Resumen
Canto XIII: Batalla junto a las naves
Satisfecho con el avance troyano, Zeus aparta sus ojos del combate. Sin embargo, Posidón sí observa la batalla y decide ayudar a los aqueos bajo la forma de Calcante. Así, los incita a luchar e infunde valor a los dos Ayantes diciéndoles que, si resisten con vigor y exhortan a sus hombres, podrán rechazar la invasión de los troyanos. Al descubrir que es Posidón, los Ayantes sienten mayor deseo de luchar. El dios alienta a todo el ejército aqueo a combatir con valor. Los aqueos forman una columna cerrada y resisten el avance de Héctor. Los Ayantes se enfrentan a Héctor; uno de ellos logra matar a un troyano. Héctor, en represalia, intenta matarlo, pero su lanza erra y mata a Anfímaco, nieto de Posidón.
Enfurecido, Posidón empuja a los aqueos a seguir adelante. En el campamento, se encuentra con Idomeneo, famoso por su lanza, y le pide que vengue a su nieto recién muerto. Idomeneo y Meríones, su escudero, se rearman y se reincorporan a la batalla por la izquierda del ejército. Así, se desata una lucha sostenida entre troyanos y aqueos.
Frente a este panorama, los dioses tienen voluntades diferentes: Zeus quiere el triunfo de Héctor y los troyanos para dar más gloria a Aquileo, pero Posidón está decidido a proteger en secreto a las fuerzas aqueas. En la batalla, Idomeneo cumple la voluntad de Posidón y mata a grandes guerreros troyanos y se enfrenta con Deífobo, uno de los hijos de Príamo, que resulta herido y es llevado de vuelta a Troya.
Héctor no es consciente de las pérdidas que sufrieron sus tropas por el flanco izquierdo. En el centro de la batalla, los aqueos luchan codo con codo y se esfuerzan por contener los intentos de avances que realiza Héctor. Los aqueos y los guerreros Ayante de Oileo y Ayante Telamonio atacan ferozmente a los troyanos, quienes empiezan a perder la voluntad de luchar.
Polidamante se acerca a Héctor y le pide que convoque a los principales caudillos para deliberar si conviene continuar luchando o retirarse. Héctor acepta y se dirige al otro lado de la línea para dar órdenes. Llega al otro extremo de la batalla y descubre que muchos de sus comandantes murieron o están heridos. Héctor encuentra a Paris Alejandro y le pregunta dónde están Deífobo y los demás, responsabilizándolo de haber abandonado su brío en la batalla. Paris le explica que no es un cobarde, que lucharon con vigor, y que quieren seguir luchando.
Con una nueva determinación, el impulso de Zeus y algunos refuerzos, Héctor vuelve a empujar a los troyanos hacia el combate. En el camino, Ayante Telamonio se burla de Héctor. En ese momento, un águila pasa por encima de los aqueos y a su derecha, lo que los aqueos celebran por ser un presagio positivo. Héctor critica a Ayante por ser un charlatán y le dice que morirá con el resto de los aqueos.
Canto XIV: El engaño a Zeus
Desde su tienda, Néstor escucha el estruendo que hacen los ejércitos. Habla de la batalla con el herido Macaón, le recomienda quedarse y recuperarse; Néstor sale de su tienda y ve que los aqueos son derrotados ferozmente, la muralla es destruida, y decide ir a buscar a Agamenón. En el camino encuentra a los tres reyes capitanes abatidos: Diomedes, Odiseo y Agamenón, quienes fueron a dejar las naves lejos de la orilla. Néstor y Agamenón debaten qué conviene hacer, y Agamenón, temeroso de que las fuerzas de Héctor se impongan, vuelve a sugerir que los aqueos naveguen hacia su casa. Odiseo critica duramente a Agamenón, lo insta a que esté al frente al ejército y le pide que se calle por miedo a que los soldados se enteren y pierdan el valor. A pesar de ser el más joven, Diomedes afirma su lugar entre los capitanes y aconseja que, aunque estén heridos, vuelvan a la batalla a animar a los demás.
Posidón toma la forma de un viejo y se le presenta a Agamenón para asegurarle que los dioses no están del todo enojados con los aqueos, y que los troyanos serán vencidos. Asimismo, infunde valor en el corazón de los aqueos para luchar.
