Nueve cuentos

Nueve cuentos Resumen y Análisis "Un día perfecto para el pez banana"

Resumen

"Un día perfecto para el pez banana", el primer relato de Nueve cuentos, comienza con una mujer llamada Muriel sentada en la habitación de un resort en alguna playa de Florida. Está leyendo una revista para mujeres cuando suena el teléfono. Termina de pintarse una uña antes de levantar el tubo: la operadora le anuncia que es la llamada de larga distancia que ha realizado a Nueva York. Del otro lado está su madre. "He estado preocupadísima por ti" (12), le dice, y pregunta quién ha conducido hasta allí. Cuando Muriel confirma que fue Seymour, su esposo, su madre se muestra preocupada: "¿No trató de hacerse el tonto otra vez con los árboles?" (13). La joven le confirma que él manejó muy bien. La mujer sigue preguntando por el comportamiento de Seymour; ella y su marido están claramente preocupados por la salud mental de su yerno. Muriel le pregunta a su madre por el libro que Seymour le mandó de Alemania, del "único gran poeta de este siglo" (14), según él. Su marido quiere saber si lo leyó, aunque está en alemán. La señora confirma que está "en el cuarto de Freddy" (14).

La madre de Muriel luego le dice a su hija que su padre habló con el doctor Sivetski sobre Seymour, y que aquel le contó todo: "Los árboles. Ese asunto de la ventana. Las cosas horribles que le dijo a la abuela acerca de sus proyectos sobre la muerte" (15). Agrega que fue "un verdadero crimen que el ejército lo hubiera dado de alta del hospital" (15). Insta a Muriel a que regrese a casa de inmediato, pero ella está disfrutando sus vacaciones.

La conversación continúa y Muriel le cuenta a su madre que el médico del hotel le ha preguntado por Seymour tras verlo tocar el piano, ya que lo vio muy pálido. Pero había mucho ruido y no pudieron hablar mucho. Continúan hablando sobre ropa y el hotel, y deslizan la información de que Muriel esperó a Seymour durante la guerra. Antes de cortar la comunicación, la madre insiste una vez más en que Muriel vuelva a la casa de sus padres. Ella, despreocupada, le cuenta que Seymour ha de estar en la playa, donde no se quita la salida de baño porque, afirma, no quiere que le vean el tatuaje. No obstante, ambas mujeres saben que él no tiene ningún tatuaje. Se despiden.

A continuación, la pequeña Sybil Carpenter está en la playa con su madre, que anuncia que se va a tomar un copetín al hotel y la insta a jugar sola. Ella se encuentra con Seymour, que está acostado de espaldas, envuelto en la bata de baño. La pequeña le pregunta si va a ir al agua, y luego le pregunta por "la señora" (21). Él no sabe dónde está su esposa. Luego el joven se da vuelta, apoya su mentón sobre sus puños, mira a la niña y le dice que le encanta su traje de baño azul. "Este es amarillo" (22), le responde ella. Él reconoce que se equivocó. Continúan conversando. Ella insiste en ir al agua. Hablan de Sharon Lipschutz, otra niña que se hospeda en el hotel, con la que Seymour también parece tener buena relación. Sybil se muestra celosa.

Finalmente, Seymour accede a ir al agua. "Vamos a tratar de pescar un pez banana" (23), sugiere. Continúan conversando mientras se meten al mar. Seymour le explica que los peces banana tienen una vida muy triste: buscan agujeros llenos de plátanos y allí dentro devoran todo lo que encuentran. Luego, ya demasiado gordos, no pueden salir y mueren. Mientras juegan en el agua, ella afirma ver un pez banana. Poco después, Sybil y Seymour salen del agua y se separan.

Seymour regresa al hotel y en el ascensor tiene un altercado con una mujer, a quien acusa de mirarle los pies. Cuando llega a su piso, sale y se dirige a su habitación, la 507. Durmiendo en una de las camas gemelas está Muriel. Seymour abre una pieza de su equipaje, saca una Ortgies calibre 7.65 y se dispara en la sien derecha.

Análisis

“Un día perfecto para el pez banana” catapultó a J.D. Salinger a la fama. El relato se publicó originalmente en The New Yorker en 1948, y pocos cuentos en la historia de las letras estadounidenses han obtenido un reconocimiento tan inmediato.

Hoy podría ser fácil pasar por alto el trasfondo principal del relato, evidente para los lectores contemporáneos de Salinger: este cuento, como el resto que compone este libro, fue publicado pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, que constituyó un enfrentamiento bélico sin precedentes, verdaderamente traumático para quienes fueron partícipes, víctimas o testigos de los sucesos enmarcados en él. Importantes pensadores han reflexionado, de hecho, sobre la imposibilidad de transmitir la experiencia de la Segunda Guerra Mundial en general y del Holocausto en particular, dado el horror experimentado.

