Resumen
Eloísa sube al auto que la llevará a su casa en Azul, provincia de Buenos Aires, tras un encuentro con sus futuros consuegros. El chofer guarda su valija en el baúl y toma la ruta. Eloísa y él intercambian entre sí palabras poco interesantes. Ella no está interesada en conversar y se va quedando dormida, pero el chofer comenta que no durmió nada la noche anterior y que la carretera le da sueño, por lo que le pide que le hable.
En un momento se larga a llover. Eloísa, molesta por no poder descansar en paz, comienza a contar entonces cosas de su vida. Cuenta sobre un poema que escribió en la primaria, en el que decía que la lluvia aliviaba a los pordioseros, que, sino, vivían calcinados al sol. Intentando justificarse acerca de esa creencia sobre los pordioseros, empieza a inventar una anécdota, sin saber por qué. En la anécdota, ella y su marido estaban dentro del auto un día de calor mientras una chica cargaba a su bebé en brazos a pleno sol. La chica, según Eloísa, iba bien vestida, como si recién acabara de abandonar su vida, su casa. En las preguntas del chofer se filtra que él piensa que esa chica es Eloísa de joven y que ese bebé es su hija, la que ahora está por casarse. Eloísa niega esto, pero luego se pierde en un discurso sobre lo difícil que es que un bebé llore todo el tiempo, lo pesado que es para el cuerpo de una mujer, lo poco que le dejaron hablar sobre eso, cómo quisieron tratarla de enferma, de que no quería a su hija, y termina diciendo que la lanzó contra el piso porque no soportaba más su llanto.
Instantes después, Eloísa siente que no puede estar más en el auto y le pide al chofer que pare. Este la deja allí, en medio de la ruta, bajo la lluvia. Eloísa se da cuenta de que su valija quedó en el baúl, pero piensa que es mejor así, porque era demasiado pesada para ella.
Análisis
“Maniobras contra el sueño” es un relato algo complejo, en tanto se construye en la superposición de varias tramas paralelas y confluyentes, y no todas estas se presentan con plena consciencia en la cabeza del personaje que las atraviesa. El relato está narrado en tercera persona y focalizado en el personaje de Eloísa, una mujer de mediana edad que viaja tras conocer a los futuros suegros de su hija, y gran parte de la narración aparece en verdad en boca de este personaje que debe conversar con el chofer del auto.
La estructura del cuento, el avance a través de los entretejidos narrativos de la historia, coincide con un presente específico de la protagonista. La primera capa de la historia sostiene una unidad de tiempo y, relativamente, de espacio: se desarrolla en un segmento breve y determinado que inicia cuando Eloísa sube a este auto y finaliza cuando baja del mismo.
“En el momento de partir, la señora Eloísa aún pensaba que volver a Azul en auto era un hecho afortunado” (p.193), empieza el cuento, instalando desde el inicio que aquel viaje en auto no será indiferente para la protagonista. Y es que el traslado, el viaje que Eloísa emprende al subir a este auto, no solo le permite hacer un movimiento en términos físicos, si no que ese camino que se atraviesa en la ruta coincide con una suerte de viaje interior que la protagonista realiza dentro de sí. Y ninguno de esos dos viajes, ni el introspectivo a través de la memoria ni el “real”, presente, físico, está exento de peligro, de urgencia. Esta sensación es desatada en primera instancia por un estado de alerta que genera el chofer al advertir, en varias ocasiones, que está a punto de quedarse dormido y chocar, y que lo único que impedirá ese destino es que Eloísa le hable. El discurso, el habla se instala para Eloísa, entonces, en términos coercitivos; se impone la necesidad de viajar a través de anécdotas para salvar su vida. Y este discurso debe sostenerse por un tiempo no muy breve. En un momento, la protagonista pregunta cuánto queda de viaje, y luego admite para sus adentros que "saber con exactitud cuántos kilómetros más debería seguir hablando le produjo una sensación angustiosa, como de estar cayendo en un pozo" (p.196). El símil utilizado por el narrador del cuento establece una asociación entre la sensación que le produce a la protagonista saber que deberá seguir hablando un largo tiempo más con la sensación de caer en un pozo. Si se piensa en el peligro que representaría para Eloísa dejar de hablar, el símil no resulta demasiado poético: efectivamente, si la protagonista dejara de hablar, podría chocar en la ruta, lo cual probablemente se viviría con una sensación parecida a la de caer en un pozo.