En el Olimpo, Hera observa las acciones de Posidón y se alegra. Le resulta odiosa la determinación de Zeus, así que planea ayudar a su hermano desviando la atención de Zeus de Troya. Hera se embellece, se pone sus mejores ropas y adornos, y le pide a Afrodita un favor: que le conceda el Amor y el Deseo para seducir a Zeus. Afrodita le da un cinto bordado que contiene lo pedido por Hera. Luego, Hera visita a Sueño, hermano de la Muerte, y le pide que duerma a Zeus apenas ella se acueste con él, a cambio de recompensas en oro. El Sueño se resiste inicialmente. Recuerda la vez en que Hera le pidió lo mismo para dañar a Heracles, hijo de Zeus, y Zeus, al enterarse, casi hace desaparecer a Sueño. Hera le dice que esta situación es distinta y, para persuadirlo, le promete a la más joven de las Gracias como esposa. El Sueño accede.
Hera y el Sueño vuelan a la cumbre más alta del monte Ida, donde Zeus está entronizado. El Sueño se esconde entre las ramas de un árbol, esperando para realizar su tarea. Tan pronto como Zeus ve a Hera, se despierta su deseo por ella. Zeus le pregunta a dónde se dirige, y Hera le dice que va a ver a Océano y a Tetis, quienes están peleados, para que estos dos se reconcilien. Zeus le dice que puede ir más tarde allí, y le propone que gocen del amor en ese momento y ahí mismo, porque está colmado de pasión. Hera se resiste al principio, pero luego accede. Se acuestan y los envuelve una nube dorada. El Sueño hace que Zeus se duerma.
El Sueño, rápidamente, avisa a Posidón que Zeus está dormido y le dice que socorra a los aqueos. Así, el dios les ordena a los guerreros que avancen. Diomedes, Odiseo y Agamenón, pese a estar heridos, se disponen a la batalla. Posidón los acompaña con una espada larga y puntiaguda que infunde temor.
Los troyanos y los aqueos chocan en combate una vez más. Héctor y el gran Ayante Telamonio se enfrentan. Héctor no puede atravesar la armadura del Ayante y comienza a retirarse del combate, pero el Ayante le lanza una enorme roca que lo hace caer al suelo y lo deja casi inconsciente. Los amigos de Héctor lo sacan de combate y lo rocían con agua al borde de un río. Héctor vomita sangre negra, cae de espaldas y se duerme, todavía débil por el golpe recibido.
Al ver a Héctor fuera del combate, los aqueos arremeten con ímpetu. Los dos hermanos Ayantes combaten ferozmente. Los dos bandos intercambian muertes, burlándose el uno del otro sobre los cuerpos que caen. Finalmente, ayudados por Posidón, la fuerza de los aqueos se impone y los troyanos son expulsados hacia su ciudad.
Canto XV: Contraataque a las Naves
Zeus despierta de su sueño, ve la catástrofe creada en su ausencia e identifica a Posidón entre los aqueos. Ve a Héctor convaleciente, herido por Ayante Telamonio, y se compadece de él. Maldice a Hera por su engaño con goces del amor; le recuerda el castigo que le infligió cuando le hizo lo mismo para dañar a Heracles, hijo de Zeus, y promete castigarla. Hera jura que no aconsejó a Posidón ayudar a los aqueos, y que fue el propio ánimo de Posidón el que lo motivó. Zeus acepta sus palabras y le dice que llame, por un lado, a Iris, para que le diga a Posidón que deje de combatir y vuelva al Olimpo; por el otro, a Apolo, para que incite a Héctor a la lucha. Zeus le confiesa su plan a Hera: quiere que Héctor haga retroceder a los aqueos a las naves, especialmente hasta la nave del Pelida Aquileo, para que este envíe a la lucha a su compañero Patroclo, quien morirá en manos de Héctor. Zeus espera que Aquileo, enfurecido por la muerte de Patroclo, vuelva a la batalla y mate a Héctor. A partir de allí, Zeus promete que hará que los troyanos sean perseguidos hasta que los aqueos tomen Troya.
