El honor
Es, si se quiere, el tema central de la novela. Los hermanos Vicario matan a Santiago Nasar para resguardar el honor de la familia. El hecho de que Ángela Vicario no haya llegado virgen al matrimonio supone una afrenta al honor familiar que no puede quedar impune. Santiago es señalado como el responsable de la pérdida de la virginidad de Ángela y su muerte es la única forma de mitigar las consecuencias de esa deshonra. En el tribunal, los hermanos Vicario admiten su culpabilidad y sostienen que lo volverían a hacer. "El abogado sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor, que fue admitida por el tribunal de conciencia, y los gemelos declararon al final del juicio que hubieran vuelto a hacerlo mil veces por los mismos motivos" (p. 59).
En un contexto de pueblo, donde rige la tradición católica, el hecho de que devuelvan a la familia a la mujer por no ser virgen es sumamente deshonroso y humillante. La cuestión del honor es tan importante que la deshonra que produjo (o pudo haber provocado) Santiago Nasar parece justificar su asesinato.
El amor
El tema del amor admite diferentes niveles de análisis en esta novela. Por un lado, existe el rumor de que Ángela Vicario acusa a Santiago Nasar de ser el responsable de la pérdida de su virginidad solo para proteger al hombre que en verdad ama: "La versión más corriente, tal vez por ser la más perversa, era que Ángela Vicario estaba protegiendo a alguien que de veras amaba, y había escogido el nombre de Santiago Nasar porque nunca pensó que sus hermanos se atreverían contra él" (p. 104). De esta manera, podemos decir que el amor que Ángela siente por este hombre -y la necesidad de protegerlo- es uno de los desencadenantes principales de la muerte de Santiago. El amor en este caso se presenta como un factor alienante, capaz de motivar actitudes inescrupulosas como, por ejemplo, condenar a muerte a un hombre inocente para proteger al ser amado. Al mismo tiempo, podemos decir que es un amor puro, genuino.
Por otro lado, encontramos una forma antagónica a este tipo de amor en el matrimonio entre Bayardo San Román y Ángela. La unión entre ellos no está fundada en el sentimiento, sino en la conveniencia. Podríamos decir que es un amor fingido. A propósito de esto, la madre de Ángela Vicario le dice a su hija: "También el amor se aprende" (p. 43). En este caso, nos encontramos frente a una forma de amor estratégico y racional que puede ser aprendido. Si bien podría pensarse que estamos ante la definición contraria de lo que es el amor, las palabras de la madre de Ángela ponen en evidencia ciertas dinámicas respecto de cómo se constituían las relaciones amorosas en un contexto de pueblo costeño colombiano a mediados del siglo XX. Así y todo, Ángela Vicario desarrolla sentimientos hacia Bayardo San Román una vez que éste la devuelve a su familia. Una conclusión posible con respecto a esto es que ella solo pudo desarrollar un sentimiento de amor puro hacia él cuando ya no se sintió en la obligación de aprender a amarlo. Aunque también cabría la posibilidad de que este amor repentino hacia Bayardo San Román responda a un sentimiento de culpa por no haber podido cumplir con el mandato social del matrimonio.
La opresión a la mujer
Sin duda, la opresión a la mujer es uno de los temas más importantes y está presente durante toda la novela. Tal vez uno de los ejemplos más claros de esto lo encontramos en Ángela Vicario. En el momento en que se descubre que no es virgen, Bayardo San Román la devuelve a su familia, su madre –cómplice de la lógica patriarcal– le propina una golpiza, y sus hermanos deciden matar a Santiago Nasar para limpiar el honor de la familia. Todas estas acciones se realizan sin la menor consideración respecto de los deseos o la voluntad de ella. De hecho, a Ángela en ningún momento se le da la posibilidad de explicar lo sucedido o de defenderse. Queda claro que está completamente sometida a la voluntad de los hombres.
Por otro lado, tenemos a Victoria Guzmán, la cocinera, que intenta proteger a Divina Flor, su hija, del acoso de Santiago Nasar. Algunas líneas más abajo entendemos por qué: “[Victoria Guzmán] Había sido seducida por Ibrahim Nasar [padre de Santiago] en la plenitud de la adolescencia. La había amado en secreto varios años en los establos de la hacienda, y la llevó a servir en su casa cuando se le acabó el afecto” (p.16). Este es un claro ejemplo de una lógica sumamente patriarcal: Ibrahim Nasar pudo tener una relación con una adolescente sin ninguna consecuencia para él y su hijo, Santiago, puede acosar a la hija adolescente de Victoria con absoluta impunidad. La contracara de esta situación es el drama que se desata a partir del descubrimiento de que Ángela Vicario tuvo relaciones sexuales antes del matrimonio. En estos ejemplos se puede ver con claridad cómo frente al transgresión del mandato social y religioso, la reacción del pueblo es muy diferente dependiendo si se trata de una mujer o un hombre.
