En 1975, Alejo Carpentier dicta una conferencia en el Ateneo de Caracas que luego se recoge bajo el título de Lo barroco y lo real maravilloso; en ella, el escritor cubano propone una serie de conexiones entre estos dos conceptos, conexiones necesarias para entender su obra.
Alejo Carpentier es un escritor barroco, como él mismo se ha denominado. ¿Pero qué significa esto, si no es un autor del siglo XVII, ni intenta copiar en el siglo XX el estilo de los escritores del siglo XVII? Como indica en su ensayo Lo barroco y lo real maravilloso, Carpentier entiende a lo barroco como una constante humana, una pulsión creadora que se manifiesta repetidamente en diferentes épocas de la historia. Lo que lo caracteriza es –exactamente al contrario del clasicismo– el horror al vacío y a la armonía lineal geométrica. “Es un arte en movimiento, un arte de pulsión, un arte que va de un centro hacia afuera y va rompiendo, de cierto modo, sus propios márgenes” (Carpentier, 1984, p. 112). El barroco es un arte que busca la ornamentación excesiva y expresiva, que se expande desde un eje y crece mientras explora su realidad. Por eso Latinoamérica es la tierra de elección del barroco, porque el mestizaje y la simbiosis cultural, esos sincretismos de etnias y cosmovisiones, generan tensiones, movimientos y pulsiones que constituyen, finalmente, al criollo latinoamericano y su espíritu esencialmente barroco.
El término de realismo mágico fue acuñado por el crítico de arte alemán Franz Roth, en 1924 o 1925, en un libro publicado por la Revista de Occidente. Lo que caracteriza a este abordaje propuesto por Roth es la representación de elementos de la realidad llevados a una atmósfera de sueño, a un paisaje onírico, y en sus inicios se ha aplicado principalmente a la pintura (puede pensarse a Chagall como uno de sus grandes exponentes). Muy diferente es el abordaje que propone Carpentier para lo real maravilloso; en él, lo maravilloso debe entenderse como lo extraordinario, que no es ni bello ni hermoso necesariamente; es asombroso por lo insólito.
Lo real maravilloso se encuentra en su estado bruto y omnipresente en todo lo latinoamericano, nos dice el escritor cubano. Esto mismo es lo que ven los conquistadores al llegar a América. Carpentier pone como ejemplo la visión que Bernal Díaz del Castillo tuvo de Tenochtitlán, la capital del imperio de Moctezuma: mientras que a principios del siglo XVI la ciudad de París tenía 13 kilómetros cuadrados de superficie, el área urbana de Tenochtitlán se extendía por 100 kilómetros cuadrados, casi 10 veces más que la capital de Francisco I. ¿Cómo no iban a maravillarse los conquistadores europeos ante aquella ciudad? Y de ahí nace el problema que aquejó tanto a los adelantados como a los escritores latinoamericanos en el siglo XX, y que liga al realismo mágico con lo barroco: ¿cómo encontrar palabras para describir la maravilla? El mismo Hernán Cortés manifiesta en una carta a Carlos V –desde su eurocentrismo, por supuesto– que no hay lengua humana capaz de explicar las grandezas y particularidades de la cultura indígena. Esa es la misma necesidad que encuentra el escritor en Latinoamérica: la de desarrollar un lenguaje que pueda dar cuenta de la nueva óptica con la que se mira la realidad latinoamericana:
Si nuestro deber es revelar este mundo, debemos mostrar, interpretar las cosas nuestras. Y esas cosas se presentan como cosas nuevas a nuestros ojos. LA descripción es ineludible, y la descripción de un mundo barroco ha de ser necesariamente barroca, es decir, el qué y el cómo en este caso se compaginan ante una realidad barroca. Ante un Árbol de la vida de Oaxaca, yo no puedo hacer una descripción de tipo, llamaríamos, clásico o académico. Tengo que lograr con mis palabras un barroquismo paralelo al barroquismo del paisaje del trópico templado. Y nos encontramos con que eso conduce lógicamente a un barroquismo que se produce espontáneamente en nuestra literatura. (Carpentier, 1984, p. 124)
En la segunda mitad del siglo XX, Carpentier considera que los novelistas latinoamericanos han logrado desarrollar ese lenguaje por el que clamaba Cortés, y están totalmente capacitados para hablar de los suyo y mostrarlo al mundo. No por nada se ha producido el Boom Latinoamericano, ese consumo masivo de novelas que podrían catalogarse como real maravillosas (aunque el término "Realismo mágico" haya ganado la contienda y termine designándolas en su lugar) y que han catapultado a la fama a tantos escritores, entre los cuales, por supuesto, se encuentra a Carpentier.
El reino de este mundo, novela que Carpentier publica en 1949 y en la que hace mención a lo real maravilloso por primera vez puede considerarse como la novela propulsora de este fenómeno que alcanzó su fama mundial hacia la segunda mitad del siglo XX.