Resumen
Capítulo 5: Por hondo que sea el mar profundo
El narrador es invitado por primera vez a la casa de su amigo Jim. El departamento está muy ordenado y limpio, y el protagonista se detiene a contemplar las fotos de Jim, de su madre y, principalmente, de su padre con el presidente y su grupo de allegados.
Cuando aparece la Mariana, la madre de Jim, el protagonista queda mudo del encanto; la mujer le parece joven, elegante y hermosa. Esa tarde, mientras Jim le muestra todos sus juguetes plásticos comprados en Estados Unidos, el protagonista solo puede pensar en su maadre. A la hora de almorzar, la mujer les prepara sánguches que llama “platos voladores” (Flying saucers), por las formas que tienen. Mientras come, Mariana le hace preguntas sobre su famiila y su vida en Guadalajara antes de mudarse a la capital. Al despedirse, el protagonista se esmera en mostrarse cortés y agradable con ella, y luego regresa a su casa por la ciudad en penumbra.
Antes de entrar a su casa se detiene por un momento a contemplar el mundo y pensar que todo cambia, y que las cosas jamás volverán a ser como son. Luego, reconoce haberse enamorado profundamente de la madre de su amigo.
Capítulo 6: Obsesión
La madre del protagonista lo regaña por haber llegado a las 20.30hs a su casa y le pregunta dónde ha estado. Aunque el protagonista le cuenta sobre Jim y sus padres, su madre no le cree, puesto que sabe que el hombre que menciona como padre de Jim está casado con otra señora y no tiene hijos. Como no le cree, dice que hablará con el profesor Mondragón, en el colegio, para que dilucide ese misterio. Finalmente, el protagonista logra convencer a su madre de que estuvo en casa de su amigo. Ese fin de semana lo pasa solo, sin ver amigos, y se entretiene jugando en la plaza Ajusco, a la que era llevado de bebé y donde aprendió a caminar.
En las semanas siguientes no puede regresar a casa de Jim, puesto que en la escuela les dan muchos deberes. Mientras espera volver a ver a Mariana, el protagonista le pregunta a su amigo, tratando de no ser evidente, cosas sobre ella, aunque es poco lo que puede enterarse por medio de este método.
Finalmente, un viernes puede visitar la casa de Jim. Sin embargo, y para su decepción, Mariana está en el salón de belleza, preparándose para salir con el padre de Jim, y no vuelve hasta entrada la noche, por lo que el protagonista no puede quedarse a verla. En un momento, mientras juegan, Jim abre un clóset y una foto de Mariana a los 6 meses cae al suelo. Está posando desnuda sobre una alfombra, y al protagonista le da mucha ternura pensar que aquella mujer alguna vez ha sido una niña como él. Tras este eposodio, el narrador se da cuenta de que la madre de su amigo se ha convertido en una obsesión.
Capítulo 7: Hoy como nunca
Carlos, el protagonista, está en la escuela pero es incapaz de concentrarse, y de pronto siente la necesidad imperiosa de confesarle su amor a Mariana. Con este objetivo, abandona el colegio hacia las 11 de la mañana y se dirige a la casa de Jim. Mariana lo atiende vestida con un kimono de seda y una rasuradora en la mano; lo invita a pasar, se sientan en el sillón y entonces le pregunta qué le pasa. Carlos toma coraje y le confiesa su amor, a lo que Mariana le responde comprensivamente: no lo echa de la casa, no le grita ni se ríe. En cambio, le dice que lo comprende, pero que debe darse cuenta de que es un niño y ella, una mujer adulta, por lo que nunca podrá pasar nada entre ellos. Luego le pide que siga yendo a jugar con Jim, como si nada hubiera pasado.
El protagonista contiene las ganas de llorar que siente y le dice a Mariana que tiene razón, pero que de todos modos tenía que decírselo. Luego le pide que no se lo cuente a nadie y se despide. Al irse, Mariana le da un beso en la comisura de los labios. Carlos vuelve a su casa pretextando estar enfermo y se acuesta, pero al poco tiempo llama el profesor del colegio y les cuenta a sus padres que lo buscaron por un buen tiempo, hasta que Jim dijo que seguramente había ido a ver a su madre, puesto que Carlos es un tipo medio raro.
El profesor y Jim fueron al departamento, y Mariana les confesó que Carlos había estado allí para buscar un libro de historia que se había olvidado. Sin embargo, a Jim le da rabia la mentira, comprende las verdaderas intenciones de su amigo y se las cuenta al profesor, quien, a su vez, se lo cuenta a los padres del protagonista.