Otro contrapunto interesante para ilustrar la desigualdad entre los personajes masculinos y los femeninos lo encontramos en las consecuencias que sufren Ángela Vicario y Bayardo San Román por el matrimonio frustrado. Mientras todo el pueblo considera que él es la verdadera víctima de la situación –incluso por encima del asesinado, Santiago Nasar– por haberse quedado sin esposa y sin honra, la novela no trata en ningún momento la situación de Ángela, quien también se ha quedado sin esposo, sin honra y, además, ha recibido una tremenda paliza por parte de su madre. Aún más, las escasas posibilidades de volver a casarse luego de esta deshonra implicarían para ella un gran problema económico, mientras que su frustrado esposo tiene este aspecto saldado.
El personaje de Ángela, entonces, está construido desde la idea del sometimiento femenino. Ella acepta casarse con Bayardo San Román sin amarlo porque responde a una necesidad social que tiene la familia Vicario y que su madre se encarga de explicarle. En un contexto en el que el poder lo ejercen los hombres a través de la violencia, Ángela parece no tener alternativa. Sin ir más lejos, ella termina escribiéndole miles de cartas de amor a Bayardo San Román como consecuencia de la inercia de esta lógica patriarcal.
Más allá de estos ejemplos, podemos decir que, en líneas generales, Crónica de una muerte anunciada es una novela en la que los personajes femeninos son relegados a funciones, por momentos, meramente decorativas en la trama, y siempre están condicionados por las acciones de los hombres. La novela no reflexiona en ningún momento respecto del abuso de poder que sufren las mujeres ni tampoco sobre el privilegio injusto que poseen los hombres. La historia, de alguna manera, ilustra la realidad de una época en la que, todavía, la mayor parte de la sociedad no había alzado la voz contra la opresión a la mujer. En ese sentido, se desprende de varias de sus novelas que García Márquez no se planteaba una reflexión sobre esto y narraba desde una posición en la que la desigualdad de género estaba naturalizada.
Sin embargo, podemos encontrar en una línea de Clotilde Armenta, la dueña de la lechería, apenas un esbozo reflexivo respecto de la opresión a la mujer: "¡Ese día me di cuenta (...) de lo solas que estamos las mujeres en el mundo!" (p.75). Esto se lo dice al narrador a propósito de cómo se siente cuando los hermanos Vicario están esperando en su local a que aparezca Santiago Nasar, para matarlo. Esta confidencia parece ser la única consideración que hay en toda la novela respecto de lo vulnerables que están las mujeres frente a la impunidad con la que los hombres ejercen la violencia. Por supuesto, no parece suficiente teniendo en cuenta que el tema de la desigualdad de género y la opresión que esta desigualdad supone contra las mujeres está presente durante toda la novela.
La muerte
Ya desde el título podemos anticiparnos a lo importante que será la muerte a lo largo de la novela. La narración comienza y termina con el asesinato de Santiago Nasar. En ese sentido, la muerte es lo que da origen y sostiene al relato. El narrador reconstruye el asesinato de Santiago Nasar para tratar de comprender cómo se llegó a un final tan trágico cuando había tantos elementos para impedirlo. Es indudable que existe una relación bastante estrecha entre muerte y destino. A partir de la recapitulación que el narrador hace de los hechos, crece la idea de que la fuerza del destino contribuyó a que Santiago fuera asesinado. Incluso el juez enviado para investigar lo sucedido con Santiago Nasar piensa que "... nunca le pareció legítimo que la vida se sirviera de tantas casualidades prohibidas a la literatura, para que se cumpliera sin tropiezos una muerte tan anunciada" (p. 114).
Tan anunciada es la muerte de Santiago Nasar, que incluso él se lo anuncia a la tía del narrador antes de entrar en la casa y derrumbarse en la cocina. Cuando Wenefrida Márquez lo ve herido y le pregunta qué le pasa, Santiago responde:"Que me mataron, niña Wene" (p.137). La muerte está explícita en todo momento y queda claro que no se puede escapar de ella sin importar cuán anunciadas sean las circunstancias.
