Resumen
Canto V: Gesta de Diomedes
Atenea le otorga temporalmente al guerrero aqueo Diomedes una fuerza descomunal en la batalla. Diomedes lucha ferozmente y Atenea persuade al dios Ares a dejar el campo de batalla para que los hombres peleen solos. La batalla es reñida; varios de los capitanes aqueos como Agamenón, Idomeneo y Menelao matan a jefes troyanos. Diomedes continúa su ataque de manera feroz; los troyanos entran en pánico y Pándaro le dispara con una flecha y lo hiere en el hombro. Esténelo, amigo de Diomedes, le cura la herida y le reza a Atenea para poder vengarse. Atenea le infunde nuevamente una fuerza sobrehumana y también un don especial: le aparta la niebla de sus ojos para que pueda reconocer temporalmente a los dioses que luchan entre los mortales. Atenea le advierte que no se enfrente a ningún dios, a menos que sea Afrodita, a quien le recomienda que la hiera con su lanza.
Entonces, Diomedes vuelve al combate con su valor potenciado y una furia extrema: mata a varios troyanos, incluidos dos hijos de Príamo. Eneas, el héroe troyano hijo de Anquises y Afrodita, al ver la furia de Diomedes, busca a Pándaro, que está desesperado por no haber podido matar a Menelao ni a Diomedes. Eneas le pide a Pándaro que suba a su carro, y ambos parten en busca de Diomedes para abatirlo. Esténelo, el amigo de Diomedes y su co-capitán, percibe que Eneas y Pándaro se acercan, y le recomienda a Diomedes retirarse para no morir. El guerrero rechaza su consejo y alega que sus fuerzas siguen en su apogeo, que tiene a Atenea de su lado, y que si vencen a esos troyanos lograrán llevarse su carro y los caballos como premio.
Diomedes arroja su lanza y mata a Pándaro. Eneas baja del carro para proteger el cadáver, dispuesto a matar a quien se oponga y, entonces, Diomedes levanta una roca pesada y la lanza contra Eneas, que se desmaya. Su madre, Afrodita, aparece ante él, protege su cuerpo e intenta llevárselo del combate. Diomedes, que cuenta con la capacidad de ver a los dioses, la ve y la ataca. Le corta la palma de la mano con su lanza y Afrodita, herida, deja caer el cuerpo de Eneas. El dios Apolo logra agarrarlo en el aire para protegerlo. Con la ayuda de Iris y del carro de Ares, la herida Afrodita regresa al Olimpo. Hera y Atenea se burlan de ella por su delicadeza, pero Zeus la consuela y le advierte que no vuelva a la guerra.
Apolo protege ahora a Eneas e intenta llevarlo a un lugar seguro, pero Diomedes lo ataca tres veces. Al cuarto intento de ataque, Apolo le advierte, con una voz aterradora, que no desafíe a los dioses. Diomedes retrocede. Apolo lleva a Eneas a su templo en la sagrada montaña de Pérgamo, donde las diosas Leto y Artemisa le curan las heridas, y deja una réplica del cuerpo del guerrero troyano en el campo de batalla. Aqueos y troyanos se precipitan sobre el falso cuerpo y luchan por quedarse con la armadura de Eneas. Apolo le pide a Ares, el dios de la guerra, que detenga a Diomedes. Ares toma forma mortal para reunir a los troyanos, los envalentona y les presta su espíritu de lucha.
Sarpedón, un aliado troyano, declara haber venido desde lejos a luchar y cuestiona la falta de valor de Héctor para la batalla. Conmovido por esas palabras, Héctor recorre el ejército animando a los soldados a combatir y promueve una nueva lucha. Al ver que Atenea ha abandonado la escena, Ares cubre el campo con una niebla densa para ayudar a los troyanos. Apolo saca a Eneas, ya curado, del templo y lo devuelve al campo de batalla. Al verlo ileso, los troyanos se alegran, y eso les sirve de valor para lanzarse al ataque. Asi, con la ayuda de los dioses, los troyanos comienzan a tomar la delantera en la batalla.
Hera y Atenea debaten la necesidad de intervenir en la batalla para detener a Ares y poder cumplir la promesa que le hicieron a Menelao de irse habiendo destruido Troya. Apelan a Zeus, que les da permiso para interceder en favor de los aqueos. Las diosas se preparan para la batalla. Hera toma forma de mortal y reúne al resto de las tropas aqueas, mientras Atenea se posa al lado de Diomedes y le dice que no respete a Ares, que ella lo ayudará a derribarlo. Atenea se sube al carro con él para desafiar a Ares y juntos lo hieren. Ares, enfurecido, vuela inmediatamente al Olimpo y expresa sus quejas ante Zeus, que le responde, enfurecido, que es un dios odioso por estar siempre dispuesto a las peleas, y que por esto se merece los dolores que padece. Sin embargo, por ser de su linaje, llama a un sanador para que lo cure. Habiendo logrado su cometido, Hera y Atenea regresan al Olimpo.
