Resumen
Aquí, el yo lírico le habla a una calle que, para él, al bifurcarse es como una herida que dolorosamente se abre.
Análisis
En este poema, como en otros (ver "Calle con almacén rosado", "Al horizonte de un suburbio", "Montevideo" o "La promisión en alta mar"), la voz poética usa la segunda persona para dirigirse a un lugar físico: en este caso, la "calle del Oeste" (p. 72) que menciona en el título mismo. Lo que es más, ni siquiera es el único poema en el que usa la segunda persona para dirigirse a una calle. En el poema que abre el libro, "Calle con almacén rosado", el yo lírico le dice, hacia el final del poema, a la calle a la que le habla: "Calle grande y sufrida, / eres la única música de que sabe mi vida" (p. 57). Este poema también tiene la palabra "calle" en su título, y la calle es uno de los motivos de este poemario. En "Para una calle del Oeste", al igual que en "Calle con almacén rosado", el tono también es nostálgico y sufrido desde los primeros versos: "Me darás una ajena inmortalidad, calle sola. / Eres ya sombra de mi vida" (p. 72).
Es difícil pensar en este poema sin pensarlo en diálogo con ese otro. Es interesante, además, que "Calle con almacén rosado" es el poema que abre el libro, mientras que "Para una calle del Oeste" está entre los últimos. En este sentido, el tono en este poema es más desesperado y más desesperante, acaso, que el del primero, que al menos abrigaba la esperanza de tener la compañía de las calles de Buenos Aires: "no he mirado los ríos ni la mar ni la sierra, / pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires" (p. 57). Si bien el tono es de autorreproche y el yo lírico habla de una "confesión de [su] pobreza" (p. 57), al menos queda el consuelo de la compañía de la luz y las calles de la ciudad de Buenos Aires.
En "Para una calle del Oeste", en cambio, tal consuelo parece no estar al alcance. Como si fuera una respuesta de un yo lírico envejecido y que ha perdido las esperanzas, aquí los últimos versos rezan: "En ti otra vez: / Calle que dolorosamente como una herida te abres" (p. 72). La calle se abre, y el dolor, la separación y la muerte son inevitables.
A pesar de eso, no parece casual que este sea el penúltimo poema y no el último. La idea, otra vez, de que es casi pero no un juicio final, de que todo parece estar dicho pero finalmente no es así, y la absolución es posible, aparece como en "Casi juicio final". Después de todo, el último verso de dicho poema reza: "Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme si esta gran luna de mi soledad me perdona?" (p. 69). Luego de ese verso de "Casi juicio final", el poema que lo sucede es "Mi vida entera", donde efectivamente el juicio final se produce y la absolución llega. En dicho poema, ya no se habla solo de pobreza, sino también de riqueza: "Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres" (p. 70). Aquí, podemos pensar que "Para una calle del Oeste", con su tono más sufrido y desesperado, es el análogo de "Casi juicio final" y, por eso, se trata del penúltimo poema: porque funciona de preámbulo para que llegue un nuevo poema, ahora sí el último, el final, que renueve las esperanzas, aun en la nostalgia.
En el último verso del poema, el yo lírico se dirige a la calle describiéndola de la siguiente manera: "Calle que dolorosamente como una herida te abres" (p. 72). Este es el poder que el yo lírico le atribuye a la calle. Es más: le dice que atraviesa sus noches con segura rectitud de estocada (p. 72), y la vincula inexorablemente a la muerte. En este poema, se muestra todo el dolor que la separación, la lejanía —otro de los motivos de este poemario— le causan al yo lírico en las proyecciones que hace sobre la calle a la que le habla.