Para Estados Unidos, partícipe externo y tardío del conflicto, el trauma de la guerra llegó con sus veteranos y el trastorno de estrés postraumático que muchos de ellos sufrieron. En buena medida, el final de la década de los 40 y el comienzo de la siguiente fue un período de reacción a la Guerra. Ejemplos de ello son el auge del cine negro (películas caracterizadas por incluir hechos delictivos y personajes oscuros, así como por una estética con elementos expresionistas) y la proliferación de películas apocalípticas, además de un giro importante en el pensamiento filosófico.

"Un día perfecto para el pez banana" captura magistralmente la compleja situación que experimentan los veteranos de guerra norteamericanos de vuelta en sus hogares a través de una inquietante mezcla de lo mundano y lo trágico, y con el característico estilo de Salinger, sensible y engañosamente simple. La Segunda Guerra Mundial se constituye así, en este cuento, como el transfondo primordial que, aunque es apenas mencionado al pasar, determina el presente de los personajes.

El cuento está narrado en tercera persona y está dividido en dos grandes partes que se unen, trágicamente, en el abrupto final. Ambas secciones son perfectos ejemplares de la prosa de Salinger. En primer lugar, como ocurre en buena parte de su obra, la historia se construye primordialmente a través de diálogos interrumpidos solo excepcional y brevemente por el narrador. En general, estas acotaciones aportan información sobre detalles del aspecto de los personajes y de sus movimientos físicos, dando mayor verosimilitud a la escena. Por ejemplo, antes de atender a su madre, Muriel habla brevemente con la operadora:

-Hola -dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que tenía puesto, salvo las chilenas: los anillos estaban en el cuarto de baño.

-Su llamada a Nueva York, señora Glass -dijo la operadora.

-Gracias -contestó la chica, e hizo lugar en la mesita de luz para el cenicero.

(12)

Este modo de construcción del relato hace que numerosos cuentos de Salinger, y este en particular, sean muy visuales y se desarrollen como escenas de películas que no terminamos de ver. Este efecto tiene también que ver con la gran verosimilitud y aparente intrascendencia de los diálogos de Salinger: las conversaciones entre los personajes pueden parecer banales, pero dejan entrever información muy relevante para comprender la compleja psicología de los personajes que participan en ellos, así como de aquellas personas que son temas de conversación. Así, por ejemplo, madre e hija conversan al principio del relato sobre la llegada de la joven pareja al hotel:

-¿Manejó él? Muriel, me diste tu palabra de que...

-Mamá -interrumpió la chica-, acabo de decírtelo. Condujo perfectamente. No pasamos de ochenta en todo el camino, esa es la verdad.

-¿No trató de hacerse el tonto otra vez con los árboles?

-Vuelvo a repetirte que manejó muy bien, mamá. Vamos, por favor. Le pedí que se mantuviera cerca de la línea blanca del centro, y todo lo demás, y entendió perfectamente, y lo hizo. Hasta se esforzaba por no mirar los árboles... podía nortarse. Entre paréntesis, ¿papá hizo arreglar el auto?

(13)

En esta cita es posible reconocer una charla ligera y casual que se tensa por la preocupación de la madre a causa de un evento que, de hecho, no será relatado nunca en la historia, pero que aporta, junto a otras referencias, pistas sobre la inestabilidad mental de su yerno. Otra pista de esto es la condescendencia con la que Muriel se refiere a su esposo.

Esta predilección por los diálogos que caracteriza la prosa de Salinger tiene una consecuencia directa en la temporalidad de los relatos: las historias se relatan de forma lineal y se condensan en una o pocas escenas que transcurren prácticamente en tiempo real, aportando a ese efecto cinematográfico que mencionábamos más arriba. El pasado, no obstante, suele tener un gran peso, pero este aparece en forma de recuerdos y como consecuencias en el presente. La cita analizada más arriba trae solo uno de los múltiples eventos del pasado reciente de Seymour que preocupan a su suegra, y que el lector tiene que reponer con pocas pistas. En este relato en particular también hace aparición el futuro en los diálogos, y lo hace a través de pequeños presagios sobre el trágico final de Seymour, como cuando la madre de Muriel menciona "Las cosas horribles que le dijo a la abuela acerca de sus proyectos sobre la muerte" (15).

Además del tema de la Segunda Guerra Mundial, este cuento condensa todos los otros que hemos descrito como principales en el libro de Salinger: la infancia; la genialidad, la excentricidad y la locura; la soledad y la marginalidad; el matrimonio; la amistad y la muerte. En primer lugar, el tema del matrimonio como una institución problemática y difícilmente basada en el amor se presenta de forma estructural en el relato: el texto se divide en dos mitades; en la primera, Muriel Glass conversa con su madre sobre su marido mientras que, en la segunda, este conversa con una pequeña en la playa. Ambos manifiestan, en sus diálogos, no saber dónde está el otro. Aún más, Muriel y Seymour no interactúan en el cuento; en el breve segmento final, que unifica las dos partes que mencionábamos, Seymour encontrará a su mujer durmiendo en una cama de la habitación y se sentará sobre la otra, sin vacilar, para volarse la cabeza.

