Resumen
Esta sección está compuesta por once cartas, las cuales están fechadas el 20 de octubre, el 26 de noviembre y el 24 de diciembre de 1771; y el 20 de enero, el 8 y 17 de febrero, y el 15, 16 y 24 de marzo de 1772.
Transcurren un mes y diez días desde la última carta que Werther le envió a su amigo Wilhelm. En su carta del 20 de octubre, cuenta que ya se encuentra instalado en su nuevo lugar de trabajo, junto al ministro. Se lamenta por no ser una persona con mejor ánimo y por carecer de confianza en sí mismo. Sin embargo, rodeado de gente y con actividades por realizar, se siente reconfortado.
La compañía del conde de C. le agrada y cree que el aprecio que siente por él es recíproco, pero está disgustado con su superior inmediato, el encargado de negocios, a quien considera un necio y un hombre que, a causa de su insatisfacción consigo mismo, nunca está conforme con el trabajo de los demás.
Werther escribe en sus cartas acerca de la decepción que le provocan las personas de su entorno actual: el comportamiento mezquino en busca de un ascenso, el afán de pertenecer a clases sociales nobles, la dedicación excesiva al trabajo en desmedro de aspectos más importantes de la vida. Considera que solo una mujer se destaca, la señorita Von B., en medio de un “mundo tan acartonado” (p. 78).
El 20 de enero le escribe a Lotte por primera vez desde su partida. Allí expresa su creciente disgusto con las personas que lo rodean y habla sobre sus paseos junto a la señorita Von B. En la carta siguiente, dirigida a Wilhelm, explica que su relación con el encargado de negocios empeoró. Este se ha quejado de la situación ante la corte, y el ministro amonestó levemente a Werther.
Más tarde, mediante una carta de Albert, Werther se entera de que él y Lotte se casaron. Poco tiempo después, Werther renuncia a su trabajo a causa de un disgusto. Él se encontraba en la casa del conde de C., después de haber almorzado con él, cuando tiene lugar una reunión entre hombres y mujeres de la aristocracia. Él se demora en retirarse, después de que llegan los invitados, y esto produce incomodidad en ellos, entre quienes se encuentra la señorita Von B. Los invitados lo observan y conversan en voz baja sobre lo inoportuno de su presencia, por lo que el conde se ve obligado a pedirle que se retire. Esa misma noche, corren rumores en toda la ciudad sobre este hecho. Adelin, un hombre de buen corazón que conoce a Werther, lo pone al tanto de la situación. Esto mortifica a Werther, por lo que presenta su renuncia ante la corte. Luego decide marcharse a pasar la primavera en las haciendas del príncipe, quien le ha solicitado su compañía.
Análisis
El libro segundo muestra en muchos aspectos una imagen invertida respecto al libro primero. Por ejemplo, sus escenarios son opuestos: el primero está ambientado en una región rural donde Werther es igual o superior, en la jerarquía social, a todos los que conoce. En el libro segundo, en cambio, el protagonista se encuentra en ocasiones en entornos aristocráticos, donde conoce a personas jerárquicamente superiores a él, como el conde de C. o la señorita Von B.
En este caso, al igual que en el libro primero, las referencias espaciales son muy escasas. Por ejemplo, leemos: “He conocido al conde de C…” (p. 74); “estuve en este triste paraje de D.” (p. 78); o “fui hasta M.” (p. 84), sin más precisiones sobre el nombre del lugar al que se refiere. El único topónimo que se explicita, Wahlheim, está acompañado, en su primera aparición, por una nota en la que se advierte: “El lector no deberá esforzarse en descubrir los lugares aquí citados, nos hemos visto en la necesidad de cambiar los verdaderos nombres que se encuentran en el original” (p. 16). Esto puede leerse como un recurso para otorgarle más verosimilitud al relato, puesto que supone que los hechos ocurrieron efectivamente en sitios cuyo nombre el editor se ve obligado a omitir, para preservar la privacidad de los participantes. La misma función cumplen en el relato las iniciales y los puntos suspensivos. Por ejemplo, en estas cartas encontramos a “la señorita Von B.”, al "conde de C.", o simplemente al “príncipe…”.
