“El balazo sonó seco, irreal, como una rama partida” (Capítulo 2, página 34) (Símil)
La asociación con la rama partida tiene que ver con el adjetivo “seco”. Refiere al sobresalto que provoca el sonido del balazo, al igual que el sonido de una rama seca que se parte. Las imágenes auditivas son abundantes en el texto, sobre todo en momentos caóticos como los enfrentamientos o las persecuciones. Es parte del estilo de Piglia la síntesis y la contundencia de imágenes como esta. Compara eventos extraordinarios con imágenes sencillas a través de recursos económicos, reconocibles fácilmente por el lector.
“El corazón late a mil, la cabeza parece iluminada por una luz blanca y los pensamientos se prenden del cerebro como garrapatas” (Capítulo 6, página 134) (Símil)
Como las garrapatas, los pensamientos por momentos pueden ser inevitables, persistentes y perturbadores. A lo largo de la novela, vemos que esto es algo que le pasa, sobre todo, al Gaucho Dorda, que escucha voces que no puede acallar.
“Cuando estaba en peligro (y siempre estaba en peligro) se sentía protegido viajando en las entrañas de la ciudad” (Capítulo 1, página 12) (Metáfora)
Las entrañas de la ciudad son las líneas de subterráneo. La protección que siente Dorda ante el peligro constante que lo acecha se encuentra en el interior, en la profundidad de la ciudad. A lo largo de todo el texto, el peligro se encuentra siempre, para Dorda, en el exterior. Mientras el Nene, en Uruguay, sale por las noches a la plaza, Dorda se queda en el departamento, escondido. Lo subterráneo, lo íntimo, el interior es el espacio privilegiado de la tranquilidad para el Gaucho.
“Los focos blancos de los reflectores entraban por las persianas y llenaban el aire de estrías y rayas luminosas que flotaban en el polvo, como una nube. Los tres estaban tatuados por los rayos de luz y se asomaban por la ventana tratando de entender cómo venía la mano” (Capítulo 6, página 135) (Metáforas y símil)
La metáfora del tatuaje remite a una imagen visual, una ilusión óptica producto de la entrada de haces de luz en la habitación. Esta imagen, entre otras que la acompañan, decora el cuadro general de la escena que anticipa el desenlace trágico. Los juegos entre luz y oscuridad son frecuentes, pero en este caso se orientan a darle un tono dramático a la descripción de la situación. Los reflectores de la policía están encima de los pistoleros; el desenlace es inminente.
“Tuviste tantas ideas al final del día y tan poco movimiento que sos, no sé, como esos tipos que se subían a una montaña y se ponían a meditar seis, siete años, ¿no?, los eremitas, se llamaban, en una cueva, los tipos, piensan en Dios, en María Santísima, hacen promesas, no comen, son como uno cuando está en cana, tantos pensamientos y tan poca experiencia real, que al final sos como un cráneo, como una maceta, con una planta, los pensamientos se te arrastran como gusanos en la bosta” (Capítulo 4, página 88) (Símiles)
La comparación entre la vida carcelaria y la del ermitaño se basa en el rol del pensamiento y en el transcurrir del tiempo en el encierro. El Nene Brignone contrapone, en su reflexión, lo real a la vida en el encierro del asceta y del preso. Lo real no es el presidio; lo real está afuera. El presidio es inmóvil y vacío. Es importante recordar que la liturgia cristiana tiene mucha presencia en la novela, sobre todo en los últimos capítulos. La asociación de los pistoleros a los mártires, y, en este caso, de los detenidos a los ascetas, tiene un marco estético que abarca todo el texto, y se acentúa sobre todo en los últimos capítulos. Como vimos, en el policial negro la línea entre el bien y el mal se desdibuja, y esta imagen que une al ermitaño con el criminal abona esa tendencia del género.
“La vida —le costaba enhebrar los pensamientos— la vida es como un tren de carga, no viste a la noche pasar un tren de carga, lento, no termina nunca, parece que no termina nunca de pasar, pero al final te quedás mirando la lucecita roja del último vagón que se aleja” (Capítulo 4, página 104) (Símil)
El Nene compara la vida con un tren de carga basándose en la sensación que ambos pueden transmitir de perpetuidad. Parece que su paso, el de la vida o el del tren, es infinito y, sin embargo, eventualmente termina. La imagen ante este final está vinculada con la inevitabilidad de la muerte: no hay nada que hacer más que mirar esa luz roja que se aleja.