Hera acepta el plan de Zeus y regresa al Olimpo. Les comenta a los dioses que es inútil desafiar a Zeus, y le cuenta a Ares que su hijo Ascálafo murió en la batalla. El dios quiere vengar esta muerte e intenta volver a la batalla, pero Atenea, temerosa por lo que podría ocurrirles a todos los dioses, lo frena. Ares contiene su espíritu. Hera llama a Apolo e Iris, les dice que vayan al monte Ida, donde está Zeus, y que cumplan sus órdenes.
Zeus le ordena a Iris que vaya a ver a Posidón, lo obligue a dejar de combatir, y lo mande al Olimpo o al mar divino. Iris le entrega el mensaje. Posidón se indigna ante la soberbia de Zeus y recuerda que son tres los hijos de Crono: Zeus, el mismo Posidón y Hades, teniendo cada uno de ellos una porción del mundo, aunque la Tierra y el Olimpo son de todos. Por lo tanto, no se deja amedrentar por Zeus, pues Posidón también se considera igualmente poderoso. Iris lo persuade de moderar su respuesta; Posidón cede, pese a estar enojado, y se sumerge en el mar.
Zeus le ordena a Apolo que se dirija a Héctor, le infunda vigor, y haga retroceder a los aqueos a sus naves. Apolo cumple con el pedido. Héctor está de nuevo en el frente troyano, lo que desmotiva a los aqueos, quienes pensaban que el golpe de Ayante Telamonio había sido mortal. Los aqueos reconocen que Zeus está ahora contra ellos. Los mejores combatientes aqueos se mantienen firmes, al frente, rechazando a los troyanos y permitiendo que las demás tropas se retiren a las naves.
Apolo ayuda a los troyanos en la batalla, y las fuerzas de Héctor comienzan a avanzar, matando a muchos aqueos. Apolo derriba la muralla y hace un camino que atraviesa el foso construido por los aqueos, lo que permite que los carros troyanos entren en el campamento aqueo. Los troyanos avanzan hacia las naves aqueas y los aqueos luchan contra ellos desde lo alto de sus naves.
Patroclo ve a los troyanos asaltar las murallas y corre a la tienda de Aquileo para convencerlo de volver a la batalla. Los troyanos y los aqueos se enzarzan en un combate frente a las naves, y ninguno de los dos bandos es capaz de avanzar.
Ayante Telamonio y Héctor vuelven a enfrentarse en la batalla. El Ayante llama a Teucro para que acuda al combate, y este mata a varios troyanos. Cuando está por tirarle con una flecha a Héctor, Zeus le rompe la cuerda de su arco. Ayante Telamonio le recomienda seguir luchando con la lanza.
Héctor interpreta la rotura del arco de Teucro como una señal favorable de Zeus y reúne a sus tropas para que avancen. Ayante Telamonio insta a sus hombres a mantenerse firmes y continuar en el combate cuerpo a cuerpo. Continúan las muertes en ambos bandos. Zeus envalentona nuevamente a Héctor y se desata una batalla feroz, con la esperanza de atraer a Aquileo de nuevo a la batalla. Los aqueos finalmente se repliegan en la naves, Néstor los exhorta a luchar y no huir, y Ayante Telamonio salta de nave en nave para luchar contra los troyanos con su larga lanza. Héctor llega a la primera nave con la que los aqueos llegaron a Troya con la intención de prenderla fuego, y el ataque se vuelve descarnado. Ayante Telamonio logra matar a todos los troyanos que intentan llevar fuego a la naves.
Canto XVI: Patroclea
Patroclo llega llorando al campamento de Aquileo, que se compadece y le pregunta por qué llora. Patroclo le cuenta el desastre que están viviendo los aqueos y le pide que, si no quiere ir al combate, al menos lo mande a él con su armadura, para que los troyanos lo confundan con Aquileo y dejen de pelear. Aquileo le responde que depondrá su cólera pese a haber dicho que no lo haría hasta que la lucha llegara a sus naves, y le presta su armadura a Patroclo. Lo hace bajo la condición de que, una vez que Patroclo aleje a los troyanos de las naves, vuelva a buscarlo a él, Aquileo, para que vayan juntos a derribar las puertas de Troya.
