Las pasiones
Este es un tema central en la novela. Werther siente afinidad con las personas pasionales, mientras que rechaza, en ocasiones, a quienes se comportan racional y mesuradamente. Por ejemplo, en la carta del 27 de mayo, cuando juega con los niños Phillips y Hans, dice acerca de su conducta: “(…) me deleito sobremanera con sus pasiones y sus simples arrebatos de deseos (…)” (p. 19).
El protagonista privilegia las emociones y los sentimientos apasionados, por encima del pensamiento racional, a la hora de actuar. Las opiniones de otros personajes respecto de las pasiones parecen diferir de la de él. Lotte, por ejemplo, luego de una intervención efusiva de Werther, le advierte que la excesiva pasión puede conducirlo a la ruina, y le pide que se modere. Posteriormente, en una discusión que mantiene con Albert, Werther comenta: “Ah, ustedes los cuerdos (...). ¡Pasiones, embriaguez, locura! Ahí están ustedes, los defensores de la moral, impávidos, ajenos (…). Más de una vez estuve embriagado, mis pasiones nunca estuvieron muy lejos de la locura, y no me arrepiento de lo uno ni de lo otro” (p. 56).
Respecto de este tema, es notorio el contraste entre ambos personajes. Albert es sereno y moderado, mientras que Werther se deja dominar por sus pasiones. En su carta del 30 de agosto, a propósito de esto, el protagonista afirma: “¡mi corazón me obliga a cada cosa!” (p. 66). Además, Werther cree que los seres humanos solo pueden dominar sus pasiones hasta cierto límite. Así lo vemos cuando señala: “El hombre es el hombre y la inteligencia que puede llegar a tener no vale mucho cuando golpean las pasiones y lo llevan hasta los límites de lo humano” (p. 60). En efecto, Werther está enamorado de Lotte con una "interminable pasión desenfrenada" (p. 65) y, finalmente, su dificultad para moderarse lo conduce al suicidio.
Los límites del lenguaje
En varias de sus cartas, Werther manifiesta la imposibilidad de transmitir sus sentimientos a través del lenguaje. El tema reaparece en la novela cada vez que el joven quiere expresarle a Wilhelm emociones intensas. Según él, es imposible encontrar palabras que representen con fidelidad las pasiones y los sentimientos de las personas. En la carta del 30 de mayo de 1771, respecto de la historia de un campesino con el que ha conversado, afirma: “(...) no hay palabras que puedan captar la ternura que irradiaban su forma de ser y sus gestos. Todo lo que podría escribir es muy torpe” (p. 20).
Por otro lado, sabe que los estados anímicos influyen en su escritura, tanto como en su producción artística. Cuando se encuentra feliz, le explica a Wilhelm que no puede expresarse con la claridad necesaria: "Estoy contento, soy feliz, y por lo tanto, un mal cronista" (p. 21).
En cartas posteriores, Werther insiste con los límites que encuentra en el uso del lenguaje para comunicar ideas y sentimientos. Luego de escuchar a Lotte hablar sobre su madre, le escribe a su amigo: "¿Cómo podrá la letra inerte, fría, reflejar esta divina expresión del espíritu?" (p. 69). La misma imposibilidad encuentra más tarde para transmitir su afinidad con los sentimientos del campesino enamorado de la mujer para la cual trabajaba. En su carta a Wilhelm, escribe: "¡Si tan solo pudiera presentarte a este ser, tal como estaba frente a mí, como lo sigue estando! ¡Si pudiera decirte las cosas de tal manera que sientas cómo comparto su destino, cómo siento la necesidad de compartirlo! (p.94).
El arte
En reiteradas ocasiones, Werther reflexiona acerca del arte. Él cree que el artista debe captar la esencia de las cosas y, para ello, no debe regirse por reglas estrictas. Así lo señala en algunas ocasiones. Por ejemplo, en la carta del 26 de mayo de 1771, afirma: "toda regla artística destruirá el genuino carácter de la naturaleza y su auténtica expresión" (p. 17). Para él, la belleza no puede hallarse mediante el intelecto ni la razón, sino mediante el sentimiento.
Por otro lado, para Werther se relacionan directamente el estado anímico con la capacidad de creación artística. El sentimiento de felicidad y plenitud obstaculizan su tarea creadora. En la carta del 10 de mayo de 1771 manifiesta: "Soy tan feliz, mi buen amigo, inmerso en la sensación de una existencia tan apacible, que hasta mi quehacer artístico comienza a declinar. Ahora no podría dibujar ni un solo trazo (...)" (p. 7). Esta idea no solo se representa en su pintura; un estado de ánimo exaltado y feliz también le impide redactar los hechos con claridad: "Estoy contento, soy feliz, y por lo tanto, un mal cronista" (p. 21).
La infancia
El tema de la infancia se aborda en la obra desde distintas perspectivas. En reiteradas ocasiones, Werther ensalza la condición de la niñez. Considera que los niños son los más felices, ya que viven el momento presente, y dice disfrutar y aprender en su compañía.
