"La fiesta ajena" y otros cuentos

"La fiesta ajena" y otros cuentos Símbolos, Alegoría y Motivos

El mono ("La fiesta ajena")

En "La fiesta ajena", la presencia del mono en la cocina de la casa de la cumpleañera aparece en primera instancia como un elemento cuasi fantástico, mágico, que ayudara a construir el objeto de fascinación de la protagonista: ese cumpleaños donde todo parece posible, donde la felicidad parece estar servida en una bandeja.

Sin embargo, el desenlace del cuento tiñe este elemento de una nueva significación. El mono es entonces un símbolo del destrato de las clases altas hacia todo lo que no pertenece a su clase, del uso que hacen de otros seres para su propio beneficio. El mono en cuanto símbolo es asociable a Rosaura, o, más precisamente, a la presencia de Rosaura en esa casa: ambos son seres vivos utilizados por personajes de clases pudientes para su diversión, para su provecho. Ni Rosaura ni el mono son vistos como seres dignos de respeto en ese cumpleaños; ambos existen, para la dueña de casa, como elementos que funcionan a su favor, ya sea entreteniendo, ya sea cumpliendo con tareas de servicio. Asociada al mono, o equiparada a él, Rosaura sufre a su vez una deshumanización: ella también es tratada por la madre de la cumpleañera como alguien de otra especie.

Los almohadones naranjas ("El visitante")

En el cuento "El visitante", el narrador cuenta que, en el pasado, hubo una relación entre Ema y Willy, que se frustró porque el joven no estaba a la altura de los intereses culturales del padre de la protagonista, según el cual Willy nunca sería suficiente para su hija. En aquel entonces, Ema no podía desestimar las demandas de su padre ni evitar actuar en consecuencia. Ahora, en el presente del relato, dice que eso cambió. La cultura paterna se le presenta vetusta, como un pasado que quiere dejar atrás.

Los almohadones naranjas que Ema compra horas antes de la llegada de Willy a su casa remiten a la transformación de la protagonista en relación con su padre. “¡De plástico y anaranjados!, habría rugido su padre” (p.23), exclama el narrador focalizado en Ema. Esos almohadones funcionan en el cuento, así, como un símbolo de la desestimación de la protagonista a la alta cultura de su padre, y, por ende, significa un acercamiento al universo más liviano y colorido en el que ella ubica a Willy Campana.

Al final del cuento, cuando Willy Campana ya se retiró y Ema se dio cuenta de su verdadero propósito al llamarla, el narrador vuelve a poner el foco en esos almohadones que la protagonista compró especialmente para recibir a Willy: "los almohadones naranja resplandecían como una llamarada de alegría" (p.28). El símil, que asimila el brillo anaranjado de los almohadones con un rapto de alegría, resulta irónico: el resplandor de esos almohadones parece más bien angustiante, en tanto se contaminan de la frustración de la protagonista. El símbolo, así, parecería cobrarse una nueva significación: quizás, en esa llamarada de alegría, esté el desestimado padre de Ema, riendo del destino frustrado de su hija.

La cadenita ("Delicadeza")

En el cuento "Delicadeza", la cadenita de la señora Brun constituye un símbolo particular, símbolo que adquiere, en parte, por su forma de lágrima. Esta lágrima entra en relación con la tristeza, con la soledad de la señora Brun, pero también se relaciona por el elemento del agua, con la pérdida del baño. La señora Brun termina ordenándoles a los hombres que destruyan su baño con tal de que le devuelvan su cadenita, y luego, cuando la cadenita aparece en un lugar inesperado, la señora Brun siente que ya no puede dar marcha atrás y decide sacrificarla: “Era un hecho que, si la lágrima estaba, su marido nunca iba a entender qué necesidad había de romper todo el baño, así que se levantó, fue hasta el balcón, y tiró la lágrima bien lejos, para que no volviera” (p.43).

La cadenita en forma de lágrima aparece en un principio como un elemento tan preciado que vale la pena perder litros de agua en arreglos, inundar la casa, buscar en el mismo río, con tal de encontrarla. Es algo muy ínfimo y muy privado, que solo le interesa a la señora Brun, y que, sin embargo, entorpece la vida de varias otras personas. De algún modo, la lágrima funciona como un símbolo de la propiedad privada, del lujo de las clases altas buscan mantener aun a costa de perturbar las vidas de otras personas que ni siquiera pueden soñar con acceder a él.

El hecho de que la señora Brun decida arrojar su preciada lágrima por la ventana deja en claro esta constitución del personaje, que acciona para justificar sus propios prejuicios. La protagonista del cuento es incapaz de retroceder y pedir disculpas, confesar que se equivocó, que sospechó sin causa. En lugar de eso, prefiere tener razón, seguir culpando en su imaginación a esos hombres que ella creía ladrones, aun si debe deshacerse de algo muy preciado (algo que había justificado, además, una exagerada búsqueda) para conseguirlo.

La valija ("Maniobras contra el sueño")

En "Maniobras contra el sueño", la valija que al final Eloísa deja olvidada en el baúl del auto funciona como un símbolo de la carga de responsabilidad de una madre respecto a un hijo. La protagonista del cuento expresa en más de una ocasión el peso insostenible que significó para ella tener que cuidar de un bebé, y en sus frases se trasluce el deseo, sentido en aquel momento, por abandonar dicha responsabilidad. Cuando al final del cuento ella baja del auto, se queda sin su valija, que sigue en el baúl del coche, que siguió su camino por la ruta. Cuando esto sucede, en lugar de lamentarse, Eloísa se alivia, pensando que, de todos modos, la valija era demasiado pesada para ella, expresión con la cual antes, en el mismo relato, se refirió a la carga de la maternidad.

Las muñecas ("Los juegos")

En el cuento "Los juegos", las muñecas con las que la madre de la protagonista le exige a su hija que juegue funcionan como un símbolo de la presión social porque las personas, desde la infancia, encajen en los roles de género prefigurados. Como la protagonista de este relato es una niña, las personas a su alrededor ven con malos ojos que ignore las muñecas, el maquillaje, los juegos en donde las niñas actúan de madres de bebés de plástico. Ese elemento, las muñecas, condensa simbólicamente lo que se espera de las niñas, de las mujeres, de cómo se las educa: las mujeres deben ser bonitas y luego madres, como las muñecas con las que juegan desde la infancia.

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