Mientras tanto, en las naves, Ayante Telamonio ya no lucha, sino que solo resiste, desanimado por el poder de Zeus y los troyanos. Héctor ataca a Ayante Telamonio, que retrocede; los troyanos logran prender fuego la nave en que se encontraba el Ayante.
Aquileo ve el incendio y rápidamente le da su armadura a Patroclo, quien se prepara para la lucha. Aquileo convoca a los mirmidones, sus tropas, y los pone en orden de batalla para exhortarlos a combatir contra los troyanos. Luego vuelve a su tienda y saca una copa suntuosa para libar vino y orar a Zeus. Le dice al dios que se quedará, pero enviará a Patroclo junto a muchos mirmidones, y le pide que los proteja para que puedan volver sanos y salvos. Zeus escucha su plegaria, pero decide solo cumplir con una parte de ella, decidiendo que Patroclo no regresará ileso del campo de batalla.
Con Patroclo a la cabeza, los mirmidones entran en tropel a la batalla. Al ver los nuevos refuerzos y pensar que Aquileo ha regresado, los troyanos empiezan a temer inmediatamente por sus vidas. Patroclo comienza a matarlos; junto con los aqueos, logran apagar el fuego de las naves y, luego de una breve resistencia, hacen retroceder a los troyanos de los barcos de guerra.
La marea de la batalla cambia aún más y la retirada de los troyanos se convierte en una derrota. Héctor se aleja a toda velocidad, pero muchos quedan atrapados en la trinchera. Con Patroclo a la cabeza, los aqueos los masacran.
Sarpedón, aliado troyano e hijo de Zeus, enfrenta a Patroclo y finalmente muere. Zeus se plantea salvar a su hijo de Patroclo, pero Hera lo detiene, pidiéndole que no interfiera en el destino mortal de Sarpedón, pues los dioses no lo aprobarán. Hera le aconseja que le pida a la Muerte y al dulce Sueño que, una vez muerto Sarpedón, envíen su cuerpo a casa intacto para que le hagan honores.
Glauco, compañero de Sarpedón, se aflige por la muerte de su amigo y, como está herido, le pide a Apolo que lo cure y le dé fuerzas para luchar. Apolo lo llena de vigor y Glauco exhorta a los suyos a luchar alrededor del cuerpo de Sarpedón, ya muerto, para protegerlo y poder mandarlo intacto a su tierra. Los grandes capitanes troyanos y aqueos luchan por el cadáver, y varios hombres mueren en ambos bandos.
Zeus delibera brevemente si Patroclo debe morir en ese momento, en represalia por Sarpedón, o dejarlo ganar más gloria primero. Se decide por esto último e infunde timidez en Héctor para que convoque una retirada total de los troyanos. Zeus ordena a Apolo que se lleve el cadáver de Sarpedón a su tierra, Licia.
Mientras los troyanos huyen, Patroclo los persigue, y así incumple con lo que le había prometido a Aquileo: volver después de defender las naves. Patroclo mata a más troyanos y casi asalta las puertas de Troya, pero Apolo lo rechaza, diciéndole que no es su destino tomar Troya.
Patroclo lanza una piedra y mata a Cebríones, el conductor del carro de Héctor; Héctor y Patroclo luchan por el cadáver. Patroclo carga tres veces contra las fuerzas troyanas y mata a muchos hombres, pero en su cuarta carga Apolo le quita el casco, le rompe la lanza, le hace caer su armadura, le desata su coraza y le debilita sus miembros. En ese momento, el troyano Euforbo Pantoida le clava su lanza por la espalda, pero no lo mata. Patroclo se aleja, pero Héctor se da cuenta y le clava su lanza en el vientre. Al hacerlo, le dice que ni Aquileo lo ha socorrido, y Patroclo le responde que Héctor tampoco vivirá mucho tiempo, porque morirá en manos de Aquileo. Así, Patroclo muere.
