La mujer
En general, en las obras históricas de Shakespeare hay una enorme supremacía de personajes masculinos. Shakespeare suele retratar la historia de los reyes ingleses y sus enemigos políticos sin darle una gran participación a las mujeres. Esto se debe a que, en el siglo XV, las mujeres prácticamente no tenían poder político alguno.
Ahora bien, Ricardo III es una excepción a esta regla. En esta obra hay una gran cantidad de personajes femeninos sumamente importantes, como, por ejemplo, Lady Ana, la reina Isabel, la duquesa de York y la antigua reina Margarita. En Ricardo III, las mujeres, pese a no tener poder político directo, logran tener una gran influencia en el transcurso de la trama. Margarita y la duquesa de York, por ejemplo, ejercen su poder a través de las maldiciones, mientras que la reina Isabel, por su parte, manipula a Ricardo III haciéndole creer que lo casará con su hija, Isabel Tudor.
Además, las mujeres en Ricardo III son personajes complejos e inteligentes. No aparecen solo en función de los hombres, sino que aportan sus propias perspectivas y opiniones sobre los diferentes hechos que van sucediendo a lo largo de la obra. Dichas perspectivas, cabe destacar, son mucho más humanas y sensibles que las de los personajes masculinos.
Esencia vs. apariencia
La esencia opuesta a la apariencia es un tema fundamental dentro de la obra.
Gloucester sabe que la mayor parte de los personajes que lo rodean son incapaces de distinguir la verdad de las buenas formas, y se aprovecha al máximo de ello. Aparenta frente a ellos ser un hombre humilde e inocente mientras que, en esencia, es un cruel villano. Los espectadores son los únicos que conocen desde el primer momento la verdadera esencia del protagonista de la obra. Gloucester comparte su maldad con los espectadores. Con total sinceridad, les cuenta sus planes y sus oscuras ideas.
El resto de los personajes, aun conociendo el historial oscuro de Gloucester, en uno u otro momento se deja atrapar por su retórica maquiavélica. Al respecto, el caso de Hastings es el más resonante. Lord Hastings sabe que Gloucester es un ser cruel, capaz de hacer cualquier cosa, pero, como lo ha tratado siempre con respeto, considera que lo tiene en alta estima y, por ende, se encuentra a salvo. La incapacidad de Lord Hastings de diferenciar apariencia de esencia le termina costando la cabeza.
Es interesante destacar, por último, que Gloucester, al convertirse en el rey Ricardo III, deja de mostrar esa falsa apariencia ante los demás personajes. Considera que ya no necesita engañar a nadie y puede mostrarse tal y como es verdaderamente. Ese error político le termina costando el trono y la vida.
La ambición y el poder
En Ricardo III, el poder se presenta como una fuerza seductora, capaz de llevar a las personas a tomar decisiones moralmente cuestionables y afrontar consecuencias trágicas.
Gloucester, el protagonista de la obra, es un ser despreciable, con una ambición desmedida y una enorme capacidad para convencer a los que lo rodean. Manipula, seduce y engaña a todos los personajes en pos de llegar al trono. Algunos de estos personajes se vuelven sus cómplices por temor, mientras que otros, como Buckingham, son seducidos por la retórica de Gloucester y creen que apoyarlo les traerá beneficios propios. Por supuesto, se equivocan.
A medida que Gloucester se va volviendo más poderoso, el país se sume en el caos y la desconfianza. La ambición de Gloucester por mantener el poder que va obteniendo lo conduce a la paranoia. Aquellos que se aliaron con él terminan siendo encarcelados, condenados y decapitados por orden del mismo Gloucester.
Finalmente, la ciega ambición termina llevando al protagonista de la obra a su autodestrucción. En el último acto, Gloucester, ya convertido en Ricardo III, en medio del campo de batalla, exclama: “¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!” (p. 115). En su afán por volverse cada vez más poderoso, el protagonista de la obra ha perdido todo y se muestra dispuesto a cambiar la corona por un simple caballo. Vivir se le presenta, entonces, como algo mucho más esencial e importante que tener poder.
La maldad
Ricardo III es, sin dudas, uno de los personajes más malvados de la literatura universal. Tal como lo afirma él mismo en el monólogo inicial de la obra, Ricardo III es malo por puro placer, porque le entretiene hacer el mal y porque no encuentra entretenimiento alguno en los placeres ociosos de la vida. Dice: "En este tiempo de paz, débil y aflautado, no tengo placer con que matar el tiempo, si no es observar mi sombra al sol y entonar variaciones sobre mi propia deformidad. Y, por tanto, puesto que no puedo mostrarme amador, para entretenerme en estos días bien hablados, estoy decidido a mostrarme un canalla, y a odiar los ociosos placeres de estos días" (p. 8).