Canto VI: Héctor y Andrómaca
Con los dioses ausentes, la batalla continúa entre aqueos y troyanos. Los aqueos matan a varios troyanos en combate. Menelao, persuadido por la oferta de un digno rescate, casi le perdona la vida al troyano Adrasto, pero Agamenón lo increpa y lo convence de matarlo. Néstor les pide a los hombres que no pierdan tiempo y les ordena que maten en ese momento y saqueen los cuerpos luego. Los aqueos avanzan.
Los troyanos tienen intenciones de retirarse y volver a Troya, acosados por los aqueos. Pero en ese momento, Heleno, el mejor de los augures e hijo de Príamo, les dice a Eneas y a Héctor que se mantengan firmes y reúnan a las tropas para que continúen peleando. Puntualmente, le dice a su hermano que regrese a la ciudad y reúna a todas las mujeres mayores de la nobleza para organizar un sacrificio troyano especial a Atenea para que detenga a Diomedes y se apiade de los troyanos. Héctor hace lo que Heleno le pide.
Glauco, del pueblo licio, aliado troyano, se enfrenta a Diomedes en el campo de batalla. Diomedes le pregunta quién es, ya que no quiere luchar contra un dios, y Glauco le cuenta su genealogía y las hazañas de sus antepasados. Diomedes se da cuenta de que sus familias tienen una historia de amistad -sus abuelos se conocían desde la época de los héroes-, y ambos acuerdan ser amigos. Se evitarán mutuamente en el campo de batalla, ya que hay muchos otros guerreros a los que matar. Hacen un juramento de amistad y una oferta permanente de hospitalidad, intercambiando armaduras para sellar el pacto. Homero aquí señala que Zeus le hizo perder la razón a Glauco, quien cambia su armadura de oro, de mucho valor, por la de bronce de Diomedes, que vale considerablemente menos.
Mientras tanto, Héctor vuelve a la ciudad, donde todas las mujeres corren a su alrededor para preguntar por sus padres, hijos, maridos, hermanos y amigos. Su única respuesta es sugerirles que recen. Entra en el palacio de Príamo y se encuentra con su madre Hécabe, que lo invita a tomar vino para honrar a Zeus, pero Héctor considera que no es recomendable hacerlo por estar en el combate aún. Le da a su madre las instrucciones de Heleno; le pide que prepare un gran sacrificio a Atenea para ayudar a hacer retroceder a los aqueos, y anuncia que se va a buscar a Alejandro, su hermano. Las ancianas nobles hacen una ofrenda grande, tal y como se les ordenó, y ofrecen a Atenea una abultada recompensa si les cumple el deseo de derribar a Diomedes y que Troya se salve. Pero Atenea no accede.
Mientras tanto, Héctor busca a Alejandro, con quien está cada vez más enojado. Finalmente, lo encuentra en sus aposentos, puliendo su armadura en preparación para la batalla. Allí está también Helena. Héctor le reprocha haber huido del campo de batalla, y Helena, por su parte, señala su falta de ánimo. Alejandro afirma que se ha retirado por estar dolorido, pero acepta que sus críticas son justas. Acepta armarse y alcanzar a Héctor cuando regrese a la batalla.
Héctor se dirige rápidamente a su casa para saludar a su familia, pero su esposa Andrómaca no está allí. Héctor corre a las puertas Esceas, donde se encuentra con su mujer y su hijo, a quien Héctor llama Escamandrio y todo el resto de las personas llaman Astianacte. Andrómaca llora por la inminente pérdida de Héctor, quien constituye la única familia que le queda, pues ella perdió a sus padres y a todos sus hermanos. Por esto, quiere que Héctor se quede dentro de los muros de Troya, alejado del frente, y que establezca una fuerza defensiva, pues teme quedarse viuda ella y huérfano su hijo. Él se niega y le dice que no quiere ser recordado como cobarde por su pueblo, que es valiente, quiere pelear en la primera fila y mantener su gloria. Héctor sabe que Troya caerá. Sin embargo, no puede hacer otra cosa que volver al campo de batalla, y sabe que estará muerto para cuando ella caiga en manos aqueas. Luego besa a su hijo y le reza a Zeus para que aquel algún día gobierne y sea más grande que su padre. Le pide a Andrómaca que no se acongoje, ya que solo morirá cuando su destino así lo quiera. Héctor y Alejandro se encuentran de camino al campo de batalla; Héctor regaña a su hermano, reprochándole su falta de valentía. Los dos se dirigen a la batalla.
