Las penas del joven Werther

Las penas del joven Werther Resumen y Análisis Libro Segundo: Cartas 19 de abril - 6 de diciembre de 1772

Resumen

Esta sección está compuesta por treinta y cuatro cartas, las cuales están fechadas el 19 de abril; el 5, 9 y 25 de mayo; el 11, 16 y 18 de junio; el 29 de julio; el 4 y 21 de agosto; el 3, 4, 5, 6, 12 y 15 de septiembre; el 10, 12, 19, 26, 27, 27 nuevamente, y 30 de octubre; el 3, 8, 15, 21, 22, 24, 26 y 30 de noviembre; y el 1º, 4 y 6 de diciembre de 1772.

La corte acepta la dimisión de Werther, y entonces él parte hacia la residencia del príncipe. A poca distancia de la ruta que debe tomar, se encuentra el pueblo donde transcurrió su infancia, por lo que decide desviarse. En aquel lugar permanece reflexionando debajo de un tilo que era el límite de sus paseos durante la niñez. Se emociona observando los antiguos sitios que transitó de niño, y lamenta las esperanzas frustradas con las que ha regresado.

Werther se hastía pronto de vivir junto al príncipe. Aprecia su sencillez, pero opina que tiene una inteligencia vulgar y se aburre durante las conversaciones que mantienen. Además, el príncipe suele repetir ideas desde el punto de vista de las personas que se las comentaron. Werther le confiesa a Wilhelm que pensó en ir a la guerra, aunque finalmente lo desestimó, y que desea volver a estar junto a Lotte.

Camino de regreso a Wahlheim, Werther se lamenta de que Lotte no sea su mujer, y confiesa que cree que hubiera sido más feliz con él que con Albert. En el pueblo se entera de la terrible noticia de que uno de los niños que retrató tiempo atrás, Hans, ha muerto. Esto lo conmueve profundamente. Además, siente que los sitios que en el pasado le causaban fascinación, ahora carecen de encanto para él.

Más tarde, otro lamentable suceso lo perturba: el campesino al que conoció en una de sus primeras visitas a Wahlheim, y que estaba apasionadamente enamorado de la mujer a la que servía, intentó tomarla por la fuerza. A causa de esto, él perdió su empleo y el escándalo que suscitó el hecho hizo imposible que vuelva a verla. Werther se compadece de su situación. También se lamenta ante Wilhelm, como en otras ocasiones, de la ineficacia de sus palabras para transmitir la pasión y desdicha que observa en las expresiones del campesino mientras le relata el suceso.

Werther también comenta que se vio obligado a desechar el frac azul con el que bailó con Lotte por primera vez, y que mandó a confeccionar uno idéntico con chaleco amarillo. Poco después, un maestro de escuela le informa que los nogales que él había admirado en su visita al párroco de St…, han sido talados.

Werther y Lotte comparten momentos juntos a menudo, y el deseo que él siente por ella se acrecienta. En una oportunidad, ella deja que un canario bese sus labios y luego lo anima a Werther a que haga lo mismo. Él se siente fascinado y confundido, al mismo tiempo, por este acto. Con el paso de los días, su malestar aumenta a causa de los sentimientos que despierta Lotte en él. Afirma que en más de una ocasión hubiera preferido no despertarse y que, al hacerlo, se sintió desdichado. Comenta que cambia su lectura de Homero por la de Ossian.

Un día de invierno, Werther pasea en soledad y encuentra a un hombre llamado Heinrich que busca flores para su amada, y que se lamenta recordando un tiempo pasado en el que fue feliz. Werther conversa con él hasta que la madre del hombre los interrumpe. Ella le explica a Werther que su hijo recientemente salió de un manicomio, después de un año de encierro, y que aquel tiempo feliz al que se refería coincide con el que estuvo allí, completamente enajenado. A propósito de esto, Werther concluye que el ser humano solo parece alcanzar la felicidad antes de usar la razón y después de perderla. Poco después, Werther conoce la historia de Heinrich contada por Albert: él había sido secretario del padre de Lotte y se había enamorado perdidamente de ella. Después de revelar sus sentimientos, perdió su empleo, y fue entonces que enloqueció. Werther se siente profundamente conmovido por la historia y aumenta su inestabilidad emocional. Cree haber alcanzado el límite de su capacidad de resistir la penosa situación que atraviesa, y se pregunta por qué el ser humano pierde sus fuerzas en el preciso momento en que más las necesita.