El destino
El tema del destino va adquiriendo protagonismo conforme avanza la novela. Desde el punto de vista de la cronología de la historia, ya está presente en el hecho de que Ángela elija el nombre de Santiago Nasar, y no de cualquier otro joven del pueblo:
Ella se demoró apenas el tiempo necesario para decir el nombre. Lo buscó en las tinieblas, lo encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este mundo y el otro, y lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre (p. 57).
Por otro lado, el hecho de que el Obispo visite el pueblo ese mismo día, y que Santiago decida ir a visitarlo, hace que las pocas personas que están dispuestas a advertirle que los hermanos Vicario lo buscan para matarlo no lo puedan encontrar. Son tantas las circunstancias encadenadas que derivan en la muerte de Santiago Nasar que se hace difícil pensar que este no está predestinado a morir. Todos los habitantes del pueblo que conocen los planes de los hermanos Vicario, por una razón u otra, no advierten a Santiago sobre el peligro que corre. Incluso su amigo, Cristo Bedoya, no llega a interceptarlo antes de que se cruce con los hermanos Vicario porque, mientras está yendo a buscarlo, pierde unos minutos atendiendo a un hombre enfermo. Así y todo, la fuerza del destino no se circunscribe a Santiago Nasar. Pablo Vicario habla de matarlo como si fuera parte de su destino: "Esto no tiene remedio (...): es como si ya nos hubiera sucedido" (p.73). El único personaje que llega a advertirle a Santiago sobre la amenaza de los hermanos Vicario es Nahir Miguel, el padre de su novia. Santiago queda estupefacto ante la noticia, hasta el punto de ignorar la ayuda que Nahir quiere brindarle. Todavía muy aturdido por lo que le acaba de contar el padre de su novia, deja la casa de los Miguel y camina entre confundido y resignado hacia su propia casa, como quien se dirige irremediablemente hacia su destino fatal.
La religión
En Colombia, como en gran parte de Latinoamérica, la religión ocupa un rol central en la sociedad. En Crónica de una muerte anunciada podemos verlo claramente.
En primer lugar, el pueblo se encuentra revolucionado por la visita del Obispo. Santiago Nasar decide dormir apenas una hora luego de la juerga por la boda para ir a ver al Obispo al puerto. Incluso toma la decisión de usar sus mejores ropas: la visita del obispo es importante. Bayardo San Román, por su parte, "trató de retrasar la boda por un día cuando se anunció la visita del obispo, para que éste los casara" (p. 47).
En segundo lugar, la transgresión del mandato religioso de llegar virgen al matrimonio por parte de Ángela Vicario es lo que da origen a una sucesión de hechos que acaban con la muerte de Santiago Nasar. Bayardo San Román devuelve a Ángela a su familia porque descubre que no es virgen y eso, en un contexto de pueblo católico, supone una deshonra imposible de tolerar. Este hecho ilustra el peso que tiene la religión en la organización social del pueblo. Más allá de que el mandato religioso de llegar virgen al matrimonio siempre aplicó tanto para las mujeres como para los hombres, está claro que el incumplimiento de esta regla no suscita la misma reacción si se trata de un transgresor o una transgresora. De esta forma, mientras los hombres solteros van al prostíbulo con absoluta impunidad, Ángela es devuelta a su familia como si se tratara de un producto que vino fallado.
Por último, cabe destacar que podemos percibir una sensación de crítica por parte del autor hacia las personalidades eclesiásticas: el Obispo no solo no baja del buque, sino que el barco apenas pasa por la costa. Él saluda desde allí. Es decir, se marca una gran distancia entre las altas esferas de la Iglesia y los fieles. En segundo lugar, el párroco del pueblo escucha que los gemelos Vicario van a asesinar a Santiago Nasar y lo posterga por estar muy preocupado por la visita del Obispo. Entonces, podemos inferir que el protocolo y la política resultan más importantes que ayudar a uno de sus feligreses.
La pasividad colectiva
Varias personas en el pueblo conocen las intenciones de los hermanos Vicario pero, por no creerles, o por creer que es imposible que Santiago no se haya enterado, no hacen nada. Y aquellos pocos personajes que sí lo intentan, fracasan. Por ejemplo, Luisa Santiaga tiene la intención de prevenir a la madre de Santiago: "No es justo que todo el mundo sepa que le van a matar el hijo, y que ella sea la única que no lo sabe" (p. 30); pero ya es tarde. Otro caso es el de Cristo Bedoya, que busca a Santiago para advertirle, pero se demora atendiendo a un enfermo y tampoco llega a tiempo.
