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¿Cómo se relaciona el estilo de Carpentier con el contenido de su obra?
El estilo de Los pasos perdidos es barroco, tal como el mismo autor lo definía. Ese barroquismo, que implica una sobrecarga de elementos descriptivos, de largas enumeraciones de sustantivos adjetivados, es la principal característica del estilo que Carpentier desea también para toda la novela latinoamericana. La profusión de descripciones y el despliegue de un vocabulario complejo es el estilo que corresponde a una novela que tiene el deber de nombrar todo lo que el sistema literario, regido por la estética europea, desconoce. Y esto es lo que se comprueba, por supuesto, en Los pasos perdidos.
Carpentier reconoce la necesidad del novelista latinoamericano de desplegar en sus narraciones los complejos contextos en los que se desarrollan los argumentos de sus obras. Con contextos, no se refiere simplemente a lo que está sucediendo históricamente en torno al hecho narrado, sino a una amplia variedad de dimensiones necesarias para mostrar de forma clara, fehaciente y profunda, qué implica ser y vivir en determinada región de Latinoamérica. Así, todo escritor latinoamericano debería prestar atención a los contextos raciales, económicos, ctónicos, políticos, burgueses, de distancia y proporción, de ajuste cronológico, de iluminación, culinarios, culturales e ideológicos. A lo largo de toda la novela, estos contextos emergen y constituyen no el trasfondo de la narración sino más bien el entramado de significados que sustenta a la acción, y para poder desarrollarlos en profundidad se necesita un estilo recargado, de vocabulario complejo, que pueda describir cada escena con lujo de detalles. Por eso, el estilo de Carpentier está íntimamente ligado al contenido de su obra.
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¿Cuáles son los mitos que el protagonista usa para pensar su propia vida y por qué?
Son tres las figuras mitológicas que están funcionando en la definición del trasfondo simbólico del protagonista: la de Sísifo, por medio de su conexión con la filosofía existencialista; la de Prometeo, a partir del lugar que le otorgan los poetas románticos; y la de Ulises, que es el arquetipo del héroe viajero.
Según la mitología griega, Sísifo había sido condenado por los dioses a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de llegar a la cima la piedra siempre resbalaba hacia abajo y Sísifo tenía que comenzar de nuevo con su tarea una y otra vez. Este mito fue utilizado por Albert Camus, una de las principales figuras del existencialismo francés, para representar lo absurdo de la vida en la modernidad. Para Camus el hombre absurdo del siglo XX está condenado a repetir su rutina de forma mecánica, automatizada. Al igual que Sísifo en la mitología griega, así debe levantarse el hombre cada día para cumplir con su horario laboral, regresar a su casa, repetir las acciones recreativas como ir al cine, cenar y acostarse para levantarse al día siguiente y repetir la misma jornada. Viviendo en la capital occidental, el protagonista de Los pasos perdidos experimenta lo absurdo de su vida y así lo manifiesta. Es el peso de la rutina lo que empuja al narrador a deambular por la ciudad sin rumbo y a despreciar la modernidad.
La obra teatral versificada de Percy Shelley, Prometeo desencadenado, aparece en el Capítulo 1 por primera vez, cuando el protagonista manifiesta que en su juventud había querido componer una extensa pieza musical sobre dicho motivo, pero la guerra lo había dejado trunco. En la cultura occidental, Prometeo se ha transformado en la figura que se rebela contra la tiranía de los dioses para beneficiar a los hombres y, en el siglo XIX, los románticos la asociaron al espíritu encadenado que busca liberarse. En ese sentido, el Prometeo desencadenado de Shelley propone esta liberación del Titán como una alegoría de la emancipación del ser humano –y también del genio creativo– de todas las cadenas y los yugos con que las religiones y los sistemas políticos lo oprimen. La figura del Titán que se libera confiere el trasfondo simbólico para el protagonista. Él también, en cierto aspecto, tenía una esperanza ciega en el progreso, y estaba atravesado por la fantasía de liberarse de todas las formas de opresión de la modernidad. Sin embargo, aquella idea es destruida por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Al regresar a la capital occidental después de los horrores contemplados en todo el mundo, el protagonista no puede regresar sobre aquel proyecto, como tampoco puede recuperar sus esperanzas.
La última figura mitológica que constituye el trasfondo simbólico del protagonista es la de Ulises, héroe de la Odisea. La Odisea es uno de los poemas más famosos de la cultura clásica, y una de las más grandes referencias para toda la cultura de Occidente. En sus 24 cantos, Homero refiere las aventuras de Ulises, uno de los héroes de la guerra de Troya, quien tarda diez años en regresar a su hogar en Ítaca. En sus aventuras, Ulises –también llamado Odiseo– atraviesa un sinfín de peligros y se enfrenta a dioses y hechiceras. La historia del narrador y su viaje a la selva traza una suerte de paralelismo que lo equipara en varios puntos al héroe griego. El protagonista es muy consciente del sentido simbólico de su viaje y de la dimensión mítica de las tierras en las que se adentra, por lo que la Odisea se transforma para él en una obra a la que recurre frecuentemente en busca de referencias y de formas de comprender su propio viaje.
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¿Qué papel juega la música en la novela y en la vida del personaje?