Análisis
En estos cantos, los dioses muestran algunas de sus miserias personales. En este sentido, la escena entre Hera y Zeus en el canto XIV es significativa. Si bien el dios abandonó la escena de la batalla y ha dejado de apoyar a los troyanos, llama la atención cómo las cuestiones de la vida y la muerte en el mundo de los mortales están a menudo determinadas por pequeñas disputas en los reinos divinos. En este caso, el giro decisivo de la batalla se debe a la libido de Zeus. Hera aprovecha el carácter lujurioso de su marido y lo seduce con “unos pendientes de / tres piedras graciosas grandes como ojos, espléndi- / das, de gracioso brillo” (11.182-183). Aprovechándose de la debilidad de Zeus, la diosa planea una estrategia para favorecer a los griegos. Una y otra vez, estas divinidades demuestran que están lejos de ser siempre racionales y sensatas, que están limitadas por muchas de las mismas emociones y necesidades que los humanos. Esta representación da cuenta de una concepción humanizada de los dioses, que se asemejan más a los hombres y las mujeres reales. Curiosamente, Homero nunca juzga ni cuestiona el temperamento de los dioses. En cambio, acepta sus sensibilidades como algo fundamental para su existencia.
La prohibición de Zeus obliga a los dioses a elaborar estrategias diferentes. Así como Hera se aprovecha de este flanco débil, Posidón no puede desafiar abiertamente a Zeus, pero es lo suficientemente astuto como para engañarlo. Así, procede a animar a los griegos: “una deidad levante el ánimo / en vuestro pecho para resistir firmemente y exhortar a / los demás; con esto podríais rechazar a Héctor de las / naves, de ligero andar…” (13.55-58). Aunque el dios no puede participar directamente en la batalla, puede ayudar a salvar los ánimos de las fuerzas aqueas, muy presionadas. Una vez más, la Ilíada muestra la importancia que tiene la dimensión psicológica en el enfrentamiento; el ganador no vencerá únicamente por su fortaleza, sino también por sostener alta la moral. Las palabras de Posidón deben entenderse, en este sentido, como una arenga a los aqueos, aunque por momentos pueda parecer casi insultante: “Contra vosotros se enciende en ira mi corazón. ¡Oh / cobardes! con vuestra indolencia, haréis que pron- / to se agrave el mal” (13.120- 121).
Si bien estas palabras motivan a los griegos, que vuelven a alzarse con el poder, las tropas se reúnen bajo un conjunto de líderes bastante acotado. A excepción de los dos Ayantes y Menelao, pocos de los guerreros aqueos más conocidos luchan en estos cantos; Agamenón, Odiseo y Diomedes fueron heridos; Néstor ahora atiende al sanador herido Macaón; Menelao aparece una vez, pero solo brevemente.
Esta situación crítica deja expuesta también la inutilidad de Agamenón, que se ve paralizado por la carga del liderazgo. Traza un plan de retirada, a pesar de que las señales han dicho que dentro de un año Troya debe caer, porque teme que una derrota aquea sea culpa suya. Una vez más, sus acciones generan reacciones adversas; Odiseo le recrimina: “¿Qué palabras se te escaparon del cerco / de los dientes? ¡Hombre funesto!” (14.83- 84). Sin embargo, es necesario entender que la indecisión de Agamenón no es necesariamente innoble. Su impulso por preservar la vida de sus hombres demuestra que se toma en serio su responsabilidad. Pero también la retirada significaría una pérdida de gloria, y la gloria es un objetivo tan valioso como la vida. Junto con Aquileo, Diomedes y Odiseo encarnan el sistema de valores homérico, en donde la gloria de sus hazañas es más trascendente que la posibilidad de sobrevivir. “Vayamos a la batalla, no obstante es- / tar heridos, pues la necesidad apremia; pongámonos / fuera del alcance de los tiros para no recibir herida / sobre herida…” (14.128-130), comenta Diomedes. Para estos personajes, no hay otra alternativa que combatir, aunque esto implique poner en riesgo la vida propia.
En este punto, el sacrificio de los griegos vale la pena porque el canto XV marca el principio del fin de Héctor y los troyanos, que han alcanzado la cima de su poder y ahora se enfrentan a una pendiente descendente. Desde este punto de vista, el final está a la vista y, en consecuencia, Zeus esboza el final de la Ilíada; “haré que los teu- / cros sean perseguidos continuamente desde las naves, / hasta que los aqueos tomen la excelsa Ilión” (15.68-70). Este discurso deja claro que a aqueos y troyanos les espera una conclusión predestinada; de este modo, es capaz de resumir la historia incluso antes de que ocurran los acontecimientos.
