Resumen
Canto XVII: Gesta de Menelao
Menelao observa que Patroclo está muerto en el piso y se acerca a defender el cadáver. Euforbo le pide que se vaya para poder sacarle la armadura al muerto y así ganar honor. Menelao se niega; comienzan a luchar y Menelao lo mata. Cuando intenta quitarle la armadura a Euforbo, Apolo exhorta a Héctor a que defienda el cuerpo y carga contra Menelao, que retrocede y busca al gran Ayante Telamonio como compañero para defender el cadáver de Patroclo. Menelao le dice que deben poder llevarle a Aquileo el cuerpo de Patroclo, al menos desnudo. Antes de que puedan llegar, Héctor arranca la armadura del cuerpo de Patroclo y lo lleva arrastrando con la intención de cortarle la cabeza y darle el cadáver a los perros. En ese momento, el gran Ayante enfrenta a Héctor, quien retrocede y entrega las armas de Aquileo a los troyanos. Ayante Telamonio y Menelao hacen guardia sobre el cuerpo de Patroclo.
Glauco critica a Héctor por abandonar el cuerpo de Patroclo, ya que podrían haberlo usado como elemento de extorsión para que los aqueos les devuelvan el cuerpo de Sarpedón, y lo acusa de temer al gran Ayante. Héctor promete volver a luchar. Se pone la armadura de Aquileo y, cuando Zeus lo ve, lo dota de una gran fuerza. Héctor reúne a las tropas troyanas, diciéndoles que el hombre que lleve el cuerpo de Patroclo a los troyanos recibirá la mitad de su botín de guerra.
Los troyanos arremeten contra los aqueos para intentar sacar de la custodia de Ayante Telamonio el cadáver de Patroclo. Pese a matar a muchos troyanos, Ayante Telamonio le dice a Menelao que no espera salir con vida de esa batalla. Menelao llama a los más valientes aqueos a la lucha. Con Héctor a la cabeza del combate, los troyanos atacan. Zeus considera un desagravio que Patroclo termine siendo comido por perros troyanos. Por eso ayuda a los aqueos en la defensa del cadáver. Sin embargo, los troyanos logran llegar al cadáver y empiezan a arrastrarlo. Ayante Telamonio los dispersa y logra recuperar el cuerpo. Los aqueos comienzan a hacer retroceder a los troyanos hasta sus murallas, y podrían haber ganado de no haber sido por Apolo, quien, transfigurado en un heraldo, incita a Eneas a reagrupar las fuerzas troyanas. A pesar de los esfuerzos de Eneas y la fuerza de los troyanos, los aqueos se aferran a Patroclo. La batalla por el cuerpo dura todo el día.
Los dioses participan de estos enfrentamientos. Por una parte, Atenea toma la forma de Fénix e insufla nuevas fuerzas a Menelao, que, luego de esto, mata a un amigo cercano de Héctor. A su vez, Apolo le da fuerzas a Héctor. Zeus oscurece el cielo, relampaguea y truena; le da la victoria a los troyanos y hace huir a los aqueos.
Menelao y el gran Ayante Telamonio advierten que Zeus otorga la victoria a los troyanos y juntos piensan cómo sacar el cadáver de Patroclo del combate. Ayante Telamonio le pide a Zeus que al menos aclare el cielo para poder ver, y Zeus le concede este pedido.
Ayante Telamonio le pide a Menelao que encuentre a Antíloco, hijo de Néstor, para transmitirle la noticia de la muerte de Patroclo a Aquileo. Antíloco, sorprendido por la noticia, se apresura a regresar al campamento aqueo.
Menelao y Meriones recogen el cuerpo de Patroclo mientras los aqueos lo defienden de los troyanos. Los aqueos se retiran y Héctor y Eneas los persiguen.
Canto XVIII: Fabricación de las armas
Antíloco corre al campamento de Aquileo para comunicarle la muerte de Patroclo. Sentado junto a los barcos, Aquileo se da cuenta de que los aqueos fueron derrotados y teme lo peor. Antíloco llega y le da la noticia. Aquileo llora desconsoladamente; Antíloco se queda cerca suyo, temiendo que intente degollarse.
