Resumen
En este poema, el yo lírico recuerda a sus abuelos en su viaje hacia los campos, que supuso para ellos un viaje hacia lo lejano. Ahora que se para como un hombre de ciudad, el yo lírico percibe ese mismo campo, que recordaba de su infancia, de otra manera.
Análisis
El título del poema, "Dulcia linquimus arva", es una alusión a una máxima latina de Virgilio en su Égloga I, 3, y significa en castellano algo así como "abandonamos nuestros queridos campos". En este poema, la lejanía se vincula con la lejanía del yo lírico respecto de ciertas tierras, que otrora habían sido lejanas para sus abuelos, hasta que se asentaron allí y lograron conquistar "la intimidad de los campos" (p. 68). El que recuerda los campos desde la lejanía, ahora, es el yo lírico, que aparece en primera persona expresamente solo hacia el final, y confiesa: "Soy un pueblero y ya no sé de esas cosas, / soy hombre de ciudad, de barrio, de calle" (p. 68).
Hacia el principio de este poema, la lejanía aparece desde la perspectiva de los abuelos, que probablemente hayan tenido que irse de sus propias tierras. Y, sin embargo, de "esta lejanía" (p. 68) supieron hacer "una intimidad" (p. 68): lo que es más, "conquistaron la intimidad de los campos" (p. 68). Así, supieron asentarse en los que se volverían sus "queridos campos", aquellos a los que refiere la máxima de Virgilio a la que hace alusión el título.
A través del poema, que es extenso pero de versos cortos, la voz poética describe el derrotero de sus abuelos como si mirase desde afuera, en una descripción que en lo formal está escrita en la tercera persona. De este modo, nombra cómo sus abuelos alcanzaron una "sabiduría de campo afuera" (p. 68) en esas tierras campestres en las que supieron asentarse, aquella sabiduría "que rige a los hombres de la llanura" (p. 68).
En los últimos versos de este poema, el yo lírico aparece más expresamente y confiesa ser "un pueblero", un "hombre de ciudad, de barrio, de calle" (p. 68). Ciertamente, no es el hombre que ocupa los cambos que sus abuelos antes que él quisieron y a él, como hombre de ciudad, "los tranvías lejanos [le] ayudan la tristeza/ con esa queja larga que sueltan en las tardes" (p. 68).