El viaje por la ruta, entonces, coincide con el que Eloísa emprende hacia sus adentros por vía del discurso. Mediante la palabra, la protagonista parece acceder a zonas quizás inconscientes de sí misma, a recuerdos que habían sido solapados, que se encuentran como retazos perdidos en la memoria, desunidos entre sí. En sus anécdotas, los personajes parecen intercambiarse, transfigurarse, como en un sueño: por momentos ella es quien protagoniza tal o cual situación, por momentos es otra; ella se encuentra en determinado lugar de la acción y luego está, al mismo tiempo, en una posición diferente. Esto se manifiesta discursivamente en cambios abruptos, interrupciones, frases que no terminan, que se bifurcan hacia detalles y elipsis de informaciones que serían centrales: “Yo estaba en Buenos Aires con mi marido y con mi… Perdón, me había olvidado de decirle que hacía un calor espantoso” (p.197), empieza Eloísa su anécdota, que configura un relato enmarcado en el cuento. Como se ve en la frase, ella omite, para hablar de la temperatura, una información que sería esencial. ¿Estaba con su marido y con quién más? ¿con su bebé? Luego sabremos que sí, pero en este momento ella no parece ver la escena con la claridad suficiente como para transmitirla a otros sin incongruencias.
El bebé aparece en cuadro en el relato de Eloísa, pero en los brazos de otra mujer: una mujer parada en la calle, con un bebé en brazos, bajo el calor, muy bien vestida. La narradora de la anécdota se detiene en este punto: “se notaba a la legua que era buena ropa”, dice, y después: “Era como si un buen día, así como andaba vestida, hubiese cerrado la puerta de su casa con todo lo que había adentro: el marido, las fuentecitas de plata, esas reuniones de imbéciles, todo lo que odiaba, ¿se da cuenta?” (p.197). Como nos daremos cuenta poco después en el relato, Eloísa no está hablando de los padecimientos de otra mujer, si no de los propios. Toda la pesadez de la imagen, que parecería asociarse a las cargas sociales de llevar una vida de esposa y madre, es lo vivido por ella misma. Ella se sintió enormemente encerrada en la maternidad, cargada con una responsabilidad que no se sentía capaz de afrontar, y obligada a una situación que estaba lejos de desear. En la imagen de esa mujer que protagoniza su anécdota (y que en realidad es una proyección de sí misma a esa edad) aparece, mediante un símil, la realización de un deseo: el de abandonar todo de golpe. La mujer de la anécdota de Eloísa aparentaba, según ella, haber abandonado todo minutos antes: al marido, la casa, y toda aquella celebración de una maternidad que no le traía ninguna felicidad. De hecho, la imagen de haber abandonado todo de golpe, y quedar sin nada, indefensa pero también libre, se repite al final del relato, pero esta vez, encarnado explícitamente en Eloísa, cuando esta baja del auto sin su valija.
Una cuestión interesante a resaltar es que, desde este momento, queda bastante en claro cuál es el motivo del padecimiento de Eloísa en relación con la maternidad. Cuando la narradora del relato enmarcado enumera las cuestiones que esa chica (esa proyección de sí misma) supuestamente dejó atrás de un golpe, establece una excepción: “Al chico no, ahí tiene, ahí se da cuenta de que al chico en realidad no lo odiaba”, dice, y aclara: “Le resultaba pesado, simplemente, y más con ese calor. Pero odiarlo no lo odiaba. Al fin y al cabo se lo había traído con ella” (p.197). Eloísa no padecía al bebé en sí mismo, si no todo lo que la sociedad construye alrededor de eso, todas las presiones que una madre recibe acerca de cómo debe criar a su hijo, qué actividades debe realizar, qué comportamientos ha de tener, cómo debería entregarse a la crianza de ese bebé sin anhelar, ni por un segundo, recobrar la libertad e independencia de la que alguna vez gozó. Eloísa habla del “calor” y del “peso” del bebé como motivos de ese agotamiento, aunque ambas cuestiones bien pueden tomarse metafóricamente. Son sensaciones producto de la presión, y no hacen sino agotar a la persona que la recibe. La sentencia de Eloísa de que “una criatura es algo demasiado pesado para el cuerpo de una mujer” (p. 199) bien puede interpretarse en este mismo sentido.