Análisis

El clima, en la segunda parte de la novela, es opuesto al que se describe en el libro primero. Ryder ha señalado que la distribución de las características climáticas en ambas partes del libro produce la ilusión de que la acción transcurre en un solo año, pese a que los sucesos se enmarcan en un poco más de un año y medio: la primera carta está fechada el 4 de mayo de 1771 y de la última se dice que fue escrita el 21 de diciembre de 1772. En el libro primero, la primavera y el verano boreal abarcan todo el lapso temporal. En esas cartas predominan las descripciones que exaltan la belleza del paisaje y de la naturaleza. Además, la primavera y el comienzo del verano están asociados a la esperanza y a los sentimientos alegres, y podemos observar que estas emociones son las que prevalecen en el estado anímico de Werther: poco antes del comienzo del verano conoce a Lotte y, durante esa estación, experimenta el apogeo de su felicidad. Justo el día del solsticio de verano, su carta comienza: “Estoy viviendo días tan felices como Dios solo tiene reservados a sus santos” (p. 32). Recién hacia el final del libro primero, que coincide con el final del estío, la naturaleza deviene amenazante e insinúa tristes augurios. La carta del 18 de agosto de 1771 concluye con estas palabras: "Lo que afecta mi corazón es esa devoradora fuerza que yace oculta en la naturaleza, que no ha creado nada que no destruya al vecino, a sí mismo. Y de esta manera deambulo angustiado, rodeado de cielo y tierra y sus envolventes fuerzas. No veo otra cosa que un monstruo, un eterno rumiante que todo lo devora" (p. 63).

En la misma carta, Werther se refiere a la fugacidad del tiempo y a su poder destructor, un tópico conocido como tempos fugit. El sentimiento que invade a Werther está asociado, como la llegada del otoño, a la premonición de la muerte: "¿Puedes decir: ¡esto es! cuando todo es pasajero, cuando todo es arrastrado por un torrente, rápido como el tiempo, que se lleva todo por delante, y se hunde y se estrella contra las rocas? No hay instante que no te esté devorando, a ti y a los tuyos, no hay instante en que no seas, debas ser un destructor (…)" (p. 62).

Las mismas dos temporadas, en el libro segundo, transcurren casi inadvertidamente. En las referencias climáticas que encontramos predominan las condiciones características del invierno y del otoño: Werther menciona “la nieve y el granizo” (p. 78) en la carta del 20 de enero de 1772 y, en la siguiente, comienza afirmando: “Hace una semana que tenemos un tiempo espantoso (…)” (p. 80). La decisión de Werther de regresar a Wahlheim y sus esperanzas de estar cerca de Lotte coinciden con la época de la primavera. Más tarde, hacia el final de los días de Werther, el otoño y la caída de las hojas se convierten en un presentimiento funesto, y funcionan como presagio de su muerte: “Tal como a la naturaleza le está llegando el otoño, el otoño se está apoderando de mí y de lo que me rodea. Mis hojas se están poniendo amarillas, y ya se han caído las de los árboles vecinos” (p. 93). En una de sus últimas cartas, Werther escribe: “Todo estaba desierto, desde los cerros soplaba un viento húmedo y frío, y las grises nubes cargadas de lluvia cubrían el valle” (p. 107). Finalmente, como veremos más tarde, el suicidio de Werther coincide prácticamente con el solsticio de invierno (en el hemisferio norte, el 21 de diciembre), de manera que su muerte, su noche más larga metafóricamente, se aproxima a la noche más larga del año.

