A Borges se lo suele conocer como escritor primero, aunque él siempre dijo de sí mismo que era antes un lector, y escritor después. Sin embargo, Borges fue muchas cosas, y entre ellas, también fue traductor. Pero su relación con la traducción fue mucho más compleja y vasta que solo traducir, por lo que es interesante pensar en "Borges y la traducción", como se suele hablar de Borges y la literatura, o de Borges y la gauchesca, o de Borges y casi un infinito de otras cosas (cf. Willson, 2001).
Borges, además de traductor, reflexionó ampliamente sobre la traducción. Lo que es más, la aparición de las traducciones también es recurrente en las ficciones borgeanas, de una u otra forma. En las reflexiones de Borges sobre la escritura y en su propia producción como autor de ficciones, la traducción es central, en tanto proceso por el que el escritor transforma una secuencia de palabras en otra, y no solamente como una metáfora vaga de influencia o intertextualidad. Según esta visión, la traducción no es inferior al original. Por el contrario, "Borges sostenía que una traducción puede enriquecer e incluso superar al original, y que una de las experiencias literarias más fértiles consiste en la revisión de las distintas versiones de una obra [...]. Para Borges una traducción no es la transferencia de un texto de una lengua a otra. Es una transformación de un texto en otro" (Kristal, c. p. Willson, 2002, pp. 106-107).
Para el Borges que reflexionó sobre la traducción, o para el Borges escritor, o quizás para todos los Borges, si todo es traducción, o si todo es copia, todo es, también, original. Litvinova y Foglia (2020), al respecto, explican que "la traducción, como quiere Borges, es siempre traducción de otra; es siempre infinita. La cadena de transformación está siempre in media res, y sigue" (p. 12).
Es que, como afirma Beatriz Sarlo (1995), el mito biográfico de Borges se funda "en la apropiación de la literatura: el Quijote leído por primera vez en traducción inglesa cuando era un niño; su versión, a los nueve años, de un cuento de Oscar Wilde; su fascinación por Chesterton, Kipling y Stevenson; sus traducciones de Kafka, Faulkner y Virginia Woolf" (pp. 10-11). De este modo, no resulta extraño que Borges estuviera orgulloso de que su primera publicación fuera una traducción, y de hecho, aun consagrado, siguió traduciendo por el resto de su vida (cf. Willson, 2002). Sus traducciones muchas veces fueron calificadas de atrevidas, criticadas incluso, pero a pesar de eso siempre son identificables con el texto original.
En palabras de Willson (2001), "los traductores de la tradición suelen traducir desde la norma lingüística; dado que una traducción es la escritura de una lectura, ¿no significaría eso que el traductor tradicional también lee desde una norma -una lectura consagrada, una valoración compartida-? Borges quizá traduce como nadie porque lee como nadie".