En ese momento, Aquileo da un grito fuerte y tremendo que escucha su madre Tetis desde el fondo del mar. La diosa le pregunta el motivo de su dolor, y él le cuenta sobre la muerte de Patroclo y el robo de sus armas a manos de Héctor. Agrega que perdió las ganas de vivir, salvo para matar a Héctor y vengar la muerte de Patroclo. Tetis le dice que morirá al enfrentarse a Héctor. Aquileo se lamenta de no haber socorrido a su amigo y de permanecer inútil entre las naves mientras los aqueos morían. Dice que ahora está dispuesto a aceptar su destino y decide ir a combatir contra los troyanos. Tetis le pide que espere a la mañana siguiente para partir a luchar, así ella puede llevarle una armadura hecha por Hefesto.
En el campo de batalla, los aqueos continúan la retirada del cuerpo de Patroclo. Llegan a las naves defendiéndose de Héctor, quien los presiona de cerca. En ese momento, Iris se presenta ante Aquileo y le aconseja que tome las armas para defender a Patroclo. Aquileo le responde que no tiene armas para ir la guerra, a lo que la diosa responde que con solo presentarse los troyanos, estos dejarán de pelear por lo mucho que le temen. Así, aparece cubierto por una nube áurea brindada por Atenea en la muralla aquea, lejos del combate. Lanza tres veces su grito de guerra; los troyanos entran en pánico y, tratando de huir, se matan entre sí. Los aqueos aprovechan la oportunidad para poner a salvo el cuerpo de Patroclo. Hera obliga al sol a hundirse para que termine la batalla.
En el campamento troyano, Polidamante les aconseja a los troyanos que se retiren a las murallas de Troya durante la noche, que no esperen al amanecer. Afirma que los aqueos ya eran enemigos difíciles sin Aquileo, pero que ahora hay que temer, porque el guerrero luchará por tomar la ciudad. Héctor rechaza el consejo de Polidamante, califica el plan como cobarde y ordena a los troyanos que acampen fuera de las murallas troyanas durante otra noche. Los troyanos aclaman a Héctor y esperan atacar nuevamente por la mañana.
Por la noche, los aqueos lloran a Patroclo. Aquileo también llora y dice que no lo van a enterrar hasta que él mismo no lleve la cabeza de Héctor y las armas que le robó. También promete degollar troyanos para vengar su muerte. Comienzan a lavar y preparar el cadáver de Patroclo. Zeus le dice a Hera que logró su cometido: hacer que Aquileo vuelva al campo de batalla.
En el Olimpo, Tetis llega a la casa de Hefesto, quien le pregunta por la razón de la visita. El dios recuerda que Tetis fue su salvadora y lo cuidó en el Océano durante nueve años tras su caída del Olimpo, por lo que la recompensará con lo que necesite. Tetis menciona que Zeus le infundió dos males: por un lado, estar sujeta a un mortal y, por el otro, no poder socorrer a su hijo Aquileo. Le explica la situación de la falta de armadura de su hijo, y Hefesto se compromete a hacerle una sobresaliente.
Hefesto se pone a trabajar y, cuando termina las armas, se las entrega a Tetis, quien rápidamente se las lleva a Aquileo.
Canto XIX: Renunciamiento de la Cólera
Al amanecer, Tetis llega al campamento de Aquileo con la nueva armadura. Aquileo sigue de luto, tumbado boca abajo sobre el cuerpo de Patroclo. Tetis suelta la armadura en el piso. Aquileo siente que su cólera se recrudece y le agradece a su madre por tan especiales armas. El guerrero confiesa su temor por dejar solo el cuerpo de Patroclo y que las moscas lo desfiguren, a lo que Tetis promete quedarse para cuidarlo.
Aquileo convoca una asamblea de las tropas aqueas. Todos, incluso Agamenón, acuden a la reunión. Aquileo dice que la disputa entre ambos generó muchos males, y que es momento de deponer su cólera y reconciliarse. Agamenón está de acuerdo, pero señala que él no tiene la culpa, indicando que Zeus, la Parca y Erinis fueron quienes cegaron su juicio cuando le arrebató a Aquileo su recompensa. Sin embargo, agrega que le dará los regalos que le prometió, incluyendo a Briseida. Sabiendo que su tiempo es corto, Aquileo acepta con indiferencia e insta a ir a la batalla lo antes posible, ya que todavía permanecen sin entierro los muertos en manos de Héctor. Odiseo convence a Aquileo de que deje comer a los hombres, le hacen ofrendas a Zeus, y comen.
