Ahora, el invierno de nuestro descontento se torna verano con este sol de York.
Esta es la línea inaugural de la obra. A través de esta metáfora, Gloucester da a entender que los tiempos de agitación y descontento están llegando a su fin, y se avecina un tiempo de bonanza para la nación inglesa.
Este comienzo es sumamente irónico. La primera línea de la obra parece presentar a un Gloucester optimista, que se alegra porque Inglaterra está cerca de la paz. Rápidamente, los espectadores descubrirán que el objetivo de Gloucester es impedir que dichos buenos tiempos reinen en Inglaterra, y divertirse a costas del sufrimiento de la nación.
Y, por tanto, puesto que no puedo mostrarme amador, para entretenerme en estos días bien hablados, estoy decidido a mostrarme un canalla, y a odiar los ociosos placeres de estos días.
Esta cita también aparece en el primer monólogo de Gloucester. Aquí, el protagonista de la obra esboza frente a los espectadores una justificación para su maldad. Sostiene que, a causa de su fealdad, no es amado; al no ser amado, no tiene con que entretenerse en los días de ocio, y, por lo tanto, se entretiene haciendo el mal.
A través de esta argumentación, Gloucester intenta manipular a los espectadores, ponerlos de su lado. El carácter manipulador de este personaje tiene su origen en la historia. Ricardo III es conocido como el rey maquiavélico. Este mote proviene de Nicolás Maquiavelo, quien sesenta y cinco años antes de que Shakespeare escribiera Ricardo III, escribió El príncipe. En esta obra de reflexión política, Maquiavelo sostiene que, para alcanzar el poder, es fundamental manipular y ser artero. El autor sostiene que el fin siempre justifica los medios, y que aquel que pretende el poder debe hacer todo lo que esté a su alcance para obtenerlo.
Revistiendo así mi desnuda villanía con retazos viejos robados de la Santa Biblia; parezco un santo cuando más hago el diablo.
En esta cita, Gloucester se jacta de su capacidad para engañar y persuadir a los demás personajes a través de la apariencia.
En los primeros tres actos, Gloucester se muestra ante los demás personajes como una persona noble y honesta. Estos, pese a conocer el pasado turbulento de Gloucester, terminan siendo convencidos por su retórica y sus formas. Lo mismo sucede con el pueblo. Lo mismo sucede con los ciudadanos ingleses. El pueblo sabe que Gloucester es un ser ávido de poder. Sin embargo, a través de una performance en la que se muestra como un santo orador, Gloucester termina consiguiendo que el pueblo lo aclame como rey.
A partir del cuarto acto, Gloucester se convierte en el rey Ricardo III y deja de aparentar. Se muestra tal y como es: malvado, vil y artero. Entonces comienza su perdición.
Dicen que tan sabios y tan pequeños, no viven nunca mucho tiempo.
Tras la muerte del rey Eduardo IV y el asesinato de su hermano Clarence, Gloucester se convierte en el protector de los dos hijos de Eduardo IV: el Príncipe de Gales y Ricardo, joven duque de York.
Desde ese rol de protector, Gloucester intenta quitar de su camino a sus sobrinos para acceder al trono. Decide entonces enviar a los niños a la Torre de Londres, donde, supuestamente, descansarán hasta que el Príncipe de Gales sea coronado. Sin embargo, el Príncipe de Gales levanta sospechas. Le parece extraño que lo envíen a descansar al mismo lugar en el que fue asesinado su tío Clarence.
Entonces Gloucester, en un aparte, comparte con los espectadores esta frase que presagia el cruel asesinato del Príncipe de Gales y su hermano en la Torre de Londres.
Yo tuve un Eduardo, hasta que un Ricardo lo mató; tuve un Enrique, hasta que un Ricardo lo mató; y tú tuviste un Ricardo, hasta que un Ricardo lo mató.
La antigua reina Margarita es el personaje Lancaster más importante de la obra. Es quien se encarga, por lo tanto, de recordarle a los miembros de la Casa de York las crueldades que ha cometido Ricardo de Gloucester en el pasado, cuando Enrique VI, de la Casa de Lancaster, era el rey de Inglaterra.