Análisis
Los capítulos 5 y 6 son breves y están dedicados al amor de Carlitos hacia la madre de Jim, mientras que el capítulo 7 resuelve este conflicto, cuando Carlitos confiesa su amor. En esta parte del relato se compone el testimonio íntimo de la experiencia personal que motiva el recuerdo del narrador adulto: cómo Carlitos conoció a Mariana, cómo se enamoró de ella y le declaró su amor, y el escándalo que esto desencadenó.
El enamoramiento que experimenta Carlitos al conocer a Mariana es un punto de quiebre en su vida y representa, también, un cambio en la orientación de la novela. Todos las narrativas que se fueron desarrollando hasta el momento, y que operan sobre el narrador y su niñez, se suspenden frente a este evento: el niño se ha enamorado de la madre de su amigo, una señora mayor que está totalmente fuera de sus esferas. Estos tres capítulos giran en torno al amor obsesivo del niño que desafía, no sin cierta inocencia, las creencias y los valores de los padres. Como se verá más adelante, cuando el amor de Carlitos hacia la madre de su amigo se hace público, las narrativas de los padres vuelven a instalarse en la novela como los focos desde los cuales se juzga al niño.
En estos tres capítulos, el narrador recurre a la presentación y el desarrollo de los personajes a partir de la descripción detallada de las escenas cotidianas en las que interactúan: la visita a la casa del amigo, los juegos y la merienda; si bien este no es un recurso exclusivo de esta parte del relato, aquí alcanza su máxima expresión. El capítulo 5 se focaliza principalmente en la construcción del momento de la merienda como espacio central de la obra y un punto de inflexión en la historia: la entrada en escena de Mariana en la vida de Carlitos. Si en general el narrador se propone recuperar el recuerdo de toda una época, lo que motiva esta recuperación es un recuerdo en particular, el de Mariana, por lo que la centralidad de este momento dentro del relato es tanto estructural como temática. Esto es así porque refleja, por un lado, el cambio de orientación en la narración y, por el otro, el pasaje del relato general sobre una época al relato íntimo sobre la psicología del narrador. Así, en lugar de plantearse las grandes narrativas con las que los adultos piensan y ordenan el mundo, el relato deriva hacia la interioridad de Carlitos y se concentra en sus sentimientos y emociones.
En la escena de la merienda destacan dos elementos fundamentales: por un lado, el encuadre visual; por otro, la articulación de los diálogos. En primera instancia, sobresale la construcción del espacio y el énfasis concedido a lo visual: “Subimos al tercer piso y abrió la puerta. Traigo llave porque a mi mamá no le gusta tener sirvienta. El departamento olía a perfume, estaba ordenado y muy limpio. Muebles flamantes de Sears Roebuck. Una foto de la señora por Semo, otra de Jim cuando cumplió un año (al fondo el Golden Gate), varias del Señor con el presidente en ceremonias, en inauguraciones, en el Tren Olivo, en el avión El Mexicano, en fotos de conjunto” (p.33). La puerta abierta por Jim es clave, en tanto que implica la entrada en un tiempo y un espacio decisivos. El departamento constituye una imagen simbólica de lo que Mariana y Jim representan dentro de la sociedad mexicana: el estatus superior de todo lo proveniente de Norteamérica frente a lo mexicano, a la vez que se revela como un espacio crucial del despertar de Carlitos, ya que después de esta visita su vida no volverá a ser la misma.
Del otro lado de la puerta, cada elemento, cuidadosamente ubicado, marca la sensación inicial de Carlitos al atravesarla, y proyecta la imagen de un espacio muy atractivo: el olor a perfume contrasta de manera potente con “la mierda que flotaba en el agua verdosa” del patio de la casa de Rosales, descripta en el capítulo anterior. Este contraste refuerza la imagen reluciente del departamento de Jim, que se complementa con la mención de los flamantes muebles de Sears Roebuck, un famoso super-almacén estadounidense de la época. Otro elemento destacable en la confección de este espacio es la presencia reiterada de fotos, que apunta al valor que tiene la imagen en este punto del relato. La fuerza de lo visual impregna todo el pasaje iniciático de Carlitos, no solo como enfoque para la representación de las escenas, sino como elemento crucial en sí, y especialmente para la configuración del personaje de Mariana. Así pues, la seducción que este espacio ejerce en Carlitos se podría leer como un anticipo del impacto que tendrá, enseguida, el encuentro con Mariana: “Nunca pensé que la madre de Jim fuera tan joven, tan elegante y sobre todo tan hermosa. No supe qué decirle. No puedo describir lo que sentí cuando ella me dio la mano. Me hubiera gustado quedarme allí mirándola. Pasen por favor al cuarto de Jim. Voy a terminar de prepararles la merienda” (pp.33-34). La fascinación de Carlitos se hace patente en su forma de mirar a Mariana, encantado por su belleza.