Los regalos de Agamenón son llevados al campamento de Aquileo. Aquileo suplica que no lo inviten a comer o beber porque su pesar no se lo permite. Recuerda a Patroclo y da un discurso de duelo. Todos los caudillos y él lloran. Zeus envía a Atenea a alimentar a Aquileo con la comida de los dioses sin que se dé cuenta para que el hambre no interfiera en la batalla.
Todos los aqueos se preparan para el enfrentamiento. Aquileo se pone la magnífica armadura forjada por Hefesto y exhorta a sus caballos a que se preparen para la batalla. Luego, se dirigen a la batalla.
Canto XX: Combate de los Dioses
Los aqueos y los troyanos se preparan para el enfrentamiento. Mientras tanto, Zeus convoca a los dioses al ágora y les dice que pueden volver al campo de batalla para ayudar a los bandos que decidan. Señala que si los dioses no intervienen, Aquileo podría dominar a los troyanos y saquear la ciudad prontamente. Así, los dioses se lanzan al campo de batalla y toman sus correspondientes bandos: Hera, Atenea, Posidón, Hermes y Hefesto apoyan a los aqueos; Ares, Febo Apolo, Ártemis, Leto, el Janto y Afrodita, a los troyanos. Sin su participación en la batalla, los aqueos tenían ventaja; una vez que entran los dioses, se da una lucha reñida.
Aquileo busca a Héctor por todas partes. Apolo toma la forma del troyano Licaón e insta a Eneas a atacar a Aquileo; aunque en un primer momento Eneas se resiste, al recordar una derrota anterior a manos de su adversario, finalmente accede. Al ver a Eneas acercarse a Aquileo, Hera les pide a Atenea y a Posidón que la ayuden a dar apoyo a los aqueos. Posidón responde que el bando aqueo es mucho más fuerte, y que, por lo tanto, es mejor que los dioses observen la batalla desde la altura, sin intervenir salvo que sea necesario. Los dioses se sentaron en dos grupos, todavía sin involucrarse en el combate, pese a las instigaciones de Zeus.
Eneas y Aquileo se preparan para luchar. Una vez que están frente a frente, Aquileo se burla de Eneas al recordar la vez que su adversario huyó de su lanza. Eneas responde que no puede asustarlo y le recita su linaje señalando que es hijo de Anquises y de la diosa Afrodita. Apenas termina de decir eso, arroja su lanza y la clava en el escudo de Aquileo, pero no lo perfora. El hombre responde arrojando su lanza y sí logra perforar el escudo. Luego saca una espada, pero Eneas agarra una piedra gigante.
Al ver esta lucha, Posidón se apiada de Eneas y su linaje. Para evitar que Zeus se enoje, y en contra de los deseos de Hera y Atenea, rescata a Eneas, lo aleja de Aquileo y lo coloca en otro lugar del campo de batalla.
Tanto Aquileo como Héctor reúnen a sus hombres. Apolo habla con Héctor y le indica que no luche contra Aquileo delante de las filas, ya que él seguramente lo matará si hace eso.
Efectivamente, Aquileo mata a varios troyanos, incluyendo a Polidoro, hermano de Héctor. Indignado por la muerte de su hermano, el guerrero se dirige a combatir contra Aquileo, quien lo insta a que se acerque más. Héctor reconoce su inferioridad ante su oponente, pero dice tener el favor de los dioses. Por eso arroja su lanza; Atenea la aparta y la devuelve a los pies de Héctor. Aquileo arremete contra Héctor tres veces, y Apolo intercede cada vez para salvar al guerrero troyano. La cuarta vez, Aquileo decide ir a atacar a otros, culpa a Apolo de intervenir y continúa en su camino de guerra y asesinatos. Así, ayudado por sus corceles, no deja a ningún hombre con vida, permaneciendo él invicto.