De acuerdo a esta cita, la maldad de Ricardo III es consecuencia del maltrato que ha recibido durante toda su vida por ser deforme. Mientras los demás se divierten y dedican su tiempo al amor, Ricardo III pasa su tiempo en soledad, aburrido y aislado. La maldad se le presenta, entonces, como una forma de vida. Ricardo III, como ciertos personajes de las ficciones de nuestros tiempos (por ejemplo, el Guasón de Batman), vive simplemente para hacer el mal. Es ambicioso, sí, pero es más malo que ambicioso. De hecho, podría afirmarse que lo que motiva a Gloucester a convertirse en el rey Ricardo III es más el placer de complotar y asesinar a sus enemigos políticos que detentar el poder. Prueba de esto es el asesinato de los jóvenes príncipes, un acto puramente malvado. Ricardo III no obtiene beneficio político alguno del asesinato de sus sobrinos. Estos ya están encarcelados y son considerados hijos bastardos por la población, y, sin embargo, Ricardo III los manda a matar.
Esa maldad inmotivada y placentera, sumada a la inteligencia maquiavélica, ha convertido a Ricardo III en uno de los villanos más memorables de la literatura de todos los tiempos, un personaje tan atractivo como despreciable.
La guerra
La guerra es un tema fundamental en Ricardo III por diversas razones.
La obra transcurre durante la Guerra de las Rosas, en la que se enfrentaron la Casa de Lancaster y la Casa de York por el control del trono. La guerra proporciona, entonces, el telón de fondo histórico y político para la trama de la obra.
Los personajes, además, están totalmente determinados por este conflicto bélico. Constantemente buscan ganar influencia y posición a través de alianzas estratégicas. Ricardo III, en particular, utiliza este conflicto como una herramienta para allanar su camino hacia el trono. La desconfianza popular y la inestabilidad política generada por el conflicto bélico le permiten a Ricardo III tomar el trono por la fuerza sin tener una gran resistencia. Incluso, es apoyado por el pueblo, que ve en él a un monarca fuerte, capaz de terminar con el conflicto bélico.
Sin embargo, quien termina con la guerra finalmente no es él, sino Richmond. Al matar a Ricardo III en la última escena de la obra, Richmond no solo termina con la tiranía de Ricardo III, sino que le da fin a la Guerra de las Rosas, instaura la Dinastía Tudor y comienza un reinado pacífico.
La justicia
En Ricardo III, la justicia se presenta como una entidad mucho más metafísica que política. De hecho, a nivel político, la justicia es prácticamente inexistente. Los personajes se encuentran a merced de los dictámenes tiránicos y egoístas de Ricardo III. Ante este vacío político, las maldiciones y las entidades espirituales son las que se encargan de impartir justicia. Las maldiciones proferidas tanto por Margarita como por Lady Ana y la duquesa de York se vuelven realidad y le dan a cada personaje lo que merece. Lo mismo sucede con los espíritus que visitan a Ricardo III en el último acto para dictaminar que habrá de morir en la batalla.
En resumen, en Ricardo III la justicia es una fuerza inevitable y divina. Por más que intenten urdir tretas, alianzas o complots, los personajes terminan pagando por las tropelías que han cometido. La justicia poética se hace cargo de lo que la justicia política desdeña, y se asegura de que los culpables reciban su castigo.
La nación
Este tema es muy importante dentro de la obra. Hay constantes alusiones al padecimiento de Inglaterra como nación. Los ciudadanos están atravesados por los incesantes conflictos bélicos internos. Las batallas y la inestabilidad generan grandes pérdidas humanas y económicas. El pueblo inglés está a merced de los conflictos nacionales. La lucha entre los York y los Lancaster los tiene como rehenes desde hace décadas. Esto se ve con total claridad en la tercera escena del segundo acto, protagonizada por tres ciudadanos comunes que se lamentan por los conflictos que atraviesa su país y temen por lo que les deparará el futuro. Así se expresa uno de ellos:
Mejor sería que todos fueran por parte de padre, o que no los hubiera en absoluto por parte de padre; pues ahora la emulación de quién va a estar más cerca nos alcanzará a todos demasiado de cerca, si no lo impide Dios. ¡Ah, el duque de Gloucester está lleno de peligro! Y los hijos y los hermanos de la Reina son altivos y orgullosos: si se les gobernara, y no gobernaran, el país enfermo volvería a florecer como antes (p. 47).
Recién tras la muerte de Ricardo III en el último acto y la coronación de Enrique VII, un rey proveniente de otra familia (los Tudor), renace la esperanza inglesa de volver a ser una nación pacífica, estable y próspera.