En una primera lectura, el suicidio de Seymour puede parecer un final inesperado, y los lectores examinaremos los momentos que lo preceden con la esperanza de encontrar una razón. Y, de hecho, la historia está llena de alusiones a la fragilidad mental del joven y hay, incluso, algún indicio respecto de su carácter suicida: la madre menciona "el asunto de la ventana", "las cosas horribles que le dijo a la abuela acerca de sus proyectos sobre la muerte" y "lo que hizo con esas fotos hermosas de las Bermudas" (15); Muriel reconoce que un psiquiatra en el hotel le preguntó por la salud de su marido al encontrarlo muy pálido (16) y que él no quiere quitarse la salida de baño cuando va a la playa porque no quiere que le miren un tatuaje que no tiene (19); Seymour mismo confunde el color del traje de baño de Sybil al conversar con ella (22). En definitiva, en una relectura parece evidente que nos encontramos frente a una mente alucinatoria y seriamente trastornada.

Como suele suceder en los cuentos de Salinger, la locura se asocia a la genialidad: Salinger parece postular, implícitamente, a Seymour como una especie de profeta adelantado a su tiempo: su historia del pez banana, en principio un relato infantil para entretener a la pequeña Sybil, puede leerse como metáfora de la humanidad y, en particular, de la generación de la posguerra que, rodeada de riqueza, no para de consumir, sin medir las consecuencias. Así, su locura también puede interpretarse como un modo de escapar del agujero lleno de bananas en el que el común de la gente termina.

En este sentido, es significativo el materialismo que se asoma, una y otra vez, en la primera mitad del relato, aquel dedicado al lado de los cuerdos. En primer lugar, a Muriel le cuesta trabajo comunicarse con su madre en Nueva York porque en su hotel "había noventa y siete publicitarios neoyorquinos" (11). Mientras espera la llamada, ella lee una revista de moda y se pinta las uñas. Luego, madre e hija hablan de "aquel vestido de noche tan horrible que vimos en la vidriera de Bonwit", la madre pregunta "cómo es la ropa este año". "Terrible. Pero encantadora. Por todos lados se ven lentejuelas" (17), responde la joven. Otra alusión a la moda aparece cuando la madre le pregunta a Muriel por su vestido tipo bailarina. En este contexto, la incapacidad de Seymour de reconocer el color del traje de baño de Sybil puede leerse no solo como signo de locura, sino también de indiferencia hacia este mundo materialista y frívolo.

Es importante destacar que la genialidad de Seymour también es información que proviene de otros relatos: Seymour es el mayor de los siete hijos de la familia Glass, la misma que dio a luz a Franny y Zooey, protagonistas del relato homónimo. El protagonista de "Un día perfecto para el pez banana" aparece también en "Levantad, carpinteros, la viga del tejado" y "Seymour: una introducción", y ambos relatos lo describen como un poeta, pensador profundo e inquisitivo, y creyente del pensamiento zen.

La genialidad y la locura, que aislan a Seymour del resto de los adultos, parecen acercarlo, en cambio, a la pequeña Sybil. Esta peculiar amistad entre un adulto excéntrico y aturdido y un niño o niña no es excepcional en la obra de Salinger, que suele asociar la infancia con la inocencia, la inteligencia, el humor y la libertad. Aún más, por momentos Salinger parece seguir una larga tradición, que incluye autores como Rousseau, Wordsworth y Miller, entre otros, que asocia a los niños con la sabiduría, más difícil de encontrar en adultos cuyas mentes ya han sido moldeadas por las convenciones sociales. El hecho de que Sybil asegure ver uno de los peces banana descritos por Seymour da cuenta de su imaginación y capacidad de jugar, al mismo tiempo que comparte con Seymour una inocencia que él parece haber perdido en la guerra.

Como decíamos antes, el final de este relato es tremendamente sorpresivo. Y esto no es solo consecuencia de que las pistas sobre la frágil salud mental de Seymour son sutiles: el grueso del relato se compone de dos escenas cotidianas, livianas, aparentemente despojadas de tensión. La brevísima tercera escena nos toma, así, por sorpresa: la agresividad de Seymour frente a la mujer que se encuentra en el ascensor parece desmedida, pero, aun así, el asunto no pasa a mayores y el protagonista simplemente se baja del ascensor y se dirige a su habitación. Nuevamente, todo parece en calma. Así, la última frase del cuento es shockeante y demoledora: "Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola, y se descerrajó un tiro en la sien derecha" (29). El narrador parece evitar detenerse e interpretar este acto, dejando a los lectores literalmente sin palabras. De alguna forma, nos invita a retroceder en la memoria o volver sobre las páginas para construir un marco lógico que pueda guiarnos desde el tono liviano y por momentos cómico del grueso del relato hasta el repentino suicidio del final. Esta tensión entre situaciones y tonos tan dispares, en todo caso, parece subrayar el dolor y el absurdo esencial de la guerra cuando permanece y se niega a abandonar la vida en tiempos de paz.

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