Así y todo, la mayoría del pueblo está al tanto de los planes de los hermanos Vicario y por una razón u otra se abstiene de actuar. Por ejemplo, cuando Cristo Bedoya le avisa al coronel Aponte que acaba de ver a los hermanos Vicario con nuevos cuchillos, el coronel se sorprende y dice que va a actuar inmediatamente, pero entra en el Club Social para confirmar una partida de dominó para esa noche. Por otra parte, los hermanos Vicario van anunciando el crimen a toda persona del pueblo con la que se cruzan y si bien hay mucha gente que no les cree, hay otra que piensa que puede ser cierto, pero que seguramente Santiago ya debe estar al tanto. Incluso cuando los hermanos Vicario le cuentan sus planes a Indalecio Pardo, un hombre con el que Santiago tiene buenos vínculos, el narrador especula que lo hacen porque piensan que Indalecio es la persona indicada para evitar el crimen. Así y todo, cuando Indalecio Pardo se cruza con Santiago, se acobarda y lo deja ir sin advertirle respecto de la amenaza que se cierne sobre él.
Hay un matiz irónico en el hecho de que la mayoría del pueblo no haga nada asumiendo que otro va a hacerlo. En este sentido, puede leerse una crítica a la pasividad social: la presunción de que un otro actuará parece ser suficiente para no hacer nada. En esta lógica de creer que alguien más va a avisar a Santiago Nasar, nadie le avisa y éste es asesinado.
La culpa
La culpa es un tema que atraviesa toda la novela, pero que no se manifiesta de la misma forma en todos los personajes. En ese sentido, se da una paradoja: los personajes directamente involucrados con la muerte de Santiago Nasar no experimentan un sentimiento de culpa tan fuerte como los que no participaron del crimen.
En el caso de los hermanos Vicario, está claro que no se muestran arrepentidos después de asesinar a Santiago Nasar: "Antes de irse [la madre de los Vicario] le pidió al padre Amador que confesara a los hijos en la cárcel, pero Pedro Vicario se negó, y convenció al hermano de que no tenían nada de que arrepentirse" (p. 96). La sensación de haber perpetuado un acto de justicia no les permite mostrarse apenados o arrepentidos. Ese acto de justicia se circunscribe a haber hecho lo necesario para salvar el honor de la familia. Así y todo, luego del asesinato, los hermanos Vicario tienen problemas para dormir. Sienten que vuelven a cometer el crimen ni bien cierran los ojos. Entonces, está claro que el asesinato no les es indiferente, pero, al mismo tiempo, excepto por no poder conciliar el sueño, no manifiestan ningún indicio de arrepentimiento.
Por otro lado, sí percibimos síntomas de culpa por parte de algunos personajes que, si bien no estuvieron involucrados directamente en el asesinato de Santiago, tampoco hicieron nada para impedirlo. Por ejemplo, el coronel Lázaro Aponte dice con cierto tono de culpa a propósito de los hermanos Vicario: "Cuando los vi pensé que eran puras bravuconadas (...), porque no estaban tan borrachos como yo creía" (p. 68); de alguna manera, quiere justificarse frente al narrador por no haber tomado en serio las amenazas de los Vicario. Por su parte, el padre Amador dice: "Usted tiene que entenderlo (...): aquel día desgraciado llegaba el obispo" (p. 82), también justificándose frente al narrador por haberse olvidado de advertir a Santiago Nasar sobre la amenaza de muerte que se cernía sobre él.
Podríamos decir que aquello que genera culpa o sensación de arrepentimiento en esta novela es la pasividad, la falta de acción, la desidia. De alguna manera, los hermanos Vicario se sentían obligados a reaccionar de la forma que lo hicieron para salvar el honor de la familia. Sin embargo, es la pasividad de la mayoría del resto de los personajes lo que acaba propiciando las circunstancias para el asesinato. Esto parece quedar más claro años después, cuando el narrador reconstruye la muerte de Santiago. A partir de esta reconstrucción, aquellos personajes que se abstuvieron de actuar frente a la amenaza de los hermanos Vicario experimentan una sensación de culpa colectiva.