia de los héroes) anticipa el desenlace inevitable de sangre, anunciando el aislamiento de los protagonistas.
En este ataque furioso de la policía el Cuervo muere, alcanzado por una ráfaga de metralleta. Una ráfaga igual alcanza al Nene, que muere en brazos del Gaucho, en una escena melodramática que carga de emotividad el clímax de la novela. Lo que el Nene le dice a Dorda antes de morir es inaudible para el telegrafista y permanece oculto. Esto guarda estrecha relación con el tipo de vínculo que ellos tienen a lo largo del texto, vital pero inclasificable, de una intimidad en la que se ahonda poco.