Si bien Eloísa no siempre puede reconocer como propia la experiencia de padecimiento de esa mujer que es en realidad ella misma, sí habla en primera persona cuando reflexiona acerca de los procesos que debe atravesar una madre agotada. “Una se doblega”, explica la protagonista, “una resiste y cada mañana se repite a sí misma que todo está bien, que tiene todo lo que una mujer puede soñar” (p.199). En este tipo de afirmaciones, el relato realiza una clara crítica a los roles de género instaurados socialmente, que limitan las experiencias de las personas por el mero hecho de haber nacido con determinado sexo. Eloísa no solo padece el agotamiento por la crianza de su bebé, si no que a eso se le suma un fuerte sentimiento de frustración por no estar siendo feliz con una situación que, supuestamente, debería hacerla sentir plena, ya que eso es lo que impone la sociedad en la que vive. Eloísa confiesa que solo sentía insatisfacción, pero que luego pensaba que no tenía nada de qué quejarse, que no tenía derecho a sentirse infeliz teniendo un marido, una casa confortable, un bebé.
“Pero un buen día, no sé, algo se suelta” (p.199), establece Eloísa, dando cuenta de que todos esos discursos no alcanzan para tranquilizar a una mujer que sufre. “La beba que no para de llorar, o el calor, no sé, una no puede acordarse bien de todas las cosas si después no la dejan hablar de eso” (p.199), admite luego, y deja así una pista al lector que explicaría el por qué de la confusión de la protagonista respecto a sus propias experiencias y emociones. Evidentemente, ella, en algún momento, manifestó su insatisfacción, pero su entorno presionó para que ignorara sus emociones: “insistían con que no, que ellos sabían lo que había que decir, que yo igual estaba enferma y no era aconsejable que hablase…” (p.199). Eloísa expresó en el pasado sus sentimientos y la callaron, y desde entonces tiene, no solo un trauma que produce confusión en su interior, sino también problemas con el discurso. Quizás ya no se atreve a expresar lo que siente, y por eso debe proyectar sus padecimientos en un personaje fuera de ella misma, como la chica de su anécdota.
El título del cuento se resignifica hacia el final del relato. Las “maniobras contra el sueño”, durante gran parte del cuento, podían asumirse meramente en relación con el chofer, que intenta no dormirse mientras maniobra el auto por la ruta. Sin embargo, el título también puede entenderse en alusión al relato de Eloísa. En primera instancia, la confusión, producto del dolor, y el trauma parecen haberla sumergido en una suerte de sueño: ella no recuerda ya qué vivió ni cómo, qué es real y qué no, y lo mismo sucede con la anécdota que presenta, donde por momentos ella es un personaje y luego otro, como sucede en los sueños. Al mismo tiempo, esas “maniobras” que ella emplea, este intento para clarificar su mente, se da por medio del discurso. Así, tanto el chofer como Eloísa combaten el sueño por medio de la palabra. El chofer lo hace escuchando el discurso de Eloísa, combatiendo el sueño físico; Eloísa, interiorizándose en su memoria por vía del discurso, tratando de recuperar, así, sus sentimientos y pensamientos, de recuperarse a sí misma combatiendo contra el engaño, una suerte de sueño, en el que su entorno social la obligó a adentrarse para que continúe con su vida de madre y esposa.
El final del cuento, Eloísa baja del auto dejando olvidada su valija. Esa valija funciona como un símbolo de la carga de responsabilidad de una madre respecto a su hijo. La protagonista expresó ya en más de una ocasión el peso insostenible que significó para ella tener que cuidar un bebé, y el deseo de abandonar, de un momento a otro, dicha responsabilidad. Cuando al final del cuento ella queda sin su valija, en lugar de lamentarse, Eloísa se alivia, pensando que, de todos modos, la valija era demasiado pesada para ella, expresión con la cual antes, en el mismo relato, se refirió a la carga de la maternidad.