Esta cita en particular va dirigida a la reina Isabel. Margarita le recuerda que su hijo, Eduardo de Westminter, y su marido han muerto a manos de Ricardo de Gloucester, así como Ricardo de Shrewsbury, hijo de Isabel. El hecho de que los diferentes personajes compartan el mismo nombre le da una gran potencia a la cita. Acentúa la sensación de que todos los personajes se están matando entre sí.
¡Ah, tú, hábil en maldiciones, espera un poco y enséñame a maldecir a mis enemigos!
En el cuarto acto, la reina Isabel le pide a Margarita que le enseñe a maldecir. Esta incipiente relación entre las dos reinas es inesperada, ya que anteriormente eran férreas enemigas. A través de este pedido, Isabel demuestra que el dolor que ha experimentado por la muerte de sus seres queridos la ha hermanado con Margarita. En este punto, ambas reinas comprenden que la vida es mucho más importante que la pertenencia a una u otra casa real, o sentarse en el trono. Comprenden, además, que deben estar unidas y concentrar sus maldiciones en Ricardo III para destruirlo.
Sanguinario eres, y sanguinario será tu fin; vergüenza merece tu vida, y acompaña a tu muerte.
Dentro de la gran cantidad de presagios que aparecen a lo largo de la obra, este es sin dudas el más poderoso, no solo porque augura la muerte del protagonista, sino porque, además, quien la pronuncia es su propia madre: la duquesa de York.
En Ricardo III, las maldiciones y los augurios nunca fallan, y esta no es la excepción. Ricardo III muere en la última escena del quinto acto de manera sanguinaria, en la batalla de Bosworth.
Cabe destacar que, en la obra, las maldiciones son el modo de impartir justicia. Ricardo III se ha encargado de que la justicia política no exista. Maldecir, entonces, se vuelve la única manera de lograr que los culpables tengan el castigo que merecen.
La verdadera esperanza es veloz, y vuela con alas de golondrina; de los reyes, hace dioses, y de las criaturas más bajas, reyes.
Ricardo III es una obra cargada de oscuridad y pesimismo. Esta cita de Richmond es una de las pocas frases edificantes y optimistas que pueden encontrarse en el texto. A través de estas palabras, Richmond arenga a sus soldados a luchar con valentía y esperanza contra el rey tirano. Por el contrario, Ricardo III arenga a sus tropas fomentando el odio hacia los rebeldes.
En el campo de batalla, por supuesto, las tropas de Richmond se vuelven imbatibles, aplastan a las tropas reales, y la veloz esperanza convierte de inmediato a Richmond en el rey Enrique VII.
Mi conciencia tiene mil lenguas separadas, y cada lengua da una declaración diversa, y cada declaración me condena por rufián.
Recién en la tercera escena del último acto de la obra, tras soñar con los espíritus de sus víctimas, Ricardo III siente remordimiento por los crímenes que ha cometido. Su conciencia, por primera vez, lo apremia, le habla con sus mil lenguas recordándole su villanía.
Entonces Ricardo III advierte que nadie lo quiere y que, si muere en el campo de batalla, nadie lo recordará. Se desespera. Se pregunta: "¿Por qué me habían de compadecer, si yo mismo no encuentro en mí piedad para mí mismo?" (p. 110). Luego, intenta recomponerse y salir a luchar en el campo de batalla, pero su destino está sellado. Ricardo III se ha quedado sin nada. Ha perdido esa fuerza que lo llevó hasta el trono: ha perdido la fe en su propia maldad.
¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!
Esta frase sintetiza a la perfección la desesperación y el deterioro de la posición de Ricardo III. Su oferta de entregar su reino por un caballo refleja su necesidad urgente de escapar y sobrevivir.
Además, esta línea también contiene cierta ironía trágica: Ricardo III ha cometido muchas acciones crueles y despiadadas para ganar el trono. Ha dedicado su vida a convertirse en rey, y ahora está dispuesto a renunciar a la corona a cambio de un simple caballo. Vivir se le presenta, entonces, como algo mucho más esencial e importante que tener poder.