Mientras Mariana prepara la gran merienda, Jim le ensaña a Carlitos sus plumas atómicas y sus juguetes. El papel que desempeñan estos objetos es muy interesante, pues ponen de relieve otra dimensión de esas “batallas” que dan el nombre a la novela: las batallas de los objetos y el “blanqueamiento” que se analizó en los capítulos anteriores y que dan pie a una de las constantes reflexiones sobre el cambio y lo perdido: frente a los nuevos objetos que inundan el mercado desde Estados Unidos, como las plumas atómicas de Jim, los objetos de toda una tradición cultural comienzan a desaparecer, como sucede con la pluma y el tintero. Asimismo, estos objetos hacen parte de la imagen que se está configurando del modo de vida de Mariana. Y es aquí que la representación de estas batallas llegará a su punto más álgido, al hacerse evidente que ellas introducen la conflictiva relación entre la cotidianeidad tradicional mexicana y el “american way of life” que se está instaurando como horizonte de deseo para los mexicanos. Los objetos que pueblan el departamento de Mariana y los juguetes de Jim, artículos novedosos traídos del país vecino, encarnan el ideal de la modernidad.
La fascinación de Carlitos va en aumento durante la merienda; es tal su emoción que no sabe cómo actuar, lo que le recuerda una lección de modales que le dio el más rico de todos sus compañeros, Harry Atherton: aprende a usar los cubiertos. Es tal su nerviosismo que solo las palabras de Mariana lo pueden calmar: “¿De qué podemos conversar? Por fortuna Mariana rompe el silencio” (p.35), y a partir de allí, la voz de Mariana irrumpe en el relato: “¿Qué te parecen? Les dicen Flying Saucers: platos voladores, sándwiches asados en este aparato. Me encantan, señora, nunca había comido nada tan delicioso. Pan Bimbo, jamón, queso Kraft, tocino, mantequilla, ketchup, mayonesa, mostaza. Eran todo lo contrario del pozole, la birria, las tostadas de pata, el chicharrón en salsa verde que hacía mi madre. ¿Quieres más platos voladores? Con mucho gusto te los preparo. No, mil gracias, señora. Están riquísimos pero de verdad no se moleste” (p. 35). El diálogo parece un anuncio publicitario del aparato para asar los sandwiches, lo que pone de manifiesto nuevamente la estética pop art de toda la novela. En ese sentido, toda la escena de la casa de Jim es una representación de la cultura de masas que está naciendo y de la sociedad de consumo mexicana en su primera gestación.
Es interesante destacar cómo estas escenas que construyen la batalla de los objetos en el proceso de modernización de México quedan ligadas a la figura de Mariana: la modernidad de los objetos es también la sensualidad de su figura y, en ese sentido, la relación de Carlitos y Mariana ilustra la fuerza de las transformaciones que se experimentan en la sociedad de aquella época y en los modos de consumo cultural.
En el regreso a su casa, Carlitos debe detenerse para reflexionar sobre lo que está sintiendo y explorar su amor hacia la madre de su amigo. En el momento en que se detiene y contempla toda Colonia Roma, el instante parece convertirse en una revelación. Junto con el amor por Mariana, despierta en Carlitos una conciencia de su lugar en el inmenso mundo, en el espacio y en el tiempo, que lo lleva a conectar automáticamente su presente con su pasado y con su futuro, todo condensado en ese preciso momento. En esa revelación está, además, el germen del recuerdo en el que se fundará el relato que se le presenta al lector, vuelta al pasado que contiene en sí mismo el futuro: "Miré por la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana" (p.37). Sin embargo, Carlitos sentencia, enseguida, su condena: “Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza” (p.37).
