Resumen
Recostado sobre la cama de una cabina en un transatlántico, el señor McArdle le pide a su hijo, Teddy, que se baje de la valija sobre la que está parado para mirar a través del ojo de buey. Su madre, para molestar al hombre, le dice que se quede donde está.
Teddy le comenta a su madre sobre un hombre que vio en el comedor y, luego, en el gimnasio. Él le dijo que había escuchado la cinta que Teddy grabó; la habían pasado en una fiesta. Luego, el niño comienza a reflexionar sobre unas cáscaras de naranja que acaban de ser lanzadas por la ventana: es curioso, afirma, que si no las hubiera visto no podría afirmar que existen. Por otro lado, enseguida empezarán a hundirse y solo seguirán flotando en su mente, dice. Su madre lo interrumpe para pedirle que vaya a buscar a Booper, su hermana; su padre le ordena que recupere su cámara de fotos, que el pequeño le dio a su hermana menor. Antes de salir, Teddy lanza una última reflexión acerca de las cáscaras de naranja: "Cuando salga por esa puerta, tal vez exista solo en la mente de los que me conocen. Puedo ser una cáscara de naranja" (176).
Teddy encuentra a Booper en la cubierta con otro niño, Myron, a quien ella trata con desprecio. Teddy le ordena a su hermana que le devuelva la cámara al padre; luego se encontrarán a las diez y media en la piscina para la clase de natación. Entonces Teddy se dirige a ocupar una de las reposeras asignadas a los McArdle debajo de la cubierta de deportes.
El niño se sienta en una reposera y toma una libreta de apuntes de su bolsillo; es su diario. Lee sus últimas anotaciones: se trata de una serie de tareas pendientes, que incluyen "Contestar la carta del profesor Mandell cuando tengas tiempo y paciencia" (183), y una breve lista de "Palabras y expresiones que debes consultar en la biblioteca" (183). Las notas dan cuenta de un niño muy precoz para su edad. Teddy continúa escribiendo su diario. Un hombre de unos treinta años se le acerca, lo saluda y se sienta a su lado. Se presenta: es Bob Nicholson. Le pregunta a Teddy si se divirtió en Europa, y dónde estuvo. Él le cuenta que estuvo en Oxford y en Edimburgo, donde lo entrevistaron. Fue a verlo gente de Estocolmo y de Innsbruck.
Teddy reflexiona sobre las emociones: "Ojalá supiera por qué cree la gente que la emoción es tan importante (...) Mi padre (...) piensa que soy inhumano". "No recuerdo haberme emocionado nunca" (190), agrega. Entonces Nicholson le pregunta si no ama a Dios o a sus padres. Teddy lo confirma, pero dice que no lo hace sentimentalmente. Afirma que tiene afinidad con sus padres, pero que ellos no lo aman del mismo modo, pues no pueden quererlo tal como es.
Nicholson cree recordar que Teddy está "muy de acuerdo con la teoría vedántica de la reencarnación" (191), y que piensa que, en su última reencarnación, perdió la gracia antes de alcanzar la Iluminación final. Teddy lo confirma. Recuerda también que "Tenía seis años cuando me di cuenta de que todo era Dios", pero "ya podía salir muy a menudo de las dimensiones finitas cuando tenía cuatro años" (193). Le explica al hombre que, para hacerlo, tiene que dejar de lado la lógica. Así es como se puede "ver las cosas tal como son" (196).
Teddy luego rectifica un rumor, y aclara que no le dijo a todo el grupo examinador de Leidekker dónde y cuándo morirían, sino que solo les advirtió sobre lugares y momentos en los que deberían tener mucho cuidado. Agrega que el miedo a la muerte le parece tonto: "todos lo hemos hecho miles de veces" (198). Y pone un ejemplo:
(...) tengo una lección de natación dentro de cinco minutos. Podría bajar a la piscina y encontrarme con que no tiene agua (...). Podría pasar, por ejemplo, que yo caminara hasta el borde, como para mirar el fondo, y que mi hermana viniera y me diera un empujón. Podría fracturarme el cráneo y morir instantáneamente (...). Pero, ¿qué tendría de trágico ¿De qué podría tener miedo? (198).
Antes de que Teddy se vaya a su clase de natación, Nicholson le lanza una última pregunta: "¿Qué harías si pudieras modificar el sistema de enseñanza?" (200). Teddy afirma que les enseñaría a meditar, y que les haría olvidar todo lo que les han dicho sus padres. "(...) yo quería que ellos empezaran con las verdaderas formas de mirar las cosas y no mirándolas como hacen todos los otros comedores de manzanas" (201).