Análisis
En estos cantos, se presentan las primeras descripciones de guerra de la epopeya. Más específicamente, son las primeras batallas en las que Aquileo no participa. Para suplir su ausencia, Diomedes interviene en el combate; el adivino Heleno declara, en referencia a Diomedes, que "ahora es el más esforzado de los aqueos todos" (6.99). Sin embargo, los aqueos siguen sintiendo las consecuencias de la negativa de su soldado más poderoso a luchar, y permanecen a la defensiva durante gran parte del canto V. Incluso con la ayuda divina, Diomedes no puede proporcionar la fuerza que tenía Aquileo. Como bien observa Hera, "Mientras el divino Aquileo asistía a las batallas, los teucros, ame- / drentados por su formidable pica, no pasaban de las / puertas dardanias; y ahora combaten lejos de la ciu- / dad, junto a las cóncavas naves” (5.788-791). Una vez más, Aquileo es percibido como el hombre más poderoso del ejército aqueo, pero sus profundos defectos de carácter impiden constantemente su capacidad para actuar con nobleza e integridad. La cólera de Aquileo representa la imposibilidad que tiene el héroe de controlar su orgullo y, específicamente, la rabia que surge cuando ese orgullo es herido.
Frente a esta ausencia, Diomedes es el campeón elegido por Atenea por su fortaleza, su fidelidad a los dioses y su lealtad a su comandante. En su primera aparición en el canto IV, Diomedes soporta pacientemente los abusos de Agamenón y anima a Esténalo a hacer lo mismo. Este breve momento establece la lealtad de su personaje y el respeto a la cadena de mando, preparándonos para su reintroducción en esta sección como el campeón elegido por la diosa Atenea.
Una vez más, los dioses intervienen en el combate y manifiestan preferencias y repudios. La ayuda divina hace que los guerreros individuales posean características notables, en donde son más importantes que ejércitos enteros. Con el apoyo de Atenea, Diomedes se abre paso entre las filas troyanas, al igual que, más tarde, Héctor hace retroceder a los aqueos con Ares a su lado. La visión de la batalla en la Ilíada se centra en que un solo hombre, cuando está inspirado o es elegido, puede hacer retroceder a todo el ejército contrario. En la epopeya, la guerra no es puro caos o violencia; la guerra es un escenario en el que los guerreros individuales marcan la diferencia. Los ejércitos fracasan o triunfan gracias a las acciones de hombres específicos.
Homero glorifica el lugar del valor y la fuerza del individuo, ya que sus héroes individualmente pertenecen a una raza de hombres más fuerte. Muchas veces, a lo largo de la Ilíada, los hombres demuestran su fuerza extraordinaria. Diomedes hiere a Eneas lanzándole una roca gigante, "una gran piedra que dos de los hom- / bres actuales no podrían llevar y que él manejaba fá- / cilmente” (5.303-5). La mención de la actualidad de la enunciación muestra que el texto representa un pasado heroico, en el que los hombres eran supuestamente más fuertes que los que viven en la época de Homero. Los héroes homéricos hablan con los dioses y son elegidos por ellos; con cierta ayuda, pueden incluso luchar contra los dioses en el campo de batalla y ganar.
Entre los héroes de la batalla, Eneas es otro de los favoritos de los dioses. Tanto Afrodita como Apolo se empeñan en que no muera, llevándoselo y protegiéndolo con sus propios cuerpos. Está destinado a ser uno de los pocos supervivientes de Troya y, mucho después de la época de Homero, los romanos reclaman su descendencia de él. El trato que recibe Eneas revela la coherencia de los dioses una vez que toman una decisión; ser el elegido implica contar con la protección divina y la capacidad de sobreponerse a las adversidades.
