Resumen
Rosaura es invitada al cumpleaños de Luciana. Rosaura es la hija de Herminia, quien trabaja como empleada doméstica en la casa de la señora Inés, madre de Luciana. Al principio, Herminia no quiere que su hija vaya al cumpleaños, pero Rosaura insiste en que Luciana es su amiga y quiere ir, que será una fiesta fabulosa donde habrá hasta un mono. Herminia ayuda a Rosaura a prepararse.
Durante la fiesta, Rosaura se divierte porque la señora Inés le deja hacer cosas que a los demás invitados no, como entrar a la cocina, llevar cosas, ayudar al mago, servir la torta. Una nena le dice a Rosaura que ella no es amiga de Luciana, pero Rosaura se defiende. El mago se refiere a Rosaura como condesa y ella se siente de la realeza.
Cuando su madre la pasa a buscar, Inés le pide que espere en el hall del edificio. Rosaura imagina que Inés fue a buscar su bolsita de souvenir, la que se le da a los invitados cuando se van. Pero Inés regresa al hall y le da a la nena dinero como pago por la jornada.
Análisis
“La fiesta ajena” es el cuento más célebre de Liliana Heker, el más comentado por la crítica y más reverenciado por los lectores. Se trata de un cuento que reúne, quizás en una de sus mejores expresiones, varios elementos muy propios de la narrativa de su autora: la infancia, el anhelo de felicidad, la búsqueda de un lugar de pertenencia o amor, el desencuentro y una realidad que se evidencia, al final, abismalmente distinta a lo esperado. Todo esto es atravesado por una temática también muy común en la narrativa de Heker: la de la diferencia de clases, que en “La fiesta ajena” se presenta de golpe, como una ráfaga de crueldad, ante la protagonista de la historia.
Aunque durante la mayor parte del cuento la voz narradora focaliza únicamente en la protagonista, al inicio del relato esta perspectiva se entrelaza con la de otro personaje, la madre de Rosaura. Esto ofrece lo que en principio aparece como un contrapunto, pero que luego se revela como un elemento que anticipa el desenlace. La madre de Rosaura le advierte a su hija que en ese cumpleaños la verán como la hija de la sirvienta, y no como una amiga más de la cumpleañera, y esto es exactamente lo que termina sucediendo, echando por tierra todas las ilusiones de la protagonista.
Lo anterior parece obedecer a la estructura propia del cuento clásico, estructura que Heker suele respetar en sus relatos. Samanta Schweblin observa, en el prólogo que realiza a los cuentos reunidos de Liliana Heker, este ordenamiento, según el cual “cada elemento debe estar enfocado hacia un único efecto estético: su alcance máximo de sentido, de expresión y de intensidad” (p.9). Así, en “La fiesta ajena”, las acciones que se desencadenan, las líneas de diálogo, los giros, configuran un conjunto de elementos que orientan su sentido al clímax de la historia. La advertencia de la madre entra en concatenación con la presencia del mono en la cocina, con los pedidos de la madre de la cumpleañera a Rosaura, con los comentarios de otras invitadas, configurando una serie que no hace sino revelar, al final, una misma cosa: que la diferencia de clases como principio motor de las relaciones sociales es ineludible.
Justamente por esta estructura, este orden, es que la significación de algunos elementos del relato no se esclarece sino al final. La presencia del mono en la cocina de la casa de la cumpleañera aparece en primera instancia como un elemento cuasi fantástico, mágico, un elemento que ayudaría a construir el objeto de fascinación de la protagonista: ese cumpleaños donde todo parece posible, donde la felicidad parece estar servida en una bandeja. Sin embargo, el desenlace del cuento tiñe a este elemento de una nueva significación. El mono es entonces un símbolo asociable a Rosaura, a la presencia de Rosaura en esa casa: ambos son seres vivos utilizados por personajes de clases pudientes para su provecho. Ni Rosaura ni el mono son vistos como seres dignos de respeto en ese cumpleaños; ambos existen, para la dueña de casa, como elementos que funcionan a su favor, ya sea entreteniendo, ya sea cumpliendo con tareas de servicio. Es por esto que la señora Inés no se detiene en su gesto final de ofrecer dinero sino después de observar el impacto que eso causa en Rosaura y Herminia: antes lo sentía lógico, esperable, puesto que nunca sospechó que Rosaura podría autopercibirse, en ese cumpleaños, como algo más que la hija de una empleada doméstica.