A lo largo del capítulo 6, Carlitos comprende la dimensión de lo prohibido que ese amor representa, y por mucho tiempo se guarda su secreto y no lo comparte con absolutamente nadie. Es tan intenso el sentimiento que el narrador no sabe cómo interpretarlo o enfrentarlo; “¿Qué haré? ¿Cambiarme de escuela para no ver a Jim y por tanto no ver a Mariana? ¿Buscar a una niña de mi edad? Pero a mi edad nadie puede buscar a ninguna niña. Lo único que puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de Mariana. Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza” (p.37). La crisis pone en evidencia que no hay narrativa alguna que le haga eco o en la cual se pueda inscribir lo que el muchacho experimenta como niño. Como se ha desarrollado anteriormente, su familia, su sociedad, su cultura proveen a los niños de narrativas para odiar a los compañeros que no compartan la religión, la clase social, la nacionalidad, la ideología o incluso el estado civil de sus padres, y para integrar ese odio a su vida de niños en forma de batallas en el desierto: rechazos, burlas, discriminación. Así, repitiendo esas narrativas, los niños ya son un poco sus padres. En cambio, cuando se trata de sentir, de experimentar como niños, sin el marco de una narrativa adulta que los determine, pero que también los acoja, los niños se enfrentan al silencio y al secreto. Carlos vive su secreto en un universo de soledad en el que no puede identificarse con nadie ni recurrir a ninguna ayuda.
Frente a esa imposibilidad de compartir lo que le sucede, y para no ceder y entregarse a las narrativas de los adultos, Carlitos se refugia en el único lugar que puede: la niñez. “Volví a ser niño y regresé a la plaza Ajusco a jugar solo con mis carritos de madera” (p.40). La vuelta a la niñez o el apegarse a ella aparece como la única forma de preservarse en sus propios valores, en lo que él considera que es bueno o malo, más allá de lo que impongan los valores de los adultos y, especialmente, de su madre. Como dice en más de una ocasión, amar no puede nunca estar mal.
El enamoramiento se transforma en una obsesión que confunde a Carlitos y atormenta sus días:
Jugaba en la plaza Ajusco y una parte de mí razonaba: ¿Cómo puedes haberte enamorado de Mariana si sólo la has visto una vez y por su edad podría ser tu madre? Es idiota y ridículo porque no hay ninguna posibilidad de que te corresponda. Pero otra parte, la más fuerte, no escuchaba razones: sólo repetía su nombre como si el pronunciarlo fuera a acercarla. El lunes resultó peor. Jim dijo: Le caíste muy bien a Mariana. Le gusta que seamos amigos. Pensé: Entonces me registra, se fijó en mí, se dio cuenta -un poco, cuando menos un poco- de en qué forma me ha impresionado (pp.40-41).
Enajenado por ese sentimiento, Carlitos trata de conseguir información de Mariana sin resultar tan obvio como para que Jim lo descubra.
El capítulo 7 comienza ilustrando el hartazgo y el sufrimiento de Carlitos, que ya no tolera su vida cotidiana atravesada por ese amor que lo quema por dentro:
Hasta que un día —un día nublado de los que me encantan y no le gustan a nadie— sentí que me era imposible resistir más. Estábamos en clase de lengua nacional como se le llamaba al español. Mondragón nos enseñaba el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo: Hubiera o hubiese amado, hubieras o hubieseis amado, hubiera o hubiese amado, hubiéramos o hubiésemos amado, hubierais o hubieseis amado, hubieran o hubiesen amado. Eran las once. Pedí permiso para ir al baño. Salí en secreto de la escuela. Toqué el timbre del departamento 4” (p.43).
Ese día nublado, en el que hasta el ejercicio de gramática conjuga su utopía amorosa, lo impulsa a escaparse de la escuela. Una vez más, el encuadre visual de la escena es fundamental: Mariana, como en el instante en que rompió el silencio para conversar con Carlitos, irrumpe ahora con su kimono y su cuchilla. A través los ojos hechizados de Carlitos, se la puede visualizar deslumbrante, enmarcada por la puerta del departamento número 4. Y su imagen se define por su sensualidad: “Nos sentamos en el sofá. Mariana cruzó las piernas. Por un segundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, los senos, el vientre plano, el misterioso sexo escondido. No pasa nada, repetí” (p.44). Una vez más, la escena se convierte en diálogo; en el diálogo de un niño inocente y valiente que le declara su amor a la madre de su mejor amigo: “Porque lo que vengo a decirle —ya de una vez, señora, y perdóneme— es que estoy enamorado de usted” (p.44). Contrario al sobresalto o al regaño que se esperaba, Carlos recibe las palabras comprensivas y serenas de Mariana, quien le hace entender que esa relación es imposible: “Toma esto como algo divertido. Algo que cuando crezcas puedas recordar con una sonrisa, no con resentimiento” (p.45). Sin embargo, como se verá en los próximos capítulos, la reacción familiar será totalmente distinta y se encargará de que el recuerdo de esa experiencia no pueda ser tal como lo deseó Mariana.