Por otro lado, Werther reflexiona sobre el paso a la adultez, la cual, en algunas circunstancias, le resulta decepcionante. Por ejemplo, un día en el que él está jugando con los hermanos de Lotte, llega el médico de la ciudad, y se indigna con el comportamiento de Werther, quien está en el suelo, junto a los pequeños. Werther se opone al modo de pensar inflexible y disciplinado del médico, y en una carta a su amigo Wilhelm comenta: "en este mundo los chicos son los que más cerca están de mi corazón" (p. 35). Al protagonista le agradan las travesuras de los niños, su buen humor, despreocupación, pureza y autenticidad. También, Werther se siente decepcionado al observar cómo las ilusiones y esperanzas que tenía él mismo de niño se frustraron al crecer. Al recordar sus expectativas en la infancia y compararlas con sus experiencias en la vida adulta, dice: "¡Ahora vuelvo de ese mundo ancho y, ay, amigo mío, con cuántas esperanzas frustradas, con cuántos planes destruidos!" (p. 88).
Sin embargo, en otras ocasiones, el protagonista menciona características negativas del comportamiento infantil. Sostiene que los niños no conocen los motivos de su comportamiento y se rigen mediante las recompensas y los castigos. No obstante, cree que también los adultos, en definitiva, se conducen de la misma manera. El mismo Werther tiene un comportamiento infantil, en el sentido negativo, muchas veces, y él mismo lo reconoce: "estaba actuando como un niño" (p. 53); "¡Qué infantil soy!" (p. 43). En el primer caso, el protagonista usa aquella expresión para referirse a que no puede afrontar la realidad; en el segundo, alude a que reclama la atención de Lotte como un niño reclamaría la atención de otras personas.
El suicidio
El suicidio es un tema central en la novela. Desde el comienzo de la obra, Werther alude a este como un camino para “liberarse” de la existencia, que compara con una “celda” (p. 15). Más adelante, afirma su posición en una conversación que mantiene con Albert. El primero defiende el suicidio como un recurso para quienes han llegado al límite de lo que pueden soportar, ya sea por un sufrimiento moral o físico. En contraposición, el prometido de Lotte opina que el suicidio es un acto de cobardía y debilidad, ya que “es más fácil morir que seguir aguantando una vida llena de tormentos” (p. 56). Werther desestima esta opinión por considerarla un lugar común. Finalmente, como podemos observar, su defensa del suicidio es una forma de autodefensa. Werther mantiene su postura a lo largo de la novela y, en más de una ocasión, presagia su propio suicidio. Un ejemplo de esto lo encontramos en la carta del 16 de marzo de 1772, cuando afirma: “(…) quisiera abrirme las venas para alcanzar la eterna libertad” (p. 86).
La felicidad
La felicidad es un tema al que Werther se refiere con frecuencia. Según él, este sentimiento nace del interior de las personas, y no siempre se condice con las circunstancias exteriores. Él mismo experimenta esta contradicción cuando, a pesar de encontrarse en una situación favorable, no consigue sentirse feliz. Por eso afirma: “Ah, sigue siendo una certeza que es el corazón el artífice de su propia felicidad” (p. 53).
También Werther sostiene que aquellas cosas que producen felicidad a menudo se convierten en fuente de tristeza. Por ejemplo, Lotte y el entorno natural, que al comienzo de la novela le proporcionan momentos de dicha desbordante, más tarde se tornan para él en motivos de angustia. A esto se refiere Werther cuando expresa la siguiente paradoja: “¿Por qué será que lo que colma de felicidad al hombre es al mismo tiempo también fuente de sus desgracias?” (p. 61).
Por último, Werther reflexiona sobre la relación entre la felicidad y la razón. La conversación que mantiene con Heinrich, un hombre que ha enloquecido, lo lleva a concluir que el ser humano solo es feliz antes de usar la razón (o sea, a una edad muy temprana) y cuándo, por algún motivo, la pierde.
La naturaleza
Werther admira la naturaleza y el entorno natural, mientras que desprecia la ciudad. El contraste entre estos espacios se presenta en la novela en repetidas ocasiones. Además, el protagonista se identifica profundamente con la naturaleza, y su estado anímico guarda una relación estrecha con el ciclo natural de las estaciones. En el libro primero, prevalecen las descripciones que exaltan la belleza de la naturaleza, y allí Werther relata sus días más felices. Esta primera parte coincide con la primavera y el verano, estaciones que se asocian generalmente a la esperanza y a la felicidad. Posteriormente, cundo la felicidad de Werther declina, y el personaje se siente angustiado y melancólico, la naturaleza que tanto lo complacía se vuelve monstruosa: “(…) de esta manera deambulo angustiado, rodeado de cielo y tierra y sus envolventes fuerzas. No veo otra cosa que un monstruo, un eterno rumiante que todo lo devora” (p. 69).
Por otro lado, los paisajes y los climas muchas veces funcionan como presagios. Hacia el final de sus días, Werther se identifica con el otoño: “Tal como a la naturaleza le está llegando el otoño, el otoño se está apoderando de mí y de lo que me rodea. Mis hojas se están poniendo amarillas, y ya se han caído las de los árboles vecinos” (p. 93). También el paisaje se mimetiza con los sentimientos de Werther. Por ejemplo, después del retorno de Albert junto a Lotte, los sentimientos del protagonista se traducen en la descripción de un paisaje sombrío y solitario: “Ante todo tienes una gran vista entre los castaños. Ah, me acuerdo, creo que te lo he contado en varias ocasiones, cómo te ves encerrado por altos cercos de hayas y cómo la alameda, al toparse con un bosquecillo de arbustos, te va cubriendo con sus sombras, hasta llegar a un pequeño solar cerrado que alberga todos los matices de la soledad” (p. 68).