La música es un elemento fundamental en la novela y aparece tanto en su temática como en su estructura. El narrador protagonista, al igual que el propio autor, ha dedicado su juventud al estudio de la teoría musical y muchas veces interpreta el arte y la cultura a través de referencias musicales.
El argumento de la obra gira en torno a la búsqueda de instrumentos musicales primitivos que emprende el narrador, contratado por el museo organográfico en el que había trabajado de joven. Además, en sus años de estudiante, el narrador había desarrollado una teoría sobre el origen mimético rítmico de la música por lo que el viaje y el contacto con los pueblos nativos de la selva latinoamericana refutan su teoría y le muestran otro posible origen: el de la música como elemento ritual.
A su vez, el trasfondo musical se manifiesta de forma constante en las reflexiones y las descripciones que hace el narrador de todo aquello que le toca vivir: la música es un elemento que sobresale cada vez que debe presentar al lector el contexto en el que se desarrolla la acción de la novela. Así, toda la narración abunda en referencias a compositores y obras famosas, en descripciones de orquestas, de instrumentos musicales y de ejecuciones de diferentes piezas. En todas las apreciaciones que realiza el narrador destaca un contrapunto entre la música barroca y la romántica.
La música tiene también un gran papel en destacar la diferencia entre la ciudad y la selva. Carpentier cita a varios compositores y sus obras a través de la novela, pero especialmente se enfoca en la música romántica, y siempre en forma negativa. Esto le ayuda a establecer la importancia de la música —y la escritura— barroca. En general, se relaciona la música barroca con la selva, mientras la música romántica es más prominente en la ciudad. A través de su viaje, el narrador escucha varios tipos de música y, a medida que se aleja de la ciudad y entra en la selva, escucha cada vez más música barroca.
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¿Qué reflexiones realiza el narrador sobre la noción del tiempo en su viaje a la selva?
La noción del tiempo es uno de los problemas fundamentales de la novela, especialmente a partir del viaje a la selva, que el narrador vive como una regresión hacia su propio pasado y hacia el génesis de la humanidad. En este sentido, el propio título de la novela, Los pasos perdidos, hace referencia a la regresión temporal que realiza el narrador en la selva, hasta llegar "al cuarto día del Génesis": a un momento previo a la existencia de los seres humanos.
Al narrador lo preocupa la época que vive, y califica al siglo XX como el tiempo del "Hombre-Avispa": una época donde el ser humano se encuentra totalmente alienado y entrega su vida a la repetición inconsciente de los mismos gestos y de una rutina vaciada de sentido. Es el tiempo de la posguerra, y todo Occidente está sacudido por la brutalidad del conflicto reciente. En este contexto, el tiempo está marcado por la repetición sin sentido de las mismas rutinas, y es una dimensión que se diluye y que pierde todo valor que no sea puramente económico.
Al tiempo cronológico de la ciudad -que es el tiempo del trabajo, de la rutina y del ocio, el tiempo monetizado- se le opone la noción del tiempo mítico que se despliega en la selva latinoamericana: allí los hombres parecen mantenerse en un pasado remoto que la modernidad no ha invadido ni sometido a sus prácticas. El tiempo mítico es el tiempo de los ritmos primordiales, de la vida en contacto con la naturaleza y sometida a sus estructuras. Es un tiempo donde no hay que sacarle provecho a las horas para constituirse como una persona valiosa para la sociedad. En esa nueva concepción del tiempo el narrador encuentra la pureza y el sentido que la modernidad ha perdido, y por eso decide quedarse a vivir en la selva.
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¿Qué concepción tiene el protagonista de la modernidad y la cultura occidental? ¿Cómo se presenta en la novela?
El protagonista presenta una mirada crítica muy negativa sobre todo lo que compone la modernidad. El mayor ejemplo que utiliza para ilustrar su repudio al rumbo que ha tomado lo moderno es el de la Novena Sinfonía siendo interpretada por los soldados nazis en un campo de concentración. En esa imagen, que está siempre presente en la memoria del narrador, se presenta una lucha, un constante contrapunto entre la sensibilidad barroca y la romántica. El narrador encuentra en lo barroco una conexión más profunda con los ritos ancestrales y los ritmos primordiales, mientras que ve en lo romántico la degradación de la cultura y una sensibilidad que ha sido capaz de generar, en la modernidad europea, a los grandes dictadores (de los que Hitler es, por supuesto, el caso más paradigmático).
En el primer capítulo, además, manifiesta estar viviendo los tiempos del "Hombre-Avispa" como una crítica a la cultura occidental de posguerra. El mismo narrador se considera un buen ejemplo del hombre alienado por la sociedad y utiliza el mito de Sísifo para ilustrar lo absurdo de su vida, que no es más que repetición de los mismos gestos: trabajar, regresar a su casa, dormir y utilizar sus fines de semana de ocio siempre de la misma manera.
Como se comprueba paulatinamente mediante los recuerdos de la infancia y la juventud que el narrador rescata en su viaje, su visión negativa de la cultura occidental de su época está profundamente motivada por su experiencia durante la Segunda Guerra Mundial. En verdad, lo que manifiesta el narrador es la profunda crisis epistemológica propia de la segunda mitad del siglo XX.