Y Rosaura no solo se autopercibe como algo más que eso, sino que su ilusión es tan fuerte que es capaz de regir sus emociones durante todo el relato, de transfigurar los hechos, interpretados en su interior en el sentido contrario al que están teniendo. Durante la fiesta, Rosaura siente que recibe un trato distinto al de los demás, pero lo percibe como un trato preferencial, ya que se le permite hacer cosas que a los demás no. En un momento, la voz narradora cuenta que Inés le pide a Rosaura que ayude a servir la torta, y que la protagonista “se divirtió muchísimo porque todos los chicos se le vinieron encima y le gritaban «a mí, a mí»”, y que entonces “Rosaura se acordó de una historia donde había una reina que tenía derecho de vida y muerte sobre sus súbditos” (p.18). La situación resulta completamente inversa, como la mayoría de las situaciones en las que se sostiene la ironía que atraviesa el relato: Rosaura percibe como trato preferencial es en realidad lo contrario; la señora Inés le asigna tareas que le asignaría a una sirvienta, pero ella se siente una reina.
Una última ironía es la que da cierre al relato. Rosaura cree que la señora Inés le dará dos bolsitas de regalo por haber sido la mejor de la fiesta, pero, en cambio, la señora le da dinero por su trabajo en el cumpleaños. Esta última ironía, este último giro, tiene la fuerza brutal de la revelación. Rosaura esta vez no puede engañarse, no puede reinterpretar el gesto positivamente, no puede sino enfrentarse a una realidad tan concreta como el dinero que le están ofreciendo. La protagonista debe entender de golpe que, mientras ella creía ser una invitada más al cumpleaños, la señora Inés en realidad la estaba tratando como a una sirvienta cuyos servicios contrató por el día. El lector del cuento no puede sino conmocionarse, quizás porque ya conoce la fantasía en que Rosaura está inmersa, la felicidad que logró sentir por medio de esa ilusión, y que podría seguir sintiendo si tan solo nadie apareciera para quebrarla, de un golpe, en mil pedazos. Como dice Schweblin en el prólogo, “tan pronto como Rosaura cree que al fin ha encontrado su lugar en el mundo, la brutal realidad de las clases sociales la devuelve a su sitio” (p.8). Así, el golpe final es el choque entre las expectativas de la protagonista y la realidad, pero también es un símbolo de lo que la violencia de las fuerzas sociales, de la injusticia, de la diferencia de clases produce en la ilusión de la infancia. Es el abandono de la protagonista de una ilusión de igualdad, de la ensoñación fantástica de la niñez, y su ingreso al mundo social, con sus crueles leyes y estatutos.
Este no es el único cuento en el que Heker recurre a la perspectiva infantil para presentar la crueldad de las injusticias sociales. El universo social en el cual estamos inmersos, donde las diferencias de clase son las rectoras máximas de las relaciones interpersonales, se vuelve más crudo, más visible, más abrupto, si es ofrecido en contraposición a la visión inocente de una niña que cree posible la igualdad, la amistad entre niñas sin importar la posición social de sus padres. El quiebre final acaba por oponer estos dos mundos, dejarlos frente a frente. No solo la protagonista se enfrenta a la cruel realidad de quienes se rigen por las diferencias de clase, sino que la señora Inés debe enfrentarse, también, a lo que su gesto produce, a la destrucción brutal y definitiva de la ilusión de una niña inocente.