Por otro lado, desde el comienzo de la novela observamos una antinomia entre la naturaleza, que se le ofrece a Werther como un espacio placentero, y la ciudad, que le desagrada. Mientras que en la primera parte predomina la alabanza a la vida sencilla y al entorno rural, en esta observamos el rechazo ferviente que le produce a Werther el ámbito aristocrático, que describe como un “mundo acartonado” (p. 77). Como explica Warley, la ciudad se presenta aquí como “emblema general de la despreciable domesticación civilizadora” (2005, p. 58). En este entorno, los seres humanos parecen corroídos por la rivalidad y las ansias de ascenso social.
En las cartas de este período abundan las críticas a la sociedad y a las personas que se empeñan en buscar los mejores puestos: “Lo que más me fastidian son los fatales convencionalismos sociales. Sé mejor que nadie de las diferencias de clases, y las grandes ventajas que me deparan” (p. 76); "¡Qué necios aquellos que no ven que en realidad no es importante la posición en sí, y que los que están ubicados en el primer puesto casi nunca juegan realmente el primer papel!" (p. 78). También acá se puede observar la decadencia de algunos miembros de la aristocracia, como la tía de la señorita Von B., quien “sufría carencias en todo: no posee fortuna, ni tampoco nivel intelectual, ni más sustento que el que le otorga su genealogía, ninguna protección salvo la de su posición social a la que se aferra y sin otro quehacer que mirar a la gente que pasa debajo de su balcón” (p. 77). En este contexto, vuelve a aparecer el contraste con el mundo rural idealizado. Werther comenta sobre la señorita Von B.: “Siente ansias de alejarse del bullicio y nos pasamos horas fantaseando en lugares campestres sobre una felicidad inmaculada” (p. 80).
Werther no cambia sustancialmente entre los dos libros, pese a que las circunstancias se modifican: sigue siendo apasionado, impulsivo e interiormente inestable. Desprecia la meticulosidad del encargado de negocios con el mismo espíritu con el que antes rechazaba la erudición de V… (carta del 17 de mayo de 1771) o la practicidad de Albert. Las cartas dejan ver que hace un noble intento por seguir adelante, pero, sin importar cuánto se comprometa con el trabajo, parece no poder tolerar situaciones en las que su inteligencia y sus sentimientos deben pasar a un segundo plano ante cuestiones convencionales y asuntos de clase. Werther se siente sofocado en esa atmósfera, como expresa a menudo. También podemos observar que la frecuencia de sus cartas en este período disminuye considerablemente. Finalmente, las convenciones sociales son las que precipitan su renuncia y su posterior regreso a Wahlheim: él se queda más tiempo del que corresponde en la fiesta del conde de C., y su presencia suscita difamaciones, por lo que decide renunciar.
Por último, a su regreso de la fiesta, Werther lee la Odisea: “releí en mi Homero aquel magnífico canto en el que Ulises es atendido por el porquerizo” (p. 84). Sobre la función de la Odisea, libro al que Werther se refiere frecuentemente, Vedda explica: “Werther puede parangonar su propio destino de outcast con el del héroe exiliado de Ítaca; sin embargo, no podría ser mayor la distancia que separa a Ulises, un hombre de acción y un héroe nacional, del inactivo y solitario personaje goetheano” (2015, p. 72). La novela burguesa, además, a diferencia de la epopeya antigua, se concentra en el mundo interior del protagonista y en sus asuntos privados. Por último, como también señala Vedda (Ibidem, p. 73), hay una notable distancia entre el héroe de la epopeya, que puede ser llamado “héroe positivo” por presentar valores apreciados por una sociedad determinada, y el “héroe problemático”, como en este caso es Werther, característico de la novela moderna, que se enfrenta a un mundo que carece de sentido para él, y en donde se siente desamparado.