Teddy se va corriendo a su clase de natación. Nicholson permanece inmóvil unos minutos, pero de repente se incorpora y sale, con cierta prisa, en la misma dirección que el chico. Abre la puerta de acceso a la piscina y, bajando las escaleras hacia allí, oye "el grito sostenido, penetrante, evidentemente de una niña pequeña" (203).
Análisis
"Teddy" es, en varios sentidos, un característico relato de Salinger: se trata de otro cuento narrado en tercera persona que se desarrolla, esencialmente, a través de diálogos acompañados de escuetas descripciones, enfocadas sobre todo en los cuerpos de los protagonistas, cuyos movimientos se siguen cuidadosamente para dar una imagen casi cinematográfica de las escenas:
[El señor McArdle] Estaba de espaldas, con nada más que los pantalones de pijama y un cigarrillo encendido en una mano. Tenía la cabeza erguida, lo bastante como para apoyarla en forma incómoda, casi masoquista, contra la base misma del respaldo de la cama. La almohada y el cenicero estaban en el suelo, entre su cama y la de su mujer. Sin levantarse, extendió el brazo derecho desnudo, de un rosa inflamado, y desparramó las cenizas en la dirección general de la mesita de luz (167).
Teddy, el protagonista del cuento, es también un típico personaje salingeriano: se trata de un niño de diez años, en este caso, no meramente precoz e inteligente para su edad, sino un genio de hecho, que genera gran interés en profesores y estudiosos de diferentes países. No obstante, y como sucedía con Esmé ("Para Esmé, con amor y sordidez"), Teddy conserva cierta inocencia y la ternura típica de un niño de su edad, que conviven con la genialidad de sus reflexiones sobre la existencia y la muerte. Así, por ejemplo, en la anotación de su diario del 27 de octubre de 1952, figura "presente griego" entre las expresiones pendientes de consulta en la biblioteca; al día siguiente, el niño anota: "En mi opinión la vida es un presente griego" (184).
Como también suele suceder en la obra de Salinger, la excentricidad de Teddy, su carácter único, parecen aislarlo, y el niño se manifiesta como un personaje solitario e incomprendido. En este caso, tratándose de un niño, esto sucede especialmente en relación con sus padres: como la mayoría de los menores en la obra de este autor, Teddy es desatendido por sus padres, ajenos a su sensibilidad y curiosidad infantiles y demasiado ensimismados, en este caso, en su ríspida relación matrimonial.
El final de "Teddy" es uno de los más escalofriantes de la obra de Salinger. Minutos después de la partida de Teddy, Nicholson parece atar cabos en la conversación que acaba de tener con el niño y sale corriendo tras él. En este momento de la historia, el narrador, que venía siguiendo a Teddy a lo largo de todo el relato, cambia su focalización y se queda estratégicamente con Nicholson. Esto, sumado a la terminación abrupta del relato, tiene el efecto de dejarnos a los lectores con un final abierto: ¿convierte el grito de la pequeña (que identificamos como Booper) el comentario al pasar de Teddy sobre la posibilidad de que su hermana lo matara en la piscina en una premonición, confirmando las teorías del niño y su capacidad de conocer el futuro? ¿O acaso Teddy acaba de matar a su hermana, adelantándose a lo que, efectivamente, pensaba que ella iba a hacer y aportando, más bien, a la hipótesis de su excentricidad, incluso su locura? ¿Quizás no se trata de Boooper? ¿Tal vez escuchamos, simplemente, el grito correspondiente a la rabieta de una niña, y nuestra oscura interpretación evidencia, simplemente, el efecto que las palabras de Teddy han tenido sobre nosotros?
En todo caso, el repentino desenlace recuerda el del primer cuento de la colección, "Un día perfecto para el pez banana"; ambos funcionan, mediante la irrupción violenta y sorpresiva de la muerte (aunque, quizás, solo aparente en el caso de "Teddy"), como un recordatorio de la fragilidad de la vida humana. Pero las similitudes entre ambos relatos no terminan allí: ambos cuentos tienen lugar casi en tiempo real y en un escenario vacacional, entre multitudes despreocupadas que toman sol; ambos son protagonizados por seres excéntricos que parecen caminar entre la genialidad y la locura y parecen albergar cierta pulsión de muerte. Curiosamente, ambos, también, esgrimen metáforas que intentan explicar, en buena medida, la humanidad (los peces banana de Seymour y la manzana de Adán o las cáscaras de naranja, en el caso de Teddy).
La curiosa visión que tiene Teddy de la vida y la muerte evoca ciertas tradiciones orientales, en particular el budismo. Es útil recordar que Salinger fue un devoto estudiante de Los Evangelios de Sri Ramakrishna, una obra de misticismo hindú, y se apoyó mucho en creencias hindú-budistas. Esto quizás ayude a explicar la prevalencia de jóvenes casi sobrenaturalmente visionarios o sabios en sus obras. Seymour y Teddy son ejemplos de esto.