La presencia de los dioses le da a Homero la oportunidad de comentar sus similitudes y diferencias con los mortales. Si bien los mortales se dedican a la guerra armada, los dioses se dedican a sus propias disputas. Invariablemente, estos últimos conflictos parecen menos serios, más frívolos y casi mezquinos. Aunque los desacuerdos entre los dioses a veces provocan más violencia entre los mortales, las lealtades y motivaciones de los dioses se revelan, en última instancia, como más superficiales que las de los humanos. Los dioses no basan su apoyo a un bando u otro en los principios, sino en los héroes a los que favorecen. Hacen planes o pactos para ayudarse mutuamente, pero a menudo no los cumplen. Es ejemplar que a lo largo de los cantos V y VI, Ares incumple con su promesa de apoyar a los aqueos y lucha junto a los troyanos. Además, luego de ser lastimado, se queja con Zeus: “todos estamos aira- / dos contigo, porque engendraste una hija loca, funes- / ta, que sólo se ocupa en acciones inicuas” (5.875-877). De alguna manera, estos reclamos se asemejan a conflictos propios de una familia disfuncional; Ares se queja de las acciones de su hermana frente a la autoridad de su padre. Esto contrasta con el alcance y la intensidad que tiene la batalla para los humanos.
En estos cantos, Homero describe de manera extendida las matanzas, pero intercala estas descripciones con una caracterización íntima de los personajes: “Diomedes, bueno para el grito de guerra, mató a / Axilo el Teutranida, que, abastado de bienes, mora- / ba en la bien construida Arisbe; y era muy amigo de / los hombres, porque en su casa, situada cerca del ca- / mino, a todos les daba hospitalidad” (6.12-16). En este pasaje, Homero particulariza la violencia; muestra que detrás de cada muerto hay una historia que vale la pena contar.
En este sentido, es importante el intercambio entre Glauco, un aliado licio de los troyanos, y Diomedes. En medio de la brutalidad de la guerra, estos dos hombres encarnan también los valores de amabilidad y hospitalidad. La constatación de que sus familias tienen una historia de amistad motiva a los hombres a llegar a una paz por separado entre ambos: “troquemos la armadura, a / fin de que sepan todos que de ser huéspedes pater- / nos nos gloriamos” (6.230-232), propone Diomedes. Este diálogo afirma que, incluso en las condiciones más extremas y violentas que impone la guerra, siempre hay lugar para la amistad y la compasión.
En esta presentación de los guerreros y sus individualidades, el canto VI profundiza en el personaje de Héctor. Detrás del gran guerrero se encuentra un hombre devoto de su familia que se alegra al ver a su hijo pequeño. “‘¡Zeus y demás dioses! Concededme que este / hijo mío sea, como yo, ilustre entre los teucros e / igualmente esforzado; que reine poderosamente en / Ilión; que digan de él cuando vuelva de la batalla: / ’¡Es mucho más valiente que su padre!’” (6.477-481), ruega Héctor. En este pedido se ve que el noble y destacado guerrero no deja de ser un padre que quiere sentirse orgulloso de su descendencia. Este ruego logra empatía con el lector, que es testigo de que la guerra separa a las familias y priva a los inocentes de poder compartir la vida con los seres queridos.
La nobleza y valentía del personaje se ve en el encuentro que tiene con su esposa Andrómaca. La mujer le reprocha su huida, ya que sabe que será inminente la muerte de su amado. Sin embargo, Héctor le responde: “mucho / me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de ro- / zagantes peplos, si como un cobarde huyera del / combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, / que siempre supe ser valiente y pelear en primera fi- / la entre los teucros, manteniendo la inmensa gloria / de mi padre y de mí mismo” (6.441-447). Con unos dioses tan volubles, capaces de controlar el destino humano, uno no puede precedir cómo o cuándo llegará la muerte; solo queda trabajar para que la vida tenga sentido en sí misma. En este punto, Héctor sabe que su destino es ineludible, y que la única forma de poder trascender es buscando la gloria individual.
La nobleza de Héctor contrasta con la representación de Paris Alejandro. El primero es autoridad y referencia para toda Troya; cuando pasa por las Puertas Esceas, “acudieron corriendo las esposas e hijas de los / troyanos y preguntáronle por sus hijos, hermanos, / amigos y esposos…” (6.238-240). Así, se ve que es el hombre al que su pueblo acude en busca de apoyo; ante unas pocas palabras suyas, las mujeres rezan por Troya.
También hay un fuerte contraste entre el defectuoso matrimonio de Paris y Helena y el profundo vínculo entre Andrómaca y Héctor. En el lamento de Andrómaca, hay un presagio del destino de Héctor: “¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apia- / das del tierno infante ni de mí, infortunada, que / pronto seré tu viuda; pues los aqueos te acometerán / todos a una y acabarán contigo” (6.407-410). En este comentario, la mujer presiente que Troya está perdida y que el final es inminente. El sollozo de Andrómaca conmueve al lector, que recuerda que detrás de todo guerrero se esconde una familia que se lamenta por las consecuencias terribles del enfrentamiento.