Análisis
En estos cantos, el personaje de Aquileo se incorpora finalmente al campo de batalla. En este sentido, la muerte de Patroclo es el hecho fundamental para que el héroe tome la decisión de reconciliarse con Agamenón. Sin embargo, su accionar indica que progresó poco como personaje, ya que sigue demostrando una tendencia a la rabia irreflexiva que ha llevado a tantos aqueos a la muerte. Es ejemplar al respecto la orden de ir a combatir sin haber comido: “Yo mandaría a los / aqueos a que combatieran en ayunas, sin tomar na- / da; y que a la puesta del sol, después de vengar la / afrenta, celebraran un gran banquete” (19.206 -209). En esta consideración, muestra que sigue tan concentrado en la venganza que pretende que los hombres vayan a la batalla sin comida. Una vez más, la ira funciona como un sentimiento enceguecedor, ya que esta orden podría resultar suicida en una forma de guerra que implica un gasto tan grande de energía física. Efectivamente, Odiseo, el guerrero más astuto, le sugiere que esta es una pésima estrategia.
Del mismo modo, en el campo de batalla Aquileo demuestra una preocupación obsesiva por la victoria, que llega al punto de excluir cualquier otra consideración. Al enfrentarse con Eneas, no tiene problema alguno en describirlo como un cobarde al que le recuerda sus proezas como guerrero: “¿No recuerdas que, hallándote solo, te aparté de tus / bueyes y te perseguí por el monte Ida corriendo con li- / gera planta? Entonces huías sin volver la cabeza” (20.188-190). Nombrar a Eneas como un cobarde es una decisión arriesgada, ya que el guerrero cuenta con la protección de los dioses. En este enfrentamiento con Aquileo, Posidón “arrancó del escudo del mag- / nánimo Eneas la lanza de fresno con punta de bron- / ce que depositó a los pies de aquél, y arrebató al teu- / cro alzándolo de la tierra” (20.323-326). Esta protección es entendida como uno de los acontecimientos más optimistas de la Ilíada. Aunque los dioses suelen despreciar la vida humana, comerciando con las ciudades como si la destrucción de una nación fuera algo ligero, la supervivencia de Eneas muestra una decisión de los dioses llena de compasión y gracia. De alguna manera, simboliza que el genocidio de los troyanos no será completo, sino que quedará algún rastro de ellos.
Es significativo subrayar que justamente Eneas encarnará al patriarca del linaje romano. Siglos más tarde, Virgilio toma el material homérico y escribió su propia epopeya glorificando el Imperio Romano, reivindicando a Eneas como antepasado del pueblo romano. La reivindicación no era nueva; durante algún tiempo, los romanos habían afirmado ser los descendientes de Eneas, superviviente de la guerra de Troya. La protección de Eneas es entonces el hito fundacional de la gran nación romana.
Esta intervención de Posidón responde al decreto de Zeus del canto XX, en donde establece que es el momento en el que los dioses deben intervenir en el campo de batalla porque, sin la ayuda divina, Aquileo se impondrá sobre el resto de los mortales: “temo que ahora, que tan enfurecido tiene el / ánimo por la muerte de su compañero, destruya el / muro de Troya contra la decisión del hado” (20.29-31). Esta preocupación encarna una interesante declaración sobre el tema del destino en la Ilíada. La interacción entre dioses, destino y acción humana se condensa en este pasaje: la interferencia divina es necesaria para evitar que un hombre mortal anule el propio destino. Hasta este punto alcanza el poder de Aquileo, un hombre mortal: su destreza en la lucha y la fuerza de su voluntad son suficientes para destrozar el destino.
Esta intervención de las fuerzas sobrenaturales sobre las acciones humanas se ve también en la reconciliación de Agamenón y Aquileo. Para el rey, “yo no soy el culpable, sino Zeus, la Parca y Erinis, / que vaga en las tinieblas; los cuales hicieron padecer / a mi alma…” (19.87-89). El término Parca es originalmente en griego moirá y remite a la personificación del destino como la porción del designio universal que le corresponde al ser humano. Las leyes del destino son tan poderosas que ni siquiera los dioses pueden transgredirlas.
Además de responsabilizar a las divinidades, Agamenón insiste en que el “funesto influjo” (19.137) de Ate, la diosa de la fatalidad, impulsó sus acciones. En este sentido, en la epopeya, estos fenómenos aparecen como externos a la voluntad del ser humano, que es incapaz de controlar las calamidades de su vida.
Como se reitera a lo largo de todo el poema, el mismo Aquileo se enfrenta a un dilema interno vinculado con el destino que los dioses quieren para él. En todo momento, el personaje supo que debe elegir entre vivir una vida corta y gloriosa en Troya o una vida larga y oscura en Partia. La conmoción por la muerte de Patroclo funciona como un catalizador para la decisión; ahora Aquileo sabe que morirá en el campo de batalla.