Si bien este recurso puede decepcionar al lector moderno, que tal vez desconoce quién es el vencedor de la guerra de Troya, el público de la antigüedad ya conocía el desenlace de la historia. En este punto, la tensión en este escenario no surge de la cuestión de cómo la mentalidad de un personaje afectará a los acontecimientos de la historia, sino de la cuestión de cómo los acontecimientos de la historia afectarán a la mentalidad de un personaje. Es ejemplar al respecto el caso de Aquileo, personaje dueño de dos posibles destinos. Mientras que su madre, Tetis, le ruega que elija una larga vida desprovista de gloria heroica, tal como anuncia Zeus, “El divino Aquileo ma- / tará a Héctor” (15.68-69).
Antes de este regreso, Aquileo se enfrenta al dilema de entrar en la batalla y salvar a sus compañeros o sumirse en su autocompasión y dejarlos sufrir. Estas luchas internas de un personaje individual no solo crean una sensación de dramatismo, sino también, a menudo, una sensación de ironía. En este caso, la ira de Aquileo lo conduce finalmente a la muerte de su gran amigo y compañero Patroclo.
Aunque participa en la guerra brevemente, Patroclo y su muerte tienen una importancia fundamental. Desde su primera aparición, es representado como un personaje compasivo. De hecho, pide ir a la batalla para poder ayudar a los aqueos: “envíame a mí con los / demás mirmidones, por si llego a ser la aurora de la/ salvación de los dánaos…” (16.38-40). Este sacrificio contrasta con el increíble orgullo de Aquileo, que le presta su armadura pero no piensa en sacrificarse por su pueblo.
Es interesante destacar que la compasión de Patroclo no resta valor a sus habilidades como guerrero; es el responsable de haber matado a Sarpedón, hijo de Zeus. Esta muerte es un episodio importante en el canto XVI, porque revela un elemento importante de la visión homérica del destino. El tema de la interacción entre el destino y el libre albedrío se desarrolla cuando el propio Zeus no puede salvar a su hijo. A veces, los acontecimientos se desarrollan por la voluntad de los dioses, pero aquí vemos que, a veces, los propios dioses están sometidos a los caprichos del destino. Zeus tiene el poder de salvar a su propio hijo, pero al hacerlo provocaría el caos: “Entre dos propósitos vacila en / mi pecho el corazón: ¿le arrebataré vivo de la luctuo- / sa batalla, para llevarlo al opulento pueblo de la Licia, / o dejaré que sucumba a manos del Menecíada?” (16.436-438). Si bien tiene la capacidad de salvar a Sarpedón, Hera le advierte que ninguno de los dioses lo respetará si lo hace. Así, la muerte de Sarpedón está destinada a ocurrir, y esta fuerza es mayor que cualquiera que puedan ejercer los dioses griegos.
La muerte de Patroclo en manos de Héctor aparece representada como un enfrentamiento animal: “como el león acosa en la lucha al indómito / jabalí cuando ambos pelean arrogantes en la cima de / un monte por un escaso manantial donde quieren / beber, y el león vence con su fuerza al jabalí, que res- / pira anhelante, así Héctor Priámida privó de la vida, / hiriéndole de cerca con la lanza, al esforzado hijo de / Menecio, que a tantos había dado muerte”(16.822-829). El salvajismo de esta persecución deja de lado las características humanas; es necesario subrayar que Patroclo muere aturdido, desarmado y herido. En este sentido, tal como la comparación entre león y el jabalí, el combate no es justo, sino desigual.
Las últimas palabras de Patroclo le advierten a Héctor: “tampoco tú has de vivir largo tiempo, pues la / muerte y la parca cruel se te acercan, y sucumbirás a / manos del eximio Aquileo Eácida” (16.852-854). Una vez más, el destino y la profecía desempeñan un rol estructural en la Ilíada, preparando al público para los próximos acontecimientos. En una representación larga, estos anuncios anticipan que la gloria de Héctor es transitoria; el advenimiento de los aqueos es inevitable.