Como explica Ryder, lo que percibimos “es una concordancia significativa de la vida del héroe con el curso de las estaciones” (1964, p. 394). La progresión de las estaciones coincide con el ánimo de Werther: “una primavera y principio de verano de breve felicidad y esperanza atribulada, un otoño y un invierno de desesperación” (Ryder, ídem.). Además, el avance de las estaciones conlleva implícita la idea de inevitabilidad: “El destino de Werther está, en cierto sentido, tan cerca de las cosas de la naturaleza y su evolución a lo largo del año que su crecimiento, su esperanza de fructificación, su amor y su declive y muerte adquieren algo de la inevitabilidad de la progresión de las estaciones” (Ibidem, p. 400).

Por otro lado, en las últimas cartas de Werther, el tema de la muerte adquiere más relevancia, y su recurrencia permite presagiar el destino del protagonista. En ellas se relatan dos muertes literales y una figurativa. En primer lugar, muere Hans, el niño que Werther había retratado tiempo atrás junto a su hermano mayor. Más tarde, Werther se entera de la muerte del anciano párroco de St…. A estas muertes podemos añadir la tala de los dos nogales que Werther admiraba, que se encontraban en el patio de la casa del párroco. En el plano metafórico, en la carta del 3 de noviembre, Werther afirma: “Ahora, este corazón está muerto, por él ya no fluyen los afectos (…)” (p. 103). Además, poco tiempo atrás, al volver al camino que había recorrido con Lotte la noche del baile en la que la conoció, Werther, desolado, se comparaba con un fantasma: “Es como cuando un fantasma vuelve al castillo, ahora en ruinas, que él había construido siendo un poderoso conde, adornándolo con riquezas y suntuosidades, y que al morir había dejado lleno de esperanzas a su amado hijo” (p. 92).

También en estas cartas reaparece el tema de la ineficacia del lenguaje para comunicar ideas, cuando Werther relata la historia del campesino enamorado de la mujer a la que servía: "Aquí, querido, vuelvo a entonar mi cantilena de siempre: ¡si tan solo pudiera presentarte a este ser, tal como estaba frente a mí, como lo sigue estando ¡Si pudiera decirte las cosas de tal manera que sientas cómo comparto su destino, cómo siento la necesidad de compartirlo!" (p. 94).

Pero en este caso, la incapacidad de transmitir ideas con el lenguaje es un problema que concierne principalmente al lenguaje culto: “(…) mi relato fue débil, muy débil, y lo he simplificado al contártelo con el registro de nuestro tradicional y culto lenguaje” (p. 95). Werther, como señala Warley, es “el traductor de la voz que dificultosamente rescata del pueblo” (2005, p. 61). Sin embargo, él puede reconocer la distancia que lo separa de los sentimientos que las personas sencillas parecen experimentar de una manera más auténtica: “Este amor, esta fidelidad, esta pasión no es una licencia poética. Vive, es de una máxima pureza entre la clase de gente a la que nosotros llamamos inculta, burda. Nosotros, los cultos, somos cultos en vano” (p. 95).

Finalmente, el encuentro con Heinrich, un hombre que ha perdido la razón, conmueve profundamente a Werther. Él también puede contrastar su destino con el de este joven que enloqueció después de enamorarse de Lotte. Su historia, además, lo lleva a concluir que el ser humano es feliz antes de usar la razón y luego de perderla: "¡Dios que estás en los cielos!, ¿entonces es así como dispones el destino del hombre, que solo es feliz antes de que use la razón y después, cuando la vuelve a perder?" (p. 109). De este modo, la razón, en la opinión de Werther, parece opuesta a la felicidad, y la infancia y la locura serían sus límites. A propósito de esto, es significativo que Werther sienta afinidad tanto con los niños como con los locos. Respecto a lo último, en una carta anterior afirmaba: "Más de una vez estuve embriagado, mis pasiones nunca estuvieron muy lejos de la locura, y no me arrepiento de lo uno ni de lo otro” (p. 56).