Resumen
Ema recibió un llamado de Willy Campana, a quien no ve hace treinta años, y ahora lo espera en su casa. Está nerviosa por la reunión porque salió con Willy treinta años atrás y ella le rompió el corazón: lo dejó porque él no tenía el perfil intelectual y culto que su padre esperaba como pareja de su hija. Pero su padre murió una semana atrás, y Ema piensa que esa relación puede recomponerse, que ahora está libre del mandato paterno, que una nueva vida empieza, que quizás Willy ya la perdonó.
Es sábado, y Ema prepara su casa: hasta compra almohadones, whisky, café, para desarmar lo vetusto de ese lugar donde vivió su padre tantos años, y que ahora ella quiere rejuvenecer. Pero cuando llega Willy, portando su anillo de casado, él dice que tiene poco tiempo, que debe irse.
Durante la breve reunión, ella bebe whisky (él no) y habla sobre el pasado, sobre su padre, sobre su relación. También le cuenta de una vez que salió en la contratapa de una revista y se enamoró del hombre que salía en la tapa, un músico culto y talentoso que encajaba con las expectativas de su padre. Ella creyó que el hombre de la tapa también se había fijado en ella y la llamaría, pero eso no sucedió, así que fue a buscarlo a un concierto. Él no la reconoció, y eso le rompió el corazón.
Después, Ema habla de su padre, de sus mandatos, de cómo se siente ahora libre de eso. Le cuenta a Willy que su padre murió, pero él dice ya saberlo; lo leyó en las necrológicas, algo usual en su trabajo de inmobiliario. Empieza a llover y Willy se va sin explicitar el motivo de su llamado y su visita, pero Ema entiende: él solo estaba interesado en la casa de ese hombre adinerado y conocido cuya muerte vio anunciada en el diario, y llamó a su hija para ver si quería venderla.
Análisis
Son varios los cuentos de Liliana Heker que se configuran mediante la misma estructura: el o la protagonista atraviesa una situación sostenida por una percepción de las cosas muy distinta a la realidad, y al final esos dos planos se juntan, el o la protagonista acceden a una realidad que no estaban viendo. El final de este tipo de cuentos es un abrupto choque que arrasa con todas las expectativas del personaje protagónico.
“El visitante” es uno de estos cuentos. El inicio del relato se compone a partir de un llamado de Willy que dispara la imaginación de la protagonista. Las esperanzas a futuro obligan a la narración a recuperar el pasado, aquel pasado en el cual, treinta años atrás, Ema y Willy tuvieron un romance. Pero Ema configura sus esperanzas basándose únicamente en sus propios sentimientos, su propia experiencia, sus propios recuerdos. Así, cree que Willy, al igual que treinta años atrás, aún daría la vida por ella. Y ella, tras haber fracasado en el amor durante todos esos años, siente que ahora podría ceder, entregarse a esa relación.
Pero Willy no podría estar más lejos de esas intenciones. Tal como se evidencia al final del relato, el hombre la llama porque es inmobiliario, sabe que el padre de Ema murió y está interesado en su casa. En este sentido, y con este final, el título del cuento cobra una nueva significación que acompaña la irónica vuelta de tuerca del relato. El “visitante” no denominaría solamente a un mero hombre que visitara, por cualquier razón, la casa de Ema, sino que al final del relato se entiende una alusión al universo inmobiliario. Willy no visitó a Ema como un hombre enamorado, interesado en retomar la relación, sino como un visitante inmobiliario, que busca casas para venderlas.
En la relación entre Ema y Willy, tal y como esta supuestamente tuvo lugar en el pasado, el tema de las expectativas se presentaba como conflicto. En ese caso, las expectativas eran los intereses culturales del padre de la protagonista, según el cual Willy nunca sería suficiente para su hija. En aquel entonces, Ema no podía desestimar las demandas de su padre ni evitar actuar en consecuencia. Ahora, en el presente del relato, dice que eso cambió. La cultura paterna se le presenta vetusta, como un pasado que quiere dejar atrás. Es interesante, entonces, pensar en uno de los símbolos que funcionan en el cuento en este sentido, mostrando la transformación de la protagonista en relación con su padre. Uno de estos lo configuran los almohadones naranja que Ema compra horas antes de la llegada de Willy a su casa. “¡De plástico y anaranjados!, habría rugido su padre” (p.23), dice el narrador focalizado en Ema. Esos almohadones funcionan en el cuento como un símbolo de la desestimación de la protagonista a la alta cultura de su padre, y, por ende, como un acercamiento al universo más liviano y colorido en el que ella ubica a Willy Campana.
Al final del cuento, cuando Willy Campana ya se retiró y Ema se dio cuenta de su verdadero propósito al llamarla, el narrador vuelve a poner el foco en esos almohadones que la protagonista compró especialmente para recibir a Willy: "los almohadones naranja resplandecían como una llamarada de alegría" (p.28). El símil, que asocia el brillo anaranjado de los almohadones con un rapto de alegría, resulta irónico: el resplandor de esos almohadones parece más bien angustiante, en tanto se contaminarían ya de la frustración de la protagonista. El símbolo, así, parecería cobrar una nueva significación: quizás, en esa llamarada de alegría, esté el desestimado padre de Ema riendo del destino frustrado de su hija.