Tal como se ve en el canto XVII, Patroclo era un hombre muy querido por sus compañeros. Menelao, uno de los grandes guerreros aqueos, “abrió camino por los combatientes delanteros y em- / pezó a moverse en torno del cadáver para defender- / lo” (19.2-4). Esta defensa del cuerpo simboliza uno de los ritos más importantes para los antiguos griegos. Despojar a un cuerpo de su armadura avergüenza al muerto y da gloria al conquistador; profanar el cuerpo da aún más vergüenza al asesinado y más gloria al matador. Ambos bandos se enfrentan con distinción; mientras que los aqueos luchan por proteger el cuerpo de su amigo de un trato ignominioso y los troyanos, por ganar mayor gloria. Para ambos bandos, esta disputa se vincula con el honor que representa a todo héroe.
En este sentido, Héctor, cuyo deseo de ganar gloria lo llevó a matar a Patroclo, ahora lucha por conseguir el cuerpo de su víctima. Lo despoja de la armadura del guerrero, que era de Aquileo, y decide usarla: “vistió las armas divinas del Pelida Aquileo, que / los dioses celestiales dieron a Peleo y él, ya anciano / cedió a su hijo” (19.195-197). Si bien se está preparando para un enfrentamiento con Aquileo, Homero deja claro que Héctor no tiene ninguna posibilidad de ganar. El mismo Zeus lo advierte: esta gran victoria es la “compensación de que An- / drómaca no recibirá de tus manos, volviendo tú del / combate, las magníficas armas del Pelión”(206-208, XIX). En esta anticipación, los lectores sabemos que Héctor morirá en combate.
La muerte de Patroclo y la necesidad imperiosa de recuperar su cuerpo motivan a Aquileo a volver a la batalla. Por primera vez, el héroe pide “refrenar el furor / del pecho” (19.113- 114) que tanto lo enemistó con Agamenón y se dispone a dar muerte a Héctor. De alguna manera, sabe que es parcialmente responsable por la muerte de su querido compañero. Sin embargo, no permite que la culpa lo paralice, sino que reemplaza este sentimiento por una nueva y más aterradora rabia. “Rechinándole los dientes, con / los ojos centellantes como encendida llama y el cora- / zón traspasado por insoportable dolor, lleno de ira / contra los teucros” (19.365-368), describe Homero; esta cólera de Aquileo, presente desde el canto I, ahora lo llama a la acción.
Para regresar con gloria al combate, Tetis, la madre de Aquileo, le encarga una armadura a Hefesto. La descripción del escudo de Aquileo es uno de los pasajes descriptivos más notables de la Ilíada. El escudo simboliza un microcosmos, con la tierra, el sol, el cielo y el mar, así como los hombres mortales y la civilización. En él hay dos ciudades: “en la una se celebraban bodas y / festines” (19.491-492), “la otra ciudad aparecía cercada por dos ejércitos / cuyos individuos, revestidos de lucientes armaduras, / no estaban acordes” (19.509-511). El escudo, así, simboliza una visión de la paz y otra de la guerra; mientras que en la primera ciudad las disputas se resuelven pacíficamente, en la segunda predominan los enfrentamientos sangrientos y la muerte de inocentes. Con este símbolo, Homero deja en claro que la guerra es causa de sufrimiento y destrucción, mientras que la paz y la civilización se representan como las mejores alternativas.
Con este escudo, Aquileo regresa al campo de batalla y asume su destino: “ahora ganaré gloriosa fama”, comenta el guerrero (19.122). En esta apreciación, la Ilíada muestra la tensión entre libre albedrío y destino prefijado que atraviesa la obra. La muerte de Patroclo hace que Aquileo elija la fama y acepte que morirá en combate.
Sin embargo, por momentos, el Destino aparece representado como una fuerza que supera aun a los dioses. En el canto XX, Zeus teme que la fuerza de Aquileo “destruya el / muro de Troya contra la decisión del hado” (20.30-31). En esta advertencia, se ve que algunos mortales, como Aquileo, pueden adelantarse a las decisiones del destino. Para impedir esta anomalía, Zeus les pide a los dioses que se involucren en la guerra; una vez más, los hechos humanos están condicionados por las decisiones divinas.