Formas de volver a casa se inicia con un recuerdo de infancia del narrador y protagonista del relato: paseando con sus padres por Maipú (Santiago de Chile), se perdió y tuvo que volver solo a su casa. Ese es el primer regreso a casa de varios que la novela retratará, como su título indica. Ese recuerdo conduce al narrador a evocar y comentar, desde su presente de enunciación adulto, otros sucesos de su infancia asociados al terremoto de 1985 que asoló a Santiago. La noche de la catástrofe, el protagonista y su familia conocen formalmente a Raúl, su vecino, que les presenta a su hermana Magalí y a su sobrina Claudia. El narrador recuerda que los adultos desconfiaban de aquel. Días después, descubre que Claudia lo sigue y ella confiesa que necesita pedirle un favor: que espíe a su tío Raúl, al que ella y su madre no deben ver. El niño emprende así su tarea de espía, e informa a Claudia de lo que observa. El narrador comenta, desde su presente, que estos sucesos coincidían con el contexto violento de la dictadura pinochetista y evidencia, desde su actual compromiso político, su ignorancia de niño, avalada por el silencio y la negación de los peligros que mostraban los adultos.
En su espionaje, el niño descubre que Raúl aloja periódicamente a distintas personas y sospecha que el secreto de Claudia se debe a que su tío es comunista, pero ella lo niega. A pedido de Claudia, sigue a una de las mujeres que Raúl recibe hasta su casa, emprendiendo así su primer viaje solo en micro, que preocupa mucho a su familia. Sin embargo, pronto Claudia le dice, contenta, que las cosas están cambiando y ya no debe espiar a su tío. El niño, resentido, se distancia de su amiga, y cuando vuelve a visitarla descubre que ella y su familia se han mudado.
Enseguida, al relato de infancia lo reemplaza el diario del narrador, en el que vuelca sucesos de su vida adulta y reflexiones en torno a su profesión de escritor, entre ellas, comentarios sobre la novela de su vida que está escribiendo. Se revela así que la historia sobre el protagonista y Claudia es parte de esa novela, y ella es un personaje ficcional.
En su diario cuenta también que ha empezado a ver nuevamente a su ex esposa, Eme, en quien se ha inspirado para escribir su novela, a partir de una anécdota de infancia suya en la que vio llorar a sus padres al recibir la noticia de amigos muertos en dictadura. Ese recuerdo de Eme lleva al narrador a concluir que él y su generación, la de los niños y niñas en dictadura, crecieron creyendo que eran personajes secundarios de una historia en la que sus padres eran los protagonistas, luchando en un país en crisis. Concluye que, según esa versión oficial, la novela es de los padres, anticipando así su misión de escribir la novela de los hijos, una versión alternativa que interpele a su generación.
En pos de ese objetivo, reflexiona en su diario sobre las posibilidades de iluminar, desde su mirada adulta, escenas del pasado que entonces no supo interpretar. Para inspirarse, visita su casa de la infancia, donde viven sus padres, con quienes tiene diferencias ideológicas.
El diario es interrumpido otra vez por la novela sobre Claudia, pero veinte años después. Ella ahora vive en EEUU pero visita Chile por el funeral de su padre, y en su reencuentro con el narrador confiesa la verdadera trama de su historia: Raúl era su padre y era un militante que, perseguido por la dictadura pinochetista, había pasado a la clandestinidad. Claudia y el narrador inician entonces un vínculo amoroso, alimentado por una inquietud generacional común: entender su pasado. Para ambos, ese viaje al pasado es una forma de completar su identidad. Frente a la experiencia de Claudia, el narrador les reprocha a sus padres haber sido neutrales durante la dictadura y haberle negado respuestas a todas sus preguntas.
En ese marco, regresan juntos a Maipú, donde visitan la casa de los padres del narrador. Allí él se atreve a confesarles la historia de Claudia y de Raúl. Incapaz de soportar los elogios de sus padres al régimen militar que él tanto repudia, el narrador se enfrenta a su padre y marca su disidencia. Comprende, sin embargo, que no quiere enfrentar a sus padres, sino aceptar la diferencia. Cumplida su misión identitaria, Claudia vuelve a irse de Chile, dispuesta a empezar una vida nueva.
La novela se cierra con el diario del narrador. Reflexiona sobre las dificultades de forjar su memoria, ordenando en un relato continuo una serie de recuerdos de infancia fragmentarios. En paralelo, Eme le confiesa que le incomoda que la novela que él escribe trate su historia personal, pues prefiere que esa historia no la cuente nadie. En esa conversación, concluyen que es mejor separarse. Simultáneamente, el narrador retrata el contexto político de su presente, a saber, las elecciones presidenciales de 2009, en que triunfa el candidato de centroderecha, Sebastián Piñera. Él expone su decepción respecto de ese proceso, acentuada por el apoyo de sus propios padres al candidato, y lo atribuye con amargura a la falta de memoria de la sociedad. Luego de varios meses sin escribir, retoma su diario para narrar un nuevo terremoto, el de 2010. En ese marco sensible, llama a sus padres para ver si están bien y decide que irá a verlos al día siguiente, anticipando un último regreso a casa que se desentiende de las diferencias y se funda en el afecto. La novela concluye con una reflexión nostálgica sobre el vínculo entre hijos y padres.